Título del Capítulo: «Pero ¿qué me cuentas? Una revisión del concepto de verdad en el siglo XXI»
Autoría: María del Mar García-Gordillo; Dolors Palau-Sampio; Rubén Rivas-de-Roca
Cómo citar este Capítulo: García-Gordillo, M.M.; Palau-Sampio, D.; Rivas-de-Roca, R. (2022): «Pero ¿qué me cuentas? Una revisión del concepto de verdad en el siglo XXI». En Caro-González, F.J.; Garrido-Lora, M.; García-Gordillo, M.M. (editores) (2022), El problema de la verdad. Retos y riesgos en la comunicación. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.
ISBN: 978-84-17600-75-4
d.o.i.: https://doi.org/10.52495/c3.emcs.11.p98
Pero ¿qué me cuentas? Una revisión del concepto de verdad en el siglo XXI
Mar García-Gordillo
Universidad de Sevilla
Dolors Palau-Sampio
Rubén Rivas-de-Roca
Universidad de Sevilla
1. Introducción
La información es sustancial para las sociedades democráticas. Su difusión, atribuida a los medios de comunicación, ha ido cambiando al ritmo que lo hacía la tecnología. Esta evolución, unida a una permanente crisis estructural (Blumler, 2018; Casero-Ripollés, 2014) a la que se han ido sumando continuas crisis coyunturales de los medios, ha hecho que elementos externos determinen la calidad del producto y su papel como articulador de una esfera pública (Habermas, 2006) sostenedora del debate social.
Hace casi 25 años (1997) se reunieron en la Universidad de Harvard 23 periodistas que constituyeron el Committee of Concerned Journalists (Comité de los Periodistas Preocupados) con la intención de estudiar la evolución sufrida por el periodismo. Toca ahora revisar la situación a partir de aquel planteamiento certero. Los medios padecen su mayor crisis de credibilidad con un consumo a la baja, la irrupción de sistemas híbridos de medios (Chadwick, 2013; Bennett; Pfetsch, 2018) y la consolidación de nuevos espacios como las redes sociales soportadas en la transformación digital (Perloff, 2019; Blumler, 2016; Bimber; Gil de Zúñiga, 2020). En este entramado, la información ha pasado a un segundo plano y el concepto de verdad informativa está más diluido que nunca.
Abordamos un replanteamiento de los elementos definidos por Kovach y Rosenstiel con el ánimo de actualizarlos y confirmar o descartar su vigencia, así como avanzar una propuesta que permita recuperar el valor de los periodistas y de su labor para conformar una esfera pública responsable, formada e informada y con capacidad de acción.
2. Revisión de los conceptos de los elementos del periodismo
2.1. La verdad: el primer principio y el más confuso
Kovach y Rosenstiel (2001: 51-52) posicionaron el concepto de verdad como el primero de los elementos del periodismo, lo calificaron como su primera obligación y también como el elemento más confuso y definieron la actividad periodística como «el conocimiento indirecto mediante el cual los ciudadanos perfilan sus opiniones del mundo». Es cierto que los periodistas no cuentan exactamente la verdad, sino que construyen una realidad paralela sobre el acontecer diario en dos niveles diferenciados: la selección de los hechos para la construcción del relato general y la selección de los datos para la narración de cada uno de estos hechos. La teoría de la agenda setting establecida por McCombs y Shaw (1972) y sus evoluciones posteriores: la teoría de los encuadres (framing teory) (Entman, 2007) y la teoría del priming (Scheufele; Tewksbury, 2007), confirman este proceso de construcción general. Chillón Lorenzo (2007) habla de dos verdades periodísticas: la verdad informativa, centrada en lo interesante de la actualidad, y la verdad práctica, centrada en hechos que deben responder a los intereses fundamentales del hombre y a la situación cultural e intelectual en la que vive (distingue entre el hecho como tal y el relato del mismo). Aun así, y consciente de esta reconstrucción de verdades, la profesión no ceja en la búsqueda de un relato lo más próximo posible a la realidad, a la verdad.
