Título del Capítulo: «Desinformación, fact-checking y movimiento feminista»
Autoría: Xabier Martínez-Rolán; Teresa Piñeiro-Otero
Cómo citar este Capítulo: Martínez Rolán, X.; Piñeiro-Otero, T. (2023): «Desinformación, fact-checking y movimiento feminista». En Míguez-González, M.I.; Dafonte-Gómez, A. (coords.), Narrativas digitales contra la desinformación. Verificación de datos y alfabetización en la sociedad de la información. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.
ISBN: 978-84-17600-85-3
d.o.i.: https://doi.org/10.52495/c11.emcs.19.p105
11. Desinformación, fact-checking y movimiento feminista
Xabier Martínez Rolán
Universidade de Vigo
Teresa Piñeiro-Otero
Universidade da Coruña
Introducción
En la era de la conectividad, las interacciones mediadas (y su elevado volumen e intensidad) son la principal forma de contacto con el mundo, llegando a desplazar a los medios convencionales e incluso a la propia experiencia personal en la percepción de la realidad.
Más recientemente, la irrupción del SARS-CoV-2 ha multiplicado los flujos de información, en muchos casos parcializada y sin contrastar, lo que ha llevado a hablar de infodemia (OMS, 2020). La compartibilidad de las plataformas digitales ha contribuido a que en poco tiempo una información sin contrastar pueda convertirse en una realidad global (Törnberg, 2018; Corbu et al., 2021). La celeridad a la que se mueve la información en estas plataformas ha favorecido una tendencia de compartibilidad impulsiva, incluso de contenidos que no han sido revisados previamente. Que Twitter alerte de que el artículo (o link) no ha sido abierto antes de compartirlo es un elemento indicativo de esta realidad.
En este contexto, la desinformación y el fact-checking constituyen dos fenómenos distintos, pero de influencia mutua, en tanto el segundo surge como consecuencia directa del primero. Si la desinformación hace referencia a la información falsa o engañosa que se propaga, de forma más o menos intencionada, el fact-checking implica el proceso de verificar la precisión de esta información.
Aunque el fenómeno de la desinformación afecta a diversas realidades de la sociedad actual, especialmente a aquellos temas polarizadores de la opinión pública, el corpus de investigaciones al respecto señala la existencia de temáticas recurrentes en las noticias falsas como el feminismo o las violencias machistas.
Por poner un ejemplo, se extendió la idea de que las manifestaciones del 8 de marzo de 2020, Día Internacional de la Mujer, tuvieron una consecuencia directa en la expansión del coronavirus en España. Redes sociales y medios de comunicación dieron soporte a cientos de informaciones que situaban a las manifestaciones del 8M —y a la permisividad del gobierno con el movimiento feminista como foco del problema. Noticias interesadas que tuvieron una expansión viral, más rápida que la propia covid.
A pesar de los numerosos estudios y especialistas que, en las semanas posteriores, constataron la limitada incidencia del 8M en la expansión del virus, y de la publicación de otros eventos multitudinarios como encuentros deportivos (partidos de La Liga, Segunda División y Liga ACB, entre otros), congresos y otros eventos (como la Asamblea de Vistalegre de Vox) hoy todavía se cierne la sospecha sobre las movilizaciones feministas. Sospecha alimentada por infoxicadores antifeministas —más o menos organizados— de cara a denostar al movimiento (Labio-Bernal; Manzano Zambruno, 2023).
Las noticias falsas tienen un impacto negativo en la percepción del feminismo. Si, como señalan Murphy et al. (2021), es más probable que aceptemos como buenas las noticias falsas alineadas con sus creencias, nuestra socialización en una cultura patriarcal supone una base de excepción para la aceptación acrítica de estas informaciones, e incluso su redifusión.
Así, por ejemplo, Evans (2002) descubrió que a menudo se construyen a las feministas como poderosas pero hipócritas, como expertas desacreditadas en la post-verdad o como menos formadas o válidas que los hombres blancos.
