Tecnopolítica, cultura cívica y democracia

 

 

Título del Capítulo: «El desafío de las redes sociales a la democracia: un abordaje teórico comprometido»

Autoría: Jesús Sabariego; Francisco Sierra Caballero

Cómo citar este Capítulo: Sabariego, J.; Sierra Caballero, F. (2022): «El desafío de las redes sociales a la democracia: un abordaje teórico comprometido». En Sabariego, J.; Sierra Caballero, F., Tecnopolítica, cultura cívica y democracia. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.

ISBN: 978-84-17600-69-3

d.o.i.: https://doi.org/10.52495/c1.emcs.22.cc22

 

 

 

Capítulo 1. El desafío de las redes sociales a la democracia: un abordaje teórico comprometido

 

 

El capital se ha introducido en todas partes, tanto en nuestros placeres y sueños como en nuestro trabajo. Primero nos atrapan con circos mediáticos, luego, si eso falla, mandan a las tropas de asalto.
La transmisión de la tv se corta justo antes de que los policías
comiencen a disparar.

 


Mark Fisher,
K-Punk (2019: 336)

[…] desde la aparición de las redes sociales, internet y el teléfono
móvil han desafiado la primacía tanto de los colegios como de otros
espacios físicos donde la gente se reúne para interactuar en persona,
como bares, parques infantiles, iglesias o grupos vecinales. Si esto afecta al aislamiento social y a la conexión humana y cómo afecta
son dos de las preguntas más difíciles de responder de nuestra era.
Eric Klinenberg, Palacios del pueblo. Políticas para una sociedad más igualitaria (2021: 57 )

 

No son las ideologías de los humanos las que determinan
su existencia socio-técnica, sino sus existencias socio-técnicas
las que determinan sus ideologías.

McEnzie Wark,
El capitalismo ha muerto. El ascenso de la clase vectorialista
(2021: 53)

[…] la sociedad de este hombre enajenado es la caricatura
de su comunidad real, de su verdadera vida genérica; que, por tanto,
su actividad se le presenta como un tormento, su propia creación como un poder ajeno, su riqueza como pobreza; que el vínculo esencial que le une a los otros hombres se le presenta como un vínculo accesorio, y más bien la separación respecto de los otros hombres como su existencia verdadera; que su vida se le presenta como sacrificio de su vida, la realización de su esencia como desrealización de su vida, su producción como producción de su nada, su poder sobre el objeto como poder del objeto sobre él […].
Karl Marx, Cuadernos de París (1974: 37-8)

 

 

 

Las llamadas redes sociales suponen un vector estratégico para entender la comunicación política contemporánea. Su incidencia sobre los sistemas democráticos es un desafío que requiere una comprensión crítica, ampliada y comprometida (Engaged approach), desde la praxis de los Movimientos Sociales Globales surgidos a partir de 2011 y sus cruzamientos con las prácticas comunicativas, y por ende políticas, desarrolladas a partir del despliegue como dispositivo de mediación social de la web 2.0 y las redes sociales corporativas en Internet. Desde el final de la primera década del siglo XXI, hemos venido analizando en Compolíticas las apropiaciones y mediaciones que los mencionados movimientos globales han ejercido desde entonces a fin de observar y comprender la nueva economía moral de la multitud conectada, los repertorios simbólicos, las formas de ser y estar de los actores sociales y su subjetividad política, explorando, en fin, los imaginarios instituyentes de la nueva ecclesia digital.

Durante el trabajo de campo hemos constatado cómo crece paulatinamente el impacto de las redes sociales de Internet sobre la política, al tiempo que se constata una notoria transformación de los modos de representarse y actuar, a nivel incluso organizativo, de los Nuevos Movimientos Sociales. Ello a nuestro juicio exige, en coherencia, una nueva conceptualización teórica de estos, a la luz de la estratégica relevancia de la tecnología en sus prácticas, no sólo comunicativas, sino también en su propia identidad y praxis reivindicativa, lo que en este trabajo denominamos Tecnopolítica, que deja obsoleta la caracterización de los Nuevos Movimientos Sociales y las Culturas Cívicas, operada en la década de los ochenta del siglo XX.

Una definición popular de tecnopolítica, propuesta por Javier Toret (2015), sería la siguiente: «Uso táctico y estratégico de las herramientas digitales para la organización, comunicación y acción colectiva». Cabe señalar que la idea de «multitud conectada» que utiliza Toret en el título de su principal libro sobre el asunto, Tecnopolítica y 15M: la potencia de las multitudes conectadas (2015), fue propuesta originalmente por Pérez de Lama y socios de hackitectura.net (S. Moreno y P. DeSoto) en 2003 como título de un evento organizado con Arte y Pensamiento de la Universidad Internacional de Andalucía, por lo que puede decirse que este texto constituye una nueva entrega de una conversación que se extiende ya desde hace más de 15 años. Puede verse también Pérez de Lama (2006: 79-91).

Otros grupos que han usado durante los últimos años el término, en el sentido que aquí se propone ampliar, serían el de Compolíticas de la Universidad de Sevilla dirigido por Francisco Sierra y que viene contando con la participación de unos de los autores del presente volumen, Jesús Sabariego. Antoni Gutiérrez-Rubí, consultor político de gran proyección pública, también ha usado el mismo concepto en este sentido relativamente acotado. A lo largo de estos últimos años, tal denominación, para el conjunto de prácticas y procesos de remediación que aquí analizamos, se ha popularizado además en los medios de comunicación y en ámbitos activistas y de partidos políticos, como Podemos. Es conveniente señalar, sin embargo, que el uso del término tecnopolítica en un sentido amplio es compartido por otros grupos activistas y de investigación actuales, más allá de su reciente asociación a las redes sociales. Sirva como ejemplo el título y los contenidos del encuentro celebrado en Belo Horizonte, Brasil, (2015), «Tecnopolíticas do común. Arte, urbanismo y democracia», coordinado entre otros por la profesora Natacha Rena.

Aunque el grupo de Toret, A. Monterde, A. Calleja et al. argumenta que su visión es mucho más amplia, y efectivamente ha colaborado durante los últimos cuatro años con el Ayuntamiento de Barcelona (en colaboración con F. Bria, X. Barandiarán, J. Subirats et al. ) en proyectos de enorme importancia, que suponen un entendimiento mucho más complejo de las relaciones entre tecnologías digitales y política, —de los que se trata más adelante en este texto—, sostendremos aquí una visión algo más específica, una redefinición del término fruto de la experiencia testada en trabajo de campo estos últimos tres años y de la naturaleza de los procesos de reproducción social que introducen las nuevas tecnologías desde una perspectiva crítica (Pérez de Lama; Laulhé, 2022: 19-20).

Como señalan los profesores de la Escuela Técnica de Arquitectura de la Universidad de Sevilla, fundadores del colectivo hackitectura.net y de Indymedia Estrecho, así como del Laboratorio de fabricación digital FabLab, José Pérez de Lama y José Laulhé (Sabariego; Jobim; Salles, 2022), con la eclosión de los movimientos sociales globales, a partir de la segunda década del siglo XXI, surge la necesidad de una concepción ampliada y distribuida, crítica y trans(in)disciplinar de Tecnopolítica entre algunos grupos de investigadores, a tenor de las limitadas concepciones previas, poco operativas para dar cuenta de las mediaciones y apropiaciones por parte de dichos movimientos, de las tecnologías de información y la comunicación, especialmente con la aparición, el desarrollo y la expansión exponencial de la web 2.0 y las llamadas redes sociales de Internet. La investigación en comunicación, por otra parte, ha avanzado conocimiento relevante para comprender y explicar los procesos de acción colectiva en red. Trabajos de más de una década de análisis empírico de COMPOLITICAS y del consorcio internacional Tecnopolíticas (https://www.tecnopoliticas.org) (Sierra; Gravante, 2018; Sierra, 2022) constatan cambios de relevancia en la forma de intervención y representación pública. Tal y como indicábamos en el proyecto nacional CIBERMOV (https://www.cibermov.net):

[…] la redefinición de la lucha por el código se antoja por lo mismo un problema prioritario, de orden teórico y práctico en la disyuntiva que vive hoy la civilización capitalista. Por ejemplo, «debido a la creciente demanda de transparencia en las sociedades avanzadas, el paradigma de los datos abiertos puede llegar a convertirse en un standard internacional, tanto en el ámbito público como privado, por lo que organizaciones de todo tipo se enfrentarían a la necesidad de crear plataformas de comunicación abiertas que permitan a los clientes tener pleno y fácil acceso a todos los datos relevantes como ciudadanos, clientes y/o usuarios» (Guilló; Mancebo, 2017: 429).

Desde este punto de vista, el activismo digital plantea, en primer lugar, un reto sobre el régimen de transparencia. Es más, los movimientos sociales deben ser considerados como actores de una mediación hipervisual de redefinición de la economía política del archivo, que modifica los procesos de acción y organización de los modelos dominantes de gobierno y control social tradicionales (Sierra, 2022).

Compromiso, participación (to engage, engagement), se han transformado en las consignas y palabras clave en los ecosistemas mediáticos comandados por la comunicación corporativa en Internet, pero es necesario reivindicarlas también en la investigación sobre la praxis tecnopolítica de los Recientes Movimientos Sociales Globales de la última década, apostando por métodos comprometidos y una investigación militante. Más aún en un contexto en el que «la economía digital se está volviendo un modelo hegemónico: las ciudades tienen que volverse inteligentes, los negocios deben ser disruptivos, los trabajadores tienen que ser flexibles y los gobiernos deben ser austeros y capaces. En este entorno quienes trabajan duro pueden sacar ventajas de los cambios y triunfar. O eso es lo que nos dicen» (Nick, 2018: 13).