El avance tecnológico de los últimos años no ha modificado sustancialmente este planteamiento periodístico inicial (López García, 2015), sino que lo ha reforzado con la permanente búsqueda de la veracidad en el quehacer cotidiano y la permanente labor de contraste y verificación de datos para satisfacer las necesidades de la ciudadanía transmitiendo lo que es verdaderamente importante y relevante.
Sin embargo, el equilibrio en la construcción de este relato verdadero y útil para la ciudadanía se ha roto. Esto se debe a que el avance tecnológico ha incluido en la esfera mediática a agentes externos a la profesión periodística (periodismo ciudadano, perfiles individuales y trols en redes sociales, etc.). Ello ha impulsado el desarrollo de nuevos formatos narrativos que no se ajustan a criterios profesionales y que derivan en una mezcla de información y entretenimiento que confunde información y opinión (Sparks; Tulloch, 2000; Zelizer; Allan, 2010); ha permitido que las fuentes puedan informar directamente a sus públicos sin una mediación profesional que las contextualice. Todos estos factores alteran la posibilidad de ofrecer un relato verdadero de la realidad.
Si Kovach y Rosenstiel establecieron la búsqueda de la verdad como el primero de los elementos del periodismo y el más complejo, el nuevo panorama mediático actual lo ha complicado aún más y ha introducido elementos y agentes que nada tienen que ver con la profesión, pero que indicen directamente en el relato que construye.
2.2. Para quién trabaja el periodista
El fin último del periodismo es la ciudadanía, no solo porque este trabajo carecería de sentido sin la atención de una audiencia, sino porque los principios jurídicos que lo amparan y protegen así lo determinan. Kovach y Rosenstiel afirman que su propósito principal es «proporcionar al ciudadano la información que necesita para ser libre y gobernarse a sí mismo» (2001: 18). Esta razón de ser marca no solo la filosofía sino también las líneas rojas de la labor periodística y su necesaria adscripción a los principios de la ética y de la deontología. En esta filosofía, el rol periodístico de vigilancia frente a los poderes políticos y económicos ha sido una piedra de toque de la profesión, como también el rol de ejercer de altavoz de la ciudadanía. Sin embargo, la pérdida de credibilidad de los medios y el desapego social a la tarea que desarrollan evidencian una ruptura que se ha ido agudizando en los últimos años, en un contexto mediático híbrido (Chadwick, 2013) y con una creciente polarización política y social.
La crisis financiera y de modelo de negocio experimentada por los medios desde la primera década del siglo (Curran, 2010; Franklin, 2014; Picard, 2014) ha tenido un peso determinante a la hora de acentuar tendencias iniciadas en la década de 1990. Por una parte, la necesidad de atraer audiencias —como reclamo para los anunciantes— ha fomentado que la mercadotecnia convierta a lectores y espectadores en meros «clientes», algo que Kovach y Rosenstiel rechazan, bajo la premisa de que «más que vender contenido a los clientes, los periodistas construyen una relación con sus lectores, oyentes o espectadores basada en sus valores, en sus juicios, autoridad, profesionalidad y compromiso con la comunidad» (2001: 86).
Por otra parte, las condiciones económicas que atraviesa el sector han hecho más vulnerable la información a las presiones externas, fundamentalmente del campo económico y político. El informe de la Asociación de la Prensa de Madrid de 2019 recogía que tres cuartas partes de los periodistas encuestados habían experimentado algún tipo de presión en su labor profesional (APM, 2019: 50). Estas no solo se ejercen por parte de agentes externos, como políticos o económicos, sino que en buena medida (56%) proceden de los propios directivos del medio (APM, 2019: 50).
Los datos anteriores muestran las limitaciones e imposiciones presentes en la labor periodística, pero también las implicaciones democráticas que derivan de ella, que Kovach y Rosenstiel recogen de manera elocuente: «Cuanto más democrática es la sociedad, más noticias e información suele suministrar» (2001: 29).
