Título del Capítulo «Significación de la teoría en un campo diversificado»
Autoría: Luiz C. Martino
Cómo citar este Capítulo: Martino, L.C. (2016): «Significación de la teoría en un campo diversificado». En Vizer, E.; Vidales, C., Comunicación, campo(s), teorías y problemas. Una perspectiva internacional. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.
ISBN: 978-84-15544-57-9
d.o.i.: https://doi.org/10.52495/c2.emcs.17.ei13
2. Significación de la teoría en un campo diversificado1
Luiz C. Martino
Internamente a este campo la cuestión se presenta de la siguiente manera: ¿cómo pensar el área de Comunicación en un cuadro de rápida expansión y poca sistematización de los conocimientos? ¿Sería posible conferir unidad a un conjunto tan heterogéneo de teorías? Si la Comunicación es un área del conocimiento, ¿cuál sería su estatuto epistemológico? Desde los primeros intentos de sistematización del campo, llama la atención la abundancia de perspectivas posibles para abordar los fenómenos comunicacionales. Inicialmente esta abundancia fue considerada un obstáculo, una vez que sería imposible dar unidad a un conjunto de teorías tan heterogéneas, que además se incrementa rápidamente. Sin embargo, en los años noventa ganó fuerza un argumento que hace de la diversidad teórica una característica epistemológica de ese área del conocimiento. Así, tanto los escépticos como aquellos que consideran a la Comunicación un saber no convencional, tienden a adherirse a este argumento (Martino, 2003). Tal convergencia indujo al entendimiento de que la diversidad teórica sería un «estado de hecho», una evidencia.
Otro aspecto interesante que contribuye a esta percepción radica en que teóricos de tendencias tan diferentes, como el pensamiento marxista, el pensamiento posmoderno, el pensamiento complejo... —que disienten en casi todo— se pongan de acuerdo en un punto tan esencial, reforzando la idea única de la Comunicación como campo interdisciplinario.
Hoy es corriente considerar la Comunicación un «campo interdisciplinario», no obstante la redundancia de esa expresión (como veremos pronto). No solamente nos hemos acostumbrado a estas imágenes imprecisas, sino que también las tomamos implícitamente como valores «naturales»: la diversidad sería mejor que su ausencia, dejando implícita la suposición de que un campo con «más teorías» sería mejor que uno con «menos» teorías. Armados de «hechos» y valores de ese tipo, la discusión no encuentra buenas condiciones para desarrollarse. Y para completar este cuadro poco propicio a la reflexión epistemológica, la discusión sobre la diversidad teórica ha sido confundida con el pluralismo (política) o la libertad de expresión (opinión pública), de modo que algunos ven ahí la necesidad de defender la democracia, la pluralidad cultural...
La naturalización del problema refuerza la visión binaria de facciones opuestas, cuando en verdad sería más apropiado admitir dos programas diferentes en desarrollo: un programa débil, en el que la Comunicación funciona como campo; y un programa fuerte, en el cual es considerada una disciplina de las ciencias sociales. Estas dos visiones no son necesariamente opuestas, por lo tanto, la radicalización de la posición interdisciplinaria afecta a la noción de campo e intenta darle un estatuto epistemológico (o antiepistemológico).2
El problema afecta directamente al status y a la naturaleza de la teoría. La visión dominante ha sido aceptar la diversidad como evidencia factual e intentar exponer sus consecuencias en el plano de la teoría. El trabajo epistemológico así orientado busca revelar esta nueva teoría o discutir si la noción de teoría (ciencia, epistemología...) todavía tiene algún sentido.3 Nuestro punto de vista es el contrario a éste, en la medida en que partimos del análisis de las condiciones de posibilidad de la diversidad: ¿en qué se asienta? ¿Qué nos permite afirmar la diversidad teórica de la Comunicación y en qué sería diferente de otras áreas de conocimiento? En trabajos anteriores mostramos la necesidad de revisar la idea de «diversidad». El análisis de un amplio relevamiento de las teorías que han sido reconocidas como «teorías de la comunicación» mostró que éstas corresponden a designaciones vagas, que no se apoyan en ningún criterio explícito para clasificarlas de esa forma (Martino, 2003; 2007).
Estamos acostumbrados a oír que existen muchas teorías de la comunicación, sin embargo, eso debería presuponer criterios para identificar cada tipo de teoría (¿Cómo saber si una teoría es «teoría de la comunicación»?, puesto que, justamente, la aceptación previa de la diversidad teórica es incompatible con tales criterios. Lejos de estar apoyada en evidencias factuales, la diversidad teórica es un posicionamiento en el debate y se apoya en una petición de principio. La supuesta imposibilidad de identificar las teorías de la comunicación o de sistematizarlas en un área de conocimiento no es el resultado de propiedades especiales de nuestra área de estudio (complejidad del objeto, interfaces...); tampoco puede apoyarse empíricamente en la alegada diversidad, ya que tal imposibilidad estaba dada desde el inicio, en la forma misma de plantearse la cuestión (campo diversificado, interdisciplinario).
El presente artículo traza un breve panorama de la cuestión para concentrarse en el plano de la teoría. Pretende analizar las consecuencias de adoptar la noción de diversidad teórica sin revisarla críticamente. Tengamos en cuenta que no hablamos de la diversidad inherente a la ciencia, sino de una idea de campo que está intrínsecamente ligada a la negación de la ciencia y de un programa fuerte para la Comunicación. Eso es lo que está en juego cuando hablamos de un campo interdisciplinario, que si bien es una idea corriente, corresponde a propuestas implícitas de grandes cambios en la noción de la teoría, punto que será el foco de nuestro análisis.
La distinción de estos términos —campo y disciplina— nos ayuda a introducir el problema de la diversidad. El primero designa el cruce de disciplinas, de modo que todo campo teórico sería necesariamente interdisciplinario. Bajo este ángulo, la expresión «campo interdisciplinario» es aceptable en la medida en que los pleonasmos son aceptables en el ámbito de la lengua; a veces pueden ayudar en la expresión, pero son redundantes en el plano del pensamiento. De todos modos, la idea de «campo de la comunicación» no es menos paradójica, si por ella se pretende indicar un área de conocimiento y una epistemología propia. Esta idea anula la posibilidad de existencia de teorías de la comunicación (serían teorías de diferentes áreas, o sea, teorías de la psicología, sociología, etc.). Tendríamos así solamente una etiqueta y una acepción débil.4
Por consiguiente, si llevamos adelante el entendimiento más corriente de la diversidad teórica, no tendría sentido hablar de teoría de la comunicación. Sin embargo, eso parece no molestar a aquellos que se alinean con la proposición de un programa débil. Al contrario, ven ahí la confirmación de la inviabilidad de desarrollar la Comunicación como un programa fuerte. De hecho, eso no puede ser realizado a partir de la noción de campo, pero argumentaciones en este sentido no son muy útiles, pues desdoblan esta noción y no entran en el mérito de un programa fuerte. Se constituyen como petición de principio: la conclusión ya estaba en las premisas. Las teorías de la comunicación (stricto sensu) tienen como referencia la noción de disciplina.
