Título del Capítulo «Notas para una ontología de la comunicación»
Autoría: Eduardo Vizer
Cómo citar este Capítulo: Vizer, E. (2016): «Notas para una ontología de la comunicación». En Vizer, E.; Vidales, C., Comunicación, campo(s), teorías y problemas. Una perspectiva internacional. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones..
ISBN: 978-84-15544-57-9
d.o.i.: https://doi.org/10.52495/c1.emcs.17.ei13
1. Notas para una ontología de la comunicación
Eduardo Andrés Vizer
1. ¿Qué hay de «comunicacional» en el campo de la comunicación?
La ontología general es considerada la disciplina más generalista, ya que aborda una cuestión fundamental: ¿por qué y cómo lo que es posible es posible? El espacio ontológico es el campo de estudio de la ontología, y el reino de todo lo que puede existir. Según el lógico Perzanowski (2011: 217) «la ontología general debe distinguirse de las particulares, las que derivan de la pregunta fundamental. Así por ejomplo, la metafísica es definida por la pregunta ‘cómo y porqué lo que existe es posible’, mientras que para la psicoontología la cuestión es ‘Cómo y por qué la psique es posible’? etc., etc.»
Existen tres abordajes para la ontología general: la relacional, la cualitativa y la de la Teoría General del Análisis y la Síntesis. Las nociones centrales para la primera son configuración y estructura. Para el abordaje cualitativo las dos nociones centrales son la noción de forma y la de cualidad, la que a su vez se divide en cualidad descriptiva y en determinante que alude a la idea de causalidad. Estas cuestiones nos llevan a preguntarnos por su relevancia para el tema fundamental que nos ocupará acá: cómo y por qué la comunicación es posible. Si a priori consideramos que existe, nos preguntamos por su configuración, sus estructuras, por sus formas y sus cualidades, las que a su vez describimos y buscamos analizar a través de sus posibles determinaciones. Estas nociones son centrales para el abordaje de toda ciencia social y veremos que se hallan en los argumentos que discutiremos en este trabajo. Vale la pena hacer la siguiente observación sobre una distinción epistemológica fundamental que existe entre las ciencias exactas y físicas sujetas a leyes (llamadas nomotéticas) y las sociales de orden ‘interpretativo’.
Cuando nos preguntamos por las ‘cualidades’ de un proceso de comunicación, nos preguntamos por su ‘configuración y su estructura’, por sus ‘formas y sus cualidades’, y en la literatura comunicacional vemos casi siempre interés teórico y práctico por las cualidades descriptivas, y no por las determinaciones, mientras que en las ciencias ‘nomotéticas’ siempre existe la presencia del modelo ideal de la explicación y la determinación. Y las razones para esta diferencia epistemológica se hallan en la concepción ontológica de base que existe sobre la comunicación como un proceso que puede ser analizado, descripto e interpretado, pero difícil o excepcionalmente ‘explicado’ científicamente desde el propio campo de la comunicación o la información. Casi siempre se introducen en la explicación hipótesis de naturaleza exterior a los procesos de la propia discursividad —entendida como lenguaje en un sentido restringido— introduciendo implícitamente en los análisis de la comunicación hipótesis sobre procesos originarios de la psicología, la biología la cultura, etc. No tanto sucede con la información, sobre la que siempre existe una impronta ingenieril como sustento epistemológico, ya sea que se la proyecte y aplique hacia procesos de la física o la biología de los seres vivos.
Estas distinciones a la vez ontológicas y epistemológicas no se hallan prácticamente en ninguna literatura sobre la comunicación en sentido estricto, ni de manera explícita ni implícita, pero ya en los estudios sobre los procesos de la mediatización social, o sea, sobre las influencias de las tecnologías, los medios de información y comunicación, la digitalización y sus profundas implicaciones sobre las sociedades y las culturas humanas, ‘las cuestiones ontológica y la antropológica’ se deben plantear con toda seriedad y profundidad. La comunicación mediatizada, si bien aún puede ser entendida como propiedad de la ‘naturaleza humana’ en un sentido antropológico tradicional, corresponde a un orden de escala y complejidad totalmente nuevo en el desarrollo de los procesos civilizatorios. El signo y el significante de la palabra enunciada por la boca humana o el papel escrito no han muerto en el mundo virtual o en las ‘escrituras’ de los lenguajes digitales, pero en tanto soportes de la comunicación humana se han transfigurado en elementos o ‘recursos polisémicos’. Esto porque dentro de las nuevas dinámicas ecológicas en que nos toca vivir (en especial en las ciudades y en los conglomerados humanos urbanizados) nuestras diferentes ecologías —desde la física, pasando por la social y la simbólica— son sustentadas en la física y la ingeniería de la información.
Si el signo y el significante han sufrido una transfiguración radical como soportes básicos de la comunicación, la construcción de ‘significados’ viene sufriendo traducciones, muertes, resurrecciones y una búsqueda casi desesperada por nuevos signos y nuevos valores capaces de poner cierto orden interpretativo en la confusión impuesta por los procesos de mediatización, ya que éstos imponen transformaciones revolucionarias en todos los órdenes de la vida humana. En la investigación académica, la ‘realidad ontológica’ ha sido segmentada en pequeñas parcelas de estudio (o bien en su contrario, grandes generalizaciones abstractas, poco fructíferas para el avance del campo). Y en general la preocupación por cuestiones relevantes de la realidad ha ido cediendo espacios para las inquietudes metodológicas (versión modesta de la epistemología). La búsqueda ontológica de fundamentos para los procesos de comunicación viene así sufriendo por un lado el embate del empirismo y por el otro la acusación de representar una mera forma de filosofía pobre. Para analizar los procesos de información o de la comunicación, y entender los procesos de mediatización de las sociedades humanas, se halla siempre —aunque sea de manera implícita— una concepción paradigmática de base ontológica: sea el cuerpo, el cerebro, el organismo viviente, sus transformaciones o el ‘intercambio de información’ en la propia naturaleza. Así, deberíamos preguntarnos «¿qué hay de comunicación en las ciencias y en el amplio campo de cuestiones a las que llamamos comunicación?», ¿de qué clase de comunicación estamos hablando cuando teorizamos e investigamos sobre ella?
Lo que comúnmente se denomina «Ciencias de la Comunicación» se compone de una diversidad conceptual enorme de temas y objetos. Son resultantes de la multiplicidad de abordajes y miradas sobre la comunicación que ha generado una confusión no resuelta entre campos de estudio, objetos de análisis, metodologías y definiciones pasibles de delimitar una especificidad conceptual mínima pero indispensable para la elaboración de un andamiaje intelectual capaz de promover una práctica de construcción de conocimiento con cierto grado de ‘normalización’, y con rasgos de especificidad que permitan su reconocimiento como ‘ciencia’. Entendemos que no todas las ciencias puedan o deban acceder a una normalización en el sentido presentado por Popper (1993) para una ‘ciencia normal’. Pero, de hecho, la historia de las ciencias nos muestra que la construcción de un campo de conocimiento científico requiere de ciertos núcleos conceptuales, reglas y/o convenciones asumidas implícitamente entre una comunidad de personas interesadas en desarrollar una serie de cuestiones-problemas compartidos o bien coincidentes. Éste no ha sido el caso en la historia aún relativamente breve de la comunicación. La multiplicidad de cuestiones y problemas abordados seguramente ha sido mayor a la de otras ciencias sociales. Creemos que esto no es solo un indicador de la complejidad y cantidad de objetos que se ofrecen para abordar su estudio, sino de las complicaciones que presenta un campo de conocimiento que se ve obligado a lidiar con varios y diferentes ‘niveles de realidad’, como se decía en los años sesenta: de los procesos mentales y lingüísticos a los sociales, de los políticos a los históricos, tecnológicos y económicos. Podemos brevemente señalar algunas de las características que presentan las ciencias a lo largo de su genealogía:
Para proseguir nuestras reflexiones, tomaré como una de las referencias posibles para ejemplificar las complejidades del campo la propuesta de metodología cuadrangular de Bruyne y colaboradores (1991) presentada en 1974 como una alternativa al positivismo y a la dicotomía tradicional entre el método cuantitativo y el cualitativo en boga en ese tiempo. Esa es una metodología adoptada y defendida por varios autores para la investigación en ciencias sociales. Básicamente, se trata de una propuesta que considera cuatro polos que deben formar parte de cualquier investigación: epistemológico, teórico, morfológico y técnico. Las mayores dificultades en la investigación comunicacional se hallan en los dos primeros, pero con diferentes matices y cuestiones: mientras la dimensión epistemológica encierra (o debería ocuparse) del núcleo fundamental de problemas sobre la especificidad y las distinciones del campo de la comunicación y su asociación con disciplinas diversas, la dimensión teórica muchas veces tiende a ser abordada como un problema de selección entre diferentes teorías, de acuerdo al objetivo del investigador. O sea, una cuestión de ‘ésta teoría o aquélla..’. Generalmente esta cuestión es resuelta pragmáticamente: se elige la teoría que parece más apropiada a los objetivos de una investigación, sin profundizar demasiado en las implicancias fuertes sobre su incumbencia para el campo de la comunicación en tanto disciplina o área de conocimiento en construcción. El pragmatismo parece sellar la suerte de esta área de conocimiento con un equívoco que podríamos comparar a las diferencias entre una ‘información aplicable’ y un conocimiento más ambicioso y teóricamente más riguroso sobre su naturaleza.
