ISSN: 2660-4213 Número 10, año 2023. URL: espejodemonografias.comunicacionsocial.es
monografías de acceso abierto open access monographs
ISBN 978-84-17600-63-1
El debate público en la red: polarización, consenso y discursos del odio (2022)
Enrique Arroyas Langa, Pedro Luis Pérez-Díaz, Marta Pérez-Escolar (editores)
Título del Capítulo
«La cultura de la verificación periodística frente a la desinformación digital y sus efectos polarizadores»
Autoría
Pedro Luis Pérez-Díaz
Cómo citar este Capítulo
Pérez-Díaz, P.L. (2022): «La cultura de la verificación periodística frente a la desinfor- mación digital y sus efectos polarizadores». En Arroyas Langa, E.; Pérez-Díaz, P.L.; Pérez- Escolar, Marta (eds.), El debate público en la red: polarización, consenso y discursos del odio. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones. ISBN: 978-84-17600-63-1
D.O.I.:
https://doi.org/10.52495/c4.emcs.10.p96
El libro El debate público en la red: polarización, consenso y discursos del odio está integrado en la colección «Periodística» de Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.
La confrontación forma parte de la política; es el nudo alrededor del cual se articula la competencia entre los partidos encargados de cana- lizar las alternativas ideológicas de los votantes. Ahora bien, cuando el conflicto se basa en identidades básicas, en mensajes simplistas y en visiones maniqueas de la realidad y del adversario, el fenómeno de la polarización se extiende en la sociedad, los discursos del odio hacen acto de presencia impulsando la exclusión política y social, y los consensos básicos saltan por los aires —así, queda eclipsado el necesario debate constructivo propio de las democracias, y éstas se debilitan hasta extremos peligrosos.
En este contexto, El debate público en la red: polarización, consenso y discursos del odio aborda los siguientes asuntos:
—las responsabilidades del liderazgo político y periodístico en la ca- lidad del debate;
—la dimensión ideológica de la polarización en un contexto de frag- mentación política, desafección y crisis de la democracia represen- tativa liberal;
—el discurso político y periodístico como factor de polarización con especial atención a las redes sociales digitales;
—las nuevas tendencias periodísticas de verificación de datos o como instrumento para el consenso en la esfera pública digital.
En palabras de Silvio Waisbord «los capítulos aquí reunidos ofrecen ideas para entender el problema y discutir formas de superación o mejoramiento de la polarización. Si se espera que un buen libro ayu- de a entender problemas y dispare nuevas preguntas, este volumen cumple con creces. Traza lineamientos de investigación, identifica problemas y tendencias, y deja abiertos interrogantes para futuros trabajos.»
Prólogo, por Silvio Waisbord 9
La grieta: polarización ideológica y afectiva en el debate político español,
por Manuel A. Egea Medrano; Antonio Garrido Rubia 13
Los populismos como ideologías de la polarización en el declive de la democracia liberal,
La cultura de la verificación periodística frente a
la desinformación digital y sus efectos polarizadores,
El desmentido como instrumento para mejorar
la calidad del debate público en el escenario digital,
Antídotos contra la epidemia desinformativa. Hacia un estado de la cuestión en la lucha contra la desinformación en España,
Liderazgo político, soberanía digital y desplataformización en tiempos de pandemia,
la posverdad y la infodemia 160
Pedro Luis Pérez-Díaz
Universidad Católica de Murcia (UCAM)
[plperez@ucam.edu]
Introducción
En 1735, un joven zoólogo y botánico sueco llamado Carlos Linneo emprendió un viaje que le llevaría a doctorarse en los Países Bajos, donde los estudios de Ciencias Naturales goza- ban de prestigio y reconocimiento. De camino, pernoctó en la ciudad germana de Hamburgo, donde quedó entusiasmado al conocer que el burgomaestre local poseía un ejemplar dise- cado de hidra, el monstruo con forma de serpiente policéfala que según la mitología griega podía regenerar sus siete cabe- zas una vez se las cortaban, brotando multiplicadas de cada amputación. El gobernante ambicionaba vender aquel insólito espécimen a cualquier noble que desease deslumbrar a pro- pios y extraños con tan exótica adquisición e invitó a Linneo a admirar la más valiosa propiedad que exhibía en su cuarto de maravillas.