Campo y disciplina son nociones irreductibles entre sí, no hay forma de probar que un área de conocimiento sea «realmente» de tal o cual manera. Además, considerar la Comunicación como un campo no es lo mismo que afirmar que «es» un campo. Se trata de una forma de organizar las teorías, o sea, el modo como planteamos y formulamos la relación entre ellas y no de verdades que están en el mundo. Podemos analizar prácticas, examinar el funcionamiento de instituciones académicas, analizar sus usos en la literatura, sin embargo, nada de eso elimina uno u otro de esos abordajes. En otras palabras, la diversidad teórica no puede ser usada como argumento, simplemente porque no tiene sentido partir de la noción de campo para «certificar» que la Comunicación no «es» una disciplina.
El único modo de comparar los programas es analizar sus consistencias internas, y explotar sus respectivos límites y limitaciones, para poner a prueba las consecuencias y las dificultades de cada uno de ellos.
En el caso del programa fuerte, los principales problemas planteados son: la complejidad del objeto de estudio, la dificultad de atribuir características propias a las teorías de la comunicación, o cómo definir el fenómeno comunicacional. Tales problemas están interrelacionados y remiten a la problemática de pensar la Comunicación como disciplina. No es el objetivo de este texto revisar las respuestas a estos problemas, solamente señalaremos que se trata de dificultades análogas a aquellas encontradas en otras ciencias sociales, lo que permite contar con las soluciones ahí desarrolladas.. La inserción de la Comunicación en el espacio de las ciencias sociales presupone dos condiciones: 1) la familiaridad con conocimientos de epistemología de esas ciencias, y 2) la intención de tratar a la Comunicación como disciplina. La formación en Comunicación no favorece la primera (los cursos de graduación son dirigidos para la formación de profesionales técnicos) y raramente los científicos sociales vislumbran la segunda. Hay por lo tanto, relativamente menos inversión en la reflexión de un programa fuerte.
Por otra parte, si el programa débil es ampliamente aceptado, poca atención es dada a su fundamentación y a las consecuencias de su implementación. Enseñanza, formación de investigadores, redes de investigaciones, sistematización del conocimiento, todo eso presenta serias dificultades, ya que no cuentan con un corpus de teoría específico. Planes de enseñanza completamente diferentes, congresos con divisiones temáticas disparatadas... Por supuesto que las investigaciones son realizadas y no es nuestra intención entrar en el tema del valor de cada una de ellas. La cuestión es que, desde el punto de vista epistemológico, «aplicar» teorías de otras áreas, como las de la psicología por ejemplo, no es diferente de «ser psicólogo» o de «hacer psicología». ¿Entonces, qué habría de comunicacional en estas investigaciones? He ahí, un ejemplo de las dificultades que tienen aquellos que desarrollan el programa débil en oposición al programa fuerte. Por eso, esta vertiente está asociada a movimientos que pretenden «revolucionar» el conocimiento, descalificando la división disciplinaria y creyendo en la radicalización del eclecticismo teórico. Pero, de esta manera, ¿el problema desaparece o se multiplica?
En estas condiciones extremas la mistificación de la teoría de la comunicación pasa a ser inevitable. O la teoría de la comunicación no existe, o ella se extiende hasta perderse en todas las direcciones del horizonte del conocimiento humano. Pasamos de la nada al infinito, de la falta al exceso, pues poca cosa separa el más radical escepticismo de la libertad interdisciplinaria; bajo una aparente disparidad, estas posiciones expresan la imposibilidad de teorías de la comunicación (Martino, 2003; 2007).
Ahora bien, si quisiéramos saber qué son las teorías de la comunicación, qué las caracteriza, no podemos partir de la noción de campo o de criterios externos (balizas institucionales, razones políticas, mecanismos psicológicos, historia del área, etc.), de esa forma tendremos solamente aspectos secundarios, rasgos generales que nada dicen de su especificidad. Tenemos que partir y trabajar con la idea de un programa fuerte, una disciplina. Y eso no es tan complicado como algunos quieren hacer creer, principalmente si miramos hacia las objeciones que se levantan apoyadas en una idea de diversidad teórica poco consistente.
Del mismo modo que no podemos entender el significado de conceptos sin relacionarlos con la teoría que les sirve de contexto, el sentido de una teoría debe ser ubicado en el contexto de una disciplina.5 Por eso, las teorías «sueltas» y los conceptos «transversales» no tienen mucho sentido. Que la psicología y la sociología empleen la noción de individuo, no quiere decir que tenga el mismo significado para ellas, ya que en verdad emplean el término a partir de suposiciones muy distintas. La visión interdisciplinaria parte directamente de los conceptos tratándolos como realidades reificadas; no distingue teoría y metafísica, epistemología y ontología. El «individuo» existiría de hecho, independientemente de las perspectivas teóricas a través de las cuales la realidad es alcanzada. Los conceptos serían solamente «modos de hablar», designaciones de cosas que permanecerían siempre iguales a sí mismas, independientes del trabajo de representación y sus intervenciones en el objeto representado.
No afirmamos, por tanto, que la noción de transversalidad deba ser suprimida, pues guarda su valor heurístico, especulativo; cumple una función importante en la generación de teorías, de ahí el interés de no hacer de ella una «alternativa» en oposición a la división disciplinaria. Sin embargo, aquellos que insisten en tomarla de esa última forma deben dar respuesta a los problemas relacionados con la proposición de conceptos absolutos y de teorías aisladas (epistemológicamente descontextualizados). Veamos dos casos.
1) Una idea central en el pensamiento de campo interdisciplinario, relacionado con esta visión reificadora, es que podríamos aplicar teorías de otras áreas. Llevada adelante, esta tesis implicaría una insostenible instrumentalización del conjunto de los conocimientos. Aunque admitiendo que las teorías sean recursos disponibles, empleados según las necesidades, no podemos pasar por alto que requieren una formación y un trabajo de regulación permanente, gracias a la acción crítica de otras teorías. Además, los resultados de las investigaciones aportan dinamismo al conjunto, demandando un considerable esfuerzo para acompañar y mantenerse al corriente del estado de los conocimientos.