2.3. Periodismo de verificación
La verificación de la información constituye la esencia del periodismo (Kovach; Rosenstiel, 2001) y la garantía necesaria de una información de calidad (Gómez Mompart; Gutiérrez Lozano; Palau Sampio, 2013). La verificación constituye en sí un método de trabajo para asegurar que aquella información que se proporciona es correcta y veraz. De hecho, la protección de la que goza el ejercicio periodístico atiende precisamente a esta dimensión, a la capacidad de «comunicar o recibir libremente información veraz», como recoge al artículo 20 d) de la Constitución Española.
La labor de verificación parte de la necesaria búsqueda y contraste de fuentes de información, para garantizar que aquellos datos que se publican responden con exactitud a la realidad que refieren. El primer paso en la verificación requiere un análisis de la calidad de las fuentes y de su adecuación para proporcionar determinada información. Sin embargo, más allá del acceso a ésta, es imprescindible corroborar cada detalle que proporciona la fuente, ya sea a través de información documental o de otras fuentes personales que hayan asistido a un evento informativo o dispongan de información de primera mano.
La verificación está estrechamente vinculada a la transparencia, uno de los principales problemas que destacan distintos estudios como responsable de la escasa calidad de los medios (Lacy; Rosenstiel, 2015; Newman; Fletcher, 2017). En este sentido, no solo es necesaria la diversidad de fuentes en el tratamiento de la información sino también la identificación de su procedencia, para poder ofrecer a la audiencia las bases sobre las que se sustenta.
Las particulares condiciones de producción informativa, con la inmediatez como imposición, han llevado a relegar la intrínseca necesidad de verificación hasta convertirla en una tarea alternativa. En cierta medida el auge del fact-checking como estrategia de verificación del discurso público (Amazeen, 2015; Graves; Nyhan; Reifler, 2016; Palau-Sampio, 2018) representa una paradoja (López García; Rodríguez; Álvarez, 2016), precisamente cuando en las últimas décadas medios de prestigio de todo el mundo han renunciado a sus departamentos de verificación, como consecuencia de los efectos de la crisis económica. No obstante, el acceso a la producción y distribución de información a través de las redes sociales en un contexto híbrido de medios ha contribuido a impulsar numerosos proyectos de verificación en todo el mundo (Adair; Stencel, 2020), entre los que se incluyen las plataformas españolas Maldita.es o Newtral.
2.4. Independencia
La independencia constituye un principio básico del periodismo que alude a que «no se puede informar de una noticia al tiempo que se forma parte de ella» (Kovach; Rosenstiel, 2001: 135). Se trata de un valor clave para garantizar que el periodista mantiene distancias con las partes involucradas. Esta noción de independencia se encuentra muy ligada a las democracias occidentales (Hanitzsch, 2007; Mellado, 2020), lo que pone en duda su dimensión universal. Sin embargo, en todos los sistemas mediáticos existen relaciones de dependencia con la clase política (Benson; Powers, 2011; Figueiras, 2017); la cuestión radica en hasta qué punto el periodismo solo se ocupa de las necesidades de dicha élite.
Kovach y Rosenstiel (2001) consideran que la transparencia de los vínculos profesionales es importante, pero no suficiente para salvaguardar la necesaria separación de los hechos. En este sentido, Polonska y Beckett (2019) definen independencia como un principio poliédrico, que exige la ausencia de controles políticos y económicos sobre la creación de las noticias. Por su parte, Karppinnen y Moe (2016) valoran la independencia como la principal fuente de credibilidad y democracia ante la ciudadanía, una característica que periodistas y medios han de erigir frente a diferentes estructuras, como los partidos políticos, los grupos de interés o los conglomerados mediáticos.
Uno de los ámbitos que ha experimentado mayores debates en los últimos años en torno a la independencia profesional es el de las radiotelevisiones públicas (Hanretty, 2011; Goyanes et al., 2020). Frente a las críticas de manipulación, la gestión por parte de los propios trabajadores se revela como una forma de implementar la independencia de los poderes públicos (López-Cepeda; Soengas-Pérez; Campos-Freire, 2019). En cambio, el hecho de que los receptores vean a los medios no como representantes de sus intereses, sino como un poder en sí mismo del que se sienten apartados, posee enormes implicaciones sociales para la profesión (Bennett, 2015).