Para sorpresa del joven naturalista, la envergadura de aquel pretendido monstruo no era mucho mayor que la de un perro. Le costaba creer que estuviese emparentado con la hidra de Lerna, la temible némesis que Hércules mató para completar el segundo de sus doce trabajos. Un par de horas de estudio con- cienzudo le bastaron para concluir que se trataba de un vulgar remedo que combinaba la piel de varias serpientes con garras y mandíbulas de armiño. Linneo no dudó en exponer el fraude públicamente y se apresuró a abandonar el lugar por miedo a
Linneo no tardó en proponer un sistema que permitiese or- ganizar cualquier forma de vida de un modo factual, sistemá- tico y jerarquizado. Terminó dedicando gran parte de su vida a nombrar, delimitar y clasificar entes de la naturaleza a partir de sus características compartidas y por ello es considerado el padre de la taxonomía moderna como área de conocimien- to que explora las posibilidades clasificatorias. Su sistema no era perfecto, pero evolucionó hacia uno de los más unitarios y consistentes en el propósito de desterrar de los mapas del co- nocimiento las leyendas y supersticiones contrarias a la razón.
Las tribulaciones de una verdad incómoda
Linneo observaba la realidad y se mantenía abierto a mejorar las explicaciones que podía ofrecer sobre ella, consciente de que trabajaba con representaciones corroboradas pero siempre provisorias, cumulativas y perfectibles. Tanto es así que la pri- mera edición de su obra Systema Naturae, que catalogaba espe- cies a lo largo de 11 sucintas páginas, crecería hasta las 2.400 en sucesivas ediciones. El tratado llegó a ser tan exhaustivo que incluía una sección titulada Animalia Paradoxa, en la que se recopilaban todo tipo de seres fantásticos y esquivos salidos de los bestiarios medievales y de los testimonios de exploradores de la época.
En espera de una evidencia mejor, Linneo clasificaba estas criaturas contradictorias fuera de los tres reinos naturales que él mismo había establecido, reconociendo así los límites de su propio conocimiento. No podía dar fe de la existencia de la sirena, el dragón o el fénix, pero tampoco de otros animales dudosos que acabaron listados en este paradójico apartado, ta- les como el pelícano, el antílope o el narval. Estos últimos seres tardaron en ganarse su condición ontológica como miembros
del reino animal, certificada por un método que evolucionaría hasta normalizar ciertos procedimientos comunes para reunir, comprobar y difundir el mejor conocimiento disponible. La búsqueda de este conocimiento, que comúnmente llamamos verdad, es un fin que ciencia y periodismo comparten.
A partir del siglo XIX, los periodistas comenzaron a delimi- tar un método propio aunque menos formalizado que el cien- tífico para alcanzar la verdad. Desde entonces, la constatación de la realidad mediante la observación validaría la autoridad del periodismo para distribuir conocimiento. Este empirismo afianzó la idea de que el mundo observable y externo podía ser descrito con veracidad, tal cual es, a partir de las creencias más plausibles y ampliamente sostenidas: aquellas coincidentes con hechos que, evidenciados a través de los sentidos, expresaban el estado de cuanto acaecía al margen de la interpretación huma- na (Ward, 2020). Bajo esta perspectiva inicial, la capacidad de los periodistas para separar hechos de opiniones era indudable y los géneros periodísticos se convirtieron así en una forma transparente de delimitar qué discursos de la prensa preten- dían exponer hechos (géneros informativos), cuáles tratarían de explicarlos (géneros interpretativos) y cuáles se permitirían incorporar juicios de valor (géneros opinativos).
