Título del Capítulo «Implicaciones de una ‘nueva’ historia (internacional) de la institucionalización de los estudios de la comunicación en América Latina»
Autoría: Raúl Fuentes Navarro
Cómo citar este Capítulo: Fuentes Navarro, R. (2016): «Implicaciones de una ‘nueva’ historia (internacional) de la institucionalización de los estudios de la comunicación en América Latina». En Vizer, E.; Vidales, C., Comunicación, campo(s), teorías y problemas. Una perspectiva internacional. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.
ISBN: 978-84-15544-57-9
d.o.i.: https://doi.org/10.52495/c3.emcs.17.ei13
3. Implicaciones de una «nueva» historia (internacional) de la institucionalización de los estudios de la comunicación en América Latina
Raúl Fuentes Navarro
«La historia internacional de los estudios de la comunicación y de los medios está todavía por escribirse. Hasta ahora, la mayor parte de las historias han sido nacionales, con una predominante atención sobre América del Norte y Europa Occidental. Estos énfasis están justificados porque el campo se estableció originalmente en ambos lados del Atlántico Norte, se fue expandiendo a partir de ahí, y con unas pocas notables excepciones, sigue estando hoy en día mejor establecido en esas regiones» (Simonson y Peters, 2008: 764).
Estas palabras, escritas por dos importantes historiadores contemporáneos de nuestro campo académico, no solo sirven como un excelente inicio para la entrada correspondiente en la Enciclopedia Internacional de Comunicación (Donsbach, ed., 2008), sino también como una invitación para que académicos de otras regiones del mundo contribuyan al desarrollo plenamente internacional de esta historia. Según su definición oficial en la International Communication Association (ICA), la manera de abordar la historia del campo de la comunicación desde la División que lleva ese nombre (Communication History Division) «nos permite involucrarnos en un diálogo reflexivo acerca de las fortalezas y debilidades de la institución de los estudios sobre la comunicación.»1 Por supuesto, se entiende este propósito con base en ese «diálogo reflexivo» entre investigadores que estudian estos procesos de institucionalización en cada espacio o región geográfica donde se han desarrollado la investigación y la enseñanza de la comunicación, porque «conforme el campo se ha expandido globalmente, su asimilación en diferentes sistemas académicos y culturas nacionales ha generado distintas características locales» (Craig, 2008: 678).
Por ello, este trabajo se centra en la consideración, a partir del caso mexicano y en algunos aspectos de alcance latinoamericano, de los rasgos comunes y de las peculiaridades en la emergencia y desarrollo de las prácticas académicas de investigación de la comunicación y de los programas universitarios de pregrado y posgrado, para formular algunas cuestiones críticas sobre la identidad y el futuro de este campo, especialmente en diálogo con otras perspectivas y versiones latinoamericanas, y en la forma de una versión «no-estadounidense» de lo que Pooley y Park consideran «la tarea primera y más urgente»:
…des-occidentalizar la historiografía del campo: producir historias más allá de las de Norteamérica y Europa Occidental. (…) El frecuente etnocentrismo de la mayor parte de la historiografía estadounidense necesita ser desafiado también, especialmente en la medida en que sus particularidades locales se disfrazan como desarrollos universales (Pooley y Park, 2013: 85-86).
Según las categorías más amplias empleadas por Pooley para clasificar los aportes documentados a la historia del campo de estudios de la comunicación,2 este trabajo puede reconocerse alineado en el «menos común» de los acercamientos historiográficos, pues busca desarrollar una «historia contextual, institucional» (Pooley y Park, 2013: 78), aunque sin ignorar los factores pertinentes de las perspectivas «campo-céntricas» e «intelectuales». La adopción del concepto de «campo» y no algún otro —por ejemplo, «disciplina»— para el estudio de la institucionalización de los estudios de comunicación en México y América Latina tiene su propia historia,3 y eventuales implicaciones de interés para una perspectiva «internacional».