Más recientemente, Stabile et al. (2019) constataron que dos noticias falsas sobre Hillary Clinton que circularon durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016, evidenciaron narrativas de género, como su incapacidad para el liderazgo, destinadas a menoscabar su candidatura. Asimismo, en el ámbito de Polonia, Rosińska (2021) concluyó que los temas más comunes de desinformación están relacionados con el Gobierno, la Iglesia Católica y el género.
A pesar de constituir marcos nacionales específicos, las cuestiones de género aparecen en esta suerte de agenda setting de noticias falsas, con más o menos relevancia a lo largo del mundo. Unas noticias que deben enmarcarse en un discurso antifeminista, más o menos organizado, que surge como reacción a los logros y demandas de las mujeres en las últimas décadas.
La genealogía feminista, en tanto a origen teórico y tradición del pensamiento feminista, suele establecerse en torno a olas. Si bien esta metáfora ha sido criticada y objeto de revisión recientemente (Garrido-Rodríguez, 2021), la idea de ciclo es habitual para referirse a una fase de intensificación de conflictos y confrontación en el sistema social con una rápida difusión de la acción colectiva, innovación y convergencia de formas de participación organizadas y no organizadas (Tarrow, 2012).
En este sentido, este texto opta por mantener la metáfora de olas para hablar de antifeminismo o, incluso, de resaca, dado su carácter de contramovimiento que surge por oposición a las ideas, políticas e incluso figuras del feminismo (Lamoureux;Dupuis-Déri, 2015). Si bien, su carácter reactivo haría pensar en el antifeminismo como un simple reverso del movimiento feminista, la realidad —siguiendo a Bonet Martí (2021)— destaca su diversidad y complejidad, como contramovimiento así como su forma histórica y geográficamente cambiante. Así, pese a contar con una base común, la construcción por oposición al feminismo difiere en sus motivaciones, formas de organización y repertorios de acción.
Si el movimiento contrasufragista hizo de los carteles su arma de desinformación, el ciberantifeminismo ha hecho lo propio con el lenguaje-forma de las redes sociales.
Estableciendo un paralelismo con las olas de feminismo podemos hablar de cuatro olas antifeministas. La primera de ellas debe situarse a comienzos del siglo XX, como respuesta a las demandas de ampliar a las mujeres el derecho a voto, convirtiendo el sufragio en un derecho realmente universal. Este antifeminismo tuvo particular relevancia en el ámbito de los países anglosajones, pero en el ámbito español, por ejemplo, se puede señalar el inicio de una ola antifeminista durante la Segunda República como respuesta a los avances en los derechos de las mujeres, que tendría reflejo en posicionamientos políticos durante la Guerra Civil que acabarían institucionalizándose en la posterior dictadura franquista (Ortega-López, 2021).
De hecho, como recuerda Bonet-Martí (2021) esta primera contra ola se extendería más allá del movimiento antisufragista para integrar la contrarrevolución conservadora de entreguerras, con el ensalzamiento de un modelo tradicional de feminidad y familia que culminaría con el ascenso de los fascismos.
La segunda ola antifeminista se situaría en la década de los setenta y ochenta, con las movilizaciones en Estados Unidos por la aprobación de Equal Rights Amendment (ERA) y la lucha por la despenalización del aborto. Esta ola sería conocida como blacklash feminista (Faludi, 2006).
Desde la perspectiva de la desinformación, resulta destacable la notoriedad de figuras y asociaciones femeninas en estas olas contrafeministas que aportaron mayor consistencia a sus argumentos e informaciones. Es el caso, por ejemplo, de la Women’s National Anti-Suffrage League, y sus abanderadas Gertrude Bell o Mary Augusta Ward; o de Phyllis Schlafly, cabeza visibile de Stop Taking Our Privileges, movimiento de mujeres conservadoras en contra de ERA.