Varios autores han señalado la vigencia de la observación de Merton (1968) sobre la necesidad de construir teorías de alcance medio. Hace medio siglo atrás señalaba la necesidad de superar las limitaciones teóricas de las investigaciones de carácter micro sociológico, así como también la inmadurez del campo sociológico para trabajar sobre teorías de gran alcance. Sus observaciones son plenamente aplicables a la situación del campo de la comunicación. A priori, es un problema indecidible, ya que dependerá precisamente del abordaje epistemológico que se pretenda asumir. Hoy en día ya nadie cree que el edificio del conocimiento se construye ‘brick by brick’ (o ladrillo a ladrillo) y que los avances se dan forzosamente acumulando experiencias limitadas. Y tampoco existen acuerdos amplios y compartidos sobre una naturaleza específica de los procesos comunicacionales. Por el contrario, ni hay acuerdo generalizado sobre si el campo debe constituirse como una disciplina, una interdisciplina, o una ‘transdisciplina’, y ni aun sobre su cientificidad en sentido estricto. Donde parece haber mayor acuerdo compartido es sobre la esencia intrínsecamente semiótica de los procesos de comunicación. Sobre su naturaleza de ‘puente’ entre los procesos de la subjetividad humana y los contextos del ‘afuera’, ya sea el contexto social, el tecnológico, cultural, económico o político.
La hipótesis sobre la naturaleza ‘constructiva’ de la comunicación3 en la conformación permanente de las subjetividades, constituye posiblemente la afirmación epistemológica más fuerte para marcar una especificidad para el campo. E incidiendo implícitamente sobre el ‘afuera’, como en una moneda de dos caras, también sobre los procesos de construcción —de modificación o de reconstrucción— de los múltiples contextos de vida social a partir de las interacciones y los procesos ‘internos’ que los individuos pueden expresar y ‘exteriorizar’. Es a este proceso de modificación y adecuación del afuera al que en otros escritos denominé como un ‘cultivo’ del contexto por parte de los individuos y de sus interacciones mutuas y con el medio circundante, ya sea éste físico, material o estrictamente humano. Estos son los procesos que la literatura comunicacional y sociológica ha denominado mundos de la vida, donde las fronteras entre el adentro y el afuera, lo físico y lo psíquico, el mundo personal y el colectivo, el mundo material y el cultural se funden, construyendo un ‘mundo de la vida emergente’, con sentido ontológico nuevo. En el mundo de la comunicación, el adentro y el afuera, el individuo y sus contextos, el lenguaje y la acción, los símbolos y los procesos cognitivos se constituyen mutuamente, haciendo prácticamente indiscernible separar las diferentes instancias de un proceso que conforma una estructura de origen a la vez antropológica, cultural, psíquica y tecnológica (merced a las tecnologías y ahora especialmente las TIC’s.) Una estructura de vida humana emergente, a la vez compleja y evanescente para la ciencia normal. ¿Cómo abordar la complejidad de esta nueva forma de vida civilizada sin hacer reduccionismo? ¿Cuáles pueden ser las nuevas ‘teorías de medio alcance’ que nos permitan contar con una brújula teórica que, a su vez, nos permita avanzar en este bosque sin quedar limitados a la visión del árbol que tenemos enfrente?
Varias disciplinas nos han propuesto brújulas teóricas para alumbrar partes del bosque: la sociología de los medios de comunicación; la psicología de la comunicación, los procesos de recepción y la psicología de las masas; la semiología y la semiótica de los lenguajes; la proxémica, y hasta la economía de la información y la comunicación,4 donde los medios ocupan una posición intermedia entre la cultura y el poder económico y político. Todas parecen alumbrar aspectos y cuestiones relevantes de lo que se ha convenido en denominar comunicación. ¿No será esta palabra una etiqueta, o una convención lingüística para referirnos a un proceso que reúne un conjunto de instancias y procesos ontológicamente diferenciados entre sí? Si este fuera el caso, ¿qué sentido tendría seguir hablando de una disciplina de la comunicación, cuando deberíamos aceptar que el campo se constituye como una multiplicidad de conocimientos y objetos teóricos diversos que tienden a entrecruzarse entre sí solamente cuando nos enfrentamos a un problema concreto de investigación, o al requerimiento formal de los organismos de financiación a la investigación? Las teorías de la comunicación han operado generalmente como metáforas o alegorías sobre diferentes miradas hacia los procesos y los posibles objetos de la comunicación.
Estas cuestiones nos llevan a pensar en el ejemplo que presentan las ‘ciencias de la vida’, las que configuran un conjunto de disciplinas y saberes a los que se considera asociados al estudio de los procesos en los sistemas vivientes, o sea, los organismos vivos. Puede parecer chocante a muchos la comparación que proponemos entre las ciencias de la vida y las de la comunicación, pero realmente encontramos una gran equivalencia y puntos de interés en común entre ambas. Las primeras reúnen un conjunto enorme y complejo de objetos de estudio y, al mismo tiempo, proponen un universo filosófico común, además del interés teórico y empírico por diferentes formas y estructuras vivientes. ¿Qué condiciones geológicas, físicas y químicas han sido necesarias para hacer posible el surgimiento de la vida? ¿Cuáles son las propiedades y condiciones del entorno y del propio sistema vivo que hacen posible su supervivencia y crecimiento? Si reemplazamos ‘ciencias de la vida’ por ciencias de la información o de la comunicación, y nos preguntamos por las condiciones históricas y los orígenes filogenéticos de la capacidad del cerebro animal y el humano para procesar información, para generar lenguaje y desarrollar capacidad semiótica, estamos explícitamente asociando ambos conjuntos de ciencias y llevándolas hacia posibles convergencias e interdependencias mutuas. El concepto de información ha cumplido precisamente un papel estratégico en establecer puentes teóricos (a veces como una mera metáfora) y comparaciones entre procesos físicos, biológicos, técnicos y mentales (como por ejemplo la tesis —ahora prácticamente en desuso— sobre el cerebro como mero procesador de información, trasladado a la inteligencia artificial.) En otras palabras, se ha abierto la posibilidad de superar la barrera que parecía infranqueable entre las ciencias biológicas, las sociales y las cognitivas, abriendo un campo de exploración enormemente fructífero y promisor, en especial tomando en cuenta que muchos de los avances científicos se realizan en el trabajo sobre cuestiones de frontera entre disciplinas diversas.5 Así como la sociología ha recurrido a analogías (a veces peligrosas) entre sistemas biológicos y sistemas sociales, los primeros estudios sobre los medios de comunicación se han hecho aplicando presupuestos teóricos y analogías con procesos sociológicos y con los modelos matemáticos de la comunicación y, posteriormente, con modelos originados en la teoría de los sistemas. La condición humana es inseparable de la evolución de sus capacidades semióticas, y éstas lo son de sus condiciones de vida. El conocimiento sobre los sistemas vivientes requiere inevitablemente conocer sus capacidades y dispositivos específicos para establecer intercambios y el ‘procesamiento de información’ con su entorno. Y el ser humano se ha desarrollado, sobrevivido e impuesto sobre condiciones ambientales desfavorables gracias sobre todo a su potencialidad semiótica.
El problema no se reduce ni resuelve afirmando que el término ‘comunicación’ implica simplemente una convención semántica o sociológica para reunir conocimientos diversos, y que por ende no existe un verdadero problema, ya que tampoco existe nada ontológicamente en común entre las diferentes disciplinas que abordan las cuestiones de la comunicación. ¿Acaso no hay nada en común entre las infinitas formas de vida, entre las bacterias y nosotros? ¿Quién puede afirmar que no existe algo más profundo en común entre la comunicación y los procesos biológicos en los seres vivos, o las conversaciones entre dos personas en la calle y las señales que llegan a las pantallas de nuestras computadoras, celulares y hasta a los chips que algunos individuos se insertan en sus cuerpos? ¿Qué es lo que podemos considerar efectivamente una esencia específica que existe en ese proceso, ese hecho en común? ¿No sería sobre todo ese proceso el que epistemológica y teóricamente nos interesa conocer?6 ¿Existe una ontología propia que debemos explorar? ¿Una ontología de la comunicación tal como consideramos que existe una ontología de la vida? ¿Una ontología que forzosamente nos lleva a su historia, a sus orígenes antropológicos, biológicos y culturales? ¿Hasta dónde una ontología de la comunicación no constituye una dimensión central para la comprensión de la vida social de la que se ocupa la sociología, la antropología o la psicología?
Debemos abordar la comunicación humana como un proceso de emergencia y organización de ciertas estructuras vivientes y sus procesos concomitantes, en tanto el hombre es un animal histórico, cultural y social, y además un explorador y constructor permanente de estructuras de sentido. Una emergencia evolutiva que solo se hizo posible merced a las funciones y la capacidad semiótica del ser humano. Una emergencia biológica, histórica, social y cultural que solo ha sido posible por la capacidad del cerebro y de las redes neuronales para manipular símbolos, lo que a su vez condicionó durante generaciones la evolución de estructuras cerebrales y los procesos mentales que emergen de las interrelaciones de los individuos con su medio físico y social, movilizando y provocando una dinámica biopsíquica, social y cultural en la que el ser humano nace y evoluciona. Por último, ha sido esta emergencia de funciones semióticas en el animal humano la que lo ha llevado a construir (cultivar) el medio ambiente en que ha vivido. Y a su vez a cultivar una vida social y cultural cada vez más compleja y ahora integrada físicamente a través de nuevas tecnologías en red. No parece una exageración sospechar que, tal vez, se encuentre un basamento teórico para los estudios de la evolución en el desarrollo de investigaciones sobre la naturaleza de las funciones semióticas que el ser humano ha desarrollado. En la capacidad del cerebro para crear, manipular y compartir símbolos colectivamente. Seguramente es esta capacidad del cerebro para procesar estímulos, señales e información, la que ha permitido la emergencia de lo que llamamos ‘mente’, y su dinámica a la vez material y simbólica. Es hoy una tesis fuerte la hipótesis de que esta dinámica, a la vez física, biológica y cultural que constituye al ser humano, le ha permitido vivir en una ontología propia y diferenciada (un Umwelt, un entorno condicionado por el hombre). Un organismo que sobrevive mediante una permanente exploración de signos, señales, lenguajes, símbolos, imágenes y, también, imaginarios que constituyen la vida en sociedad (equivalente a lo que en los términos de la tradición de los estudios de comunicación se ha denominado ‘mundos de la vida’), donde se combinan lo personal con lo colectivo, lo físico material con lo simbólico y lo imaginario, integrados en la formación de la identidad personal.