De entrada, hay coincidencias con Pooley, pues el autor también ha construido y mantiene un repositorio digital (
De esta manera, conviene explorar cómo las tendencias anti-positivistas y anti-imperialistas constituyeron, en los sesenta y los setenta, los ejes científicos e ideológicos a partir de los cuales se diseñaron los estudios «críticos» de la comunicación, si bien en sentido estricto no fueron institucionalizados así en México y América Latina, y cómo puede interpretarse esa desarticulación ahora, desde una perspectiva más amplia.5
En el capítulo correspondiente a América Latina en Interpretar la comunicación (Moragas, 2011), que por cierto es tan extenso como el dedicado por el autor a su propia región —la Europa Latina—, Miquel de Moragas despliega una bien documentada y finamente enfocada actualización de lo que ya treinta años atrás él mismo había subrayado: que «en Latinoamérica, por la viveza del cambio social y las transformaciones comunicativas, aparecieron más claramente que en ningún otro contexto las implicaciones políticas de la investigación sobre la comunicación». Pero ahora, aunque esta actividad «se encarna, plenamente, en la historia de los logros y las dificultades de los procesos de lucha contra la dictadura, la pobreza y la dominación», con el paso de los años, superando dificultades, «también irá liberándose de las influencias teóricas dominantes, construyendo su propia intertextualidad teórica, discutiendo, renovando, descartando teorías» (Moragas, 2011: 178). Al seguir estas «pistas» y otras confluyentes, resulta cada vez más claro que el enfoque de la atención sobre las tensiones y contraposiciones es mucho más esclarecedor de los procesos de institucionalización internacional que los flujos unidireccionales de influencias o recursos, o la defensa de «excepcionalismos» históricos nacionales, y que metodológicamente conviene definir escalas tanto espaciales como temporales para contextualizar adecuada y diversamente los procesos de la transnacionalización (Löblich & Scheu, 2011; Löblich & Averbeck-Lietz, 2016).
El historiador Fernand Braudel, uno de los intelectuales más influyentes en las ciencias sociales del siglo XX, escribió alguna vez que «la sociología y la historia conforman una misma aventura intelectual, no dos caras diferentes de una tela sino la materia misma del propio lienzo, la sustancia plena de su tejido» (Braudel, 1980: 69). Él consideraba a la historia como una verdadera ciencia, una muy compleja, porque hay muchas «profesiones» en la historia y —para ser entendido por el sociólogo— enfatizaba que la historia trata con el pasado de muchas maneras diferentes, «y que la historia puede incluso ser considerada en algún sentido como un estudio del presente» (Braudel, 1980: 64).
Uno de los seguidores más distinguidos de Braudel, el sociólogo Immanuel Wallerstein, convocó en los años noventa a un profundo movimiento global para «impensar» (más que repensar) algunas premisas sociológicas básicas (Wallerstein, 1991), especialmente la estructura disciplinaria heredada del siglo XIX (Wallerstein, 1996). Para él, como resultado de los cambios ocurridos tanto en el Sistema-Mundo como en el mundo del conocimiento, «las cuestiones intelectuales que nos planteemos serán muy diferentes en el siglo XXI de las que nos planteamos durante al menos los últimos 150 años» (Wallerstein, 2000: 26). Uno de los desafíos a enfrentar es el organizacional, y Wallerstein espera que los científicos sociales mismos «tomen la iniciativa para reunificar y redividir la ciencia social, para así crear una más inteligente división del trabajo», bajo la forma de una ciencia social histórica, una que
debe estar basada en el supuesto epistemológico de que todas las descripciones útiles de la realidad social son por necesidad simultáneamente ‘históricas’ (es decir, que toman en cuenta no solo la especificidad de la situación sino los continuos e interminables cambios en las estructuras bajo estudio, así como en las estructuras del entorno), y ‘científico-sociales’ (esto es, que busquen explicaciones de la larga duración [longue durée], explicaciones que, sin embargo, no son y no pueden ser eternas). En breve, los procesos deben estar en el centro de la metodología. […] los científicos sociales históricos tienen que incorporar la tensión universal-particular en el centro de su trabajo, y sujetar todas las zonas, todos los grupos y todos los estratos al mismo tipo de análisis crítico. Todo esto es más fácil de decir que de hacer. Nunca podrá ser hecho a menos, y hasta, que la ciencia social se convierta en un ejercicio verdaderamente global… (Wallerstein, 2000: 34).
Ese «ejercicio verdaderamente global», como es obvio, tiene que superar obstáculos enormes, de naturaleza económica, política y, ciertamente, lingüística y sociocultural. Sin que sea sorprendente, los procesos y las estructuras de comunicación son indispensables para la construcción de ese deseable modelo de campo de la ciencia social futura. O, como el propio Braudel sabía, la historia tradicional, «la historia de los eventos», la historia de los hombres particulares, debe ser entendida como una construcción de la distinción, «dentro del tiempo histórico, de un tiempo geográfico, un tiempo social y un tiempo individual» (Braudel, 1980: 4).