Involucrar, fidelizar, compromiso, participación, son entendidos en la Internet corporativa por quienes comandan las empresas pioneras en el desarrollo de las redes sociales y los servicios de mensajería privada, en una lógica acumulativa lineal de suma cero, que genera cada vez mayor polarización política, atrapando la opinión en ensordecedoras cámaras de eco, que generan al exterior incomunicadas y continuas espirales del silencio, que enfrentan a millones de ciudadanos en todo el mundo, generando flujos globales de opinión constante, caracterizados por el odio y la manipulación de la información y la comunicación que están erosionando los sistemas democráticos. En buena medida, esta deriva obedece a una visión tecnocrática del capitalismo de plataformas —o cognitivo— que se sostiene en el determinismo tecnológico y en la visión positiva, de ingeniería social, constitutiva como mito de la modernidad en la comunicación-mundo, como ha demostrado Mattelart. Hoy el neodifusionismo tecnológico se actualiza con la noción de sociedad red, de Manuel Castells, un concepto que implícitamente parte de la idea de cierto isomorfismo entre las formas tecnológicas y los procesos de reproducción social. Esto es, la morfología informacional modifica sustancialmente las operaciones y medios de producción, poder y socialización cultural. En nuestra era, la cultura digital promovería así modelos de organización menos jerárquicos y centralizadores, más horizontales y participativos. Pero tal fórmula y la idea implícita de que nivel tecnológico más alto equivale a mayor desarrollo es contestado por la realidad, del mismo modo que Daniel Lerner nunca pudo corroborar la relación entre flujo de información y modernidad.

Ahora bien, al mismo tiempo, el ciclo de protestas y la onda de movilizaciones en países como Brasil ilustra cómo el acceso a nuevas tecnologías puede contribuir a desplegar procesos creativos de empoderamiento a la hora de reafirmar, como sostiene el sociólogo Grzybowski (2013), los derechos y prácticas democráticas conquistadas décadas atrás y que en cierto modo forman parte de la estructura de sentimiento y las formas prácticas de adaptación creativa de la complejidad de la red por medio de las dinámicas de remixes, mashups, trackers, memética y otras formas culturales que la industria, el arte y los propios movimientos sociales experimentan a diario, y que dan cuenta de una nueva subjetividad política.

El olvido de la instancia subjetiva, vivencial y reconstruccionista de la mediación viene dejando en evidencia la necesidad de un abordaje otro que, pensando críticamente, en lo concreto, las instancias de recepción, consumo y producción política de lo social mediatizado, trate de vislumbrar, en un sentido cultural más amplio, las mutaciones estructurales que las industrias de la comunicación impulsan en los modos de organización y las formas de acción colectiva contemporáneas que, entre otros procesos, facilita la apertura de nuevas dinámicas de participación y desarrollo comunitario. No viene al caso detallar todo un repertorio de transformaciones significativas del nuevo ecosistema informativo, pero sí al menos podemos constatar que la revolución digital ha supuesto una radical alteración de los procesos de reproducción social mediante la proliferación de una cultura basada en:

En este nuevo modelo de mediación social, el conocimiento de las transformaciones en curso que introduce la cultura digital exige, en consecuencia, una práctica teórica bien distinta. No solo están en crisis las formas de gubernamentalidad y las lógicas de concepción del desarrollo. Las redes y el lenguaje común de los vínculos definen nuevos cronotopos y puntos de anclaje de la experiencia que deben ser repensados desde una cultura de investigación dialógica, una concepción inmanentista del acontecimiento y la ruptura con la producción mediática estandarizada en función, desde luego, de una lectura creativa e indiciaria del pensar y definir el ser digital. Más aún, en el nuevo horizonte cognitivo, la política de la ciberdemocracia debe plantearse como una Economía Política del Archivo, como una crítica metacognitiva de la captura de la experiencia vivencial de la cibercultura, comenzando con los indicadores de inclusión digital y concluyendo con los modos de compartir y socializar el saber sobre lo social en lo que Boaventura Sousa de Santos denomina Epistemología del Sur o nuevo pensamiento poscolonial.

La mirada sin embargo que ha prevalecido al abordar este tipo de procesos ha sido la representacional, la del contenido o ideología de la mediación, y en menor medida la lógica o estructura que lo hace posible, pese a su importancia y evidente poder de determinación. De ahí el fracaso explicable de numerosas experiencias y proyectos de comunicación participativa. Y es que, cuando nos referimos a los medios de comunicación alternativos —y las prácticas sociales emancipatorias que se dan en la construcción de esos medios— la dimensión creativa y autogestionaria, normalmente, han sido relegadas. Cuando justamente lo interesante de movimientos como el 15M es la construcción de alternativas como la organización autónoma de la mediación y la práctica emancipatoria como la producción mancomunada de formas de vida y representación diferentes (Sierra, 2021a: 24-5).

En este contexto analítico, como fundamento a partir del marco teórico de nuestra propuesta, reforzamos la atención a través de la remezcla y recombinación de diversos métodos cualitativos y cuantitativos, inspirados por la llamada Engaged theory and research aplicada, en un principio, al análisis de las prácticas comunicativas emancipadoras de los movimientos sociales y posteriormente a su captura para otra finalidad tecnopolítica reciente (Sabariego; Jobim; Salles, 2022), en definitiva, al papel desempeñado por las redes sociales virtuales —como territorios para un trans(in)disciplinado trabajo de campo etnográfico digital—, que se constituyeron en plataformas que permitían la emergencia de nuevas formas de activismo, contribuyendo no solo al fomento e intercambio de información, sino, y sobre todo, a la movilización colectiva en torno de la lucha contra la austeridad y la generación de nuevos sujetos políticos en cuya definición, la comunicación y la tecnología suponen un vector fundamental, como veremos, en la medida en que han transformado profundamente la política.

Fue con el recurso a esta mediación tecnológica, basada en el desarrollo de redes sociales digitales temáticas o, lato sensu, de redes de indignación y esperanza (Castells, 2015), que muchos de estos movimientos se tornaron realidad, pero los nuevos medios digitales, las redes sociales de Internet, también han configurado estos, aquí llamados Recientes Movimientos Sociales Globales y las nuevas formas de activismo en red que configuran nuevas Culturas Cívicas, como un momento de innovación social, y por ende política, inédito en la historia de la humanidad (Brescia, 2020):

[…] the movements that arose in social innovation moments that I will look as thorought this week harnessed the newest mens of communication at their disposal to further their social change goals. In fact, new advances in communications technologies do not just appear to spur social movements. In some ways, they also tend to help shape them […] successful social movements in these social innovation moments have often created networks that brought people together from different walks of life and backgrounds through the use of punitive, inclusive messages that tapped into the shared interests of the member of the network (Brescia, 2020: 9).1

De estas redes y ecosistemas digitales emerge, así, la incitación a la movilización, originando una mayor globalización de la interacción social en torno de reivindicaciones específicas (Engagement en esta propuesta teórica), permitiendo la circulación casi simultánea de cualquier hecho que merezca la atención de su emisor, configurando, en gran medida, la acción colectiva de los movimientos y dinámicas analizadas, a partir de la innovación y la potencia creativa de las multitudes conectadas.

Por todo lo anterior, es de suma importancia evaluar hasta qué punto estas prácticas inciden y contribuyen en la mejora de la democracia o, antes bien, si su uso masivo y exponencial puede socavar aquella, arrojando luz sobre la propia praxis tecnopolítica de los, llamados en este trabajo, Movimientos Sociales Globales y las Nuevas Culturas Cívicas, considerando los impactos reales y concretos que han tenido en el ciclo de protestas y movilizaciones iniciados particularmente a partir de 2008. A raíz, diríamos, de la vectorial y estratégica importancia de la tecnopolítica como condición fundacional de sus existencias, en las siguientes páginas analizaremos elementos fundamentales para la comprensión de este fenómeno y aportaremos, además de las conclusiones de nuestros estudios, algunas consideraciones teóricas para abrir un campo de debate aún insuficientemente cartografiado, según hemos visto, para una práctica teórica transformadora. Esta era la propuesta original del proyecto de investigación (Technopolitics —The challenge of digital media to democracy in Europe: an engaged approach),2 financiado con fondos europeos del programa Marie Sklodowska Curie Actions. Partíamos, en esta línea, de la necesidad de un diseño de investigación innovador sobre las relaciones entre el compromiso (engagement)3de las culturas cívicas que han transformado los movimientos sociales globales desde 2001, la participación política y las redes sociales digitales y su influencia e impactos en la elaboración de políticas públicas, orientadas a lo que denominamos una democracia basada en lo común (A Common-based democracy), frente a una democracia mercantilizada (A Commodity-based democracy). Como se ha constatado en la literatura especializada en la materia, «through the analysis of their involvement with radical Internet activists critical of mainstream academia, Hintz and Milan reflect on the question, what is equitable collaboration («co-labor»)? The authors explore how equitable collaboration works on the ground, and suggest possible ways to bridge the gulf created by two radically different organizational cultures and routines-academic individualism on the one hand, and activist collectivism on the other. These accounts of engaged research allow me to identify three tensions that may emerge in designing, conducting, and assessing «research that matters»:

«First, I see a distinction between policy-oriented and action-oriented research, the first being concerned with changing policy directly, and the second aiming to empower people to push for change. The distinction may sound hopelessly subtle, but I believe it is one that matters. In policy-oriented research, we may want to speak directly to policy makers, using the strength of our social role and status as academics. In action-oriented research, social groups are the main recipients of research, which may address sociological or anthropological questions, or may be more explicitly policy-oriented (alongside having implications for theory development, which is what is expected from us). But the end users are advocates, citizens, and social movements. Both approaches are equally worthwhile —this is not intended as a value judgment. In policy-oriented research, academics can act, as Lewis suggests, as «Trojan horses», to advance social demands in the right circles. But I believe that what ultimately empowers social groups is to be given the tools to speak for and by themselves —in this perspective, action-oriented research embodies the potential for a greater (long-term) impact on social groups.