Para el investigador canadiense R. Logan, este proceso complejo se puede resumir en una ecuación que propone la siguiente formulación para la articulación entre el lenguaje, la cultura y el cerebro:
¿Cómo no reconocer que estas complejas formaciones biopsicosociales a lo largo de la evolución humana han conformado un orden nuevo y emergente en la vida de la especie, y que convendría estudiarlas como ‘ontologías emergentes de la vida y la comunicación’, reuniendo a un mismo tiempo la vida cotidiana con las condiciones necesarias para una ciencia de la semiosis? No podemos olvidar que los procesos de semiosis han surgido evolutivamente en la historia biológica, social y cultural de la especie. Entiendo que una hipótesis tan general y amplia sobre la comunicación obligaría a una reinterpretación de las teorías micro, meso y macro comunicacionales. Como construir conocimiento reconocible por la comunidad científica exige un recorte de los hechos a ser estudiados, una delimitación de carácter ontológico sobre el universo real a ser abordado, los procesos de la comunicación —entendidos en su complejidad real— difícilmente respondan a los criterios que exigen las ciencias naturales, y aun las ciencias sociales. La ciencia exige un cierto grado de materialidad, objetividad y comprobabilidad (y en lo posible refutabilidad) para sus hipótesis y teorías. Y esto es precisamente lo que pueden aportar disciplinas y miradas diversas que ayudan a contextualizar los procesos de comunicación y su carácter a la vez objetivo y subjetivo, social y cultural simbólico.7 Y al mismo tiempo permite investigar su materialidad física: lenguajes, imágenes y textos, su naturaleza a la vez cognitiva, sensorial, sensible y emocional, tanto subjetiva como objetiva, individual y colectiva. Tomamos en consideración la materialidad ontológica de los hechos y los acontecimientos sociales, las tecnologías y las producciones humanas —que la tradición antropológica subdividió en cultura material y cultura simbólica— tanto como los procesos de naturaleza biológica y mental que abordan las ciencias cognitivas. La comunicación se halla en todas estas manifestaciones, haciendo difícil señalar unas sobre otras, ya que todas hacen a la construcción de la vida humana —los mundos de la vida— tal como la concebimos como una distinción propia del género humano. La naturaleza evanescente de la comunicación como un proceso de mediación permanente dificulta definirla y circunscribirla empírica y ontológicamente. Por eso es que diferentes disciplinas que abordan procesos de comunicación se adjudican la preeminencia de uno u otro abordaje: desde la semiótica a la ingeniería, de la antropología a las ciencias cognitivas. La búsqueda de una definición ontológica de su objeto de conocimiento ayudaría a dar cierta tranquilidad mental y un asidero de precaria materialidad a los investigadores de la comunicación.
Tal vez uno de los mayores aportes de Jesús Martín Barbero (1997) a los estudios de la comunicación sea el ‘giro epistemológico’ emprendido en los años ochenta en su libro liminar: De los medios a las mediaciones. Ayudó a tomar conciencia de la endeblez de las teorías centradas en un objetivismo reduccionista, reducido a abordar los medios como el único objeto central del conocimiento comunicacional, abriendo las mentes a los procesos simbólicos y culturales, y a la definición del campo como el universo de las mediaciones sociales, a su vez construidas a través de dispositivos mediáticos pero que no se reducen a ellos. Mediaciones a la vez físicas y semióticas que las nuevas tecnologías de comunicación e información han abierto a una concepción ecológica, a una ontología no reduccionista de la comunicación como proceso abierto y a la vez incluyente de la subjetividad humana, la cultura, la vida social, los viejos y nuevos ‘lenguajes’ de la virtualidad, y las estructuras abiertas de los procesos técnicos que recrean las nuevas formas ontológicas de vida en la cultura tecnológica del siglo XXI.
Para Saussure (2008) cien años atrás el sistema de la lengua constituyó una nueva ciencia del lenguaje, así como unas décadas antes la filosofía y la lógica habían constituido las bases epistemológicas del conocimiento sobre los procesos de la semiosis para Peirce (1999). Mientras Saussure —o los alumnos que reunieron sus trabajos— dio origen a una nueva disciplina del lenguaje que lo concebía bajo dos perspectivas: la disciplinaria del ‘sistema de la lengua’, la lange, y otra asociada a sus prácticas, a una inabordable e incierta ciencia de la parole, la palabra hablada, Peirce y sus herederos intelectuales siguieron otro camino. La semiótica y la teoría de los signos no debían renunciar a sus orígenes filosóficos ni a la amplitud y riqueza de un abordaje más próximo a una reflexión lógica sobre la ontología de la semiosis. Para la escuela francesa y continental, el modelo ideal de conocimiento sobre el lenguaje constituyó el paradigma de la disciplina científica, en cambio para la norteamericana, una ciencia de los signos debía conservar su asociación histórica con la filosofía, la lógica y la pragmática. Para Peirce el signo no es una ‘entidad’, un objeto monolítico, sino un complejo de relaciones triádicas con poder de autogeneración, como un proceso en continuidad temporal, como devenir. La semiosis es una relación de momentos dentro de un proceso recursivo e ininterrumpido, lo que guarda en relación con la semiología de Saussure cierta asociación con la noción de parole, más que con la del sistema de la lange, precisamente la que el estudioso suizo consideraba un objeto de estudio científico poco viable, y no sujeto a reglas. Esta postura epistemológica originalmente confinó la semiología histórica continental al estudio de las reglas y las estructuras, y no de los procesos y las conversaciones en la realidad social, lo que sí hizo la Escuela de Chicago desde su comienzo, donde la pragmática de la comunicación cobró un lugar central, precisamente al revés de lo que implícitamente rechazaba Saussure, por considerarlo inabordable científicamente.
Cuando un campo de investigación (disciplinario, interdisciplinario, o transdisciplinario) se encuentra sumido en décadas de incertidumbre y discusiones sobre su objeto, sus procesos, su estatus incierto de ciencia; sujeto a imbricaciones entre disciplinas múltiples, a prácticas, influencias y cambios tecnológicos y sociales, no podemos asegurar que los problemas de construcción de conocimiento sean solamente de naturaleza teórica epistemológica, ya que la velocidad, la amplitud y profundidad creciente de los cambios que imponen las transformaciones tecnológicas a todos los órdenes de la sociedad superan la capacidad de reflexión y consolidación de teorías, modelos e interpretaciones establecidas. Sobre el status epistemológico de la comunicación se han volcado mares de tinta, publicaciones y reflexiones teóricas. Si durante algunas décadas del siglo XX la pujanza universal de los medios de comunicación permitió la elaboración de modelos teóricos que respondían más o menos aceptablemente a las cuestiones planteadas por el cine, la radio y la televisión analógicas como procesos unidireccionales entre un emisor y una multitud de receptores ‘pasivos’, la digitalización y los usos de nuevas tecnologías están haciendo explotar y multiplicar exponencialmente las intersecciones e interdependencias entre la tecnología, la economía, la política y la cultura. La presente cultura tecnológica ha transformado desde la infraestructura física de las ciudades, sometiéndolas a un control inteligente y permanente merced a la informatización (como el llamado Internet de las cosas que interconecta los objetos de una ‘ciudad inteligente’), pasando por las incesantes transformaciones en la economía productiva, hasta la producción de cambios revolucionarios en las propias prácticas sociotécnicas y culturales de los seres humanos que las habitan.
En esta ecología material de cambios objetivos permanentes, de innovaciones técnicas que inducen a una aceleración creciente del tiempo y la reducción del espacio físico, en forma paralela se viene multiplicando la generación de nuevos espacios virtuales. Se han transformado totalmente no solo nuestras ecologías físicas, sino las concepciones y teorías con las que pretendimos darles sentido. Las teorías han quedado paulatinamente desfasadas de las cuestiones y problemas para las que fueron pensadas y construidas. Las creencias establecidas pierden su función de interpretación y adjudicación de sentido para las realidades sociales, económicas y culturales, pierden la funcionalidad estratégica para dirigir, orientar y regular procesos de acción social, desde lo individual a lo colectivo. En términos sociológicos diríamos que surge la anomia, una degradación de las funciones de autorregulación de los sistemas (económicos, judiciales, de gobierno, de organización de los saberes). En términos cibernéticos diríamos que surge una entropía creciente en las formas de organizar conjuntos de órdenes sociales. Los sistemas de organización económica, social y política, ya sea en sus aspectos materiales como simbólicos, los que teóricamente debían acompañan a los hechos y las prácticas de producción, de información y de comunicación en forma permanente, dejan de ser válidos para el desarrollo y mantenimiento de cada orden social.8 Las ideas, estrategias, conocimientos y teorías precedentes, elaboradas, aprendidas o adaptadas a situaciones y tópicos anteriores no logran generar y sostener un conocimiento capaz de elaborar ‘islas de orden’ y una certidumbre racional. Unos años atrás hubiéramos dicho que epistemológicamente se produce un quiebre de paradigmas, y una efervescencia de modelos teóricos sustentados como metáforas que pretenden tener mayor legitimidad que la que realmente merecen en tanto hipótesis científicas.