Reflexiones recientes sobre las ciencias sociales en escala global, sugieren entre otras cuestiones que:
Las ciencias sociales permiten ver eso que no es visto o es mal visto. Lo que aportan se manifiesta en la relación del investigador con su objeto y en la relación que teje con el público. Esta última a veces debe mucho a los medios de comunicación, de cuyo estudio los investigadores en ciencias sociales obtendrían un gran beneficio: las tecnologías sobre las que se apoyan, la formidable novedad que ha sido Internet —más que ninguna otra tecnología— y el funcionamiento de las redes a las que éste da lugar, así como la confianza y legitimidad que pueden o no estarle asociadas (Calhoun y Wieviorka, 2013: 46).
Ante un auditorio de investigadores de la comunicación, el sociólogo Calhoun había recomendado poco tiempo antes, «asegurarse de que florezca el debate interno no solo sobre ‘qué es el campo de las comunicaciones’ sino acerca de los importantes problemas intelectuales y prácticos sobre los que los investigadores de la comunicación pueden producir conocimiento necesario» (Calhoun, 2011: 1495). El argumento de base es convincente:
En sintonía con perspectivas como estas, en México y América Latina pueden reconocerse buenos ejemplos de historización y de mecanismos para contraponer el trabajo colaborativo a la fragmentación del campo de estudios de la comunicación, que sin embargo son más bien desconocidos por los mismos herederos de quienes los impulsaron en décadas pasadas, más que como aportes teóricos o científicos como respuestas tentativas y comprometidas a «las grandes preguntas» sobre las realidades sociales circundantes. A pesar de la aparente reducción dicotómica en que se basa, es ilustrativa la síntesis presentada por Jesús Martín-Barbero en su colaboración para la Enciclopedia Internacional de Comunicación sobre los «dos asuntos» que ha enfrentado desde sus inicios la investigación latinoamericana: «el tecnológico, caracterizado por el argumento modernizador y desarrollista […] y el socio-cultural, el cual se relaciona con […] una lucha tanto por la sobrevivencia social como por la reconstitución cultural basada en movimientos de resistencia y apropiación» (Martín-Barbero, 2008: 614).6
En ese contexto, a lo largo de un trayecto académico compuesto por múltiples experiencias de investigación (Fuentes, 1992a; 1998; 2006; 2016a), consideramos a la institucionalización en programas universitarios y asociaciones profesionales como la manifestación más objetiva de la constitución de un campo académico, en la medida en que de esa forma las instancias del poder social asignan o reconocen un lugar específico a la producción y reproducción del conocimiento y a la formación profesional en un área determinada, e implícita o explícitamente definen la orientación y el sentido (función social) que el trabajo sobre dicha área en dicho lugar deberá de cumplir para obtener y reforzar su legitimidad. Este proceso es entonces inseparable de la profesionalización de los sujetos que, dentro de los programas establecidos, han de ejercer las prácticas académicas y articula, de maneras más o menos fuertes, la producción académica con la toma de decisiones en el área, lo cual a su vez contribuye a la legitimación del conocimiento, de las instituciones donde se cultiva y de los sujetos que lo generan.
Por ello, la extensión y la distribución de los programas en el sistema de educación superior de uno u otro país indica, al mismo tiempo, las posiciones que va adquiriendo la «disciplina» en el sistema, en relación con otras, y las que distinguen entre sí a las instituciones universitarias en la constitución del campo, así como las redes que las articulan de ciertas maneras y no de otras. Pero además de estos procesos de institucionalización social en establecimientos universitarios y redes de interconexión entre ellos (Liberman y Wolf, 1990; Casas, 2001; Godoy, 2006), es indispensable tomar en cuenta la institucionalización disciplinaria o cognitiva que, siguiendo el aporte clásico de Burton Clark (1992), se considera aún más importante que la primera para el análisis de la estructuración del campo académico.