Second, I see a tension between «research about» and «research with». Whereas most current social science is research about (social groups, processes, events), engaged researchers aim to make research with (i.e., in collaboration with) these subjects. Research about is usually considered to be the only objective, and therefore the only scientifically-sound, research, on the grounds that the observer is sufficiently detached from the object of study. So, is research with at all possible? I think so. It requires, however, a commitment from both sides to collaborate and come to terms with the reciprocal differences, a long-term time frame, recurrent cycles of reflection, and constant adjustments along the way.

Third, is research with desirable? I detect here a potential contradiction between engagement and academic rigorousness. I believe that engagement on the ground does not come at the expense of evidence-based scientific research. The types of questions which are asked, and the way we ask them, as well as the methods we select to approach social actors may partially differ, but the results can be equally systematic. It is at this stage that reflectivity comes in —we should be ready to regularly question our identities and roles as researchers immersed in a complex and challenging social world, torn between science and action» (Milan, 2010).

Por tanto, y teniendo en cuenta las tensiones esbozadas por Milan (2010), en el proyecto de investigación del que resulta este volumen, nuestro método trans(in)disciplinar (Engaged approach), se despliega a partir de una investigación internacional, focalizada en el análisis de la influencia ejercida por las tecnologías digitales sobre la ciudadanía y la política, en función de un nuevo modelo teórico a partir del análisis de algunas experiencias tecnopolíticas distribuidas acontecidas en el Sur en la última década, con el propósito de orientar las políticas públicas que intentan frenar el avance de la des-democratización, inducida por el impacto de las redes sociales y los servicios de mensajería privada de Internet sobre los sistemas democráticos contemporáneos. Sobra insistir en la pertinencia y relevancia de este planteamiento de partida cuando observamos que «el factor decisivo para obtener el poder no es ahora la posesión de medios de producción, sino el acceso a la información, que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y el control y pronóstico del comportamiento» (Han, 2022: 9).

1.1. Una praxis tecnopolítica distribuida

Las nuevas tecnologías cobran impulso al integrarse en las
instituciones. Y a medida que maduran devienen cada vez más difíciles de impugnar, redirigir o arrancar.
Virginia Eubanks
La automatización de la desigualdad. Herramientas de tecnología
avanzada para supervisar y castigar a los pobres (2021: 223).

 

La praxis tecnopolítica de los movimientos sociales globales estudiada, y la actualización de las concepciones analíticas en torno a estos, así como la re-configuración de las propias culturas cívicas que entraña, presupone la asunción del principio de código abierto de buenas prácticas distribuidas, horizontales y co-responsables, para que la democratización que esta hace factible condicione los procesos de formulación de políticas públicas, superando así la brecha entre las esclerotizadas concepciones institucionales en torno al e-gobierno, y el ecosistema de apropiaciones y mediaciones instituyentes, muchas de ellas contra-hegemónicas, que constituyen el vector dialéctico más transformador de la e-democracia, como elemento estructurante de las posibilidades de existencia de una democracia basada en lo común (Commons-based democracy) o, podemos decir, de la e-democratización, generando nuevos saberes comprometidos críticamente, en el plano académico y de la investigación de frontera. Por ello, también en los últimos años, se ha operado una apropiación, una instrumentalización corporativa, para sus propios fines, por la llamada clase vectorialista (Wark, 2021).

Acelerado por la pandemia, el poder de las techies ha transformado la economía a partir del establecimiento de mecanismos de control y vigilancia (Zuboff, 2020), basados en la extracción masiva de datos (Big data) y el consecuente régimen disciplinario (Datacracia), advenido con la gestión corporativa capitalista de estos. La sociedad regida por los datos (Data-driven society) ha desarrollado su propia ideología, el Dataísmo (Han, 2022), en suma, aquello que hemos llamado Algoritarismos (Sabariego; Jobim; Salles, 2022).

Con los nuevos dispositivos de registro, el régimen de la información revela rasgos totalitarios. «Llamamos ‘régimen de la información’ a la forma de domino en la que la información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos» (Han, 2022: 9). La lógica de este sistema de Capitalismo Cognitivo se esfuerza por lograr un conocimiento total. Pero el conocimiento total dataísta no se consigue con el relato ideológico, sino con la operación algorítmica. El dataísmo quiere calcular todo lo que es y será. El big data no cuenta nada. Los relatos dejan paso a los recuentos algorítmicos. El régimen de la información sustituye por completo lo narrativo por lo numérico. Los algoritmos, por muy inteligentes que sean, no pueden eliminar la experiencia de la contingencia con tanta eficacia como los relatos ideológicos.

El totalitarismo se despide de la realidad tal y como nos la dan nuestros cinco sentidos. Construye una realidad que sería más real detrás de lo dado, lo que hace necesario un sexto sentido. El dataísmo, en cambio, se las arregla sin el sexto sentido. No trasciende la inminencia de lo dado, es decir, los datos. La palabra latina datum, que viene de dare («dar»), significa, literalmente, lo dado. El dataísmo no imagina otra realidad detrás de lo dado, detrás de los datos, porque es un totalitarismo sin ideología (Han, 2022: 21).

Discrepando con Han en este último punto, en relación a este régimen de la información, infocracia o mediocracia, como él califica a este contexto, cabe señalar que, para algunos (Zuboff, 2020; Wark, 2021; Sabariego; Jobim; Salles, 2022), ello definiría o bien una nueva fase del capitalismo o bien el fin de éste, tal y como han sido sus condiciones de existencia hasta ahora:

El Big data y la inteligencia artificial ponen al régimen de la información en condiciones de influir en nuestro comportamiento por debajo del umbral de la conciencia. El régimen de la información se apodera de esas capas prerreflexivas, instintivas y emotivas del comportamiento que van por delante de las acciones conscientes. Su psicopolítica basada en datos intervene en nuestro comportamiento sin que seamos conscientes de ello (Han, 2022: 23).

Si bien un análisis desde la economía política de la comunicación, sobre la capacidad estructural y la potencialidad estructurante de dicho régimen, no puede sustraerse a las relaciones de clase reveladas por la praxis de los recientes movimientos sociales globales que configuran las nuevas culturas cívicas, así como a los lacerantes cuestionamientos generados por la gestión política de la pandemia o, recientemente, por la guerra en Ucrania, teniendo en cuenta además el crecimiento exponencial de las protestas y la praxis de los movimientos globales de la última década, así como el establecimiento de los confinamientos globales, del desplazamiento a Internet de gran parte de esta praxis y su reciente apropiación por parte de organizaciones a las que denominamos tecnonacionalpopulistas, ligadas al surgimiento de la llamada derecha alternativa (alt right) (Sunstein, 2017; Nagle, 2018; Marantz, 2021).

La indignación hacia las políticas de austeridad asumidas como estrategia para contrarrestar la crisis económica financiera y sus consecuencias en numerosos estados democráticos a lo largo del orbe a partir de 2008, se ha venido expresando desde el final de la primera década del siglo XXI a través de la praxis de movimientos sociales conectados globalmente a4 Internet en todo el mundo, mostrando la falta de confianza de la ciudadanía en las instituciones y en la capacidad de la democracia representativa liberal, en muchos países del Sur5 (en Europa, hemos podido observar los ejemplos de Portugal, España e Italia y sus diversas configuraciones, pero también en otros contextos de América Latina, especialmente Brasil, México y Chile), para resolver una serie de problemas colectivos agravados por aquella (Sabariego, 2019; Matos; Sabariego, 2020; Sabariego; Jobim; Salles, 2022).

Las principales dinámicas de movilización social y activismo analizadas desde 2011, tanto en ámbitos locales como estatales o hemisféricos, constatan una nueva caracterización de los movimientos sociales en la que la dimensión digital ocupa un lugar estratégico, no sólo en sus prácticas, repertorios de acción, agenda o comunicación, sino en lo que atañe a la dimensión cognitiva e identitaria, a partir de las mediaciones y apropiaciones tecnopolíticas que entrañan, como hemos visto, la constitución de estos movimientos como verdaderos acontecimientos.

Es en este periodo y contexto en el que surge la llamada sociedad de la austeridad, caracterizada por la contención en el gasto del Estado, la privatización del sector público, el aumento de los impuestos, la disminución de los salarios con la liberalización del derecho al trabajo, cuando se ha venido privilegiando una lógica de naturalización de las desigualdades (Matos; Sabariego, 2020), con la consecuente erosión de derechos fundamentales y la constitucionalización del derecho privado, especialmente la propiedad, como veremos más adelante en nuestra propuesta teórica, y han proliferado las formas emergentes de comunicación transformadora en el actual ciclo de protestas.

Las recetas globales de carácter neoliberal, adoptadas con la excusa de atajar las consecuencias de la crisis financiera y su impacto en los sistemas democráticos, enunciadas en el párrafo anterior, se corresponden con la cristalización en las instituciones y las prácticas sociales, de la configuración de diversos poderes, caracterizados por su opacidad en la toma de decisiones, resultante de la re-combinación tecnopolítica entre diversos actores sociales —no electos o gubernamentales— e intereses (e-gobierno). De hecho, «la transparencia es el frente de un proceso que escapa a la visibilidad. La transparencia en sí misma no es transparente. Tiene una parte trasera. La sala de máquinas de la transparencia es oscura. Así es como nos entregamos al poder cada vez mayor de la caja negra algorítmica» (Han, 2022: 17).