Tal vez las discusiones han surgido sobre todo por una sensación de minusvalía frente a otras ciencias (muchas veces más nuevas que la de la comunicación). La confusión puede ser madre de inquietudes y búsquedas a veces fructíferas, pero la incertidumbre también tiende a paralizar, a cerrar prematuramente la búsqueda de esclarecimiento conceptual. Aunque también surge una búsqueda por los orígenes, la revisión incesante de modelos, de conceptos y teorías que caracteriza al campo desde hace muchas décadas. Tal vez no ha sido el enfoque epistemológico establecido en la segunda mitad del siglo XX el más acertado para abordar las incertidumbres de la comunicación. Tal vez recibió mucha más atención cierta endeblez teórica y epistemológica de los estudios de comunicación, y no se ha dado la debida atención a un abordaje de orden más ‘ontológico’. Por ejemplo, analizar en una dimensión histórica y antropológica —y no solo psicológica o sociológica— a los procesos dialógicos de la vida social, o las relaciones entre los productos de los medios (programas de radio, películas, géneros televisivos, etc.) con el contexto sociocultural en el que surgen desde comienzos del siglo XX, o sea, un mayor interés en perspectivas de análisis de orden diacrónico, más que meramente sincrónicos. La sociología proyectaba su modo de pensar macro social al análisis de los públicos de los medios, sus ‘efectos’ en el consumo y en el poder de manipulación simbólica de palabras e imágenes, pero no tanto en los cambios que implicaban sobre la percepción (salvo el ejemplo audaz de las intuiciones ecológicas de McLuhan.) Los estudios sobre la construcción de la identidad y los nuevos modos de relacionamiento social, las representaciones y los imaginarios sociales aparecen algo tardíamente y tal vez es precisamente en esos órdenes donde se estaban gestando los grandes cambios culturales y mentales. El centro de análisis se hallaba en los medios, en su poder bastante magnificado de control social y en los procesos de emisión; pero los cambios menos visibles a la vista se hallaban en otro lado. Podemos decir que si los estudios de los dispositivos de emisión y la organización de los medios tienen un andamiaje conceptual y ofrecen un interés de carácter sociológico y político, los estudios de la recepción han requerido en mayor grado de la psicología, de la percepción y el orden cultural. Pareciera que se hubiera producido un cisma entre estas perspectivas y que se estuviera hablando de objetos y realidades totalmente diferentes —y posiblemente sea así—. Al fin y al cabo, cuando se habla de los medios se está pensando en (sub)sistemas sociotécnicos operando como mediadores dentro de los sistemas sociales, y cuando se habla de los efectos de la recepción sobre los individuos y los grupos, se está hablando del hombre (o de los seres humanos) como sistemas biopsíquicos.
Muchos han renunciado al desafío, apuntando hacia ‘arriba’ —las complejidades de un campo signado por la transdisciplinariedad— o bien hacia el ‘abajo’, en las prácticas ateóricas y multifacéticas de los haceres aplicados al mercado o la vida cotidiana. La comunicación, como un dios omnipresente parece estar en todos lados y en ninguno. Hasta parece más fácil hablar de lo que la comunicación no es, de su debilidad teórica frente a otros campos de conocimiento o frente a disciplinas recientes, o de sus fracasos en establecer una ‘comunicación efectiva’, o el entendimiento en la vida política y cotidiana. Es más fácil hablar de sus flaquezas que de sus logros en esclarecer la naturaleza efectiva de las prácticas de comunicación, de su ‘ser social’ como proceso de creación de discursos, de sentidos, su naturaleza creadora de lazos sociales, o bien pensar la comunicación como una práctica estratégica de planificación de la intervención en instituciones, comunidades y en la generación de universos culturales, y su efectividad simbólica. Hubo hasta definiciones de la comunicación como ciencia de los márgenes, como área desteñida del saber entre las ciencias, o bien una disciplina de cruce entre las humanidades y las tecnologías, o entre las ciencias cognitivas y las ingenierías informacionales. Pero seguramente la asociación más fuerte se ha establecido con las ciencias sociales, de una importancia fundamental y aportes que muchas veces no han sido reconocidas por éstas. Seguramente la estrategia fundamental para abordar la multiplicidad de campos de conocimiento y disciplinas que puedan configurar un campo de la comunicación diferenciado y con identidad propia, consiste en profundizar las articulaciones e interrelaciones que definen la comunicación con la marca de una inquietante ‘transversalidad’ (Deleuze & Guattari, 1997).9 Si la perspectiva transversal puede llevar la ‘visión horizontal’ hacia una amplitud temática de múltiples cuestiones, problemas y objetos de estudio, la ‘verticalidad’ deberá aportar a una perspectiva de profundización conceptual en cada tema. Paulatinamente, podría ir configurándose una convergencia de temas, de objetos y de abordajes compartidos hacia un núcleo de cuestiones interrelacionadas y hasta tal vez definitorias de una problemática común. Podemos mencionar como ejemplos de conjuntos de cuestiones compartidas en diferentes abordajes de la comunicación: la problemática del sentido, los formatos de diferentes lenguajes, las cuestiones del discurso, la cognición, las prácticas cotidianas como procesos semióticos y de construcción de sentido, las tecnologías, la cultura, la organización de instituciones y comunidades y hasta el mundo psíquico, todos como procesos de emergencia y producción de sentido.
En La trama (in)visible de la vida social. Comunicación, sentido y realidad (2003, 2006, 2012) definí la comunicación como el estudio recursivo de los procesos de construcción de sentido sobre los procesos de construcción de sentido en la vida social, teniendo como una característica fundamental la recursividad de los procesos de comunicación, la necesidad de ‘funcionar’ articulando diferentes niveles de organización del lenguaje. Niveles que funcionan permanentemente como bucles que se arman de manera referencial, o sea, en relaciones de referencia lógica unos de otros. Este ha sido precisamente la característica que los teóricos de la comunicación han denominado muy adecuadamente como metacomunicación, un proceso sin el cual las relaciones humanas, la organización y la construcción de sentido serían totalmente imposibles. A su vez, las teorías de la comunicación serían así consideradas como una construcción de metáforas inferenciales sobre los procesos de construcción de sentido. La comunicación se halla explícita o implícitamente asociada a los procesos de interpretación, y es precisamente la construcción de metáforas10 e inferencias la que ayuda a referenciar y sintetizar ideas, proposiciones, planes de acción, propuestas y acuerdos sobre situaciones, o bien sobre conflictos y visiones de mundo, ya sean contrapuestas o compartidas.
Tanto las nociones de lenguaje como la de sentido presentan una centralidad absolutamente fundamental para la problemática de la comunicación. Nos remiten directamente a las preguntas sobre las interrelaciones tanto ontológicas como epistemológicas entre la infinidad de prácticas, tecnologías y soportes de la información y la comunicación social en un sentido ‘horizontal’, así como verticalmente a las cuestiones de la especificidad de cada construcción teórica sobre las prácticas de comunicación. Como contracara de cada especificidad de los lenguajes y las prácticas y en directa relación epistemológica, se encuentran las preguntas sobre los rasgos y procesos compartidos entre estas especificidades. Este es el proceso a través del cual las diferentes ciencias construyen un campo disciplinario común: una especie de zigzag entre las especificidades que guardan relación lógica y ontológica entre sí, y la horizontalidad de diferentes campos, prácticas y tecnologías. La construcción y el desarrollo de un campo de conocimiento, una disciplina o una ciencia, no pueden proseguir y crecer sino mediante el entrecruzamiento de su verticalidad con su horizontalidad.
En el caso de la construcción de conocimiento sobre la comunicación, estos procesos transversales se han visto obstaculizados, cuando no impedidos por varias razones: por un lado una multiplicidad de abordajes teóricos muchas veces incongruentes entre sí, y una discusión interminable sobre la especificidad de la comunicación abordada como lenguaje, como práctica social, o como cultura (los tres dominios centrales reconocidos como relevantes y propios de la comunicación.) Por otro lado, la increíble velocidad y multiplicación de tecnologías, soportes y prácticas de información y de comunicación. La identidad específica de una ciencia del sentido parece diluirse y confundirse con la multiplicación de los soportes y las prácticas que crecen de manera exponencial. Las diferentes teorías que pretendieron dar cuenta de su especificidad propia quedan rápidamente superadas y obsoletas. Así es como entendemos las dificultades que han surgido para construir conocimiento sobre los procesos de la mediatización social, la aparición de nuevos lenguajes y relaciones entre múltiples medios de infocomunicación que operan sobre diferentes plataformas y soportes mediáticos. La semiosis del lenguaje o la lectura desarrollados a partir de Sausurre o la semiosis de Peirce sufren procesos de replanteo permanente, donde éste último parece conservar mayor poder de análisis que el primero sobre los procesos de indicialidad que marcan a la mediatización creciente de nuestras sociedades. Ya no solo de los lenguajes y los medios sino de la vida social concreta a través de las tecnologías digitales, a través de la conexión permanente (connectedness), como señala la literatura sobre las redes sociales y los sistemas de vigilancia y control.11
En síntesis, podemos decir que la ‘verticalidad’ del campo queda subsumida en la velocidad y la multiplicación de sus procesos de horizontalidad. Y en relación con esta metáfora agreguemos que la construcción teórica de un campo de la comunicación en tanto construcción epistemológica, se ve obligada a redefinirse ontológicamente de manera constante. Durante siglos, el libro y la lectura sentaron un paradigma que parecía permanente y estable: texto, soporte del texto, lector y lenguaje. Con la invasión de las nuevas tecnologías y dispositivos de información y comunicación digitales, ya no se trata solo de la multiplicación y las transformaciones de los soportes y las pantallas omnipresentes en absolutamente todos los órdenes de la vida social. No se trata solo de la producción de nuevas textualidades, sino de las complejísimas influencias y condicionalidades que se le imponen a los sentidos y a los procesos de percepción e interpretación para los nuevos ‘lectores’. Se han modificado radicalmente los procesos de percepción, de atención, de relación entre los sentidos y los procesos cognitivos. Se han generado nuevas —y revolucionarias— espacialidades, nuevos órdenes de realidad y nuevas temporalidades, produciendo lo que podemos considerar una especie de ‘emergencia ontológica’ de nuevos contextos y ambientes para la vida humana, todo merced a nuevas tecnologías y modalidades de referenciar al mundo, a los otros y a la cultura. En términos de la Teoría de Sistemas diríamos que las TIC han hecho emerger nuevos entornos (así como Umwelts) y nuevas topologías en las que se construyen hoy los sistemas sociales. Paralelamente, el ser humano se ha visto obligado a reconstruir de manera contante sus redes cognitivas, a realizar —consciente o inconscientemente— nuevas asociaciones mentales entre los sentidos y las lógicas de interpretación que le permitan generar cierto orden y sentido dentro del caos de permanentes estimulaciones perceptuales a que lo somete el bombardeo interminable de mensajes, estímulos e informaciones. A todos los cuales está obligado a filtrar, rechazar o procesar a fin de sostener cierta ‘normalidad’ en la reconstrucción de su mundo de la vida dentro de entornos cada día más inciertos e imprevisibles.