Ya en el siglo XX, los códigos deontológicos de la profesión comenzaron a modelar la objetividad periodística como un estricto método de recopilación neutral de hechos cuya fiabi- lidad comenzó a ser asociada a normas centrales como la preci- sión, la imparcialidad, la transparencia, la independencia o la responsabilidad social. Esta visión clásica limitaba el universo discursivo de la prensa a la capacidad sensorial del periodista, algo que contrasta con las aproximaciones más contemporá- neas que admiten que los relatos periodísticos son resultado de una actividad intelectual arraigada en la cultura, que tras- ciende la aséptica acumulación de hechos observables (Ward, 2020). Sin menoscabo alguno, el periodismo se sostiene sobre una red de acciones interpretativas que demandan al periodista seleccionar contenidos, otorgar énfasis a determinados aspec- tos y, en definitiva, adjudicar sentido a una historia.
Esta concepción más pragmática de la objetividad la con- vierte en un método relevante para producir un conocimiento que no prescinde de los procesos de interpretación, sino que trata de disciplinarlos. Para ello, los profesionales deben eva- luar la consistencia de sus inclinaciones interpretativas a través de una serie de estándares (Ward, 2017): constatar una actitud de búsqueda de la verdad que se distancie de creencias per- sonales y resulte razonable; testar la validez empírica de los hechos reunidos y de sus posibles evidencias en contra; com- probar si la historia es clara, lógica y coherente con lo conoci- do; confirmar si todas las fuentes importantes se han tenido en consideración; examinar de forma autoconsciente el encuadre empleado y sus posibles alternativas; y confrontar una apertura al escrutinio público que, llegado el caso, modifique el punto de vista adoptado inicialmente.
Dotar a la objetividad periodística de este carácter multidi- mensional forma parte del conjunto de esfuerzos por proteger la verdad de las críticas que, durante años, la han erosionado y debilitado. Entre estas invectivas, destacaría el escepticismo posmoderno hacia los relatos absolutos, el creciente cinismo hacia los medios de comunicación por su faceta mercantil y las miradas académicas que entienden la objetividad como un imposible en términos epistémicos (Ward, 2020). Si la
«proliferación digital de oportunidades para la expresión pública y para comunidades identitarias con diferentes epis- temologías en su implicación con las noticias y la informa- ción» (Waisbord, 2018: 1869) entraña la enésima acometida contra la verdad, el periodismo de verificación es una de sus réplicas más notables.
Este capítulo se propone explorar el modo en el que la co- rriente del periodismo especializado en verificar hechos puede combatir las nefastas consecuencias de la desinformación digi- tal en el debate público, que dificultan la deliberación necesa- ria para la toma de decisiones informadas, morales y políticas en una sociedad democrática. Como los cartógrafos que en el medievo señalaban los territorios peligrosos con la locución latina «Hic sunt dracones», los verificadores practican una ta-
El auge de una cultura de la verificación periodística
En la era digital, toda suerte de «desórdenes informativos» (Wardle; Derakhshan, 2017) emergen en una coyuntura de persistente socavamiento de la ciencia y de crisis de las estruc- turas mediáticas tradicionales, agravada por el auge de plata- formas digitales que permiten la difusión y el consumo masivo de información no contrastada a una velocidad y escala sin precedentes (Del-Fresno-García, 2019; Pérez-Díaz; Albert-Bo- tella, 2021). La política de la posverdad aprovecha estas vulne- rabilidades y amenaza la concepción normativa de la profesión periodística como garante de proyectos democráticos basados en los hechos y la racionalidad (Waisbord, 2018), alterados ahora por todo tipo de artimañas emotivas.
Por consiguiente, la verdad como esfuerzo colectivo se en- frenta a un reto en el que los principales actores de la esfera pública (gobiernos y legisladores, gigantes tecnológicos como Google o Facebook, medios de comunicación y una ciudadanía activa y vigilante) deben coordinar esfuerzos para frenar con eficacia todo tipo de contenidos digitales problemáticos, en- tre los que destaca singularmente la desinformación (Magallón Rosa, 2019). Sin embargo, es el concepto de fake news el que ha capitalizado la atención y consternación social, a pesar de haber sido acuñado en discursos políticos que glorifican la mentira, impostan hechos alternativos y atacan la labor del periodismo que les fiscaliza. Por tanto, al hablar de noticias falsas para ha- cer referencia a la desinformación se perpetúa este peligroso oxímoron que, de forma solapada, debilita la credibilidad del periodismo como institución social (Rodríguez Pérez, 2019).