Como esboza Han, la aplicación de dichas recetas, sólo ha podido imponerse a través de la desestabilización de la estructura normativa jurídico-legal (Lawfare), unida al recurso a un Derecho marcado por la excepcionalidad como norma (Nomoarquía), junto a la profunda transformación de la dimensión institucional y las formas de gobierno y su conversión en un e-gobierno, definido por el desarrollo paulatino, acelerado en la última década, de un abigarrado ecosistema digital —gestionado corporativamente de forma privada, a través de la tercerización de los sistemas de información y comunicación y sus motores algorítmicos (Noble, 2018)—, y caracterizado por la opacidad de su código cerrado a la ciudadanía, como si de una caja negra se tratase, en la metáfora de Frank Pascuale (2016) —esa sala oscura de la que habla Han (2022)— pero, paradójicamente, justificado en aras de la transparencia y la eficiencia, con la evaluación constante de la tecnocracia como procedimiento normativo frente al desarrollo de una praxis distribuida por parte de movimientos sociales globales y una nueva cultura cívica basada en la reivindicación de lo común:

[…] los intereses de una poderosa empresa internacional como Google, que presta un servicio indispensable para mucha gente, no están por encima de los intereses de un individuo particular. Cuando se trata del manejo de los motores de búsqueda y otros compiladores de información, la justicia es al menos tan importante como el interés propio. No ha resultado nada fácil afrontar este tipo de debates en relación con empresas como Google y Facebook, por la sencilla razón de que hasta ahora nunca habíamos tenido que lidiar con empresas semejantes. Son algo nuevo y no encajan del todo en nuestras estructuras legales y culturales. […] Los algoritmos son diseñados por personas, y por eso reflejan los intereses, prejuicios y defectos de sus creadores. Como sociedad, tenemos la obligación de examinar cuidadosamente esos algoritmos y, cuando sea necesario, regularlos con sensatez (Carr, 2019: 287-8).

Esta transformación ha profundizado aún más la separación, la tensión, diríamos, entre el abigarrado, vertical y opaco poder que remite al llamado e-gobierno y su marcada distancia con la ciudadanía, especialmente aquellos sectores más vulnerables, excluidos o en riesgo —generando procesos de tribalismo y polarización en la red— y la praxis ligada a la e-democracia, expresada tecnopolíticamente de modo horizontal y co-creada a partir de las acciones de apropiación y mediación de los movimientos sociales globales, para potenciar una nueva cibercultura que ha transformado las culturas cívicas en los últimos tiempos favoreciendo en parte el efecto burbuja y el aislamiento, consustanciales a la doctrina del shock. Como señala Han: «El tribalismo actual […] divide y polariza a la sociedad. Convierte la identidad en un escudo o fortaleza, que rechaza cualquier alteridad. Conduce a una dictadura tribalista de opinión e identidad que carece de toda racionalidad comunicativa» (Han, 2022: 54).

Desde una concepción materialista de la Tecnopolítica, es preciso impugnar esta dialéctica contextualizando y analizando el activismo digital a partir de la praxis de los que hemos llamado Recientes Movimientos Sociales Globales desde 2011.

En este sentido, somos conscientes de que el término Tecnopolítica puede parecer un oxímoron desde ciertas posiciones teóricas considerando el riesgo que supone el trasvase del General Intellect, su apropiación y mediación por parte de organizaciones más verticales y jerarquizadas con una intencionalidad y finalidad electoral, hacia la toma del poder institucional —las recientes versiones tecnopopulistas o tecnonacionalpopulistas, suponen un claro ejemplo—, por medio de la intoxicación de la comunicación, su desmembración y manipulación, a través de la viralización de bulos y mentiras, una práctica hoy habitual que alimenta la posverdad (Ferraris, 2019), desvirtuando la potencia tecnopolítica de las multitudes conectadas, lo que, finalmente, deja en evidencia lo limitado de estas concepciones al uso sobre el ciberactivismo. El principal problema que nos plantea esta constatación es que, hoy por hoy, asistimos a la subsunción de la política por la tecnología, especialmente por las redes sociales y servicios de mensajería privada de Internet, que configuran una verdadera pospolítica, una posdemocracia, al acabar con la esfera pública instaurando el régimen de la posverdad y una suerte de encapsulamiento social. «La paradoja de la sociedad de la información es que las personas están atrapadas en la información. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. La prisión digital es transparente. (…) En el régimen neoliberal de la información, la dominación se presenta como libertad, comunicación y community» (Han, 2022: 18).

La política se ha tornado una herramienta al servicio de la tecnología, que está definiendo sus ritmos, espacios y tiempos, sus discursos y lenguajes, transformando los propios espacios institucionales de representación democrática en una extensión, una realidad ampliada, de la interacción en estas: «La retórica de Twitter se impone en el congreso, se ha perdido la oratoria, los políticos parece que están tuiteando, más que hablando…», expresaba en una entrevista en profundidad una activista digital española para esta investigación en 2021. Esta excepcionalidad, más allá de Agambem, se ha convertido en regla y conviene por lo mismo repensar críticamente los procesos de remediación a que da lugar tal estado de cosas. La disrupción provocada por el vector tecnológico en la política, la ocupación del discurso institucional por una dimensión e-mocional, como la calificamos aquí, pone en un serio riesgo los sistemas democráticos y su supervivencia. De ahí la necesidad de un abordaje materialista y sociocultural del proceso en curso en el que estamos inmersos.

1.2. Hacia la excepcionalidad tecnobiopsicopolítica

Los programas de austeridad han generado un impacto profundo en las sociedades democráticas del Sur, desarrollando formas de disciplina que denominamos aquí como tecnobiopsicopolíticas, percibidas cognitivamente por aquellas sociedades como un proceso de legitimidad, basado en el miedo, el sacrificio y la injusticia social, que ha colocado la dimensión e-mocional en el centro del debate político.

Para la sociedad capitalista lo más importante era lo biopolítico, lo biológico, lo somático, lo corporal. En el régimen biopolítico, el cuerpo se sujeta a una maquinaria de producción y vigilancia que lo optimiza mediante la ortopedia disciplinaria. El régimen de la información, en cambio, cuyo advenimiento Foucault obviamente no reconoció, no persigue ninguna biopolítica. Su interés no está en el cuerpo. Se apodera de la psique mediante la psicopolítica (Han, 2022: 11).

Las evidencias empíricas en los estudios de caso analizados durante el proyecto tanto en el Sur de Europa, Portugal y España (Ferreira, 2011; Matos; Sabariego, 2020), como en otros contextos en América Latina, México, Colombia y Chile (Sierra; Gravante, 2018; Sola-Morales; Sabariego, 2020) corroboran esta hipótesis. El impacto en la democracia de las redes sociales, unido a la nueva configuración política decretada por la excepcionalidad y la dimensión e-mocional de estas, que han desintegrado la esfera pública —y por ende la comunicación— tal y como han sido definidas y concebidas hasta ahora (Habermas, 1999; Pariser, 2017), tuvieron no obstante contestación con las formas extensivas de insurgencia y la indignación de la sociedad en numerosos lugares del mundo a partir del comienzo de la segunda década del siglo XXI, con un aumento exponencial de diferentes expresiones y movimientos sociales de acción colectiva sin precedentes en la historia, especialmente por el impacto que la tecnología ha supuesto para sus capacidades de agencia y su proyección informativa.

In the context of such large-scale platforms, participation is formatted in complex and precise ways to enable abstraction and extraction. I draw attention in this book to how that kind of formatting has been under way for decades, in different times and places, culminating in things like participatory management schemes, participatory tool kits, or citizen engagement events (Kelty, 2019: 252).

Hasta la pandemia provocada por la covid-19, momento culminante de un ciclo de protestas de crecimiento exponencial a lo largo del mundo, muchas sociedades democráticas del Sur se han venido organizando, a partir de 2011, de un modo radicalmente nuevo, destacando la utilización, apropiación y mediación tecnopolítica, de redes sociales de Internet y Servicios de Mensajería Privada en la red (Sabariego; Jobim; Salles, 2022). La movilización en el combate a la austeridad y las políticas neoliberales a través del ciberespacio para impedir la eliminación por decreto de buena parte de los derechos conquistados y legalmente garantizados a partir de la constitución de, en muchos casos, sistemas democráticos débiles y precarios, que han sucumbido a las políticas neoliberales de las últimas décadas, fue durante el período analizado intensiva y en escala, llegando a plantear incluso un reto en la agenda política de los gobiernos.

Como hemos señalado, la crisis económica constituyó un factor determinante para que viejos y nuevos movimientos del Sur mostraran públicamente sus agendas reivindicativas (Della Porta; Mattoni, 2014), en clara contraposición a las agendas de los actores institucionales, configurando, de ese modo, un nuevo ciclo de protestas y sobre todo una nueva dinámica en las formas históricas decimonónicas de la democracia liberal representativa (Accornero; Pinto, 2015).

Investigar las estrategias y diseños de prácticas de activismo y participación de la sociedad civil nos ha permitido revelar las nuevas formas de organización y producción de lo social, así como las estéticas y discursos emergentes que configuran el imaginario urbano y la nueva subjetividad política contemporánea de la nuevas culturas cívicas, especialmente los elementos disruptivos de los ecosistemas digitales, así como la progresiva conversión de dichos ecosistemas en oclusivos espacios corporativos de vigilancia y control (Zuboff, 2020), con la extensión de su excepcionalidad tecnobiopsicopolítica.

Desde la perspectiva dataísta, la democracia de partidos dejará de existir en un futuro próximo. Dará paso a la infocracia como posdemocracia digital. Los políticos serán entonces sustituidos por expertos e informáticos que administrarán la sociedad más allá de los principios ideológicos e independientemente de los intereses del poder. La política será sustituida por la gestión de sistemas basada en datos. Las decisiones socialmente relevantes se tomarán utilizando el big data y la inteligencia artificial (Han, 2022: 63).

En esta lógica, la función vicaria de los actores sociales es secundaria, además de mediatizada por la lógica de control y la desinformación.