En el momento actual, siguiendo a Bonet-Martí (2021), nos encontramos inmersos en una contra ola de antifeminismos dada la convergencia de los antifeminismos de Estado, los movimientos antigénero, los antifeminismos interseccionales y los ciberantifeminismos. Contramovimientos surgidos como respuesta al avance y demandas feministas, aunque con sus propias características, organización y formas de articulación. De ellos consideramos de especial interés los ciberantifeminismos, tanto por la relevancia de Internet y las TICs en nuestra vida cotidiana, como por el hecho de que integran postulados de otros antifeminismos.
La penetración y popularización de la web social permitió a las feministas llegar a la ciudadanía frente a las barreras impuestas por los medios de comunicación. En este contexto, el feminismo ha aprovechado las herramientas y servicios de la Red para el establecimiento de redes locales y transnacionales que han aportado visibilidad y, con ésta, adhesiones a sus postulados.
Hashtags como #MeToo, #NiUnaMenos o #HermanaYoTeCreo, ejemplos de hashtag feminism (Dixon, 2014), se han conformado como relatos globales de las violencias sexuales vividas por mujeres en todo el mundo, logrando traspasar del área virtual a la física para hacerse un hueco en la agenda pública.
Con todo, a pesar de su capacidad para transformar, conectar rápidamente y tener una gran influencia en las redes sociales, éstas no dejan de ser un producto de las relaciones sociales que las crean y utilizan. Aunque pueden romper las estructuras jerárquicas tradicionales y promover nuevos liderazgos, el entorno en línea no está libre de las dinámicas sociales existentes (Bertomeu-Martínez, 2019).
De hecho, la Red y, más concretamente, las plataformas sociales deben considerarse como espacios de desigualdad (Piñeiro-Otero; Martínez-Rolán, 2021). Siguiendo a Vogels (2021), una de cada tres mujeres menores de 35 años dice haber sido acosada sexualmente en línea, un número que crece al 70% si hablamos de la comunidad LGBTIQ.
En un estudio sobre el discurso de odio contra las mujeres, desarrollado en 2019, constatamos que el 15% de los mensajes dirigidos a una selección de mujeres contenían algún tipo de insulto o término odioso. Una realidad que se hacía especialmente patente en el caso de las mujeres políticas y periodistas, dos roles esenciales para el desarrollo de las sociedades democráticas.
En un contexto de proliferación del discurso de odio online la misoginia, entendida como una de sus orientaciones (Richardson-Self, 2018), tiene en la Red una cámara amplificadora (Lewis et al. 2017) y ha abrigado el surgimiento de una subcultura masculina, altamente misógina y reactiva a la expresión y manifestaciones de las mujeres. Esta manosfera (neologismo formado por «man» y «sphere») germina en webs y foros masculinistas, como centros de poder de una organización y discurso que se expande a redes sociales y, en general, a todas aquellas plataformas donde —consideren— se ponga en peligro el dominio masculino. Si bien esta manosfera supone un espacio de referencia común, con métodos de actuación similares, se debe señalar una cierta heterogeneidad en su composición que va a dar lugar a diferentes posicionamientos o enfoques del discurso antifeminista.
Dentro de la «machosfera» se encuentran diversos grupos como los Activistas por los derechos de los hombres (MRA, siguiendo sus siglas en inglés), gurús del ligue (PUA o pick up artist), hombres que siguen su propio camino (MGTOW), incels (acrónimo de involuntariamente célibes), que tienen en el grupo su brazo ejecutor.
En este cometido la «machosfera» emplea fórmulas que van desde el lenguaje odioso, acoso y otros modos de violencia machista a suplantación de identidad, revelación de datos privados o manipulación de imágenes íntimas (deepfakes), todas ellas manifestaciones del troleo de género (Mantilla, 2013).