Libre de tales connotaciones, la palabra «desinformación» resulta más pertinente, especialmente en el léxico anglosajón, que admite una distinción interesante entre aquella que con- tiene inexactitudes de forma no premeditada (misinformation) y la que presenta falsedades consciente y deliberadamente (di- sinformation). Si las motivaciones tienen por objetivo causar daño a terceras personas, organizaciones o incluso naciones estaríamos ante un tipo de desinformación maliciosa (mal-in- formation) (Wardle; Derakhshan, 2017). La desinformación intencionadamente difundida suele perseguir la obtención de réditos de naturaleza económica o ideológica, aunque el ran- go de motivaciones es mucho mayor (humor, provocación, odio…).
Entre los agentes habituales que generan y amplifican la desinformación se encuentran «trolls, bots, sitios web de no- ticias falsas, teóricos de la conspiración, políticos, medios de comunicación altamente partidistas [...] y gobiernos extran- jeros» (Tucker et al., 2018: 22), que tienen en común su in- tencionalidad e interés en sembrar la duda, el temor o la con- troversia con el objetivo de alterar la percepción cognitiva de amplios grupos sociales. A partir de la clasificación propuesta por Wardle (2017), los principales tipos de desinformación pueden ser agrupados en cuatro categorías de contenidos:
Los contenidos humorísticos: sátiras, parodias o memes que, percibidos como genuinos, pueden contaminar y provocar ruido informativo.
Los contenidos engañosos por su encuadre: enfatizan o si- lencian aspectos de la realidad informativa que conducen a una visión incompleta y sesgada de la misma.
Los contenidos descontextualizados: se basan en recursos informativos genuinos (declaraciones, imágenes, gráficos, vídeos…) cuyo contexto ha sido suplantado (autoría, mar- co temporal…).
Los contenidos manipulados o inventados: son falsos par- cial o íntegramente, concebidos y creados para engañar e infligir daños.
Sin duda, las campañas de desinformación orquestadas con el objetivo de interferir en elecciones, referendos y otros proce- sos democráticos se han convertido en los principales acicates para promover medidas regulatorias que palien el problema de la desinformación: legisladores de medio mundo presionan a las grandes tecnológicas para que asuman su responsabilidad por un modelo de negocio que legitima la propagación indiscrimi- nada de contenidos —sean problemáticos o no— como fuente de lucro. Estas tentativas de reglamentación gubernamental han alimentado naturales recelos entre los paladines de la libertad de expresión, que resultan no menos alarmantes que los suscitados por una verdad digital cada vez más modelada por estas grandes corporaciones implicadas, cuyas políticas de autorregulación ba- sada en medidas tecnológicas (mejoras en el algoritmo, detección basada en inteligencia artificial o etiquetado de contenidos enga- ñosos o falsos) distan de ser una solución absoluta.
Este escenario ha alentado el mayor desarrollo del movimien- to global de la verificación que, como cultura periodística, se originó a principios de la década de los 80 en Estados Uni- dos bajo el formato de fact-checking que trataba de ratificar si determinadas afirmaciones de los políticos eran veraces (Gra- ves, 2018). Los profesionales que practican este periodismo de verificación, bien desde equipos internos en el seno de los medios o en organizaciones autónomas y externas, constituyen la punta de lanza de las medidas correctivas contra la desinfor- mación. Sus prácticas se expanden para comprobar y filtrar antes de su publicación cualquier contenido generado por los usuarios (CGU) que atesore interés informativo —verificación proactiva—, o para cuestionar aquel que ya circula libremente y requiera de un veredicto —verificación reactiva—. Los pro- cesos de detección y comprobación en no pocas ocasiones se abren a la colaboración de la audiencia activa, por lo que pode- mos afirmar que el periodismo de verificación promueve una alfabetización mediática de impacto limitado (Singer, 2021), que se suma a las diversas medidas pedagógicas que impulsan la capacitación y el desarrollo individual de competencias para hacer frente a la desinformación.