Los medios digitales han adoptado los estándares fijados por la prensa convencional (Riordan, 2014), con la novedad de que las pequeñas start-ups surgidas en la Red permiten a priori una mayor independencia (Deuze; Witschge, 2018). En este contexto de reconfiguración del periodismo, que se asemeja a la comunicación en redes sociales (Hermida; Mellado, 2020), la independencia sigue siendo un valor fundamental (Hunter, 2015; Karppinnen; Moe, 2016). Dicho principio funciona como guía profesional (Steele, 2007), especialmente en la acepción amplia presentada por Kovach y Rosenstiel (2001), para quienes la independencia había de ser comprometida. Esto implica aplicarla para proporcionar soluciones a los problemas de la sociedad.
2.5. Vigilar al poder y dar voz a quien no la tiene
Kovach y Rosenstiel sostienen que «los periodistas deben ejercer un control independiente del poder» (2001: 155), un principio que se identifica con la función de perro guardián (watchdog), particularmente en los países anglosajones (Henkel; Thurman; Deffner, 2019). Esta perspectiva frentista de la profesión no es completamente compartida con otras tradiciones periodísticas, como demuestran recientes estudios comparados (Rivas-de-Roca; García-Gordillo; Caro-González, 2020; Mellado, 2020). No obstante, la labor de vigilancia como representante de las comunidades más olvidadas sí que constituye una función clave para la democracia, singularmente de la información política (McNair, 2009).
Más allá de particularidades geográficas, el hecho de brindar voz a los sectores periféricos de la sociedad contribuye a aumentar la cohesión social. La principal herramienta para conseguir ese fin es el periodismo de investigación (Lück et al., 2018), una especialización que vigila detenidamente a los poderosos y da cuenta de las consecuencias de sus acciones. Según Kovach y Rosenstiel (2001), esta modalidad se enfrentaba en los albores del siglo XXI a problemas de espectacularización e infoentretenimiento, a los que se sumaba un notable incremento de las fuentes anónimas.
En el actual marco de comunicación híbrido (Chadwick, 2013), los rasgos anteriores suponen un fenómeno en auge (Valhondo-Crego; Berrocal-Gonzalo, 2020), pero las tecnologías digitales han posibilitado asimismo la emergencia de iniciativas en internet que desarrollan investigaciones periodísticas. Por un lado, han aparecido medios hiperlocales que efectúan una amplia monitorización de las actividades públicas en sus espacios de proximidad (Hunter, 2015; Harcup, 2016), mejorando la rendición de cuentas y otorgando un canal de expresión a pequeñas comunidades de pertenencia. Por otro, las plataformas de verificación (fact-checking) también llevan a cabo una vigilancia del poder (Palau-Sampio, 2018; Ufarte-Ruiz; Peralta-García; Murcia-Verdú, 2018), por lo que se puede afirmar que entre sus misiones se hallan objetivos netamente periodísticos. A ello se suman investigaciones colaborativas transnacionales, inspiradas en los Panama Papers.
Esta nueva era del periodismo de investigación, más local y a su vez menos mediatizado en el sentido tradicional, presta una gran atención a la audiencia, que comparte en su mayoría la visión del periodista como vigilante del poder (Vos; Eichholz; Karaliova, 2019). Este público y los propios reporteros construyen una identidad de la profesión asociada a la resistencia frente a las cada vez más frecuentes fuentes institucionales (Fredriksson; Johansson, 2014). Todas estas tendencias suponen una progresiva revitalización del papel de control democrático, en comparación con el debilitamiento que Kovach y Rosenstiel (2001) observaban en la época del liderazgo televisivo.