Si el troleo en general se percibe como una intención maliciosa para provocar a otro usuario, el troleo de género es una forma de misoginia en línea que implica el uso de insultos basados en el género, lenguaje cruel y amenazas creíbles (por ejemplo, amenazas de violación o muerte) por parte de un grupo coordinado. Mantilla (2013) apunta una serie de características específicas de este fenómeno como la implicación de muchas personas, habitualmente de forma orquestada; el empleo de insultos y términos ofensivos en función del sexo y género con términos específicos para mujeres afectadas por otras diversidades (raza, etnia, edad...); lenguaje atroz que podría integrarse en la definición de «odio»; amenazas creíbles que trascienden el ámbito digital para proyectarse en el real; ataques que presentan una mayor intensidad, duración y alcance; y su elevada reactividad a las denuncias de sexismo u otras manifestaciones feministas.
La desinformación, como uno de los grandes males de las sociedades contemporáneas, tiene un impacto negativo en la percepción del feminismo y, por ende, en los derechos de las mujeres, sus demandas o luchas.
Este nuevo antifeminismo transgresor, tal como apunta Nagle (2015) se identifica como contracultural más que conservador y pro-familia o basado en los derechos de los hombres como sucedió en el pasado. Si el movimiento antisufragista con frecuencia apeló a este movimiento como causa de abandono del hogar y los deberes maritales, el ciberantifeminismo pone énfasis en los avances de las políticas públicas feministas como un atentado contra los derechos fundamentales de los hombres.
Nada nuevo. Hace ya dos décadas, en plena expansión de la web 2.0, Herring et al. (2002) investigaron el fenómeno troll y constataron que los foros feministas en línea resultan especialmente vulnerables, ya que deben equilibrar los ideales inclusivos con la necesidad de protección y seguridad. Una tensión que puede ser explotada por algunos usuarios para generar conflictos intragrupo.
Han (2018), por su parte, observó que el activismo feminista digital de los últimos años no propició un cambio social, sino que incrementó la reacción antifeminsita online. Un análisis que, si bien, se circunscribe al ámbito chino constata el carácter global de esta reacción antifeminista ligada al asentamiento de la «machosfera».
Desde el campo de la educación, Wang y Degol (2017) examinaron cómo la desinformación en línea perpetúa los estereotipos de género y los prejuicios sobre las mujeres en las carreras STEM, señalando también barreras culturales o desinformación entre los motivos de dicha brecha de género en la formación.
La relación entre el movimiento feminista, la desinformación y verificación de hechos puede abordarse desde ópticas muy diferentes, aunque interrelacionadas. Herrero Diz et al. (2020) analizaron los bulos desmentidos por Maldito Feminismo y concluyeron que los principales temas sobre los que versan las noticias falsas son el feminismo como movimiento y la violencia de género. En menor medida también se encontró desinformación sobre personajes de actualidad, derechos y legislación, o mujeres en la historia.
No obstante, más que la relación de bulos resulta necesaria indagar cómo afectan las noticias falsas a las personas receptoras. Además de perpetuar estereotipos y prejuicios (Wang; Degol, 2017), Murphy et al. (2021) comprobaron que, en lo que respecta a la desinformación contra el feminismo, las personas son más susceptibles al recuerdo de aquellas noticias falsas ideológicamente congruentes, incluso una vez desmentidas. En consonancia con la teoría de los usos y gratificaciones, las personas son más propensas a otorgar credibilidad a aquellas informaciones en sintonía con su marco ideológico, con independencia de su veracidad.
Apuntando hacia la verificación de hechos es importante abordar el elefante en la habitación: ¿Por qué es importante el fact-checking para el movimiento feminista?
La respuesta es aparentemente sencilla: porque permiten examinar y verificar la exactitud de la información relativa a los derechos de las mujeres y la igualdad de género, lejos de distorsiones, tergiversaciones o malinterpretaciones más o menos interesadas. La realidad es más compleja y profunda. Un fact-checking feminista es una herramienta preventiva, contra la desinformación, pero también pedagógica ideal para promover el desarrollo de sociedades más justas e igualitarias.