Las contranarrativas de la verdad en entornos digitales
Las experiencias del periodismo de verificación han permiti- do consolidar algunas estrategias contranarrativas que contri- buyen a edificar verdades perdurables y más prominentes. En adelante, se describen ocho prácticas relevantes y habituales para una neutralización efectiva de la desinformación digital.
Determinar si se ha alcanzado el punto de inflexión
La desinformación que eclosiona en la red puede crecer y pro- pagarse exponencialmente o quedar cercada en pequeñas comu- nidades digitales más o menos estancas. Una labor periodística actual y de primer orden vinculada al gatekeeping consiste en saber determinar el punto de inflexión en el que la creciente diseminación de estos contenidos nocivos representa un gran perjuicio y, por tanto, demanda una cobertura informativa con su correspondiente desmentido (Margolin, 2020). Si la desin- formación está llegando a amplios segmentos de audiencia, está siendo muy compartida o está recibiendo gran cantidad de in- teracciones habrá alcanzado este punto álgido que amerita una verificación periodística. A la inversa, la desinformación que no trascienda los nichos digitales ya mencionados no supone una amenaza y es probable que termine por extinguirse por sí sola, por lo que concederle visibilidad mediática supondría oxigenar y avivar el alcance de las falsedades que se pretenden combatir.
Emplear una amplificación estratégica
Los agentes de la desinformación redifunden los mismos con- tenidos repetidamente como estrategia de desgaste porque así obligan a que los periodistas tengan que decidir una y otra vez si ignorarlas o volver a refutarlas. La situación no es novedosa para el periodismo, que siempre ha empleado silencios estratégicos sobre determinados asuntos de la agenda cuando informar sobre ellos perjudica más al bien público que aplicarles cierta discre- ción editorial. Por ejemplo, en los años 70 algunos periodistas
Verificar con efectividad
Como conjunto de prácticas periodísticas, el fact-checking se compone de tres fases esenciales (Mantzarlis, 2018): buscar afirmaciones o materiales informativos contrastables y suscep- tibles de ser comprobados en fuentes documentales públicas, medios de comunicación, redes sociales o apps de mensajería instantánea; determinar los hechos mediante la búsqueda de evidencias; y, en su caso, corregir la afirmación o material ini- cial a la luz de las mejores certezas disponibles. Las evidencias que sustentarán la verificación habitualmente emanan de las propias hemerotecas periodísticas, de bases de datos documen- tales (jurídicas, administrativas, científicas…) y de la colabo- ración con expertos en la materia. El dictamen de veracidad resultante suele concretarse mediante algún tipo de escala de calificaciones entre el verdadero y el falso.
Especialmente tras la publicación de noticias de última hora en las que el CGU adquiere valor noticioso y se multiplica en espacios como Twitter, Facebook, WhatsApp, Instagram o YouTube conviene tener en cuenta las siguientes cautelas y he- rramientas digitales de verificación:
—Comprobar si el contenido ya ha sido archivado y/o veri- ficado por terceros: Google Fact Check Tools permite rea- lizar una búsqueda de la desinformación verificada por las principales organizaciones globales de fact-checking.
—Valorar la fiabilidad de la fuente que ha publicado el con- tenido contactando con ella para cuestionarle, al tiempo que se consideran otros criterios más cualitativos: obser-
—Corroborar el momento en el que se tomó la imagen o vídeo, bien mediante metadatos ocultos en el archi- vo —accesibles empleando un visor Exif— o mediante indicios presentes en el propio contenido: fenómenos meteorológicos (WolframAlpha), proyección de sombras (SunCalc)... Asimismo, las herramientas de búsqueda in- versa de imágenes y vídeos (InVID) permiten constatar si el contenido en cuestión ya fue publicado anteriormente en la web y si está siendo compartido y recontextualizado con propósitos dañinos.
—Determinar el lugar en el que se tomó la imagen o ví- deo, es decir, geolocalizar a partir de metadatos GPS o de manifestaciones visuales relevantes: textos de letreros, ma- trículas de vehículos, concordancia con las panorámicas ofrecidas por Google Street View...