Eso hace que teoría no sea sinónimo de información, difiriendo de ésta por el esfuerzo permanente y por la complejidad de su empleo. Mucho del trabajo académico/científico se ha dedicado a la construcción del contexto de interpretación; las divisiones disciplinarias funcionan como ambientes que alteran el sentido de las informaciones.6
En el plano cognitivo el uso de teorías implica elevados niveles de complejidad de la actividad simbólica, que envuelve la acción y la articulación del pensamiento en el plano lógico, epistemológico y empírico. El desarrollo de esa capacidad se da en el seno de una tradición de investigación; pone en juego los conocimientos acumulados (patrimonio teórico) y el conjunto de las demás tradiciones, todo lo cual solamente puede ser alcanzado como interpretación situada, como análisis realizado a partir de una de las tradiciones que componen el área de conocimiento. Y este no es un compromiso opcional, no hay «fuera de juego», cada teoría expresa, o se expresa, como un posicionamiento, y no puede reivindicarse cómo totalidad. La visión holista del conocimiento humano como campo unificado «libre» de discrepancias, no puede ser mantenida frente al perspectivismo intrínseco del conocimiento.
Aplicar teorías no es una operación tan sencilla como parece. Tampoco sería coherente aplicar teorías de otras áreas de conocimiento si no se admite que la Comunicación es un área. Y no sería menos engañoso creer que la presuposición de un holismo nos deja en una condición mejor, pues un pensamiento que suprime las distinciones de áreas también suprime las teorías.
2) Otro punto planteado a menudo es que tenemos que inventar una forma de conocimiento propia, pues no tendríamos condiciones de definir qué son las teorías de la comunicación. Antes bien, como vimos, eso supone la tesis de un campo interdisciplinario. Para aquellos que trabajan en la perspectiva de un programa fuerte para la Comunicación, la especificidad de una teoría se refiere a las características que se desarrollan a partir de las relaciones sistémicas con otras teorías. La unidad emergente del conjunto de esas relaciones se forma a partir de tensiones críticas recíprocas, gracias a la cercanía de problemas y de planes de análisis.
Desde un punto de vista epistemológico, una disciplina científica se presenta como un cuadro de análisis, un primer acercamiento y recorte de la realidad, suficientemente genérico como para cobijar la diversidad del juego de diferencias de las escuelas y teorías, al mismo tiempo que garantiza cierta especificidad frente a otros abordajes genéricos de la realidad.
Podemos precisar un poco más recordando que las teorías responden a problemas establecidos. Por una parte, tales problemas deben mostrarse pertinentes con relación al propósito general de las ciencias sociales, como una vía que permita la comprensión del hombre (objeto genérico de las ciencias sociales). En este sentido, todas las ciencias sociales parten de rasgos distintivos del ser humano, irreductibles entre sí: no hay hombre sin historia, o exento de relaciones políticas, o no social, o que le falte la dimensión simbólica, la subjetividad... Cada una de esas características abre posibilidades diferenciadas de comprender al ser humano. Son irreductibles entre sí, pero la adopción de una de estas perspectivas es una elección epistemológica que no quita, sino que ofrece un principio de organización y significación de las demás.
Cada una de ellas corresponde a una perspectiva disciplinaria, o sea, a modos de plantear, recortar y explicar la realidad humana. Para eso identifican clases de fenómenos, elaboran concepciones teóricas que introducen la conjetura fundamental de jerarquización entre ellas, de modo que unos «expliquen» a otros. Así, se establece una cadena de fenómenos, en la cual el significado de cierto fenómeno es comprendido a través de otro fenómeno. Ahora bien, el que determina la especificidad de cada disciplina es el fenómeno que hipotéticamente elige para organizar la realidad, la manera en como dispone e interpreta la relación entre los fenómenos.
Desde ese punto de vista epistemológico, un sociólogo o un comunicólogo no necesitan coincidir con el ámbito institucional. Por ejemplo, buenos conceptos y reflexiones comunicacionales están siendo desarrolladas por historiadores. El pseudo acontecimiento de Boorstin, el acontecimiento monstruo de Pierre Nora o las reflexiones de Elizabeth Eisenstein sobre las consecuencias de la prensa de Gutenberg, son algunos ejemplos de contribuciones valiosas para la reflexión sobre la acción de los medios de comunicación.7 Eso tal vez haya confundido las cosas para algunos, llevándolos a encontrar alguna pertinencia en la idea de interdisciplinariedad. Encontrar las «cosas fuera del lugar» puede haber incentivado la imaginación, pero poco significa si tuviéramos como referencia la teoría. Y en los casos indicados, las contribuciones atienden a los criterios mencionados, pudiendo así considerarlas comunicacionales, pues centran el entendimiento de los fenómenos analizados en la acción de procesos comunicacionales (recortados como medios de comunicación). Es esta clase de fenómeno el que, respectivamente, permite entender la sociedad americana (Boorstin), las transformaciones de la historia (Nora) o las consecuencias de la introducción de una tecnología de lo simbólico sobre la producción de conocimiento (E. Eisenstein).
Se puede ver que las fronteras o límites entre disciplinas no pueden ser tomados como metáforas espaciales, las teorías están limitadas por sus capacidades intrínsecas, que tienen que ver con su modo de abordaje y de explicación, cuyo sentido remite a un determinado contexto epistemológico (y su confrontación con otros). El límite de una teoría es alcanzado cuando su aparato conceptual no puede dar cuenta del fenómeno analizado sin sufrir transformaciones estructurales, que llevarían a alterar el ámbito de la reflexión, o sea, el tipo de fenómeno empleado como factor explicativo (Brown, 1972; Martino, 2013). No es nuestra intención insistir en este punto. Estos breves apuntes sobre la teoría están anclados en la larga y conocida tradición de las ciencias sociales. Espero que sean suficientes para mostrar que la cuestión de la especificidad de las teorías, su inscripción en una disciplina, no es algo «superado», ni imposible como pretenden algunos.
De manera esquemática los principales abordajes sobre la diversidad en el área de Comunicación pueden ser clasificados desde el punto de vista institucional y desde el punto de vista epistemológico. Con relación al primero, fueron subrayados los hechos históricos presentes en el momento de la emergencia del campo comunicacional. Las explicaciones más corrientes suelen subrayar la influencia del contexto académico (Pooley, 2008), el juego de las fuerzas políticas actuantes en aquel período, los órdenes sociopolíticos en la institucionalización de la disciplina (Peters, 1986; Proulx, 2001; Fuentes Navarro, 2000), prácticas académicas (Berger, 2003),8 evaluando el peso de cada una de ellas en la génesis institucional del nuevo campo de estudio. Esta posición se alinea con el abordaje de la sociología de la ciencia, que se presenta como una variante del abordaje institucional, concentrándose en los aspectos del presente (en oposición al histórico). Ésta investiga la construcción de los valores académicos como resultado de la disputa de los grupos que componen las instituciones. El enfrentamiento de esas fuerzas explicaría la diversidad teórica.