5. ¿Tendría sentido pensar una ontología o una topología de la comunicación?
No es muy común asociar las reflexiones sobre la comunicación a una cuestión de naturaleza ontológica, ya que se tiende a confundir la noción de ontología con la cuestión de los dispositivos, los objetos empíricos o la técnica aplicada. Una postura empirista (sobre la radio, el cine, la televisión o los dispositivos digitales) oscurece la profundidad y complejidad de las implicaciones filosóficas y sociales que introducen las tecnologías en la vida de las sociedades. Pero tal vez sea orientándonos hacia éste sendero complejo y lleno de incertidumbres, y permanentes preguntas que exceden las fronteras de la ciencia ‘normal’ —en el sentido dado por Thomas Kuhn— donde la comunicación pueda hallar ciertas certezas. Al fin y al cabo, fueron aquéllas disciplinas que lograron definir mejor sus postulados ontológicos y su(s) objeto(s) de estudio las que lograron históricamente una mayor claridad en su exposición, mayor legitimidad y reconocimiento, mayor certeza en sus descripciones y explicaciones. En la búsqueda por ‘desentrañar’ lo comunicacional, el investigador brasileño J.L.Braga señala que «desentrañar lo comunicacional no corresponde a definir un ‘territorio’ aparte, ni temas, objetos o métodos que nos sean exclusivos, sino desarollar preguntas e hipótesis más allá de las que ya fueron hechas por las otras ciencias humanas y sociales; las que no las harán porque sobrepasarían su ámbito de interés y las lógicas de su campo de conocimiento» (Braga, 2011: 72). El mismo investigador define a la comunicación como un proceso que transforma lenguajes, códigos e instituciones sociales. Esto amplía el ámbito de la comunicación más allá de los abordajes meramente semiológicos o culturalistas —que constituyen una gran mayoría de los estudios que se realizan—, de modo que el campo de la comunicación evidentemente excedería lo estrictamente semiótico, derivando sus inquietudes hacia preguntas sobre los orígenes y condicionantes de las transformaciones sociales, culturales, semióticas y antropológicas. Luego, (2011: 66) afirma que «el objeto de la comunicación no puede ser aprehendido en tanto ‘cosas’, ni ‘temas’ sino como un cierto tipo de procesos epistémicamente caracterizados por una perspectiva comunicacional —nuestro esfuerzo es el de percibir procesos sociales en general bajo la óptica que busca en ellos la distinción del fenómeno (comunicacional)—.» Lo relevante para este autor sería que nuestras conjeturas sean testadas por su capacidad para «explicitar procesos que se pretenden caracterizar como un ‘fenómeno comunicacional’». E. Yamamoto (2013) propone un cuadro esquemático de la comunicación de acuerdo a Braga.
Naturaleza |
proceso instituyente |
Modelo |
Comunicación = código + inferencias. |
Objeto |
Transformaciones sistémicas |
Método |
Indiciario e inferencial |
Fuente: Yamamoto (2013: 106).
Si algo no ha faltado en la breve historia de la comunicación es una sobreabundancia de ‘objetos’ de estudio, de modelos teóricos, de temas y de investigaciones empíricas sobre una infinidad de temas y tópicos. Tampoco han faltado las macro interpretaciones y las proposiciones ideológicas reduccionistas extrapoladas teórica y empíricamente. La ‘naturaleza identitaria’ de los procesos de comunicación —así como de las concepciones sobre la naturaleza de la información, la computación, la digitalización, la cultura digital o las implicaciones del trabajo abstracto en el llamado capitalismo cognitivo y la sociedad de la información— han venido atormentando los cerebros inquietos que no se conforman con abordajes meramente empíricos, simplificantes o reduccionistas. Los análisis y las interpretaciones sobre los cambios revolucionarios que han introducido las tecnologías infocomunicacionales en los modos de producir, conectarse con el mundo y vivir, han dejado bastante envejecidas a metáforas tales como la ‘sociedad del espectáculo’. El espectáculo ha sido una marca identititaria para la era de los medios analógicos en la sociedad de masas del siglo XX. Guy Debord comenzaba su obra La Sociedad del Espectáculo señalando que «toda la vida de las sociedades en donde rigen las condiciones modernas de producción se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que antes se vivía directamente se aleja ahora en una representación» (p. 57). Esta «era de la representación» ya no responde al orden ontológico del siglo XXI, mejor categorizado por la multiplicidad de topologías sociotécnicas, por infinidad de protocolos de información, por algoritmos matemáticos y por nuevas prácticas culturales y sociotécnicas; nuevas convergencias, desvíos y transformaciones en las tendencias de las configuraciones comunicativas (Andreas Hepp, 2014: 46). Estas configuraciones comunicativas han trastrocado la ecuación secuencial entre emisión y recepción, promoviendo a cualquier espectador a actor y a todo actor en espectador, ‘the show never stops, it always goes on, the show is yourself’.12
Este autor, al referirse a los procesos de mediatización social creciente, sostiene que existen dos tradiciones de investigación, la institucionalista y la socioconstructivista, la primera orientada hacia los medios masivos con una influencia signada por la ‘lógica de los medios’, y la segunda enfocada hacia las prácticas de comunicación cotidianas «especialmente aquellas relacionadas con los medios digitales y con la comunicación personal» (p.47). Los medios masivos en el siglo XX se desarrollaron según el modelo de la empresa (privada o estatal), se instituyeron como organizaciones productivas centradas en lógicas de producción y en el desarrollo de estrategias de difusión de sus productos para mercados de consumo de cine, radio y televisión. Sus lógicas de producción, difusión y consumo implicaban el desarrollo de capacidad para crear un producto espectáculo, un producto mediático a ser consumido en locales físicos debidamente acondicionados para el acto de consumo masivo. El producto mediático debía ser producido por especialistas que respondían a una división física del trabajo con modalidades organizativas especializadas (camarógrafos, escritores, directores, etc.) El acto de consumo requirió también de una ambientación física: lugares, salas de proyección, horarios, espacios organizados, etc. La era de los medios masivos requería productos, ambientes físicos de distribución y consumo, agentes capacitados para cumplir funciones y labores específicas, la creación de ambientaciones para consumo social masivo en la modalidad de espectáculos, horarios, costos de producción, distribución y consumo, etc. Todo este complejo proceso de organización constituyó una topología físico material diferenciada durante el siglo XX. Este proceso social y económico de producción y consumo de espectáculos masivos surge porque la modernidad ha ido generando paralelamente a la técnica del mundo social material, nuevas formas de subjetividad, o lo que llamaremos nuevas topologías de la subjetividad. Una nueva ontología de los mundos de la vida en la (pos)modernidad donde las TIC instalan nuevas prácticas que reconfiguran el rol (antes pasivo) de los individuos y las comunidades, contribuyendo al mismo tiempo a generar la emergencia de una individualidad y una subjetividad activa, expresiva, conectada, a la vez material y virtual, individualista y comunitaria.
Este conjunto de actores, prácticas sociales y técnicas, modos de producción de espectáculos, uso de dispositivos técnicos, apropiación, reelaboración y procesamiento de relatos anteriores originados en formatos preexistentes (libros, folletos, creencias populares, ritos, símbolos, formas artísticas, lenguajes, pinturas, etc.) conforman hoy los recursos que una comunidad o una sociedad atesoran como tradición, y también como recursos permanentes que pueden ser seleccionados, combinados y reconvertidos en producciones técnico culturales nuevas para cualquier soporte o dispositivo. Lo que se llama transmediación en sí misma representa la puesta en escena de nuevas topologías mediáticas.
En la era de los medios y la producción masiva de bienes culturales, el modo de producción requería de actores y gestores especializados en la producción para diferentes mercados y públicos consumidores (artistas, escritores, técnicos, publicistas, etc.). En el nuevo paradigma sociocultural signado por las tecnologías de digitalización, la multiplicación y extensión global de las infraestructuras en red tienden a reducir aceleradamente el alcance de la producción cultural en los moldes anteriores. Es el proceso que marca los conflictos y la competencia de los viejos conglomerados de medios asediados por las nuevas producciones de la cibercultura y los consumidores insaciables de información, de experiencias directas de convivialidad, participación social e intercambio de comunicación en tiempo real. Es este proceso el que caracteriza nuestra era de conexión permanente (connectedness). Cualquier ‘post’, video o imagen atractiva puesta en Internet, puede conseguir en minutos una audiencia de millones de personas, lo que en épocas históricas no solo era imposible, sino que hubiera llevado décadas. La grabación casera de un gatito haciendo piruetas o caminando sobre el teclado del piano consigue miles de veces más espectadores que la Gioconda original. Ambas producciones son inasimilables e incomparables entre sí, aunque ambas son válidas en todo sentido dentro de su propio contexto sociocultural y simbólico. Recalco: ambas conforman ‘topologías’ diferentes en el sentido que atribuyo al término. Podemos así preguntarnos por las diferencias específicas entre ambos tomando como ejemplo una comparación entre la Gioconda y nuestro gatito.