2.6. El periodismo como foro público
La democracia precisa del periodismo para la generación de opinión pública. El periodismo es el espacio, el foro en el que se alienta el debate y la discusión, mediante parámetros de convivencia entre políticos y periodistas (Van Dalen, 2019) entre los que se debe establecer una relación, que no siempre ha sido fácil pero que llegó a alcanzar altas dosis de respeto y que suponía la base de una comunicación mediada entre políticos y ciudadanos, donde ambos conocía el rol que jugaban (Bennett; Pfetsch, 2018). Kovach y Rosenstiel defendieron este aspecto como el sexto de los elementos del periodismo, afirmando que todas las modalidades del periodismo pueden contribuir a la función de creación de un foro público y llamar la atención del ciudadano sobre determinadas cuestiones de tal modo que alienten su reflexión (2001: 186).
La crisis estructural que vive el periodismo ha quebrado su identidad (Jarvis, 2015) debido a la falta de confianza de las audiencias, la irrupción de nuevos medios y formatos (Bimber; Gil de Zúñiga, 2020; Blumler, 2018), su incapacidad para establecer la agenda y los marcos conceptuales (Bennett; Pfetsch, 2018), el cambio relacional entre periodistas y políticos (Blumler, 2018; Van Dalen, 2019), la precarización de la profesión (Casero-Ripollés, 2014), la radicalización de los mensajes o la espectacularización de la información producida por la hibridación de información y entretenimiento (Chadwick, 2013; Bennett; Pfetsch, 2018), que ha conseguido atraer a grandes masas de público y que permiten que ciudadanos que antes no accedían a la información reciban alguna, aunque bañada de sensacionalismo. La esfera pública conocida hasta ahora, inclusiva y bien estructurada, se ha quebrado y ha pasado a ser una esfera disruptiva (Blumler, 2018; Bennett; Pfetsch, 2018) en la que la radicalización de ideas ya apuntada por Kovach y Rosenstiel (2001: 187) ha ocupado un lugar de gran relevancia en los medios no tradicionales y digitales, aprovechando la debilidad de los medios clásicos (Casero-Ripollés; García-Gordillo, 2021).
Williams y Delli Carpini (2011: 286) aciertan al describir el momento actual como una encrucijada del sistema. El modelo que ha estado vigente durante la segunda mitad del siglo XX puede darse por terminado, sin embargo, aún no se ha definido el modelo emergente. En cualquier caso, el nuevo foro público, el nuevo espacio de debate y reflexión social, estará condicionado por la multiaxialidad y la hiperrealidad. Ambas características, según los autores, abren la posibilidad de un nuevo sistema, que se define día a día, y que no ha olvidado las ventajas del pasado, pero que absorberá y utilizará todas las posibilidades del futuro.
2.7. Compromiso y relevancia
Los periodistas tienen la responsabilidad de ofrecer no solo información relevante sino también de hacerla accesible y atractiva a un público amplio. Ello implica un esfuerzo para proporcionar contenidos que respondan al interés público y que reflejen la diversidad social, cultural o geográfica de la audiencia. Este compromiso se traslada también al alcance y la profundización de los contenidos, en un esfuerzo por contextualizar las noticias y por agregar nuevos enfoques o aproximaciones (Lacy; Rosenstiel, 2015). Precisamente en ella reside la voluntad de diferenciación y singularidad de los medios, tanto en las historias que publican como en la diversidad de fuentes en las que se apoyan para relatarlas, o en una representatividad social inclusiva, tanto en edades como en género o nivel socioeconómico (Newman; Fletcher, 2017).
La dualidad entre relevancia informativa y atención del público no siempre se ha resuelto sin tensiones. En una apuesta por atraer audiencia, los medios han optado por contenidos que se apartan del interés público para centrarse en aquellos aspectos más polémicos o llamativos de la información. La banalización y la tendencia al infoentretenimiento han pesado de forma importante en la pérdida de calidad, en un fenómeno que los expertos han venido a calificar como tabloidización o trivialización de contenidos, en referencia a la deriva hacia asuntos y formas características de la prensa sensacionalista (Sparks; Tulloch, 2000; Zelizer; Allan, 2010).