En ambos planos de la institucionalización, la constitución de una disciplina o especialidad científica «atraviesa» los establecimientos vinculándolos (y desvinculándolos) entre sí mediante la acción de los sujetos adscritos a ellos (Fuentes, 2006: 10-11). El estudio realizado por el autor en la primera mitad de la década de los noventa (Fuentes, 1998) sobre la emergencia del campo académico de la comunicación en México, supuso un ejercicio de apropiación crítica de aportes teórico-metodológicos de Bourdieu (1975, 1988), Giddens (1984, 1989), Thompson (1990) y otros autores, y se desarrolló mediante la construcción de modelos heurísticos, uno de los cuales definió nueve procesos de estructuración, a reconstruir analíticamente:
Escala individual:
No obstante, ha emergido y se fortalece un punto de vista que «nos ayuda a ver cómo el estudio organizado de la comunicación al mismo tiempo ha reflejado, refractado e impulsado la geopolítica transnacional, los patrones institucionales de educación y profesionalización y maneras de conocer y de actuar» determinantes de la vida colectiva desde el siglo pasado. La búsqueda de marcos sociohistóricos adecuados para fundamentar una investigación no solo inter-nacional, sino crecientemente «trans-nacional» de los procesos de constitución del campo académico de la comunicación, con fundamentos propiamente teóricos, ha cobrado recientemente un fuerte impulso: «Reconociendo que los campos no están limitados por las fronteras de los estados-nación, los historiadores de las ciencias humanas han desarrollado marcos transnacionales de análisis. La historia transnacional toma forma junto a las historias comparativa, internacional, mundial y global» (Simonson y Park, 2016: 2-6).
Karl Erik Rosengren observó hace tiempo que en la década de los ochenta el eje de las discusiones centrales del campo académico de la comunicación se desplazó de la dimensión cambio radical / regulación social (es decir, un eje orientado por ideologías políticas), a la dimensión subjetivismo / objetivismo (a su vez definido más bien por ideologías científicas.) Pero, al mismo tiempo y quizá por ello, afirmó que el campo «se caracteriza hoy más por la fragmentación que por la fermentación» (Rosengren, 1993: 9). A partir de entonces, la preocupación por la «fragmentación», entendida como obstáculo para la consolidación disciplinaria, se convirtió en una clave constante y generalizada de discusión, sobre la base de la observación de marcos bibliográficos y referenciales cada vez más especializados y la conformación de «sub-campos» con menor contacto y debate entre ellos (Bryant y Miron, 2004). En América Latina esta dispersión temática y teórico-metodológica, perceptible en los congresos, encuentros y conferencias y en las bibliografías de tesis de posgrado (Fuentes, 2007), coexiste con una creciente concentración de la producción y la distribución de contribuciones científicas, sin que esto signifique una paradoja o una contradicción, como se ha argumentado en otro lugar, al analizar la procedencia de los artículos publicados en las revistas académicas latinoamericanas más representativas:7
Sin que resulte sorpresivo, estos tres países concentran también, en 2012, el 60% de los programas de posgrado (maestrías y doctorados) en comunicación ofrecidos en las universidades latinoamericanas, que suman 287 en 19 países (Vassallo de Lopes, coord., 2012). Pero la cobertura temática y teórico-metodológica de la producción académica progresivamente concentrada en estos países e instituciones, presenta grados cada vez mayores, al mismo tiempo, de fragmentación, tendencia que desde muy diversos ángulos parece prevalecer en el estudio de la comunicación en todo el mundo (Fuentes, 2015: 68-69).
Más recientemente aún, Waisbord ha desarrollado una propuesta conceptual y metodológica que, más allá de la consideración de los estudios latinoamericanos, aborda algunos de los problemas centrales para la construcción de una perspectiva trans-nacional o, siguiendo su propia terminología, una relacionada con la globalización, y más específicamente con la «globalización de las culturas académicas en los estudios de comunicación»10 (Waisbord, 2016: 868), contrapuesta a la «fragmentación». Esta propuesta se articula alrededor del concepto de «traducción»:
Mi interés en este artículo es discutir la traducibilidad del trabajo académico en comunicación en el contexto de la academia globalizada y de tradiciones de investigación con trayectorias históricas y culturas diferentes. La noción de traducción es útil para reflexionar acerca de las culturas académicas en los estudios de comunicación. La traducción es un ‘evento trans-cultural’… que tiene que ver con la dinámica y los desafíos intrínsecos al cruce de las culturas académicas. La globalización de las culturas académicas confronta problemas que los estudios sobre la traducción han reconocido desde hace mucho: el choque entre el dogmatismo y la diferencia, los deslizamientos y huecos del lenguaje y la posibilidad de la (in)comprensión (Waisbord, 2016: 871).