Tomemos nuevamente a Peirce: los registros de ‘primeridad’ entre el retrato de la Gioconda y la de la imagen del gato en internet son de orden diferente, pero si la Gioconda es digitalizada ambas primeridades corresponden a un mismo soporte real en un sentido ‘ontológico’ —o topológico— y así es registrado por nuestra percepción. Si abordamos la cuestión desde su ‘secundidad’, comienzan a aparecer diferencias notables en cuanto a ‘relaciones de segundo grado’ (el andar del gato, el sonido de las teclas del piano, etc.) aunque las diferencias entre el gato y la pintura no pasan de la percepción diferente que tenemos debido a características del dispositivo y el soporte técnico de Internet. ¿Cuál es entonces la diferencia entre la ‘naturaleza real y topológica’ de la Gioconda y la del gato? Peirce nos diría que se puede resumir en que la diferencia surge desde la ‘terceridad’. Prosiguiendo con el análisis, debemos preguntarnos por la naturaleza específica de esta terceridad. Peirce nos respondería de manera sintética: consiste en la cultura que tenga internalizada el observador como intérprete, su formación, sus conocimientos, su historia personal. Podemos decir que es la topología simbólica del mundo de la cultura la que nos posibilita como observadores situados recurrir al bagaje de símbolos, lenguajes y creencias que hemos ido aprendiendo a internalizar y procesar a lo largo de la vida como intérpretes. Tanto el gatito como la Gioconda requieren de una interpretación de signos, índices y símbolos sobre su terceridad en tanto ‘actantes’ de topologías diferentes que requieren de nuestra subjetividad para entender su ‘contenido’, su significación.
Antropológicamente, podemos decir que estos ‘conjuntos’ socioculturales realmente conforman no solo un modo de producción en un sentido económico, sino un conjunto topológico ontológico de (re)construcción de mundos de la vida en situaciones y sociedades determinadas. La cualidad identitaria que los distingue, consiste precisamente no en sus partes o elementos, sino en su ‘funcionamiento’ como un conjunto sociocultural, técnico material y simbólico, su identidad organizativa. Podemos considerar al gatito y la Gioconda como ‘objetos’ de topologías con diferentes niveles de significación, dependiendo del soporte real y del contexto en que se manifiestan. En la pantalla digital, se manifiestan en un nivel de primeridad como contacto y percepción de índices y señales, símbolos u objetos del mundo virtual. Luego en un nivel de secundidad observamos que se conforma una acción por contigüidad entre signos y señales y con otros objetos relacionados entre sí por indicialidad (forzando un poco las comparaciones podemos relacionar este nivel con los procesos denominados de metonimia, de percepción de una secuencia y una dinámica, tomando como ejemplo los movimientos del gatito.) Y terceridad sería el mundo simbólico que emerge del proceso de interpretación, donde ésta se hace posible merced a relaciones simbólicas y cognitivas de un nivel de abstracción que sobrepasa a la percepción propiamente dicha, ya que emerge de las interrelaciones con el mundo de la experiencia (la que se ha construido a lo largo de la vida en el contacto con otros gatitos, o en el caso de la Gioconda con el mundo de la pintura, los museos, la historia de la pintura, la sutileza de los gestos humanos en la sonrisa apenas insinuada de la Gioconda, y aún la propia amplitud de conocimientos de un espectador intérprete.)
Puede parecer bastante obvio este análisis, sin embargo sirve para mostrar algunas complejidades de las mudanzas objetivas (y subjetivas) que las tecnologías digitales de la virtualidad están operando no solamente sobre los seres humanos y sus relaciones con el mundo real sino para la cultura, las instituciones y la propia transformación de nuestras sociedades. Tiempo y espacio mediatizados han replanteado la propia naturaleza de nuestros entornos físicos y culturales, divorciándolos de las percepciones intuitivas, tradicionales e históricas sobre el espacio y el tiempo, siempre considerados unívocos para la realidad del mundo cotidiano. Los ejemplos del gatito y de la Gioconda son exponentes ejemplares de nuestras nuevas ontologías digitales, de los diferentes niveles de interpretación y complejidad que nos presenta la cultura digital (ahora ya pós) posmoderna que ha mediatizado las relaciones con lo real hasta el punto de traducirlo y reconstruirlo en lenguajes artificiales más allá del lenguaje humano natural. Los nuevos espacios ontológicos y sus dimensiones temporales y espaciales clásicas han sido recreados o ‘traducidos’ en soportes y dispositivos técnicos que a su vez replantean la construcción, la representación y la interpretación de nuevos lenguajes. Desde un nivel de análisis semiótico, son éstos los grandes cambios que la mediatización ha impuesto no solo sobre los medios y sus lenguajes, y sobre la comunicación de la gente en la vida cotidiana, sino sobre las instituciones sociales, las acciones de los hombres y las manifestaciones culturales.
Posiblemente uno de los cambios revolucionarios en las relaciones entre la realidad y sus representaciones históricas y prehistóricas en la pintura, la escultura —y desde el siglo XIX en la fotografía y luego el cine y la televisión— consiste en que las tecnologías virtuales y la digitalización se fundan en procesos de indicialidad y contigüidad, de copresencia ontológica e interdependiente entre lo representado y el observador, redefiniendo no solo sus relaciones mutuas sino la propia naturaleza del observador. Éste ya no puede ser ni pasivo ni neutro y ni aún menos lo representado (el objeto), porque ontológicamente las nuevas tecnologías han hecho emerger un nuevo tipo de relación y de copresencia espacial y temporal entre ambos. Se ha hecho totalmente tenue la separación entre realidad y ficción, así como las definiciones claras que las separaban en la modernidad. Podemos decir que la posmodernidad revela como una de sus características, precisamente, una ineludible necesidad de redefinición entre ambas y las implicaciones que esto conlleva, a nivel macro para múltiples dinámicas institucionales (de la noción de representación a la presentificación) y a nivel micro para las relaciones interpersonales y las concepciones de ciudadanía.
Para los teóricos e investigadores de la comunicación las implicaciones para las teorías de la comunicación han sido hasta la actualidad más bien preocupaciones de un orden epistemológico, ya que la pretensión de construir una ciencia en el sentido más estricto del término precisaba de conceptos y términos objetivamente establecidos y reconocidos, precisaba de ‘metáforas fuertes’ (emisor-mensaje-receptor; fuente y destino; públicos; medios; lenguaje y cultura de masas, etc.) La política, la sociología y la semiótica sausereana proveían muchas de estas metáforas teóricas que brindaban una aparente solidez teórica a las construcciones conceptuales sobre los procesos de comunicación. Pero las TIC, la digitalización y la virtualización requieren dar mayor preeminencia a los soportes físicos y tecnológicos de la comunicación. A los procesos de la metonimia sobre la metáfora, a la dinámica, las transformaciones y a una auténtica redefinición ecológica del universo de los signos. Ha cambiado la ontología de la comunicación, y con ella una creciente obsolescencia de los conceptos teóricos que pretendieron dar cuenta de su dinámica y sus procesos de construcción de sentido. Podríamos sintetizar la actualidad del desafío teórico en una fórmula algo simple como la siguiente ecuación: ¿cómo iremos de las metáforas de la representación teórica, a la metonimia de la indicialidad y la contigüidad? Y finalmente: ¿cómo transformaremos el conocimiento adquirido en un nuevo orden conceptual, y en un discurso ‘científicamente fructífero’ y con pretensiones de validez reconocible que supere las limitaciones de la inferencia teórica?
Antes de ocuparnos de las líneas teóricas, prefiero adelantar brevemente una hipótesis respecto a la segunda pregunta. Si las primeras preocupaciones teóricas con la aparición del cine, la radio y la televisión se centraban sobre todo en el poder de la emisión y sus efectos sobre la recepción en los públicos, con el surgimiento avasallador de las TIC y el crecimiento de la circulación de mensajes en las redes y a través de múltiples plataformas, la circulación se transforma en un factor predominante para entender las transformaciones actuales que la mediatización universal produce en todas las escalas: en los órdenes social, cultural, el político y el económico. El crecimiento exponencial del poder técnico para producir y hacer circular y replicar mensajes a través de las clases, las comunidades y los países, corroe y transforma todas las prácticas existentes sentando las bases para transformaciones de orden civilizatorio. Parafraseando y traduciendo a Jenkins (2014: 366) «La propagación de textos de los medios nos ayuda a expresar quiénes somos, a reforzar nuestros relacionamientos personales y profesionales, a fortalecer nuestras relaciones unos con otros, a construir una comunidad y a concientizar más personas sobre los asuntos con los cuales nos preocupamos.» Los procesos de circulación de mensajes, sentidos y valores, bastante relegados en los análisis clásicos, cobran así una importancia estratégica para abordar cuestiones de teoría de la comunicación, incluyendo las implicancias físicas y ecológicas en las que se materializan los procesos de comunicación.
Vamos a comentar ahora sobre tres líneas teóricas que presentan en la actualidad las teorías más reconocidas sobre la mediatización. Por un lado tenemos una línea de investigación que pone el foco de análisis sobre los procesos de institucionalización (desde la perspectiva de la interacción social) y desarrollando las líneas de análisis que los estudios de los medios siguieron durante el siglo XX para abordar el desarrollo de la radio, el cine y la televisión. Tenemos como exponente de esta línea al danés Stig Hjarvard (2014), asumiendo la influencia de la teoría de la estructuración de Giddens y entendiendo la «mediatización como un proceso recíproco entre los medios y otros dominios o campos sociales», y su objetivo central es desarrollar un «cuadro teórico emergente de lógicas institucionales» (2014: 25). Por el otro está Andreas Hepp, que contrapone la tradición institucionalista a la socioconstructivista (2014). Sostiene que «ambas concuerdan que la mediatización es el concepto que capta la interrelación entre las mudanzas de los medios y de la comunicación, y de la cultura y la sociedad» (Hepp, 2014: 45). Finalmente tenemos la postura de Verón (2014, 13), que propone una perspectiva semioantropológica de larga duración sobre la mediatización, y sostiene que «los procesos mediáticos son una característica universal de todas las sociedades humanas.» Analiza las consecuencias del fenómeno mediático de exteriorización de los procesos mentales y sus relaciones con los procesos de aceleración del tiempo histórico, así como las rupturas entre el espacio y el tiempo producidos por los dispositivos técnicos. Verón centra en estas rupturas (antropológicas e históricas) los problemas fundamentales de las modificaciones introducidas por los procesos de mediatización para abordar las cuestiones sociales y culturales que se presentan en la actualidad, condicionada como nunca antes por una cultura tecnológica omnipresente.