Jamás el mundo ha producido tantos conocimientos como en nuestros días. La mayor parte de estos conocimientos se refieren a procesos vitales y a procedimientos mecánicos y fisicoquímicos. Otros constituyen en sí mismos actos únicos de creación y de imaginación. Muchos tienen como función inventar fuerzas móviles, en el interfaz entre los cuerpos y las máquinas. De este tipo de fuerzas se espera que sean capaces de matar lo más rápidamente posible, lo más eficazmente posible y lo más «limpiamente» posible, en nombre de la seguridad. Se trata, por otra parte, de transformar todo lo real en un producto técnico —y lo humano, en particular, en un ente sintético—, si es necesario a través de nuevos métodos de abonado y de animación. La humanidad no ha dispuesto jamás de tantas informaciones y datos respecto a casi todo, podemos decir que respecto al conjunto de lo vivo. Las informaciones que existen jamás han sido tan accesibles, aunque en lo esencial, los descubrimientos y las innovaciones más decisivas en los campos tecnomilitar, científico y comercial siguen siendo secretas y están sujetas a patentes. Todo eso es cierto. Y sin embargo, la ignorancia y la indiferencia, inducidas o cultivadas, jamás han sido tan compartidas. Y es porque, al igual que el conocimiento, la ignorancia es una forma de poder. El saber no conduce automáticamente a la libertad, mientras que el no saber libera de casi toda responsabilidad, permitiendo allí donde es necesario un aumento del control y del poder (Mbembe, 2022: 65).

La premisa inicial de nuestro trabajo subrayaba que la crisis iniciada en 2008 profundizó la falta de confianza —volvemos aquí a la cuestión emocional—, de los ciudadanos en la política, en el funcionamiento de la democracia y en su capacidad para resolver los problemas colectivos (Castells, 2015; Laval; Dardot, 2017), dando origen a una fuerte ola global de movilización y reivindicación de cambios bajo el motto de «Una democracia real ya!». La emergencia de estas formas de activismo digital impugnaban de principio el discurso cínico evidenciado por la crisis de legitimidad democrática, afirmando la voluntad de poder y de transformación radical del sistema desde la democracia participativa, pero también vindicando la palabra verdadera cuando, paradójicamente, «el orden digital suprime generalmente la firmeza de lo fáctico, incluso la firmeza del ser, al totalizar la productibilidad. En la productibilidad total no hay nada que no pueda evitarse. El mundo digitalizado, es decir, informatizado, es todo menos obstinado y resistente. Más bien se deja moldear y manipular a voluntad. La digitalidad es diametralmente opuesta a la facticidad» (Han, 2022: 81). Y la praxis de los movimientos sociales en red surgieron para restituir la representación de forma, justamente, participativa, dialógica e inclusiva.

En el contexto de la crisis de 2008, esta ola global de movilizaciones surgió como reacción6 inmediata a la adopción de paquetes de medidas con la austeridad como receta para salvaguardar los mercados, medidas neoliberales de shock económico, que agravaron aún más los serios efectos de la crisis en la sociedad erosionando derechos que esta consideraba garantizados (Ferreira, 2011; Streek, 2013; Strickler; Baser, 2013). Es en este contexto que se agrava la desconfianza de la esfera ciudadana hacia las instituciones democráticas y surge la indignación, marcadamente en los países del Sur (Mathijs, 2014). La participación electoral disminuyó profundamente en el periodo (Pinto et al., 2013), unido este hecho al descontento y la indignación así como a la falta de confianza en las instituciones (Philips, 2011; Della Porta et al., 2017a) y el aumento de la desafección hacia la democracia, verbigracia, la democracia representativa liberal.7

La percepción dominante del sistema político como un modelo de baja intensidad democrática (Santos; Avritzer, 2002), en connivencia con el sistema capitalista y sus intereses en crisis (Graeber, 2013), han sido determinantes a la hora de intentar entender la distancia entre electores y electos (Mouffe, 2000; Freire; Viegas, 2009) y el papel del ciberactivismo como esfera pública oposicional o contraesfera narrativa. No vamos a poder abordar todas las cuestiones relevantes en este breve ensayo —síntesis de tres años de trabajo— pero sí conviene retomar un tema comunicacional estratégico: el de la representación y la confianza.

En nuestro trabajo de campo, pudimos observar las tensiones y dificultades de la participación y la toma de decisiones en procesos deliberativos y asamblearios en contextos de emergencia, crisis e incertidumbre (Callon et al., 2001; Gonçalves et al., 2007). Esta variable, unida a la falta de interés en la política representativa, motivada por esa falta de respeto a la voluntad colectiva, pese al incremento de los discursos institucionales en torno a la transparencia, ha sido una constante en la dialéctica o encrucijada de la comunicación política contemporánea. Por lo general, la percepción —exacerbada por la excepcionalidad decretada de la austeridad— de que gran parte de las decisiones no tienen en consideración los problemas reales de la sociedad (Phillips, 2011; Ercan et al., 2018), tornaron la participación (Engagement) como un elemento significativo en la agenda de las movilizaciones desde 2011, con la idea de desarrollar nuevas y mejores oportunidades de intervención pública en los procesos deliberativos, o directamente en favor de la idea de una democracia participativa (Santos, 2002; Matos, 2016; Matos; Sabariego, 2020).

En ese sentido, la participación pública en la política y en las decisiones colectivas, ampliamente debatida y evaluada a lo largo de las últimas décadas, si bien se acrecentó hacia la mitad de la segunda década del siglo XXI, espoleada por las movilizaciones globales, generando nuevas configuraciones sociales y organizaciones políticas con notable proyección en muchos contextos del Sur, fue paulatinamente subsumida por las redes sociales y las apps de mensajes, consolidadas para el caso como solución para estos problemas, como un vector estratégico, capaz de alterar el curso de la democracia, reduciendo como resultado la praxis de alta intensidad democrática al transformar la propia idea de participación, capturada por la excepcionalidad tecnobiopsicopolítica de los nuevos cercamientos (e-nclosures) digitales corporativos, en torno a las posibilidades de una e-democratización de lo común y su conversión en plusvalía, a partir de la extracción de datos masiva generada por dicha excepcionalidad y su régimen disciplinario.

La comunicación en las redes sociales basada en algoritmos no es libre ni democrática. Esto conduce a una nueva incapacitación. El smartphone como un aparato de sometimiento es todo menos un Parlamento móvil. Al publicar sin cesar información privada en un escaparate móvil, acelera la desintegración de la esfera pública. Produce zombis del consumo y la comunicación, en lugar de ciudadanos capacitados. La comunicación digital provoca una reestructuración el flujo de información, lo cual tiene un efecto destructivo en el proceso democrático. La información se difunde sin pasar por el espacio público. Se produce en espacios privados y a espacios privados se envía. La red no forma una esfera pública. Los medios sociales que amplían esta comunicación son comunidad. Ningún público político puede formarse a partir de influencers y de followers. Las communities digitales son una forma de comunidad reducida a mercancía. En realidad son commodities. No son capaces de acción política alguna (Han, 2022: 44-5).

Fue precisamente en el contexto de crisis y austeridad, en el que se consolidaron las fuertes olas de indignación en los países analizados (Della Porta et al., 2017b), entre los cuales, los países del Sur, Portugal y España de manera paradigmática en Europa (Baumgarten, 2013; Matos; Sabariego, 2020), manifestaron una intensa y particular extensión en las protestas, a partir de la emergencia de nuevos movimientos, de carácter eminentemente urbano y apoyados en la apropiación con una finalidad política de las tecnologías de la información, lo que se tradujo, de inmediato, en la necesidad de repensar propuestas alternativas al escenario de déficit democrático, y perfilar una nueva frontera, una nueva exterioridad contraria a la extracción de valor, trasladando a las redes sociales corporativas la indignación por la absorción de parte de la energía social de dichas movilizaciones y, por ende, sus posibilidades transformadoras.

En un intento por rescatar la democracia, y conectados con diversos movimientos, no sólo en Europa, sino en numerosas partes del mundo, a partir de 2011, muchas de las sociedades democráticas del Sur se organizaron a partir de convocatorias lanzadas a través de Internet, llenando las plazas de las principales ciudades, haciendo resurgir el repertorio de la ocupación del espacio público, pero en torno a un elemento radicalmente nuevo que ampliaba éste, la Internet 2.0, especialmente las redes sociales y los servicios de mensajería privada, como extensión inicial o realidad ampliada de la toma y ocupación del mismo.

A person experiencing contributory autonomy is not submerged within a collective or dissolved by virtue of his or her participation, but remains a coherent part of the whole —always available for contribution to another collective elsewhere. The collective is not identified with the individual or sustained as such, but is more like a container or medium within which individuals are encompassed temporarily. This feature of contemporary participation is perhaps most clearly evident in the platforms of social media engagement: it is in these contexts that an individual is asked to be an individual who participates in an infinite series of collectives, mediated by algorithms that display the outlines of these collectives according to opaque procedures and interests—outlines that shift faster than human perception or consciousness can apprehend. What on the surface appears to be an overflowing surplus of sociality or collectivity might be just the opposite: not alienation or isolation, but an unsupportable demand to contribute to a constantly shifting, unending collectivity (Kelty: 2019: 17-18).

Una parte de los movimientos que emergieron poseía un marcado carácter crítico hacia las élites políticas y económicas, con un discurso con bastantes elementos anticapitalistas (Ramoneda, 2015), pero nuestro trabajo también constató que, en efecto, en este ciclo de protestas globales, emergieron no sólo nuevos grupos y movimientos sociales diferenciados de los llamados Nuevos Movimientos Sociales. Estos movimientos de finales de la primera década del siglo XXI desplegaron estrategias y procesos a nivel global, conectada también a lo local, generando un nuevo complejo ciudadano dinámico y creativo, que define una nueva cultura cívica (Gajjala, 2013; Sabariego, 2022a), y que también darán lugar a expresiones tribales e identitarias en la red, especialmente a partir de la segunda mitad de la década, cuando los actores locales se apropian de la praxis y experiencia tecnopolítica de los movimientos globales, transformando profundamente esta (Sabariego; Jobim; Salles, 2022). Hablamos de una nueva estructura de sentimiento, de una nueva subjetividad política que conforma una nueva forma de ciudadanía con el advenimiento de la disrupción digital (Sierra; Gravante, 2018; Matos; Sabariego, 2020; Sola-Morales; Sabariego, 2020; Sabariego, 2022a), y la dinamización de las luchas de las entidades civiles en la construcción colectiva de una nueva cultura cívica, expresada tecnopolíticamente, a favor de la justicia social en un mundo que, paralelamente, globaliza desigualdades de diversos órdenes (Castells, 2015).