Pese a su relevancia en la consecución de una ciudadanía crítica y democrática solamente seis verificadores, de los veinte ligados a la International Fact-Checking Network en Iberoamérica sitúan el feminismo como temática específica en la web. Las formas de integración basculan de las etiquetas de Lupa (Brasil), Colombia Check (Colombia) o Polígrafo (Portugal) a las secciones o categorías específicas de Animal Político (México), EFE (España) o Maldito Bulo (España).
Este movimiento feminista, visible a través del activismo de verificación (Herrero Díaz et al., 2020), está generando un impulso consciente y pedagógico.
Como práctica activista, la cuarta ola feminista está aprovechando el lenguaje de Internet, de su intensidad y penetración, para involucrar a toda la ciudadanía en la lucha por la igualdad (Wang; Degol, 2017). En este cometido la verificación de noticias forma parte intrínseca de la acción feminista. Al mostrar la realidad detrás de fake news y bulos, se puede luchar contra mitos y fomentar un espíritu crítico en la ciudadanía.
Movimiento feminista y fact-checking pueden establecer una relación de simbiosis muy provechosa para ambas partes. La verificación de información es esencial para desmentir la desinformación y proporcionar información precisa y fiable sobre cuestiones de relevancia para el movimiento. Una información que puede contribuir a desmontar mitos y prejuicios que permitan reducir la brecha de género, pero también una perspectiva más favorable a los postulados y defensas feministas.
Este capítulo forma parte del proyecto «Narrativas digitales contra la desinformación. Estudio de redes, temas y formatos en los fact-checkers iberoamericanos», financiado por la Agencia Estatal de Investigación, de España (Ref. PID2019-108035RB-I00/AEI/ 10.13039/501100011033).
Bertomeu-Martínez, Angustias (2019): «De la tradición al activismo en redes sociales», Revista tiempo de paz, núm. 134, pp. 77-84.
Dixon, Kitsy (2014): «Feminist online identity: analyzing the presence of hashtag feminism», Journal of arts and humanities, vol. 3, núm 7, pp. 34-40.
Faludi, Susan (2006): Backlash: The Undeclared War Against American Women, Ed. Crown.
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Herring, Susan; Job-Sluder, Kirk; Scheckler, Rebecca; Barab, Sasha (2002): «Searching for Safety Online: Managing «Trolling» in a Feminist Forum», The Information Society, vol. 18, núm. 5, pp. 371-384.
Lewis, Ruth; Rowe, Michael; Wiper, Clare (2017): «Online Abuse of Feminists as An Emerging form of Violence Against Women and Girls», The British Journal of Criminology, vol. 57, núm. 6, pp. 1462-1481.
Mantilla, Karla (2013): «Gendertrolling: Misogyny adapts to new media». Feminist studies», vol. 39, núm. 2, pp. 563-570.
Murphy, Gillian; Murray, Emma; Gough, Doireann (2021): «Attitudes towards feminism predict susceptibility to feminism-related fake news», Applied Cognitive Psychology, vol. 35, núm. 5, pp. 1182-1192.
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Ortega López, María Teresa (2021): «Olas de antifeminismo en España en la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura de Franco», ARENAL, vol. 29, núm 1 (enero-junio), pp. 217-237.
Richardson‐Self, L. (2018): «Woman‐Hating: On Misogyny, Sexism, and Hate Speech», Hypatia, vol. 33, núm. 2, pp. 256-272.
Törnberg, Petter (2018): «Echo chambers and viral misinformation: Modeling fake news as complex contagion», PLoS one, vol. 13, núm. 9, p. e0203958.
Wang, Ming-Te.; Degol, Jessica (2017): «Gender Gap in Science, Technology, Engineering, and Mathematics (STEM): Current Knowledge, Implications for Practice, Policy, and Future Directions», Educational psychology review, vol. 29, núm. 1, pp. 119-140.
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