En este camino, algunos medios han apostado por las llamadas noticias blandas (soft news), tanto en la selección de temas (curiosidades, sucesos, famosos o el interés humano) como en situar el foco en lo individual y episódico frente a lo social, o en la emoción y la personalización en el estilo (Reinemann et al., 2012). Todo ello con el objetivo de hacer una representación desde ángulos más entretenidos y digeribles. Esta táctica, sin embargo, constituye no solo una técnica de manipulación al apartar a la audiencia de los temas importantes (Díaz Nosty, 2017), sino también una estrategia que, a largo plazo, destruye la autoridad del medio informativo (Kovach; Rosenstiel, 2001).
La necesidad de llegar a la audiencia exige, según Kovach y Rosenstiel (2001), un esfuerzo por hacer que los contenidos despierten la atención social. «La tarea de transmitir la información de un modo atractivo forma parte del compromiso del periodista con el ciudadano» (2001: 203), a través de técnicas narrativas que permitan acercar los contenidos de forma atractiva, sin alterar el contenido ni optar por el engaño de los titulares clickbait (Palau-Sampio, 2016).
2.8. Las informaciones deben ser exhaustivas y proporcionadas
El debate sobre el contenido noticioso es intrínseco a la práctica periodística. Kovach y Rosenstiel estiman que la significación de una información «depende de su exhaustividad y proporcionalidad de objetivos» (2001: 225), puesto que esas características permiten alcanzar una información veraz y precisa. De esta manera el ciudadano puede acceder a un conocimiento profundo de los sucesos que acontecen en su sociedad. El interrogante esencial pasa por cómo determinar que una pieza informativa cumple dichos principios.
Los propios Kovach y Rosenstiel calificaron como un error «la lógica económica de dirigirse a sectores de población muy concretos» (2001: 227), abandonando los medios a importantes capas sociales. Por ello, se aboga por un periodismo que se encargue de las necesidades de toda la comunidad por igual (McNair, 2009), especialmente en el ámbito de la proximidad (Rivas-de-Roca; García-Gordillo; Caro-González, 2020). El objetivo es elaborar informaciones de servicio público, para lo cual resulta fundamental una adecuada gestión de las fuentes (Casero Ripollés; López Rabadán, 2013), que han de ser plurales y contrastadas. Por tanto, las fuentes funcionan como un criterio de calidad profesional. La idea subyacente es que los medios deben perseguir la representatividad social en sus noticias, a similitud del carácter inclusivo demandado a las corporaciones públicas de radiotelevisión (Goyanes et al., 2020).
Las nociones de exhaustividad y proporcionalidad llevan décadas amenazadas por el sensacionalismo, que atribuye al periodismo rasgos de los productos excedentarios (Deuze; Witschge, 2018; Valhondo-Crego; Berrocal-Gonzalo, 2020). Este proceso se ha visto acrecentado por la irrupción digital de múltiples noticias falsas (fake news) en el panorama mediático, que devalúan el compromiso factual del periodismo (Nelson; Taneja, 2018). Se trata de un fenómeno que se produce en un contexto de proliferación de las plataformas en la Red, quebrando la lógica mediática convencional y sus bases éticas (Ward; Wasserman, 2010).
En cualquier caso, las nuevas tecnologías conllevan una oportunidad para ofrecer informaciones más abiertas y objetivas, como las que genera el periodismo de datos (Lesage; Hackett, 2014). Esta reciente especialización facilita la consecución de elevadas cotas de exhaustividad, así como de imparcialidad, siempre y cuando los datos busquen representar al conjunto de la sociedad (Cushion; Lewis; Callaghan, 2017). Lo que sí parece evidente es que las herramientas digitales proporcionan numerosa información de la audiencia, de tal forma que las empresas periodísticas pueden diseñar sus piezas en virtud de los públicos. Esta potencialidad ya fue advertida por Kovach y Rosenstiel (2001), siendo el periodismo de datos uno de sus mayores ejemplos a día de hoy para promover un ecosistema mediático más democrático.