Los medios, al ‘mediar’ entre actores sociales, por un lado quiebran la naturalidad de tiempo y espacio, y por el otro abren la posibilidad de investigaciones tanto de carácter institucional como socioconstructivo en el sentido mencionado por Hepp. Hay que señalar, además, la necesidad de tomar en cuenta la existencia e incidencia de las diferentes dimensiones y topologías que operan no solamente a nivel físico de los sentidos humanos, sino también sobre las configuraciones cognoscitivas (lenguajes, lógicas y procesos de interpretación), así como a nivel de los imaginarios colectivos. Debemos subrayar especialmente la importancia de estos tres ‘niveles’ (el sensible, el cognitivo y el simbólico imaginario) operando dentro de la mediación entre actores sociales y entre procesos institucionales y culturales, en tanto topologías que deben tenerse en cuenta al estudiar los procesos de construcción de sentido, tanto desde una perspectiva epistemológica como ontológica. La construcción de sentido es comúnmente vista como un proceso de naturaleza abstracta y subjetiva, en que tiende a disminuir relativamente la incidencia fundamental de los sustratos físicos y biológicos en que se realiza el proceso de construcción de sentido (a nivel fisiológico, corporal y nervioso), sustratos que forman parte fundamental e ineludible del proceso. A nivel de los sentidos y la percepción, tenemos por un lado la ‘(a)percepción’ de los estímulos externos, y por el otro los que tienen origen en el propio cuerpo. A nivel cognitivo se considera el proceso de formación de sentido como puramente abstracto y racional, siendo abordado sobre todo bajo la perspectiva semiótico lingüística, o bien a la luz de metáforas informacionales como la teoría del procesamiento de información o las perspectivas cognitivas.
No es común que se considere de relevancia en las investigaciones la enorme incidencia del mundo de las emociones, las representaciones sociales y los imaginarios tanto colectivos como personales. Para una gran mayoría de los estudiosos de la comunicación, las ciencias cognitivas aún representan un campo extraño y misterioso. Quiero volver a remarcar la necesidad de tomar en cuenta la multiplicidad de instancias que juegan en el proceso de formación del sentido. Y creo de interés recordar la proposición que desde su interpretación del Psicoanálisis realiza Jacques Lacan sobre tres ‘registros de lo real’: simbólico, imaginario y real. Efectivamente, hoy sabemos que nunca percibimos objetivamente lo ‘real’ sin que se realice un procesamiento y una interpretación a partir de múltiples registros y estímulos, a la vez externos e internos. Lo que estamos discutiendo aquí es la vieja cuestión del lenguaje, de la construcción de sentido y de la ‘construcción de la propia realidad’. Con relación a estos puntos más adelante me referiré a la vinculación de los lenguajes con objetos reales o virtuales como procesos de referenciación (una objetivación del sentido) y la tesis de la ‘construcción de la realidad’. Quiero mencionar a esta altura una cita de Nick Couldry (2003: 83) «Para algunos filósofos, pero no todos, esta relación está mediada por una entidad psicológica, imagen mental de una persona, o un concepto sobre el objeto que es referido.» La importancia de los niveles simbólico, psicológico e imaginario en los procesos de construcción de sentido es reforzada, recalcando la complejidad y la interdisciplinariedad requerida para el desarrollo de un conocimiento no reduccionista sobre éstos procesos.
Para abordar las cuestiones presentadas en el presente epígrafe salta a la vista la complejidad y cantidad de problemas y teorías que se presentan para abordar la investigación sobre los procesos de comunicación en el contexto presente de la mediatización social. Andreas Hepp (2014), al sostener la tradición socioconstructivista alude a la noción de configuración cognoscitiva. Sobre esta última noción, en «la configuración cognoscitiva del campo de la investigación académica de la comunicación» el investigador mexicano Fuentes Navarro (1996: 243) menciona una investigación de la que surgen los siguientes «Marcos disciplinarios» que encuadran la investigación en comunicación: sociológicos, comunicacionales, históricos, educativos, antropológicos, epistemológico-metodológicos, económico-políticos, lingüístico-semióticos, entre otros.
Si los estudios sobre los primeros medios en el siglo XX requerían ésta multiplicidad de abordajes, se hace obvia la dificultad señalada anteriormente respecto a la transversalidad: decíamos que «si la perspectiva transversal puede llevar a la ‘visión horizontal’ hacia una amplitud temática de múltiples cuestiones, problemas y objetos de estudio, la ‘verticalidad’ deberá aportar a una perspectiva de profundización […] Paulatinamente, podría ir configurándose una convergencia de temas, de objetos y de abordajes compartidos hacia un núcleo de cuestiones interrelacionadas definitorias de una problemática común.» Y la noción de configuración cognoscitiva no solo es útil para trabajar sobre una epistemología de los estudios de comunicación, sino sobre la influencia de los medios operando sobre la configuración cognoscitiva de las mentes de los individuos en el campo real de tramas, actores, instituciones y lógicas compartidas de los hechos mediáticos. Un conjunto de procesos sistémicos que operan en tanto topologías (o una incipiente ontología) de la esfera de la comunicación entre los medios, las instituciones, las mentes de los individuos y la cultura. Fuentes Navarro menciona que «la formulación de Vizer puede servir como descripción inicial del carácter cognoscitivo del estudio de la comunicación»:
Si bien esta formulación la realicé a comienzos de los años noventa pensando en los medios analógicos, creo que puede ser válida para reflexionar sobre la omnipresencia transversal y la interdependencia sistémica entre los medios, las organizaciones y los procesos de mediatización de nuestras sociedades. La figura actual de la sociedad en red, la multiplicidad e interdependencia global entre instituciones, los actores sociales y las tecnologías de la información y la virtualidad, no hace sino profundizar la necesidad de abordar sus problemáticas desde perspectivas no reduccionistas ni estrictamente disciplinarias: la información y la comunicación constituyen en sí mismas la savia que realimenta y da sentido a todas las redes permanentemente. Para entender el funcionamiento y la supervivencia ontológica de este ecosistema, creo que permanece vigente «la necesidad de un ‘dispositivo’ comunicacional transdisciplinario, ya que numerosas disciplinas han requerido —tanto por necesidad teórica como por ejercicio de su práctica— el ‘auxilio’ de conceptos, modelos y abordajes comunicacionales (como la psicología, la economía, la sociología, la antropología y otras disciplinas)» (Vizer, 1994: 364).13 Sostenía en esos años que una característica central que marcaba un rasgo específico para las teorías de la comunicación era su naturaleza recursiva: la conceptualización teórica de la comunicación como un metadiscurso (sobre los propios procesos de comunicación.) Como reflexión sobre la necesidad de ‘un dispositivo teórico, un discurso sobre el sentido y sobre los propios discursos que construyen sentido (como en el caso de los procesos de comunicación dentro de los cuales construimos sentido en la vida cotidiana)’. Esta postura nos acerca ahora muchísimo al pensamiento de R. Craig (1999) y la necesidad de pensar como objetivo la construcción de una especie de matriz central que reúna problemas compartidos por las diversas disciplinas que ‘hablan de comunicación’:
Por último, podemos decir que este escenario nos requiere teórica, crítica y epistemológicamente discutir y argumentar con las teorías de la complejidad (Morin y otros), con Von Foerster y la Teoría de Sistemas, y otras. También nos acerca al McLuhan de la visión ecológica de las tecnologías de los medios, y demanda a Bruno Latour y la teoría del Actor-red. La hipermediatización universal nos sumerge en semióticas y entornos icónico-indiciales (icónicos como el cine, indiciales como la televisión.) Y aquí es donde nos reencontramos curiosamente con Jacques Lacan y su propuesta de los 3 registros de realidad: imaginario, simbólico y ‘real’. Estos 3 registros pueden ser planteados también como registros de la comunicación y de los procesos de construcción de sentido. El sentido no puede operar, o al menos hacerse inteligible, sin la articulación entre los 3 registros y las ‘interfases’ que se establecen entre ellos haciendo posible la interpretación. Esta es a la vez real (la materialidad de un discurso), simbólica (los códigos del lenguaje), e imaginaria (la memoria, las metáforas, las imágenes que despierta un mensaje). Si entendemos la realidad cotidiana en el sentido de estos tres registros, la comunicación se presenta prácticamente como un proceso fundamental del que formamos parte activamente desde el propio nacimiento. Un proceso complejo y multidimensional en el que participamos desde antes de comenzar a hablar en la infancia, y dentro y a través del cual se forma y desarrolla la personalidad humana. Una verdadera ecología de la vida humana en comunidad. Una teoría de la comunicación no reduccionista se presenta como una perspectiva teórica comunicacional sobre estas ecologías humanas.14
Como toda producción humana, los medios de comunicación existen y se mantienen porque su propia lógica de funcionamiento busca y desarrolla todas las posibilidades y soportes, todos los canales y registros que les permita captar la atención de usuarios presentes o futuros, reales o imaginarios. En los cursos de comunicación acostumbro recalcar la importancia de la noción de ‘referencia’,15 como una relación entre el lenguaje y un objeto externo al mismo. En segundo lugar creo válido sostener que los mayores avances en comunicación se consiguen al establecer hipótesis de trabajo bi-disciplinarias, reforzando el argumento del refuerzo entre disciplinas que ayuden a relacionar procesos de comunicación con actividades y proposiciones de otras disciplinas, ya que los procesos semióticos de referenciación tienden a ser precisamente efectos o emergentes de actividades, contextos, situaciones o procesos muchas veces ajenos al ámbito semiótico, ámbitos que precisan del proceso semiótico para realimentarse de información imprescindible para realizar su propia dinámica, desde organismos simples hasta los seres humanos.