Ahora, si bien esta nueva ciudadanía digital se expresa a través de la configuración de diversos movimientos urbanos, fortaleciendo la sociedad civil, generando una nueva cultura cívica, en lo que atañe al proceso de universalización de valores y derechos democráticos, con la que se procura congregar y articular intereses y necesidades, concretas o simbólicas, a la hora de promover acciones en defensa de la ciudadanía, de los derechos humanos, pero, sobre todo, en torno del bien común (Moraes, 2001; Ferreira, 2011), las apropiaciones y mediaciones tecnopolíticas que la caracterizan están siendo subvertidas y estructuradas por la excepcionalidad tecnobiosicopolítica de un nuevo régimen disciplinario de vigilancia y control, que transforma la propia concepción de aquellas de acuerdo a la racionalidad instrumental. En palabras de Han, «la verdadera democracia se guía (…) por dos principios, la isegoría y la parresía. La isegoría se funda en el derecho que tiene todo ciudadano a expresarse libremente. La parresía, decir la verdad, presupone la isegoría, pero va más allá del derecho constitucional a tomar la palabra» (Han, 2022: 86). Hoy por hoy en las redes prolifera la tecnocracia y la posverdad, o en otros términos la mediación social de la captura consustancial, con sus cercamientos, al Capitalismo Cognitivo en contra de toda política de demos.

1.3. Tecnopolítica. Una propuesta teórica comprometida

Antes de la expansión colonial del capitalismo a partir de finales del siglo XV, podían contarse por millares las formas de organización comunitaria distributiva y horizontal (Mann, 1997), entre las que lo que concebimos como democracia era apenas una de ellas. La reducción paulatina de estas a un número no superior al centenar, especialmente en el Sur, y la imposición de la visión lineal de la democracia representativa liberal, a partir del siglo XVIII en adelante, es la historia de la modernidad capitalista con sus sucesivas circunvoluciones en torno a la tensión entre igualdad y libertad, el sufragio, la representación política y la separación nominal, no fáctica, pero sí válida —pese a los esfuerzos hermenéuticos de Habermas—, de poderes. De la mano de la expansión del capitalismo, el ethos realista del espíritu protestante del capital conseguiría inscribir a sangre y fuego el motto de la democracia —como subtexto del modelo hegemónico representativo liberal, en forma de organización de captura del trabajo vivo y de toda forma de articulación social en el ámbito público.

En este canon quedaban insertas las homogéneas tensiones entre la norma y las posibilidades de construcción alternativa a esta, entre la regulación y la emancipación, como dos dimensiones que retroalimentaban las máquinas —fábricas, aparatos del estado, dispositivos e instituciones culturales, medios de comunicación…— y devenires de la Modernidad, situando el horizonte, la finalidad inacabada de esta como una heterotopía corporeizada en la esfera institucional y su asimétrica relación con la esfera pública.

Es muy interesante ver que hasta época reciente todo lo desviado, lo marginal a estas tensiones, ha quedado fuera, inmerso en la invisibilidad, desvalorizado o negado. Ya sabemos que el telos de la Modernidad, el fin aplazado, como acontecimiento, como evento social, necesita la erradicación de las diferencias para objetivar su pretendido cumplimiento, tanto en el dogma como en las utopías, y las ucronías. El problema para el campo científico al ocuparse de la regulación y la emacipación, —las mismas lato sensu— a la luz de las condiciones de explotación del cognitariado, es que la disrupción digital (Berardi, 2009), a partir del nuevo milenio, ha deshecho las narrativas homogéneas y sus modelos explicativos fragmentándolas, cuestionando las metodologías con las que estas eran transmitidas, lineal y unívocamente en la mayoría de ocasiones. Antes bien, los elementos disruptivos se han transformado en la norma sin excepción, definiendo un marco cognitivo dominado por el imperio del fragmento y su orden virtual sobre los pedazos de las que otrora fueron las Tablas de la ley, un ordo cognoscendi hoy fragmentado en un sinfín de pedazos huérfanos en busca de un hermeneuta. Como consecuencia de ello, «el régimen de la información está desplazando al régimen de la verdad. En el Estado totalitario construido sobre una mentira total, decir la verdad es un acto revolucionario. El coraje de decir la verdad distingue al parresiasta. Sin embargo, en la sociedad de la información posfactual, el pathos de la verdad no va a ninguna parte. Se pierde en el ruido de la información. La verdad se desintegra en polvo informativo arrastrado por el viento digital» (Han, 2022: 92).

Los paisajes tecnopolíticos de la actual ficción contra-democrática —de esta postpolítica inducida tecnopolíticamente— en la que el oxímoron que caracteriza a los dos términos presentes en el neologismo, nos muestra cómo el primero subvierte y subsume al segundo, han redescubierto en plena pandemia la pantalla partida (split screen). Una suerte de parafragmata platónica. «Hoy vivimos presos en una caverna digital, aunque creamos que estamos en libertad. Nos encontramos encadenados a la pantalla digital. Los prisioneros de la caverna platónica se hallan intoxicados por imágenes narrativas míticas. La caverna digital, en cambio, nos mantiene atrapados en la información. La luz de la verdad se apaga por completo. No existe un exterior de la caverna de la información. Un fuerte ruido de información difumina los contornos del ser. La verdad no hace ruido» (Han, 2022: 91). Estamos pues ante la perfecta metáfora contemporánea de la economía política de la fragmentación, que muestra la desintegración de las grandes narrativas y relatos que la disrupción digital ha hecho saltar por los aires.

La hegemonía comunicativa de las redes sociales y los servicios de mensajería privada de Internet, sobre esta fragmentación de narrativas y sus némesis contra-hegemónicas (Milan, 2013) en nuestras democracias liberales representativas, presenta algunas contradicciones que alimentan paradójicamente su déficit democrático, contradicciones que la imposición del dogma neoliberal a lo largo de las últimas décadas, ha contribuido a hacer aflorar y profundizar en muchos casos.

Podemos describir algunos rasgos característicos de esta economía política de la fragmentación, de la hiperbolización y la elipsis constante —de este mundo virtual dominado por la fuga del mundo material, de su hybris— y esbozar proyectivamente alguno de sus diferentes márgenes, pero siempre resulta más interesante, al menos a los efectos de este ensayo, seguir las huellas de lo que suceda fuera de estos, que intentar reconstruir algún vago lugar común que ciegue esa posibilidad. Al menos de este modo tenemos la posibilidad de comprender mejor la exterioridad de la que se alimenta este capitalismo de nuevo cuño, tan ligado al viejo: sólo hay que contemplar los detritos generados por los miles de millones de gadgets y sus componentes obsoletos, el impacto medioambiental de la extracción y la gestión de las mediaciones, la mineración, no sólo de datos, la ruptura y reconfiguración, los actuales debates sobre soberanía estratégica —la antropología y geología de los medios de los que se ocupa Jussi Parikka (2021), visibilizando la estrecha relación del capitalismo cognitivo y el viejo capitalismo extractivista—, o analizar, en términos de economía política, las cadenas de valor global con la pandemia o la guerra en Ucrania y la crisis ecológica. Esto es, la superficie de este ecosistema informativo no puede ocultar la materialidad que hace posible la cibercultura y que poco, o casi nunca, es objeto de consideración en la tecnopolítica contemporánea. La paradoja es la siguiente:

1. Las tecnologías mediales son entendidas como un marco de referencia epistemológico que hace posible que percibamos, simulemos, diseñemos y planifiquemos en términos del medioambiente y el clima; los medios componen el marco que nos permite, por ejemplo, hablar del cambio global del modo en que lo hacemos en nuestros días.

2. Podemos considerar las tecnologías mediales como el efecto posterior o el resplandor que permanecerá como la huella fosilizada de la obsolescencia programada y la cultura del gadget, así como de las enormes infraestructuras en torno a las cuales funcionan los medios: energía, producción de materias primas y montañas de teclados, pantallas, motherboards y otros componentes descartados (Parikka, 2021: 125).

Pierre Rosanvallon (2008) delimitó antes del nuevo ciclo de protestas a partir de 2011, y previamente al devenir de la praxis ciberactivista de los movimientos sociales globales, algunos de los contornos de la que califica de contrademocracia, esto es, la creciente desafección política en las primeras décadas del siglo XXI, más allá del dogma de la real politik o del mantra del There is no alternative (TINA), que nos llevaría al fin de la política, según la razón neoliberal. De ello se ocupa ampliamente Mark Fisher (2016) a propósito de la cultura y la educación que han de vivir los nuevos sujetos políticos de la protesta.

La imposición del neoliberalismo gerencial, su ocupación de las instituciones democráticas o de la instauración de su excepcionalidad por vías no democráticas a partir del último tercio del siglo XX, y el desarrollo y la interiorización por sucesivas generaciones de su subjetividad, de la razón-mundo neoliberal (Laval; Dardot, 2015), se tornó posible a partir de una utopía (La sociedad de Mont Pelerín), que ha impuesto su razón de ser y dominio imposibilitando el resto de utopías, a través en buena medida de la fragmentación de los tópicos que dotan de sentido a los relatos mediante la ocupación de los metarrelatos (e.g. «Lo llaman democracia y no lo es», uno de los lemas coreados durante el movimiento 15M de 2011 en España) (Sabariego; Jobim; Salles, 2022).

Si la ciudadanía, en la tesis de Rosanvallon, deja de creer en la política institucional —de nuevo la creencia— y renuncia a lo político, al conflicto instituyente, este espacio cede ante la preeminencia de la dimensión jurídica soberana y su concepción absolutista del Derecho (Schmitt, 2018), absolutamente fragmentada (Lawfare), entendida en la tradición hegemónica occidental como la única esfera posible de construcción de derechos, esto es, de regulación, más allá de la política y lo político como única vía para la resolución del conflicto.