Aquellos que se adhieren a la versión radical del programa débil creen ver en este plan la confirmación empírica de su posición. Varias veces emplean la noción de campo sociológico y admiten que las teorías sean expresión del orden institucional (sea por tomarlo metodológicamente como «materia observable» para el análisis de las corrientes teóricas; sea porque, filosóficamente, el conocimiento es asimilado y reducido al poder.) Los adeptos del programa fuerte también reconocen la influencia del plan institucional, pero defienden cierta independencia del plan epistemológico. Nada les impide recurrir a razones institucionales, incluso para comprender la instauración de la visión radical del programa débil. Un buen ejemplo es el interesante trabajo de Gitlin (1977) sobre los Estudios Culturales como movimiento social. Aunque el autor no aborde explícitamente la discusión epistemológica, hace una importante contribución para la comprensión de corrientes anti teóricas y la dificultad de establecer un debate con ellas.9
Con relación a los abordajes de cuño epistemológico, aquellos que se adhieren al programa débil defienden la naturaleza compleja del objeto de estudio de la Comunicación. La pródiga elasticidad del campo reflejaría las variadas dimensiones del objeto, de donde se obtendrían las numerosas interfaces entre el saber comunicacional con prácticamente todas las disciplinas de las ciencias humanas, filosofía, letras, etc. Este abordaje explota la generalidad del concepto de comunicación (relación, cambio, contacto...), su elástica aplicabilidad, pero no siempre se respetan los cambios de significado. Es fácil percibir la fragilidad epistemológica de ese modo de entender el campo teórico: si varias clases de fenómenos pueden ser designadas por un único concepto, esto no significa que necesariamente remitan a una misma problemática. Que muchos procesos puedan ser descritos como «comunicación» no hace de ellos fenómenos propiamente comunicacionales, esto es, fenómenos recortados y problematizados desde un punto de vista comunicacional (programa fuerte). Ningún proceso (siendo parte del mundo) pertenece a tal o cual disciplina. La correspondencia entre proceso y objeto solamente se aplica a objetos de estudio (y no a objetos empíricos), justamente porque son recortes, abordajes, que unen realidades empíricas a una teoría.
Los puntos de divergencia entre los dos programas encuentran ecos en prácticamente toda la literatura del área. Más importante que una completa revisión de la materia es destacar la confianza que los defensores del programa débil tienen en su convicción de una total transformación del conocimiento: ya estaríamos haciendo teoría de otra manera. Cabría a la reflexión epistemológica reconocer eso y alinearse con la práctica de los investigadores, que supuestamente habrían traspasado los cuadros de la ciencia «tradicional». Esa es la visión de un antropólogo como Clifford Geertz, también adoptada por Robert Craig, uno de los más influyentes teóricos estadounidenses de nuestra área. Sin embargo, las reflexiones de este último también entran en consideraciones más profundas sobre la teoría, y dedicaremos los próximos apartados a ellas.
Robert T. Craig comparte la idea de que la teoría hoy sería inapropiada al mundo que vivimos y se coloca al lado de los defensores del programa débil. Las críticas que hace a la división disciplinaria buscan una reinterpretación de la teoría y la propuesta de un metamodelo para la Comunicación. Vamos a analizar lo que le lleva a pensar que habría algo de equivocado con la teoría, y después con la teoría de la comunicación en particular.
Sus posiciones sobre las transformaciones de la teoría son presentadas en ¿Por qué existen tantas teorías de la Comunicación? (1993). Craig adopta la visión de interdisciplinariedad expresada en Blurred Genres, de Clifford Geertz (1980). Para este último, vivimos una radical transformación de las ciencias sociales. Nuevas costumbres, prácticas y hábitos se instauraron en la academia. Ejemplos de ello son el interés por lo particular (en vez de general) y el uso recurrente de metáforas extraídas de las llamadas humanidades (literatura, letras, filosofía, artes...).10 La tesis puede ser descrita como una etnografía que busca identificar los cambios en la «manera de pensar» de los científicos sociales, considerándolos índices de una nueva cultura académica. Como sugiere en el título, ya tendríamos instaurada una nueva condición de la teoría, en la cual las divisiones disciplinarias, y también de otras esferas del conocimiento (géneros), dejarían de tener sentido. Las antiguas estructuras estarían siendo abandonadas y sustituidas por un pensamiento que llamaremos aquí «interdisciplinario» (en su sentido radical).
Geertz se esfuerza en ofrecernos una visión en que la significación de la teoría es dada por un contexto cultural. Su análisis, por lo tanto, no hace distinción entre teoría y modos de expresión; tampoco con sus correlatos, de modo que procesos heurísticos, estudios de caso, todo, aparece confundido con «teoría».11 La falta de discernimiento sobre características básicas de la teoría acaba vaciando la conclusión propuesta por el autor de una revolución en el conocimiento. Por otra parte, sugiere que la pérdida del sentido de la teoría ya estaría en la orientación del propio trabajo realizado. Si la tesis tiene el mérito de llamar la atención sobre el surgimiento de una nueva cultura académica, falla completamente en su argumentación y conclusiones. Lo que sugiere que, en vez de reflexionar sobre ella, el autor probablemente estaría inmerso en esa cultura.
No obstante las inconsistencias, o tal vez por entender que está en mejor condición de superarlas, Craig asume esa idea de interdisciplinariedad, pero busca fundamentarla discutiendo la nueva situación de la teoría. Basado en Geertz, Craig entiende la interdisciplinariedad como un doble movimiento que ocurre en las llamadas humanidades y en las ciencias sociales, cuya convergencia borraría las fronteras entre estos dos grandes dominios de conocimiento. Este movimiento general conllevaría un cuadro más amplio y explicaría la diversidad teórica del área de comunicación. Mientras que las humanidades estarían convirtiéndose en «más teóricas», las ciencias sociales estarían pasando por un proceso colectivo en el cual, según Craig, «no sabemos más qué es teoría». No en el sentido particular sino general (seguimos haciendo investigación, por lo tanto empleamos algún sentido de teoría), entendido como una pérdida de significación de la teoría.