—Detectar imágenes y vídeos que han sido objeto de mani- pulación digital es posible gracias a herramientas y técnicas forenses (InVID), útiles con las ediciones más rudimenta- rias —llamadas shallowfakes—. Por su parte, la detección de deepfakes que sintetizan rostros y voces mediante inteli- gencia artificial requiere de técnicas forenses más sofistica- das, que se complementan con las políticas e innovaciones implantadas por las propias plataformas digitales.
Profundizar en el contexto
La desinformación se propaga siempre enmarcada en una serie de circunstancias históricas, políticas y culturales concre- tas de las que sus promotores y víctimas no se pueden sustraer. Una verificación comprometida debe aprovechar las singulari- dades que ofrece el contexto: exponer las técnicas de los mani- puladores, incluir el punto de vista de las víctimas o indagar en el comportamiento y las motivaciones de quienes coordinan
La falta de contexto también puede perjudicar a una verifica- ción cuyo titular contraponga la mentira detectada y su corres- pondiente verdad: es probable que quienes no accedan a la pieza completa recuerden más los rasgos llamativos de la falsedad que la corrección factual que la acompaña (Margolin, 2020). Por tanto, al difundir una verificación se debe evitar repetir el enga- ño o presentarlo mediante interrogantes en espacios tan visibles como el titular —«¿Es cierto que...?»—. De igual modo, resulta arriesgado incorporar, citar, enlazar o mostrar sin una marca de agua el contenido problemático: aunque el propósito sea im- pugnarlo, se le estará otorgando visibilidad, que es lo que persi- guen sus promotores. Las declaraciones que se han demostrado falsas siguen un patrón similar: cuando el periodista repite esas aseveraciones sin añadir contexto —«Esta persona ha dicho tal falsedad»—, termina por amplificar la difusión de la mentira, que queda enmascarada por la atribución (Benkelman, 2019).
Elegir el lenguaje idóneo
Las palabras, singularmente cuando se emplean como me- táforas, activan marcos mentales que modelan la forma de en- tender la realidad y razonar de la sociedad (Lakoff, 2007). El periodismo que se expresa en los términos exactos que propo- nen los manipuladores globales que generan desinformación les concede la iniciativa y contribuye a que sean ellos quienes lideren el marco distorsionador a través del cual será percibido el asunto de actualidad en cuestión. De este modo, los me- dios popularizan sin quererlo términos oscuros y desconocidos para el público, diseñados para provocar curiosidad y estimu- lar búsquedas web que conducirán a contenidos dañinos estra- tégicamente sedimentados (Margolin, 2020).
Un ejemplo claro sería la reverberación mediática experi- mentada por el neologismo «plandemia», empleado por cons- piracionistas para significar que la pandemia por covid-19 de 2020 fue deliberadamente planificada. Ejercicios retóricos como éste pueden ser combatidos desde el propio lenguaje: ante el progresivo debilitamiento que el negacionismo ha pro- ducido sobre nociones como «cambio climático», manuales de estilo de medios como The Guardian recomiendan emplear términos más descarnados y que no edulcoren la gravedad de la situación, tales como «emergencia climática» o «calenta- miento global» (Carrington, 2019).
Ofrecer emparedados de verdad
Cuando resulta ineludible abordar una desinformación, Lakoff (2018) propone emplear una técnica expresiva que de- nomina «sándwich de la verdad» en la que el periodista expone la verdad en primer lugar —por ejemplo, en el titular— y, a continuación, señala la mentira tratando de no emplear los mismos términos en los que fue formulada. En último lugar, se reitera o amplía la verdad. El siguiente ejemplo ilustra bien esta forma de proceder:
No hay evidencia clara de que la hidroxicloroquina, un fárma- co antimalárico, proteja contra el coronavirus. Donald Trump dijo hoy que lo está tomando, pero su médico no lo confirmó y los expertos sanitarios han dicho que podría tener efectos secundarios peligrosos (Rosen, 2020).