Además de la creencia, fundamental en la reconstrucción emocional de una narrativa que hilvane todos esos fragmentos dejados por la ruina del neoliberalismo, como lacanianos objetos amontonados encontrados (Lacan, 2003), hemos en este proceso de enfrentar las ruinas del Angelus Novus —el Ángel de la Historia, de Walter Benjamin (1986)—, empujado por el viento digital hacia un pasado (Fernández Mallo, 2018), que retorna como farsa y se cuela en el presente —un ritornello—, como el revival en la industria cultural, que es recurrente ante un futuro incierto, si no apocalíptico, presente en sucesivas olas de una playa contaminada con residuos radioactivos mientras quedamos confinados en el acontecimiento de las pantallas fragmentadas, más aún en plena pandemia global, como en una mítica caverna digital (Ponsa; Alloa; Szendy, 2020), a la espera de algo que ya ha sucedido. Así:

To divide up real space, to control the environment, has been the wowed aim of all geopolitics right fro the origins of the city-state and feudal land grids up to the completion of the nation-state. Tomorrow, environment control will helo to achieve a veritable «chrono-politics», nay, a dromo-politics, in which the nation will give way to social deregulation and transpolitical deconstruction. Remote control will gradually replace not only direct command but above all (the Ten Commandments), as those famous ‘ethics commitees’ portend in the field of genetic and soon, no doubt, in various ecological or strategic areas (Virilio, 1999: 76-7).

Como señalaba Virilio (1999), ya a finales del pasado milenio, esta dromo-política8 torna la excepcionalidad de los eventos —en la mejor tradición bajtiniana (Bakhtin, 1981) y lacaniana (Lacan, 2003)— una constante, hace que estos se ensamblen en un horizonte de acontecimientos (Badiou, 1999), creando un cúmulo, un flujo constante de interrupciones —en el sentido althusseriano del término (Cabrera Altieri; Sierra Caballero; Silva Echeto, 2022)—, un nuevo horizonte de sentido profundamente escatológico (Berardi, 2019), que viene fagocitando, desde la segunda mitad de la década pasada, la imaginación epistemológica de las resistencias, la creatividad, paradójicamente bajo la égida del discurso hegemónico de la innovación y el emprendedurismo, incluso llevado al terreno activista, hacktivista, que nos habla de cadenas meritorias al interior de los propios movimientos sociales entre activistas.

Esta dialéctica discursiva constituye un punto de fuga que actualiza nuestro presente en el tiempo sin tiempo de Internet (Berardi, 2019), en el presente perpetuo de un eterno retorno que niega la diversidad y complejidad del ecosistema informativo que viene conformándose y que, como en la época de Marx, recurre siempre al fetichismo de la ideología para alimentar la reproducción del mundo al revés:

La ideología neoliberal insiste en entronizar la desregulación como máxima expresión de una cultura de la libertad. Nada más lejos de la verdad. Desde los años ochenta, es posible advertir dos procesos simultáneos: el primero es la abolición o el debilitamiento de las limitaciones legales a la actividad empresarial, en particular a la de las corporaciones globales, que han ido desplazando sus inversiones de las áreas del mundo con mayor regulación a otras más desreguladas. Pero esta libertad de las empresas globales, en general, ha sido la causa del empeoramiento de las condiciones de vida y del salario de los trabajadores, como así también de la destrucción del entorno natural y urbano. Por otra parte, la desregulación económica no ha supuesto una mayor libertad para los ciudadanos, no al menos para los ciudadanos trabajadores. Poco a poco las restricciones se han desplazado del dominio legal al ámbito lingüístico, especialmente al tecnolenguaje de las finanzas y los criptocontratos. La ética financiera no es una cuestión de leyes, reglas morales o mandatos políticos; antes bien, es algo inscripto en un conjunto de reglas técnicas que es preciso seguir para poder acceder al sistema. Mientras que en el capitalismo industrial del pasado era un signo referencial, encargado de representar una determinada cantidad de cosas físicas, hoy es un signo autorreferencial que ha adquirido el poder de movilizar y desmantelar las fuerzas sociales de producción. Desde el fin del régimen del intercambio monetario fijo, el juego arbitrario de la especulación financiera ha conquistado un lugar central en la economía global. La consecuencia de ello es que todas las relaciones entre las cosas se vuelven aleatorias y todas las relaciones entre las personas, precarias. En simultáneo, el ámbito financiero creció hasta convertirse en la fuerza general de inscripción de una forma automática abstracta de regular la vida social. La dinámica de la deuda, en particular, ha penetrado en la sociedad hasta terminar subyugándola, obligando a las personas a interactuar con el sistema bancario y a aceptar el lenguaje de las inversiones (Berardi, 2019: 159-60).

La pérdida de sentido, y la crisis de representación y narrativa, operan aquí como forma de realimentación del proceso, proyectando nuevas matrices ideológicas del individualismo posesivo en forma de publicidad cínica que inocula la ceguera epistémica en la era de las multipantallas:

Tal y como nos recuerda Foucault, el neoliberalismo tiene necesidad de reconstruir un modelo de homo œconomicus; pero, como veremos inmediatamente, éste no tiene mucho que ver ni con el artista ni con la «creatividad» artística. El neoliberalismo no busca su modelo de subjetivación en la crítica artística porque tiene el suyo: el emprendedor, un modelo que se quiere generalizar a todo el mundo, artistas incluidos, como en el caso de los intermitentes franceses. En la «reforma» de la intermitencia, el nuevo periodo de prestación por desempleo para los intermitentes se considera un «capital» por días de prestación recibida que el individuo debe por su parte generar en tanto que «capital». ¿Qué hace el «capital» en los asalariados? ¿Cómo opera? Anuncia que los subsidios por desempleo forman parte de la multiplicidad de «inversiones» (en formación, movilidad, afectividad, etc.) que el individuo (el «capital humano») debe efectuar para optimizar sus actuaciones. El análisis de Foucault nos puede ayudar a ver a lo que aspira «positivamente» la lógica neoliberal, aquello a lo que incita a través de su modelo de «capital humano». La capitalización es una de las técnicas que debe contribuir a transformar al trabajador en «capital humano»: el trabajador debe asegurarse por sí mismo la formación, el crecimiento, la acumulación, la mejora y la valorización «de sí» en tanto que «capital», a través de la gestión de todas sus relaciones, sus elecciones y sus conductas, según la lógica de relación coste/inversión y de acuerdo con la ley de la oferta y la demanda. La capitalización debe contribuir a hacer de sí mismo una suerte de empresa permanente y múltiple. El trabajador es un emprendedor y un empresario de sí mismo, siendo para él mismo su propio capital, siendo para él mismo su propio productor, siendo para él mismo la fuente de sus propios ingresos. Lo que se exige a los individuos no es asegurar la productividad del trabajo sino la rentabilidad de un capital (de su propio capital, de un capital inseparable de su propia persona). El individuo debe considerarse él mismo como un fragmento del capital, una fracción molecular del capital. El trabajador ya no es un simple factor de producción, el individuo no es, hablando con propiedad, una «fuerza de trabajo», sino un «capital-competitivo», una «máquina-competente». Esta concepción del individuo como empresario de sí es la culminación del capital como máquina de subjetivación. Para Gilles Deleuze y Félix Guattari, el capital actúa como un formidable punto de subjetivación que constituye a todos los hombres en sujetos, pero unos, los capitalistas, son sujetos de enunciación, mientras que los otros, los proletarios, son sujetos de enunciado sujetos a máquinas técnicas. Se puede hablar de cumplimiento de los procesos de subjetivación y de explotación, dado que es ahora el mismo individuo quien se desdobla, siendo a la vez sujeto de enunciación y sujeto de enunciado. De una parte, el individuo lleva la subjetivación al paroxismo, ya que implica en ella, en el curso de su actividad, todos los recursos «inmateriales» y «cognitivos» de «sí mismo»; de otra parte, hace coincidir subjetivación y explotación, ya que es a la vez patrón de sí mismo y esclavo de sí mismo, capitalista y proletario, sujeto de enunciación y sujeto de enunciado (Lazzarato, 2008: 109-111).

El elemento emotivo —e-mocional— y, últimamente, la cuestión e-mo(na)cional-popular, expresado avant la lettre a través de una suerte de tecnopopulismo alt right (Lavin, 2021; Marantz, 2021) que remezcla y recombina una parte de la praxis de los movimientos globales de la pasada década formateando sus capacidades de agenda desde otros paisajes tecnopolíticos, vienen ocupando el centro de lo político en esta economía política del fragmento, caracterizada por la hiperbolización elíptica constante que cristaliza en las cámaras de eco, las opacas burbujas que filtran la opinión y la sesgan y las espirales de silencio que la elevan por encima de cualquier racionalidad a golpe de meme o de hashtag, en el progresivo afianzamiento de lo emo(na)cional-popular en el espacio político de nuestras democracias de baja intensidad, como las califica Boaventura de Sousa Santos (Santos; Aguiló, 2020). La operación semiótica de este capitalismo cultural no ha sido en modo alguno fácil o mecánico. Las resistencias han sido múltiples y las dinámicas contradictorias atenazadoras por momentos:

El viejo vocabulario nacional estaba siendo desmantelado y era demasiado pronto para saber qué ocuparía su lugar. A veces imaginaba el proceso como una forma barbárica de cirugía, un trasplante de órgano no autorizado. La caja torácica de la clase política había sido abierta por la fuerza; las pseudocelebridades de la alternativa ligera trataban de colarse en el teatro de operaciones, introducir su demagogia apenas disimulada y volver a coser la herida antes de que nadie se percatara. No eran auténticos doctores, pero eso no era algo que necesariamente pudiera advertirse a primera vista; llevaban uniformes de aspecto convincente y hablaban con autoridad, y para algunos eso ya era suficiente. Nadie, ni siquiera los propios integrantes de la alternativa ligera, sabían si el órgano trasplantado sería asimilado o rechazado (Marantz, 2021: 277).