Más allá de los movimientos institucionales, el argumento de fondo es que la propia lógica de la explicación científica estaría afectada. La indefinición de las fronteras también disolvería las barreras entre teoría y práctica, subrayando el papel constitutivo de la teoría. Como consecuencia,
El primer aspecto no es un fenómeno completamente nuevo, seguramente sería más fácil (y propiamente comunicacional) vincular su aceleración e incremento al desarrollo de los medios de divulgación, por contra, que suponer complejas transformaciones de las propiedades de la teoría. Las ideas de Einstein y de Freud, por ejemplo, fueron ampliamente divulgadas y entraron en el repertorio y en el vocabulario de las personas. No obstante, ¿cuántas de ellas podrían hacer una presentación de la teoría de la relatividad o entender el psicoanálisis? Craig no considera las diferencias de contexto que se interponen entre ciencia y sentido común; información y conocimiento son asimilados por completo. También es evidente que no necesitamos crear dos mundos; ciencia y experiencia ordinaria no son esferas aisladas una de la otra. Sus relaciones son conocidas y explotadas, incluso en el campo de la comunicación, con la cuestión del periodismo científico, por ejemplo. Aun desde el punto de vista de la comunicación interpersonal —al cual todo parece reducirse—, más que una relación dialógica, de influencia mutua entre la ciencia y la esfera del pensamiento común, su análisis parece reportarse al modelo de transmisión, en el cual la información transita de forma directa e absolutamente idéntica entre emisor y receptor.
El segundo punto de la anterior cita de Craig es propiamente una cuestión epistemológica, ya conocida por lo menos desde Saussure (1995 [1916]: 23), cuando afirmó que «el punto de vista crea el objeto». La teoría tiene un papel activo, no trabaja con procesos naturalizados o con datos puros. Es propio de ella elaborar y transformar la realidad, dar sentido a lo empírico. El argumento sostenido por Craig sería válido solamente para una concepción de la ciencia conocida como realismo ingenuo, cuya designación habla por sí misma. Por lo demás, su visión de las ciencias sociales sigue la misma dirección de otros defensores de la interdisciplinariedad radical, no yendo más allá de una caricatura grosera. La afirmación de que las ciencias sociales «solamente pueden avanzar convirtiéndose en más duras, más cuantitativas, más parecidas con la física y las ciencias naturales» (2007: 90), no es aceptable y pasa de largo las discusiones en la materia. No puede representar la sofisticación y la pluralidad de posiciones sobre el asunto.12 En este sentido, también son muy forzadas las afirmaciones de que la valorización de ciertas tendencias en las ciencias sociales contribuirían para borrar las fronteras entre las ciencias humanas (2007: 90). Teoría social especulativa, métodos cualitativos y atención a la dimensión histórica de los procesos sociales remiten a características intrínsecas y bien desarrolladas en las ciencias sociales. ¿Por casualidad Weber, Marx y las tradiciones a las cuales dieron origen, dejaron en algún momento de ser influyentes o «actuales»? ¿En algún momento perdieron de vista la dimensión histórica? Y qué decir de autores influyentes como Dilthey, Simmel, o corrientes enteras como la sociología francesa, con Bourdieu o Boudon, y muchas otras tradiciones de pensamiento que en ciencias sociales fueron ampliamente olvidadas.
En definitiva, los argumentos de Craig para describir un nuevo escenario, en el cual la teoría perdería su sentido, no consiguen mostrar las nuevas propiedades de la teoría llegadas con el movimiento de la interdisciplinariedad radical. La dificultad de dotarla de propiedades epistemológicas diferentes a las de las ciencias sociales, al punto de poder romper con ellas, sigue siendo una cuestión aún abierta.
En Communication as a Field (1999), Craig presenta toda una serie de datos provenientes de la literatura del área en búsqueda de una fundamentación de la diversidad. Las teorías de la comunicación pueden ser aprehendidas a partir de 24 abordajes disciplinarios («en orden alfabético de la antropología hasta la zoología») (Budd y Ruben, 1972) y de 95 definiciones de comunicación (Dance, 1970). También señala que la mitad de los libros especializados en presentar las teorías de la comunicación están de acuerdo en solamente un 7% del contenido esencial para el campo (Anderson, 1996). Los números supuestamente no serían mejores hoy, con el crecimiento del área.
La cuestión que quisiéramos plantear es cómo interpretar estas fuentes. En relación con las informaciones de Budd & Ruben, Craig elogia el actual espíritu de interdisciplinariedad que emana de esa pluralidad y su pertinencia, y defiende que «merece ser cultivado como una de nuestras cualidades más meritorias» (1999: 121). Su involucramiento no deja dudas, Craig acepta estos datos sin ningún análisis crítico. Al mismo tiempo advierte que la «incorporación de tantos abordajes disciplinarios diferentes tornó muy difícil vislumbrar la teoría de la comunicación como un campo coherente» (1999: 121). Como otros, remite el problema a los orígenes multidisciplinarios de las teorías de la comunicación, al atraso de los teóricos en encontrar una manera de liberarse «de las prácticas disciplinarias incapacitantes que los separan» (p.120) y añade que muchas veces «usaron mal» los frutos intelectuales de esa abundancia multidisciplinaria (p.121). Su interpretación es que la interdisciplinariedad sería algo intrínseco a las teorías de la comunicación, un hecho y un valor a ser cultivado y que precisaría ser mejor comprendido.
Por otra parte, las argumentaciones de Dance son aceptadas —con la advertencia de que quizá el autor haya «subestimado la dificultad de integrar definiciones derivadas ecléticamente de disciplinas con agendas intelectuales inconmensurables, muchas veces involucrando concepciones de ‘teoría’ radicalmente diferentes» (1999: 121). La cuestión de la inconmensurabilidad es un punto central de la tesis de Craig, y poco trabajado. Dotar el campo de coherencia corresponde en gran parte a superarla, lo que pretende hacer desplazando la cuestión de la epistemología hacia el campo de la práctica, como forma de escapar al aislamiento de las tradiciones teóricas. Pero, la inconmensurabilidad no es problema que haga inviable la división disciplinaria de la ciencia, ni siquiera para T. Kuhn, de quien Craig reivindica el sentido del término (Craig, 1999: 121).13
La fuente más importante, sin embargo, es la investigación de James Anderson, de donde Craig se inspira para elaborar las siete tradiciones que formarían el campo de la comunicación, además del diagnóstico sobre el estado de éste.