Para Waisbord, como para otros autores ya citados, es claro que «aunque las dimensiones globales del campo no han sido todavía exploradas completamente, los estudios existentes indican que los factores nacionales determinaron las características particulares de la investigación de la comunicación en diferentes países y regiones» (Waisbord, 2016: 875), y que «en el Sur global», el campo de estudios de la comunicación se desarrolló mezclando tradiciones filosóficas, políticas y religiosas locales con las influencias de las tendencias intelectuales externas. «Aunque algunos académicos siguen convencidos de que el campo refleja principalmente paradigmas y preocupaciones externos», el campo no puede reducirse a una proyección de paradigmas foráneos. «La exposición y el diálogo con la investigación occidental generó una formación académica local híbrida» (Waisbord, 2016: 876). No obstante, esta perspectiva no necesariamente resuelve los riesgos de la fragmentación y el dogmatismo en el campo en escala global. Por el contrario, «así como no deslocaliza las culturas académicas centradas en lo nacional, la globalización no necesariamente genera una sensibilidad cosmopolita. De hecho, impulsa reacciones mixtas» (Waisbord, 2016: 881). Y probablemente lo más visible en el estado actual de los estudios sobre la institucionalización del estudio de la comunicación sean esas «reacciones mixtas», reconvertidas en objetos de lucha estratégica en el propio campo.
Desde el ángulo del análisis del cambio en el campo académico, una revisión del Informe de la UNESCO-ISSC (2012), permite subrayar que al analizar las tendencias recientes en el plano internacional, algunos observadores asumen que las ciencias sociales pronto entrarán en una era postdisciplinaria. Esa modalidad de organización académica implica fundamentalmente que la investigación se diseñe, ejecute y evalúe en función de «problemas de conocimiento situados» antes que de premisas y protocolos teórico-metodológicos tradicionales, los que necesariamente resultan a su vez transformados en el proceso.
Ahora, dependiendo de los autores, este cambio puede ser el causante de una nueva integración de las ciencias sociales y las naturales, o puede significar que el conocimiento estará cada vez más orientado hacia ‘comunidades epistémicas integradas’ cuyo interés sea la solución de problemas locales y contextuales (UNESCO-ISSC, 2012: 197), con el riesgo, ya presente, de la fragmentación. Y en esta perspectiva postdisciplinaria, que formula quizá la vertiente actual más interesante del impulso para «abrir las ciencias sociales», los estudios de comunicación aparecen, con naturalidad y dignidad, en muchos de los recuentos y revisiones del estado de las ciencias sociales, como referencia de la transformación en curso de los «territorios disciplinarios». Se puede leer en el Informe el conjunto de tensiones que esta referencia implica:
A pesar de la fuerza política y económica empleada por algunos gobiernos para impulsar una institucionalización «productiva, vinculada, e internacional» de la ciencia y la educación superior, las tensiones organizacionales siguen siendo clave para el desarrollo de las muy pobladas ciencias sociales. Por ello, una pregunta metodológica que el propio Informe formula en relación con los «cruces» de las fronteras disciplinarias en ciencias sociales podría ser, quizá, mejor respondida atendiendo a la experiencia de los estudios de comunicación: «¿Cómo puede ser fortalecida la formación interdisciplinaria mientras que las disciplinas se fortalecen? Esta puede ser la pregunta práctica de mañana para la investigación en ciencias sociales» (UNESCO-ISSC, 2012: 213). Y precisamente, desde la región iberoamericana, voces autorizadas en los estudios de comunicación, como la de Miquel de Moragas, refuerzan esta perspectiva:
Para Moragas, ahora la prioridad no es «la descripción del objeto (la comunicación) sino, más bien, sus interpretaciones. La prioridad será la historia de la investigación, analizando su evolución, pero sobre todo la intertextualidad entre teorías que se ha ido produciendo a lo largo de más de medio siglo de investigaciones», para de esa manera responder desde una perspectiva sociocultural «a los grandes cambios que se han producido tanto en la comunicación como en sus estudios». Al considerar a los estudios de comunicación al mismo tiempo, aunque desde distintos ángulos, como un campo y una disciplina, para Moragas es fundamental que «los estudios sobre medios de comunicación —aunque visiones conservadoras y a corto plazo lo pretendan disimular— siempre se han visto condicionados por la realidad social y comunicativa del contexto en el que se desarrollaban.» En otras palabras, es indispensable reconocer cómo «en cada época histórica, en cada país y en cada región, la investigación recibe demandas sociales distintas, dependientes de los centros de decisión política, económica y cultural» (Moragas, 2011: 15). Lo mismo puede atestiguase, obviamente, con respecto a los posgrados en que se forman los nuevos investigadores.