Visualizar los datos disponibles
El empleo de un periodismo de datos y visualización prome- te un conocimiento más objetivo, preciso y libre de sesgos que, mediante vistosas visualizaciones, permite al público com- prender y asimilar asuntos complejos con facilidad. Así dis- puestos, los datos se convierten en un instrumento de primera magnitud para desactivar bulos. No obstante, sería ingenuo
Por tanto, hacer acopio de datos fiables y someterlos a un me- ticuloso tratamiento estadístico y visual dificultará que resul- ten tan manipuladores como las adulteraciones que propagan los agentes de la desinformación. En este sentido, es necesario subrayar que los conjuntos de datos que proceden de fuentes oficiales no son, ni mucho menos, incontestables: la pandemia global de covid-19 puso de relieve un maleable panorama in- formativo en función del modo en que cada administración política decidía contabilizar el número de contagios y falleci- mientos; al tiempo, algunas leyes de transparencia se opacaron y los periodistas dejaron de recibir respuesta a sus solicitudes de información pública bajo el pretexto de la excepcional crisis sanitaria (Delgado Sanz, 2020).
Rectificar con diligencia
En ocasiones, los procesos de verificación informativa pro- pios del periodismo fracasan y una información falsa o enga- ñosa acaba siendo publicada y difundida a través de perfiles periodísticos en medios sociales de la red, bien sea por impru- dencia, negligencia o mala praxis. Ante esa situación, la forma más efectiva de corrección consiste en actualizar directamente la publicación digital original. Ésta es una posibilidad que per- miten medios sociales como los blogs, Facebook o Instagram, en donde siempre se deberá indicar con claridad y máxima transparencia qué parte de la información era errónea y cuál es la verdad de los hechos (Silverman, 2014). Si esta edición no fuese posible, tal y como sucede en Twitter, es recomendable anunciar la corrección —mediante una respuesta o cita— para darle visibilidad entre quienes han interactuado con el conte- nido y anticiparles la inminente eliminación del mismo.
Los efectos polarizadores de la desinformación
Conforme las conversaciones se desplazan progresivamente a espacios digitales online, la exposición transversal de los in- dividuos a una pluralidad de puntos de vista con los que no están de acuerdo quedaría comprometida, dado que la perso- nalización del consumo informativo que propicia la red habría catalizado que cada usuario diseñase su propia dieta informati- va y formase parte de nichos de conversación online a medida. La asunción más extendida en los últimos años presume que los algoritmos que emplean redes sociales y otros servicios han exacerbado este estado de aislamiento intelectual, proveyendo a los usuarios una oferta automatizada de información basada en su comportamiento previo (Pariser, 2017).
Sin embargo, la evidencia empírica disponible cuestiona este modelo de filtros burbuja que silencian toda voz disidente (Möller, 2021): para la mayoría de usuarios de internet, las redes sociales proporcionan más diversidad que uniformidad, algo que no fomentaría la polarización. Sólo los individuos más radicalizados encontrarían facilidades para conectar con comunidades ideológicas de afines —las denominadas cáma- ras de eco—, caracterizadas por una soledad informativa en la que la sobreexposición a informaciones presentadas siempre bajo el mismo punto de vista provoca una percepción parcial e incompleta de la realidad. Gran parte de la literatura aca- démica coincide en sostener que, como principio general, la desinformación digital es especialmente amplificada en estas comunidades de semejantes (Tucker et al., 2018).
Esta desinformación es, al tiempo, causa y consecuencia de la polarización afectiva que acrecienta la distancia entre los sentimientos positivos hacia los representantes de la ideología con la que se está de acuerdo y los negativos hacia quienes abanderan ideas con las que no se comulga (Scott, 2020). La psicología social constata la tendencia de los sujetos a exponer- se selectivamente a aquellas fuentes que suelen presentarles las evidencias que mejor encajan con su visión del mundo, for- jando sesgos de confirmación (Bardon, 2020). Esa identidad
social (ideológica, cultural, religiosa…) se asocia a intereses, credos o dogmas compartidos con terceros que cada persona interioriza y asume como propios. De forma instintiva y emo- cional, los sectores más polarizados eligen creer la versión de los hechos que perciben como propia o afín a sus semejantes, en quienes confían sin examinar sus prejuicios y la base factual que sostiene tales afirmaciones.