Estos datos son decisivos para un diagnóstico del estado del campo. Si en gran parte estoy de acuerdo sobre este punto, no puedo compartir las razones que ofrece para entender cómo llegamos y cómo podremos salir de eso. O sea, no saco las mismas conclusiones de esos hallazgos. Mi afirmación tiene por base una investigación que realicé, sorprendentemente similar en algunos puntos con la de Anderson, ambas con el mismo problema (¿Cuáles son las teorías de la comunicación?) y enfocadas en los libros de teorías de la comunicación.14 Presento de forma sintética algunos de los hallazgos de las dos investigaciones, presentando mis resultados entre paréntesis:
1. No hay acuerdo sobre cuáles serían las teorías de la comunicación. Los expertos presentan conjuntos muy diferentes de teorías, que emplean conceptos y matrices disciplinarias muy variados:
78% (66%) de las teorías apuntadas no tienen confirmación en otro autor.
Solamente el 7% (10% ó 2,7%, según el criterio empleado) de ellas fueron presentadas por mitad de los autores o más.
2. La formación universitaria varía según el libro adoptado. «Si has aprendido teoría de la comunicación con Stephen Littlejohn, tendrás en mente una matriz distinta si hubieras aprendido con Sarah Trenholm» (Anderson, 1996: 201). Nuestra comparación fue entre Bougnoux (1999) y Mauro Wolf (2003): ninguna teoría en común.
Una conclusión obvia y compartida es que:
3. Este escenario no permite apuntar la cuestión sobre qué constituye la Comunicación como un área de conocimiento.
Pero no estoy de acuerdo con otras dos conclusiones indicadas y aceptadas por Craig:
4. Estos datos proporcionan una clara evidencia del fracaso del proyecto positivista de regularizar y formalizar la definición de teoría.
5. No tenemos cómo reconocer qué sería la teoría en general, ni qué debemos reconocer como teoría de la comunicación.
Ahora bien, los abordajes de otras tradiciones no fueron más convincentes que las que Craig llama «positivista» (que también adopta la interdisciplinariedad: en la famosa definición de W. Schramm, comunicación como «disciplina encrucijada».) Más importante, por lo tanto, es que la afirmación sobre reconocer teoría y teoría de la comunicación no puede ser una conclusión, ya que ésta es una condición imprescindible para establecer el problema. No es válido defender la imposibilidad de reconocerlas y al mismo tiempo hacer afirmaciones sobre ellas.
Las conclusiones a las cuales llegamos en nuestra investigación son, por lo tanto, opuestas a las de los autores referidos (y de otros más), pues no aceptan el «dato» en que se basan las ideas de diversidad y de incoherencia del campo: estas supuestas «teorías de la comunicación» fueron invariablemente seleccionadas sin cualquier criterio explícito.
Craig no ignora el problema y critica la «tradición de catalogación»: «mientras que la disciplina se encuentre fragmentada, los manuales seguirán estando enredados en el eclecticismo estéril y seguirán presentando más y más teorías de la comunicación, sin embargo, no tendremos todavía el campo de la teoría de la comunicación» (1999: 123). Pero su posición resulta ambigua. Elogia el espíritu interdisciplinario del «campo comunicacional», al mismo tiempo que no acepta que esas teorías establezcan el «campo de la teoría de la comunicación». Ahora bien, un campo «sin epistemología propia» es nada más que la noción de campo o de interdisciplinariedad corriente en las ciencias sociales (espacio de discusión entre disciplinas en torno a problemas específicos). Y en esto la Comunicación no tiene nada de particular en relación con las demás disciplinas.
Craig solamente toca la cuestión fundamental de los criterios que nos permiten hablar de teorías de la comunicación en el sentido propio. Su afirmación de que «la investigación en comunicación se convirtió en productiva importando fragmentos de varias otras disciplinas en su propia cultura» (1999: 123) muestra que su noción de campo no está correlacionada a la de teoría: por una parte la precede, por otra parte son las teorías que justifican la existencia del campo comunicacional. Es este último punto el que mi investigación resalta, para mostrar que ninguna de las dos afirmaciones tiene sentido. Esta ambigüedad permanece a lo largo de sus trabajos. Su respuesta de ubicar la cuestión en el nivel de la práctica, en el uso de las teorías, y que las teorías de la comunicación son ready-mades (1999: 131), solamente vuelven al problema de la transposición de teorías en contextos diferentes.15 Craig defiende que solamente desconectadas de sus fondos epistemológicos (disciplinas), las teorías se vuelven «utilizables», («relevantes para la práctica», 1999: 131). Eso quizás pueda ser válido para la resolución de tareas prácticas o problemas puntuales, involucrando la heurística; sin embargo, el raciocinio no sirve para pensar un área de conocimiento. Es como si pudiéramos entrar al gran supermercado de las teorías y servirnos de ellas por las informaciones contenidas en sus rótulos.
Craig nos ofrece una noción del área de conocimiento sofisticada y detallada, pero no muy diferente de aquella corriente expresada por Miège (ver arriba nota 3). Para él, el quid de la cuestión es dotar de coherencia a la interdisciplinariedad. Busca en el pragmatismo estadounidense un sentido de práctica, y en la tradición «del» campo comunicacional un sentido de comunicación que le permita resignificar la diversidad como productiva, de modo que las relaciones entre teorías pasen a tener las propiedades de la comunicación humana (relaciones constitutivas, dialécticas, dialógicas). De esa forma Craig propone que la coherencia del campo sería alcanzada de un modo «comunicacional»; la naturaleza de la comunicación personal sería la clave para destrabar la cuestión propiamente comunicacional. Pero, lo comunicacional, entonces, sería una propiedad del campo, no de las teorías.16
Para Craig, un campo es coherente si puede establecer relaciones comunicacionales entre teorías. Y la condición para eso es que los investigadores asuman la actitud de entender las teorías de la comunicación de forma pragmática: de ahí la designación de la Comunicación como «disciplina práctica» y de un modo «propiamente comunicacional» (a veces el argumento aparece invertido: lo que nos permite ser pragmáticos con las teorías de la comunicación es tratar sus relaciones como comunicacionales.) En la epistemología de las ciencias sociales, la coherencia (o sistematización) del campo disciplinario no puede ser realizada por la elección de una corriente teórica (en este caso el pragmatismo, que reduciría las demás.) Su fundamento es la convergencia de teorías establecidas en razón de la emergencia histórica de un fenómeno singular, pregnante y absolutamente ineludible, que se establece como una vía para comprender al hombre (objeto genérico de las ciencias sociales.) De la misma manera, por lo tanto, en la que otras disciplinas se establecen.
En definitiva, lo que Craig defiende es que debemos ser interdisciplinarios con más propiedad, y que lo propio del pensamiento comunicacional es servirse de otras teorías, resignificándolas. Más que una crítica, su reflexión parece ser una justificación de las concepciones que ya tenemos como cultura instalada en el área.