En este sentido, asociando un proceso semiótico como el de referencia a un proceso ecológico, propongo tres dimensiones topológicas fundamentales que definen la especificidad semiótica de las prácticas de comunicación: una dimensión de ‘referenciación’ como un proceso, una práctica o acción de establecer una relación entre el mundo objetal externo y un acto de lenguaje, una palabra, una frase, una imagen u otro objeto. Al mismo tiempo que esta relación es de naturaleza simbólica, o semiótica, se genera una acción de objetivación, de ‘poner afuera’, de «exteriorización de los procesos mentales en la forma de dispositivos materiales (los medios)» (Verón, 2014: 14). La asociación de la noción de referenciación con la hipótesis de la comunicación como construcción de realidad salta a la vista. Con esta asociación también surge una hipótesis fuerte que sostiene que los procesos de referenciación, asociados a los objetos del mundo —e incluyendo obviamente a otros humanos— tienden finalmente a construir una ontología ‘real’ que emerge como consecuencia de la ‘topología comunicacional’ del lenguaje, una topología (o topologías) de orden tanto ‘real, como simbólica e imaginaria’. Surge inmediatamente una asociación inevitable con la noción fenomenológica de ‘mundos de la vida’. Mundos donde las fronteras entre el afuera y el adentro, lo objetivo y lo subjetivo se relativizan, perdiendo la rigidez unívoca de un realismo estrechamente materialista. Es claro que investigar los procesos de comunicación y construcción de sentido desde estas perspectivas requiere de nuevos abordajes teóricos y una concepción antropológica e histórica de la epistemología que sobrepasa los marcos disciplinarios de la lingüística, la sociología o de las ciencias cognitivas. Por ejemplo, N. Couldry (2003-2004), observa la posición intermedia de los medios entre el polo económico y el cultural, y afirma que esta posición le otorga un interés especial al análisis de los media como campo de investigación unitario, y propone como encuadre de análisis la aplicación de la teoría del campo planteada por Bourdieu.
Una segunda dimensión que menciono es la ‘interreferenciación’, o sea, la necesidad de establecer y mantener vínculos con el Otro (una referenciación mutua entre seres vivos o semejantes, los que al ‘referenciarse y objetivarse’ mutuamente, en una interacción de co-construcción de relaciones, hacen emerger un contexto topológico común y compartido, un vínculo y un espacio específicamente «social».) Por último, propongo la dimensión de ‘auto referenciación’ (Vizer, 2003, 2006, 2012) como la práctica semiótica de ‘exteriorización’ de una identidad (individuo, grupo, institución o colectivo social) poniendo en evidencia la propia existencia como entidad-identidad individual ante los otros, ante el mundo y ante sí mismo. Es en esta dimensión de la auto referencia donde las palabras y los gestos del sujeto (emisor individual o colectivo, voluntario o involuntario) reflexivamente coinciden con el propio sujeto comunicante (se torna un objeto de su propia habla, hace referencia a sí mismo, ya sea que lo haga de manera explícita o no.) Con su sola presencia, el sujeto u actor social —aun antes de hablar— genera un espacio, una topología que lo pone en evidencia (por eso la Escuela de Palo Alto decía que es imposible no comunicar), y ese acto de «hablar» lo instituye ante todo el mundo como una identidad, como sujeto existente y real ante los otros y el mundo. Una topología de la identidad que se puede expresar en palabras, gestos, imágenes, tonos de voz, presencia física o vestimenta.
Estas tres dimensiones requieren concentrar nuestra atención:
a) en una práctica topológica de referenciación, una exteriorización o la producción objetiva de objetos de sentido o contextos (a través de un texto, una conducta, una charla, una imagen, un evento organizado o un acontecimiento, hasta llegar finalmente a una construcción cultural organizada en la forma de institución, etc.) En otras palabras, una especie de topología o bien una economía semiótica de producción de signos y significados (una expresión de la «construcción social de la realidad».)
b) Una práctica de construcción de una topología de redes y relaciones entre seres humanos a fin de conseguir y mantener el establecimiento de lazos sociales. Las redes sociales (como interreferenciación social) representan un ejemplo relevante, por un lado como modalidad de prácticas concretas (o bien virtuales) de creación de vínculos, y por el otro como un ejemplo concreto de topología emergente, —como en el caso generalmente conflictivo de la política, ya sea instituida y organizada formalmente (como organismos de Estado) o bien ‘instituyente’ como en los movimientos de protesta o de masas—. Estas relaciones interreferenciales también se manifiestan empíricamente como un espacio de prácticas sociotécnicas (como en la economía, los modos y prácticas de producción y las tecnologías.) Estos procesos sociales y técnicos en red son ampliamente investigados con metodologías sumamente precisas elaboradas originalmente en la Segunda Guerra Mundial por los matemáticos húngaros Erdos y Rényi, y que han dado origen a nuevas técnicas de estudio de redes sociales.
c) Por último, la actividad comunicativa que todo sujeto o actor social realiza de manera implícita o explícita, en principio para afirmar la propia identidad o bien ‘llamar la atención sobre la persona’, desde individuos a empresas, clubes de fútbol o agencias de gobierno hasta entidades internacionales. Las prácticas auto referenciales contribuyen al reconocimiento social, a la afirmación de la identidad y al ejercicio de la expresión personal. Todos necesarios para conseguir la atención del ‘Otro’ sobre uno mismo, sobre la propia ‘identidad’ (ya sea que se trate de un individuo, de una institución, una etnia, una comunidad o un país, a través del ‘trabajo’ que realiza el actor social a fin de generar un ‘capital propio’ por medio del aumento de la atención de los otros sobre sí, planteado así en términos de Bourdieu-Couldry.) Creo que las tres funciones o dimensiones de la comunicación permiten hallar un nexo fuerte por un lado entre los procesos semióticos como procesos ‘mentales’, y por el otro con la acción corporal y social, con las prácticas de la vida cotidiana. Y así también se establecen relaciones con los ambientes topológicos en que se desarrolla la vida que llamamos ‘social’: el ambiente físico, el social y el simbólico cultural. Esta perspectiva permite quebrar la separación entre lo ‘mental’ y lo físico como entidades totalmente dicotómicas e irreductibles entre sí, permitiendo abordar los procesos de comunicación como conjuntos de una ontología a un mismo tiempo semiótica y físico material (en buena medida, creo que la teoría del Actor-Red persigue un objetivo similar.)
En la evolución histórica de las sociedades observamos la emergencia, la competencia y lucha entre (id)entidades institucionales que plantean de manera implícita o bien explícita su propia auto referencia y aun la búsqueda por la consolidación de una hegemonía entendida como valor universal, además de la diferenciación o distinción ante el resto de la sociedad. Tenemos así las figuras y representaciones del Estado y el gobierno, del sistema judicial, religioso, educacional, productivo, de salud, etc. La Modernidad europea implicó precisamente el reconocimiento de esta autonomía identitaria por parte de instituciones que históricamente solo habían representado un apéndice del poder religioso o del sistema de gobierno, teniendo como ejemplos la Edad Media europea o las teocracias de la actualidad, en especial en el mundo islámico, donde el propio Estado se halla sujeto y supeditado a la (id)entidad y los valores de la religión como institución suprema. El comunismo chino o ruso del siglo XX reemplazaron la institución religiosa por una entidad intelectual ideológica, retrotrayendo la historia a una realización ideológica del racionalismo de los ideales del Iluminismo, una suerte de monoteísmo intelectual ateo sustentado en la (id)entidad autorreferente del Partido y el Estado. Y con perdón del lector, creo que no sería exagerado sostener que en Occidente en el siglo XXI estamos viviendo un proceso que podríamos denominar con cierto humor como ‘monoteísmo de mercado’, donde el valor central de referencia se halla sustentado en las identidades de las instituciones financieras más que las específicamente económicas.
Así, no creo que se exagere cuando se habla de que nos hallamos ante la emergencia de nuevas modalidades civilizatorias. Una emergencia que no permite hablar —al menos en el presente— de ‘evolución’. En primer lugar porque la noción de evolución se refiere a largos períodos de tiempo, y después porque habría que definir qué se entiende por tal. Creo más adecuado pensar en términos de emergencia: de nuevas y más complejas formas de organización social, nuevas modalidades de establecimiento de lazos institucionales y sociales a través de la tecnificación tanto de la economía productiva como de la política, la gobernabilidad y el control social. También podemos referirnos a la emergencia y el crecimiento del acervo de conocimientos y experiencias registradas por las comunidades humanas, o sea, el aumento del ‘stock’ de reservas de información y conocimiento, paralelamente al crecimiento de la capacidad para procesar enormes masas de información gracias a los propios medios infocomunicacionales (un crecimiento de la capacidad de referenciación.) Con respecto a nuestra tercera dimensión, o sea, la auto referenciación, se han venido planteando argumentos tanto optimistas (crecimiento de la autonomía y la auto realización del individuo y de comunidades enteras a través de la ampliación de las posibilidades de desarrollo personal), así como también argumentos más pesimistas sobre la dependencia creciente de las máquinas para realizar tareas tanto físicas como mentales.
Cuando se lee o se escribe sobre los procesos de mediatización social, se hace referencia implícita —a veces explícita— al cambio tecnológico. Cuando éste es asimilado por la sociedad y es ‘institucionalizado’ estableciendo nuevos patrones de producción, podemos comenzar a considerar que nos hallamos frente a una ‘emergencia’, o hasta una ‘evolución’ respecto de formas anteriores. En este sentido, la sociedad industrial ha dado origen a los modos de producción actuales en la forma de una emergencia social de nuevas formas de producción sociotécnica, en las cuales la producción inmaterial se alimenta sobre todo a través de operaciones semióticas que realimentan los procesos de producción y circulación de valores y objetos información. Por último, debemos mencionar que el capital cultural de información y conocimiento (podemos llamarlo Metacapital en términos de Couldry) tiende a crecer y circular indefinidamente, y es, cada vez más, incorporado a las prácticas económicas, sociales y culturales, dando origen a lo que hace unos años atrás denominábamos en las publicaciones especializadas como ‘Sociedad Mediatizada’, diferenciándola así del rótulo ya clásico de Sociedad de la Información, o de la Comunicación. El campo de estudios de la comunicación ganaría así una amplitud y densidad interpretativa de una escala muy ampliada y una profundidad ontológica nuevas.
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