Del mismo modo, las versiones de los hechos ajenas, que resulten amenazantes o contrarias al grupo de pertenencia, son objeto de distorsión o negación, aunque hayan sido abruma- doramente evidenciadas, consensuadas o demostradas median- te la experiencia de otros (Bardon, 2020). Este proceso uni- versal e inherentemente humano denominado razonamiento motivado explica por qué la efectividad de las verificaciones periodísticas se ve debilitada en contextos muy polarizados: los fact-checks corrigen ciertos hechos en las mentes de los in- dividuos, pero apenas modifican sus actitudes emotivas hacia los representantes políticos que instigaron esas imprecisiones (Scott, 2020).
El populismo es la estrategia política que más se identifica con el empleo de un discurso divisivo, caracterizado por su oposición a las élites y por un antipluralismo que conduce a sus practicantes a presentarse como los únicos representantes válidos del pueblo (Arroyas; Pérez-Díaz, 2016). Esta tendencia al antagonismo define las ideas populistas por enfrentamiento a las de otros, con cuyos valores no existe conciliación posible; una visión radicalmente polarizante en la que no hay lugar para el consenso —deseable y alcanzable mediante la raciona- lidad, según la visión liberal—. De forma complementaria, la lógica populista niega toda legitimidad a los posicionamientos de sus rivales, por lo que el inevitable pero positivo disenso agonístico también queda excluido. Al populismo sólo le que- da el conflicto.
El conflicto es la única fuerza motriz posible para propagar el discurso populista que arraiga en contextos de crisis y descon- tento social: «Políticamente, es mucho más fácil organizar a las personas contra algo que unirlas en una visión afirmativa. Y,
Las estrategias periodísticas que ayudan a mitigar la polari- zación del público parten de la citada premisa de que mostrar ambos lados de un asunto noticioso a menudo resulta insu- ficiente para realzar sus matices, como sucede con las piezas que simplifican en exceso los argumentos y puntos de vista en torno a una información. La realización de entrevistas más profundas puede servir para auscultar las necesidades y frustra- ciones ciudadanas y matizar las divergencias extremas, mien- tras que ejercitar la técnica de la repregunta es una forma de ir más allá de la irreflexión, de los testimonios viscerales y de las soflamas que provocan indignación y refuerzan las trincheras de pensamiento (Benkelman, 2019). De igual manera, el pe- riodismo debe ser especialmente cauto para evitar equiparar cualquier discurso veraz con sus opuestos falaces, pues en ese caso mantenerse imparcial contribuye a legitimar la mentira en el mercado de ideas de la esfera pública.
Conclusiones
A la luz de la revisión teórica abordada en este capítulo, la amenaza de la desinformación se sustenta en factores tecnológi- co-mediáticos, políticos y psicológicos que exigen un conjunto poliédrico de esfuerzos, más allá de las estrategias correctivas que el periodismo puede ofrecer. Incluso así, es necesario reco- nocer los notables beneficios con los que la cultura de la verifi- cación periodística modela un ecosistema informativo saneado. En primer lugar, los fact-checks coadyuvan a que los protagonis- tas de la actualidad, incluso aquellos que se vanaglorian de su desprecio a la verdad periodística, rindan cuentas ante la opi-
De acuerdo con nuestra reflexión, aunque los fact-checks no siempre bastarán para desactivar las creencias falsas más vin- culadas a lo emocional, este periodismo articula métodos pro- pios para equilibrar los hechos y descartar imprecisiones, algo indispensable en cualquier información que sirva a una deli- beración libre de polarización afectiva. En definitiva, y aunque no sin limitaciones, esta cultura eleva los estándares de la ve- rificación como tarea fundamental del proceso de producción informativa, bruñendo así un espejo en el que los periodistas pueden observar, evaluar y responsabilizarse de sus propias prácticas y rutinas profesionales para adecuarlas al desafiante escenario de desórdenes informativos digitales que debilitan la confianza de la ciudadanía.
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