A pesar de haber llegado a resultados bastante cercanos la investigación de Anderson, uno de nuestros objetivos era entender cómo eran identificadas las teorías de la comunicación y cuál es la noción de teoría movilizada. Para ambas cuestiones tuvimos un significativo silencio como respuesta. Un silencio sorprendente además por el consenso. Influenciados por la idea de un campo interdisciplinario, Anderson y Craig se quedaron solamente con la mitad de la cuestión: fueron sensibles a los que mostraron ser resultados absurdos y reaccionaron a los datos, pero no al absurdo de los datos. Entendieron que éstos serían «buenos» para cuestionar las teorías de la comunicación, al punto de negar su existencia; no obstante, la existencia de ellas no es puesta en duda (criticada) cuando se trata de servirse de ellas para generar «pruebas» que las niegan. Nuestras diferencias en las interpretaciones reposan sobre la creencia o la crítica de los datos; si creemos en ellos o si buscamos entender cómo ellos se presentan ante nosotros. Si queremos realmente entender lo que son las teorías de la comunicación, no podemos partir de la creencia de que existen. Y en nada ayudará tomarlas como dadas para concluir que su existencia es problemática.
Los esfuerzos de Anderson y de Craig para mapear y configurar el campo de la Comunicación son importantes, y sus análisis de las tradiciones de investigación pueden ser útiles para los estudiosos del campo. Lo que no podemos aceptar es la descalificación de la división disciplinaria en las bases argumentadas por ellos, ni la interpretación que hacen del significado de la teoría en un campo diversificado. Además de sus inconsistencias, ello invalidaría la posibilidad de un programa fuerte para la Comunicación.
El único patrón que reconocí en mi investigación fue una creencia: la aceptación previa de la diversidad de teorías de la comunicación (Martino, 2007; 2009a). No avanzaremos sin revisar esto, que representa el único consenso del área. Entonces, si para Craig (y una legión) falta acuerdo entre los teóricos del campo, pienso que ya tenemos algunos, o el peor de ellos, pues nos lleva a negar y hacer inviable el área de conocimiento.
En los apartados anteriores he tejido algunas críticas a la interpretación corrientemente dada a la diversidad teórica de nuestra área de conocimiento, que la toma como fundamento y signo de grandes transformaciones en la noción de teoría. Sin embargo, creo que estos autores no se engañaron en su sensibilidad e intuición sobre cambios significativos, y que «algo está pasando», y estoy de acuerdo particularmente con Craig en que eso tiene que ver con la comunicación. Quizá por aceptar muy prontamente la radicalización de la diversidad teórica como un hecho, ellos orientaron sus esfuerzos en sacar consecuencias de la interdisciplinariedad, buscando adaptar la teoría a la nueva «realidad».
En este apartado final, discutiremos brevemente las condiciones de emergencia que, simultáneamente, llevan a la aparición de la diversidad radical y del programa fuerte en Comunicación, pues derivan de las mismas condiciones históricas. Ello nos permitirá presentar nuestro punto de vista sobre la cuestión de la diversidad.
La reflexión de Craig omite algunos puntos que muchos consideran centrales para el campo. La aparición de fenómenos nuevos como la opinión pública, el periodismo, la propaganda, muestran la formación de un sistema de comunicación asociado a la tecnología. No son factores como otros, pues fundan el área de conocimiento, en la medida en que constituyen procesos comunicacionales singulares, desconocidos por las sociedades anteriores o profundamente resignificados por la sociedad que les sirve de contexto. Por eso ofrecen un buen abordaje para entender la sociedad compleja, como también la propia historicidad que los constituye.17
Si Craig llega a señalar la importancia de la historia entre los agentes de transformación del sentido de la teoría, su concepto de comunicación presenta solamente propiedades universales e intemporales (reflexividad, dialogismo, dialéctica, constitutivo...). El proceso de comunicación no tendría entonces propiedades históricas, además de la tradición filosófica pragmática; y su concepción sigue la interpretación de la historia del campo dada por J.D. Peters, según la cual antes del siglo XX, «la comunicación ya había sido ampliamente estudiada y teorizada» (Peters, 1986: 545, apud Craig, 1999: 122), abordaje que presenta al proceso de comunicación como una invariante histórica, como un proceso naturalizado. Así, cuando se refiere al origen del campo, lo hace solamente de pasada, destacando sus matrices multidisciplinarias. Sin embargo, es necesario recordar que tal «encuentro» no se dio en un espacio abstracto; las teorías no fueron reunidas por casualidad o convocadas para un gran meeting para entender lo que se juzgaría ser el proceso más fundamental del ser humano. Ellas fueron convocadas en un gran esfuerzo de guerra, en 1939, con el Seminario de John Marshall (Fundación Rockefeller) para contraponerse a la máquina de propaganda nazi y comunista (Simpson, 1994; Buxton, 1996; Pooley, 2008). La cuestión de fondo era intentar entender procesos ligados a los medios de comunicación.18 Para ello fueron movilizadas teorías de otras áreas y todas las personas e investigaciones que ya trabajaban el asunto. Por supuesto, los grandes periódicos ya tenían medio siglo de existencia: el telégrafo, cine, radio ya no eran novedades y la información viajaba a la velocidad de la electricidad. Corrientes de pensamiento ya se habían formado como instituciones (algunas de ellas fueron convocadas formalmente.) Sin embargo, nunca habían sido reunidas en el espacio-tiempo y movilizadas para un único objetivo. Se ha generado la masa crítica, fuerzas teóricas que luego irían a confrontarse con la tradición de la Escuela de Frankfurt y polarizar la discusión, formando el campo de la comunicación al inducir la reacción de otras tradiciones para el debate.
La comunicación moderna nace asociada a los grandes acontecimientos de la modernidad: Revolución Industrial, guerras, desarrollo del capitalismo, nuevas formas de dominación, transformaciones estructurales de la cultura y acontecimientos que proporcionan una nueva matriz social. Los procesos de comunicación no se tornaron más importantes que antes;19 se tornaron tecnológicos, en el sentido en que la tecnología fue movilizada de una manera única y original, desdoblando las potencialidades de las tecnologías de lo simbólico20 y componiéndose con la organización social.