2.9. Los periodistas tienen una responsabilidad con su conciencia
El trabajo de los profesionales de la información está sometido a la regulación legal, pero la responsabilidad que implica conlleva también la adopción de normas de autorregulación a la hora de desarrollar su actividad y dar cuenta de ella a la sociedad (Pritchard, 2000). El periodismo se ha dotado de códigos éticos que tratan de gestionar comportamientos profesionales que no están regulados jurídicamente (Frost, 2015; Editors’ Code of Practice Committee, 2018).
Términos como deontología, ética periodística, responsabilidad social o rendición de cuentas (accountability) refieren a distintos instrumentos no estatales (Bertrand, 2000), que convierten a autores y autoras de la información en «responsables de la calidad y de las consecuencias de aquello que publican». Junto a mecanismos tradicionales como la figura del ombudsman (Palau-Sampio; Gutiérrez-Lozano; Gómez Mompart, 2016) o los códigos éticos, los medios también han ido incorporando las diferentes opciones que permite el entorno digital (Domingo; Heikkilä, 2008). Comentarios digitales o reacciones a través de redes sociales favorecen la inmediatez y el intercambio directo entre audiencia y medios (Fengler et al., 2015; Craft; Vos; Wolfgang, 2016). Sin embargo, estas herramientas están lejos de responder a las necesidades de un diálogo fluido y algunos medios limitan su potencial al de un mero instrumento promocional.
Kovach y Rosenstiel apuestan por la conciencia personal de los y las periodistas en el ejercicio de la actividad, a partir de una cultura que aliente a la responsabilidad individual, en el sentido de que puedan expresar abiertamente su punto de vista para «anticipar y reflejar verazmente las cada vez más diversas perspectivas y necesidades» (2001: 250). Esta responsabilidad con la conciencia se ve favorecida desde las bases de una redacción que represente la pluralidad y diversidad en términos efectivos, «una diversidad intelectual, que comprenda y dé sentido a todas las demás» (2001: 259). Los autores no esconden, sin embargo, las dificultades para hacer efectiva esta participación, teniendo en cuenta la estructura jerárquica y la concentración de medios (2001: 249). A ella se suman los efectos de las presiones ejercidas sobre los propios profesionales que, como pone de manifiesto el estudio de la APM (2019), proceden en buena medida del propio medio. En un contexto de precariedad laboral, acompañado de nuevas oleadas de despidos (FAPE, 2020), la expresión de esta conciencia a la que apelaban Kovach y Rosenstiel se antoja difícil.
Esta diversidad intelectual y conciencia individual van ligadas no solo al compromiso personal de los periodistas que escapan a las rutinas y ejercen su trabajo desde la autonomía, sino también a la implicación de la ciudadanía, que tiene «su cuota de responsabilidad» (Kovach; Rosenstiel, 2001: 264). Dos décadas después, el balance dista de ser positivo en el avance hacia una corresponsabilidad en la calidad y transparencia de los medios. Mientras los periodistas se sienten particularmente responsables ante su conciencia, el código deontológico del periodismo y sus fuentes, la ciudadanía reclama, en cambio, responsabilidad ante la audiencia (Chaparro-Domínguez; Suárez-Villegas; Rodríguez-Martínez, 2020).
3. Discusión y resultados
A partir de la revisión de la obra clásica de Kovach y Rosenstiel, este trabajo ha intentado aproximarse al estado del periodismo en nuestros días. La irrupción y consolidación de las nuevas tecnologías no ha modificado per se los elementos definidos por estos dos autores, ni tampoco el propósito último de la profesión. Su dimensión democrática como servicio público que aporta información para la deliberación social sigue siendo referenciada por la literatura (Curran, 2010; Lück et al., 2018).
No obstante, la definición de la verdad periodística, entendida como un concepto primigenio de la información para Kovach y Rosenstiel (2001), se ha complicado con la irrupción de agentes externos al periodismo, nuevos formatos y el acceso no mediado de las fuentes a sus públicos, derivados de la transformación digital (Park, 2016; Perloff, 2019). Uno de los mayores problemas es la difusión masiva de falsedades (fake news) en la Red, canalizadas a través de todo tipo de dispositivos (Nelson; Taneja, 2018).