Coincidente con esta perspectiva, desde el contexto de la Enciclopedia Internacional de la Comunicación, Robert Craig reconstruye las tendencias y los debates principales que condicionan el reconocimiento y la organización de los estudios de comunicación en todo el mundo, y subraya los inexorables componentes de aplicación social que los caracterizan, así como la creciente demanda de intervenciones expertas en las sociedades contemporáneas. Y en términos de un «prospecto de futuro», reconociendo que los debates no han generado acuerdos sobre si la investigación de la comunicación debería tender a establecerse como una disciplina en el mismo sentido que lo son la lingüística, la sociología o la economía, o si ya lo ha hecho (al menos en Estados Unidos), plantea una fórmula que vuelve a enfocar el sentido del debate, de la teoría para la práctica:
La cuestión no es si el de la comunicación seguirá siendo un campo inter-disciplinario, pues ciertamente lo seguirá siendo. La pregunta abierta es si la comunicación puede también tener un núcleo teórico que permita a los investigadores de la comunicación abordar tópicos interdisciplinarios desde un punto de vista disciplinario particular, que aporte valor real a la empresa interdisciplinaria. La creciente centralidad de la comunicación como tema de la cultura global involucra a la disciplina de la comunicación en una ‘doble hermenéutica’, un proceso en el que el campo académico deriva mucho de su identidad y de su coherencia del profundo y comprometido involucramiento con la comunicación como una categoría de la práctica social, al mismo tiempo que contribuye a la dinámica evolución de esa misma categoría cultural, que constituye el objeto central y definitorio de estudio de la disciplina (Craig, 2008: 686).
Y Klaus Bruhn Jensen, otro académico también directamente asociado (como editor del área de teoría y filosofía de la comunicación), al proyecto de la Enciclopedia Internacional de la Comunicación, ha recuperado múltiples aportes provenientes de diversos campos académicos en torno a tres problemas: la comunicación como concepto; los medios como soportes materiales, como instancias significativas y como instituciones sociohistóricas; y la investigación de la comunicación como práctica social (Jensen, 2010; 2012). Si bien es obvio, y además plenamente consistente con el propio planteamiento, que los aportes de ésta como de muchas otras obras, a la comprensión de los medios, de la comunicación, y de las sociedades contemporáneas dependerán sustancialmente de su circulación, apropiación crítica y utilidad práctica en las diversas «comunidades interpretativas» a las que se dirige, el sentido de futuro que declara puede ser compartido:
La implicación principal es la constitución, mediante la comunicación (entendida como producción social de sentido), de los investigadores en agentes sociales, capaces de influir en los sistemas y procesos más diversos en los que los sujetos sociales interactúan entre sí y con las estructuras culturales e institucionales. Pero obviamente habrá que destacar que tal agencia trasciende a los individuos, y que la «comunicación» no supone necesariamente el acuerdo.
La agencia humana no es la manifestación de un libre albedrío individual, ni la estructura social un conjunto de constricciones externas a las acciones de los individuos. En cambio, las sociedades son estructuradas por, y simultáneamente estructuran, las incontables interacciones en las que se embarcan incesantemente los individuos, los grupos y las instituciones. Los sujetos y los sistemas sociales —agencia y estructura— son las condiciones habilitantes una de la otra (Jensen, 2012: 200).
Si la comunicación puede, para fines prácticos, considerarse «central» en la comprensión y determinación del futuro social, no es por una determinación del desarrollo tecnológico. Será porque se constituya en un medio, en un recurso colectivo, para la coordinación de acciones metodológicamente reguladas (y por lo tanto, reversibles), tendentes a la consecución de fines determinados. El debate sobre los fines de los medios, y en última instancia sobre los fines de la comunicación, no se puede obviar, al menos en la academia. Sin desconocer las mediaciones y la mediatización, son las prácticas socioculturales, y en ese sentido históricas, las que es indispensable conocer críticamente, porque al alejar la comunicación de su identificación con su instrumentalización, permite rescatar las articulaciones fundamentales de la política y lo político, la mutua determinación entre estructuras y agencias situadas. Y solo entonces, podrá proponerse una «comunicación política» cuya denominación no resulte otra etiqueta redundante y en último término, vacía. La academia también, como la comunicación pública, al decir de Jensen, es un medio semiótico para un fin social.
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