Es en este cuadro que un programa fuerte para la Comunicación puede ubicar las transformaciones de la teoría. De manera análoga a la de otras ciencias sociales (sociología de la ciencia, historia de la ciencia), la comunicación sitúa la cuestión en las condiciones materiales de producción de conocimiento, tomando las tecnologías como soportes que estructuran y potencian el pensamiento científico. Junto con esta estructura también se formaron otras instancias de circulación de información, particularmente aquella de los periódicos y películas, que generan la actualidad mediática,21 un nuevo tipo de representación de lo social accesible a todos. Se produce así un conocimiento no-académico del social, a través de tecnologías que los individuos emplean para conocer e insertarse en la compleja realidad más allá de sus límites sensoriales. La cuestión de la interdisciplinariedad radical puede ser explotada como el choque de esos sistemas de comunicación (culturas, valores y visiones de mundo asociadas a ellas.) La misma tecnología que, como nunca, impulsa el trabajo científico, también genera las condiciones de su disolución.
Es significativo que Craig no hable de tecnología, pero ésta está presente en el modelo que propone para representar la teoría de la comunicación, descrito con términos de la Web: hipertexto, link, multimedia (1999: 150). De la misma forma, la interdisciplinariedad puede ser el reflejo de la noción de espacio introducida por las tecnologías de lo simbólico, que nos acostumbraron con la idea de un espacio sin límites, totalmente accesible (espacio en que todos los espacios aparecen) y al mismo tiempo fragmentado.22 Si la pólvora acabó con los muros de la Edad Media, que garantizaban el establecimiento de órdenes locales, la circulación de la información elimina las «barreras» del pensamiento (divisiones disciplinarias, teoría y práctica, academia y sociedad, conocimiento y poder...), generando la impresión de un vasto y único espacio de conocimiento. Acostumbrados, como estamos, a la experiencia de la actualidad mediáticas casi inevitable que para muchos la división de saberes aparezca completamente sin sentido. Con todo, la desaparición de las «fronteras» del conocimiento, defendida por la onda del pensamiento interdisciplinario radical, no es un paradigma más allá de todos los otros. La interdisciplinariedad, como meta modelo (meta meta-teoría), un «más allá de la epistemología», es una metáfora de la noción de espacio a la cual los medios de comunicación nos acostumbraron. La idea de «un espacio de todos los espacios», de un contexto que abarca todos los contextos —concepción central que ocupa la intrincada imaginación interdisciplinaria— corresponde a una idea corriente en nuestra vida cotidiana, cuando contemplamos los medios de comunicación como continentes de todas las experiencias (éstas se convierten en «contenidos», y así las designamos.) Nos acostumbramos a verlos de ese modo y creamos un contexto único para estas experiencias: la vida cotidiana, la realidad inmediata y la no teorizada. La esfera intelectual emerge con la prensa (después la radio, televisión, facebook...), como el hogar del gran encuentro del pensamiento pensante con la realidad.
No Sense of Place, el célebre estudio de J. Meyrowitz (1985) nos da un buen ejemplo de cómo las divisiones de roles sociales (adulto/niño, jefe/empleados, gobernantes/ciudadanos, masculino/femenino, etc.) pueden estar asociadas a los medios de comunicación. Éstas son eclipsadas y atenuadas en la medida en que es generada una representación inclusiva, que permite conocer el backstage del otro, colocándonos en un universo de roles sociales que serían inaccesibles de otra forma. La representación de la vida social que los medios de comunicación nos ofrecen todos los días también interfiere en la producción de las ciencias sociales, pero sería equivocado creer que puede ser equiparada a una teoría, o fomentar una revolución de la ciencia. Las ciencias tienen naturaleza y un modo de funcionamiento muy diferentes.23 El pensamiento interdisciplinario —fundado en la atenuación o la supresión de las divisiones disciplinarias— corresponde al intento de dar una expresión a ese tipo de representación. Es una traducción al plano académico, reivindicando un doble movimiento: basarse en el elemento más contemporáneo del mundo moderno, y al mismo tiempo pretender darle una expresión teórica. Algunos de sus defensores entienden que la interdisciplinariedad es correlativa a la globalización (Smirnov, 1983; Boaventura Santos, 2009; Calloun, 2012), y creen apoyarse en una propiedad del mundo social, cuando en verdad captan la representación de éste provista por el sistema mediático. La interdisciplinariedad no está fundada en la ontología de un mundo social posmoderno, solamente refleja las estructuras que usamos para representarlo.
El metamodelo constitutivo de Craig sigue en la misma línea, propone una concepción de teoría de la comunicación «involucrada con el meta discurso práctico de la vida cotidiana» (1999: 121). No obstante, no indica ningún filtro, o actividad crítica, de modo que la reflexibilidad de esa última se daría de forma directa en el metadiscurso teórico de la Comunicación. Teoría y práctica se confunden, pudiendo dar la impresión de que el modelo sería teóricamente pertinente y que tendría sus propios criterios de validación, cuando en verdad la teoría está solamente ajustada a la vida cotidiana, como reflejo de sus estructuras: la teoría se convierte en un metadiscurso de las prácticas sociales.24 Se podría objetar que, al eliminar todo lo que separa el pensamiento científico y la vida cotidiana, sería natural que tuvieran la misma forma. No obstante, el pensamiento interdisciplinario no refleja el mundo social, sino la representación de éste, a través de los medios de comunicación —la actualidad mediática. Captura su metafísica, que es la interdisciplinariedad.
El análisis de la condición de producción teórica no debe perderse en la ambigüedad del efecto de las tecnologías de la comunicación. Apoyado en ellas, las ciencias sociales pudieron desarrollar un amplio y refinado abanico de abordajes y métodos, al mismo tiempo que sufren la amenaza de una desintegración con elementos venidos de su propio «interior», a medida que absorben la forma que toma la cultura en la sociedad compleja. Eso hace de la actualidad mediática un excelente objeto de estudio para comprender las determinaciones a las que están sometidas la teoría social y la ciencia hoy. Permite entender cómo un programa fuerte en comunicación puede articular cuestiones de epistemología del área con el mundo que vivimos, al mismo tiempo que aclara los obstáculos epistemológicos para su constitución.
La diversidad teórica no puede ser confundida con la masificación de los paradigmas, debemos tomar nuestras distancias y saber identificar lógicas que provienen de nuestra cultura global de aquéllas otras que son intrínsecas al proceso del conocimiento científico. Evidentemente, el universo académico-científico no está aislado de la cultura, por eso mismo el interés en identificar y saber discernir lo que es de uno y lo que es de otro. Omitir la presencia de los medios de comunicación en ambos lados de esa ecuación no ayudará en nada. Particularmente, pienso que algo de esencial se perderá y que eso —pérdida o esclarecimiento— tiene mucho que ver con el desarrollo de la teoría de la comunicación.
Notas
Referencias Bibliográficas
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