Asimismo, la emergencia de nuevos medios y formatos incide en la calidad periodística y en la esfera pública, amenazadas por los elementos disruptivos que caracterizan a la actual comunicación política (Blumler, 2018; Bimber; Gil de Zúñiga, 2020), en la cual el rol de la prensa está todavía por determinar. La hibridación mediática ha conllevado la aparición de modalidades que mezclan información y entretenimiento, radicalizando el mensaje e incorporando al debate público a actores que antes eran ajenos a este. El resultado es un presente sombrío para el periodismo, marcado por la escasa influencia social y los límites difusos de la actividad profesional, cada vez más entroncados con el infoentretenimiento. Los hechos pierden su carácter noticioso frente a las opiniones, lo que implica una devaluación de la factualidad, que hasta ahora constituía a priori el cimiento de las decisiones democráticas.
La proliferación digital de desinformación perjudicial para el bienestar democrático requiere precisamente de una labor esencialmente periodística, que ha de trascender de unos medios poco creíbles para amplias capas sociales. Este capítulo recoge que la degradación de la calidad informativa no parece revelarse como óbice para el mantenimiento de los elementos clásicos del periodismo. Grandes valores como la verdad, la independencia, la proporcionalidad, el compromiso o la responsabilidad se antojan fundamentales para una profesión más necesaria que nunca.
Asociados a los rasgos mencionados por Kovach y Rosenstiel (2001), en los últimos años se detectan interesantes iniciativas de fact-checking, que realizan labores de verificación fuera de unos medios tradicionales que renuncian a esa función. El auge de la verificación (Adair; Stencel, 2020) viene a demostrar la necesidad social de contar con herramientas para discernir los hechos de aquello que se basa en falsedades. Esta demanda es lo que impulsa la aparición de estos actores no mediáticos que se encargan de contrastar los distintos sucesos. Sin embargo, también surgen medios digitales hiperlocales y de colaboración ciudadana (Harcup, 2016), que priorizan la acción investigadora. Se observa así una cierta revitalización de esta modalidad periodística, en la que se presta una importante atención a la audiencia al intentar resolver sus inquietudes sociales.
El peso concedido al periodismo de investigación, tanto por las plataformas de fact-checking como por recientes iniciativas informativas, evidencia la vigencia de la perspectiva del periodista como vigilante del poder (watchdog). Esta función tradicional y a la vez central en el valor social de la profesión es objeto de interés académico por parte de los estudios sobre roles profesionales (Hanitzsch, 2007; Mellado, 2020). Su cumplimiento asegura tanto el control de los poderes públicos como la posibilidad de dar a conocer los problemas de la ciudadanía.
En resumen, la interrelación constante entre la lógica digital y el sistema mediático ha menguado la calidad informativa y alterado la dimensión del periodismo como foro público, pero no ha modificado los elementos constitutivos de la profesión que Kovach y Rosenstiel (2001) definieron en su certera aproximación. De hecho, la hibridación abre las puertas a nuevas prácticas comunicativas que pueden significar un fortalecimiento de funciones como la verificación o la vigilancia.
Lo que parece evidente es que, en un contexto de consumo informativo de naturaleza móvil y ubicua, los periodistas ya no actúan como únicos gatekeepers. Esto obliga a una reinterpretación de la noción de esfera pública, en la que, a pesar de la pujanza de las redes sociales, los criterios profesionales revisados en este capítulo deben ser más importantes que los simples retweets o likes para determinar la verdad. Fenómenos como la «infodemia» generada por la covid-19 han puesto de manifiesto la trascendencia de espolear la factualidad como base de la comunicación periodística.
Bibliografía
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Chillón Lorenzo, José Manuel (2007): «Verdad Informativa y veracidad informadora: ¿puede hacer algo el periodismo por la verdad?», Universitas philosophica, vol. 24, núm. 48, pp. 95-125.
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