Pero no nos llevemos a engaño, la superficie de esta aparentemente horizontal parafragmata digital (Sáez Martínez, 2018) esconde la visceral verticalidad de la configuración del poder de nuestro tiempo (Steyerl, 2018).

El canon pergeñado, entre otros, por Jürgen Habermas (2007) en pro de una acción comunicativa basada en la construcción del consenso y el diálogo, con el objetivo de subsumir la política en el marco de la ficción jurídica de una esfera neutral, a-política, cede en este contexto de afirmación de los elementos —más agonistas que antagonistas— a la pura afasia en un teatro de la representación dominado por el giro lingüístico, que viene colocando la disputa por el relato en el centro de las luchas (parlamentarias y electorales) por la hegemonía, al menos discursiva, y su correlato académico-mediático.

Toda una tradición encabezada por Anthony Giddens, Ulrich Beck o Daniel Bell, entre otros teóricos empeñados en dar consistencia u ofrecer una tercera vía al pogromo neoliberal, caracteriza el periodo previo al ciclo de movilización tecnopolítico de 2011, la Primavera de los movimientos, como un escenario en el que definir el límite democrático de lo posible según la visión TINA, esto es, asumiendo con toda su crudeza las desigualdades de clase, la explotación y los conflictos señalados por los movimientos sociales como parte de las contradicciones de un sistema que es evidente que se halla en un callejón sin salida por la imposición de la razón neoliberal y, sobre todo, por la interiorización íntima de su subjetividad, de su razón-mundo (Laval; Dardot, 2015) incluso en los aspectos más anecdóticos, principalmente a través de las llamadas redes sociales de Internet.

Ahora bien, históricamente, las décadas de la contracultura a finales de los sesenta del siglo XX, la posterior crisis del petróleo del 73 y el establecimiento de los gobiernos neoliberales de Thatcher y Reagan, la llamada revolución conservadora, tuvieron continuidad de París a Santiago de Chile como reacción con la articulación de movimientos y protestas cuando comienzan a aplicarse las recetas de los Chicago Boys. Chile en este punto, siguiendo a Naomi Klein, es un laboratorio interesante, pues de la mano de movimientos sociales cuyas reivindicaciones, identidad, objetivos, repertorios de acción y formas organizativas distan mucho de los partidos y sindicatos e incluso de movimientos sociales anteriores, lograron esbozar una concepción radical de los derechos humanos (Sabariego, 2007), desde abajo, frente a las concepciones dominantes en la esfera institucional y el Derecho Internacional, teniendo a los Derechos Humanos como eje central de sus vindicaciones. La emergencia de este tipo de acción colectiva ha tenido continuidad en el país andino hasta las luchas mapuches y el proceso constituyente, y junto al feminismo, el ecologismo y el movimiento por la paz dieron lugar a lo que en su momento se denominó Nuevos Movimientos Sociales (Touraine, 1985).

El hilo rojo de la historia que conecta estas luchas de los setenta y ochenta con la ola de movilizaciones globales de la segunda década del siglo XXI da cuenta de ciertas continuidades y rupturas. Pues hoy la nueva caracterización de los movimientos sociales, a partir de la apropiación y mediación tecnológica, los elementos agonistas puestos de manifiesto por la cuestión e-mo(na)cionalpopular y las condiciones sociohistóricas en la que tiene lugar su intervención, ha diferido notablemente. La praxis de las multitudes conectadas tiene lugar en un estado de excepción contrademocrático permanente, en la que tiene lugar una mediación tecnopolítica infoxicada para el establecimiento de una postpolítica e-mocional y la instauración de un régimen de posverdad que aniquila la esfera pública y, por ende, la propia posibilidad de la democracia, en una forma de gobierno, por decreto, una suerte de máquina de guerra (Deleuze; Guattari, 1994) que pugna por eternizarse a partir de una concepción jurídica, por tanto política, hegemónica en la que el Estado de Derecho se constituye como un modelo formal rígido, fosilizado —nada puede hacerse en nombre del Estado, todo por y para preservar el Estado de Derecho formal, nominal, en el que la ley es un fin en sí mismo, mientras éste se vacía de contenido, imponiendo una razón política única que hay que acatar, a diestro y siniestro, desdibujando todo programa de reforma, especialmente en lo económico, ante el chantaje y la presión de instancias globales que imponen sus agendas al Estado.

Este proceso de vaciamiento y salida de la democracia perfectamente descrito por Christian Laval y Pierre Dardot (2015) en sus recientes trabajos, está configurando un nuevo sistema al que algunos llaman posdemocracia, siguiendo el viejo esquema de las ciencias sociales, que coloca el siempre problemático prefijo pos- como un reflejo, un acto fallido de renuncia a la complejidad de la teoría, críticamente, sumisa como se encuentra la práctica teórica a la voluntad general de establecer una problemática lineal.

Así, la posdemocracia supondría el fin o reemplazo de aquel menos malo sistema conocido hasta entonces en la historia del adagio socialdemócrata y el inicio de un nuevo sistema que trasciende los principios liberales estableciendo nuevos parámetros, no tan nuevos en realidad, a pesar del nomenclator, al definir un nuevo estado de cosas, una nueva (¿?) normalidad, una nueva objetividad en torno a la subjetiva sensación de control frente al miedo y la incertidumbre, ofrecida por los datos y su gestión algorítimica, las nuevas armas de destrucción matemática (O’Neil, 2018), los Algoritarismos (Sabariego; Jobim; Salles, 2022), un nuevo orden que divide a los analistas y expertos entre la nostalgia de la democracia perdida, que habría que recuperar, y quienes defienden o apuestan por la superación del nuevo orden posdemocrático e intentan caracterizar el periodo presente como una transición profunda hacia un nuevo sistema social. La traslación de este proyecto autoritario en el campo de la comunicación viene marcado por la lógica de la economía política del fragmento, una forma cultural hiperbólica e híbrida que transforma la creatividad y la resistencia en plusvalía semántica, precarizando la vida en común, distorsionando las ecologías de vida, imponiendo, en fin, la excepcionalidad decretada como nueva normalidad en el confinamiento real o proyectivo, por avatar, que ha tornado hegemónicas a las corporaciones tecnológicas en capitalización bursátil y beneficios gracias a la transformación de Internet en un espacio cercado, un espacio de e-nclosures, de cerramientos digitales, que devora la atención y los cuerpos de miles de millones de seres humanos en el mundo, por medio de la apropiación del tiempo y la vida de estos, con la instauración de una nueva síntesis biopsicotecnopolítica, basada en nuevas formas neuronales de explotación y extracción de valor a partir de la tiranía de los algoritmos, aquello que hemos llamado Algoritarismos (Sabariego; Jobim; Salles, 2022).

Sabemos que los algoritmos no son inocentes. Un algoritmo es un programa, un código que sesga la complejidad de un problema en busca de una solución, dejando al margen otras posibles. Es con este fin que son programados, y para lo que nos están formateando. Es en este marco en el que cobra sentido el que siempre nos estén pidiendo que seamos mejores, y que nos reclamen constantemente para optimizar nuestros perfiles en las redes sociales hasta la saciedad. Filtrarlos y ampliarlos, constantemente, a través de apps que sirven de embudo para alimentarse de nuestros deseos y frustraciones; esa es la savia que requiere el Capitalismo Cognitivo o de plataformas para su reproducción. No les interesa nuestra forma de ser: impredecibles, diferentes, erráticos, engañosos, ambiguos. Su interés radica en hacernos lo que no somos, igualándonos en la línea gruesa a través del consumo de nosotros mismos.

Una parte de la narrativa hegemónica, incluso en el ámbito académico, en torno a las relaciones entre la tecnología —Internet, redes sociales, etc.—, el capitalismo y la democracia está lastrada por esta omisión incomprensible, salvo por lo que Mark Fisher denomina impotencia reflexiva. Ello explicaría el huero debate de más de una década entre ciberpesimistas y ciberoptimistas, fruto de un cierto pensamiento mágico situado en el Silicon Valley de la resaca hippie, con todos esos geeks —hombres blancos de clase alta, formados en campus de la Ivy league—, según la cual, el pasado mítico de Internet —un pasado al que regresar, que reivindicar— es visto como un paraíso de libertad y cooperación, en el que los algoritmos podrían volver a tornarse activistas, sensibles, democráticos, conscientes. Su poder para emancipar a las multitudes conectadas, como afirmó un CEO de Social Media en Internet, no tiene parangón en la historia de la humanidad.

Es cierto que los algoritmos nos lanzaron a las calles a comienzos de la pasada década en todo el orbe, hicieron que ocupar las plazas de medio mundo pareciera fácil, ampliaron nuestras luchas, nos dieron voz más allá de los dogmas, el liderazgo y la ortodoxia habituales. Nos forjaron nuevas identidades, a través de hashtags que hicieron historia con la producción de acontecimientos globales conectando, viralizándo en una interminable infodemia los paisajes insurrectos de la indignación (Han, 2022). Pero esa misma lógica contribuyó a una mayor concentración de poder enriqueciendo a unos cuantos multimillonarios, a unos cuantos de esos geeks de Silicon Valley,9 donde ninguna de sus bonitas plazas de inspiración zen estaban ocupadas, ninguno de sus parques y jardines de aire oriental socializados, ni el tiempo y la experiencia organizada compartida justamente por la determinación de una inercia acelerad del devenir social que ha terminado por erosionar la propia democracia. Más aún, los algoritmos son la última herramienta producida por la llamada razón-mundo neoliberal (Laval; Dardot, 2015) que socava directamente la democracia. No viene al caso definir aquí una teoría general sobre la transformación del ecosistema mediático y la política de representación. El lector tiene en las referencias de nuestros trabajos algunos aportes pormenorizados sobre este punto particular. Sí convendría, no obstante, identificar o trazar algunas coordenadas y factores determinantes desde los que abordar futuros posibles ante la disrupción digital a partir del necesario compromiso y la conciencia posible con la que en COMPOLITICAS hemos venido reivindicando una investigación comunicacional en, con, a partir de la praxis tecnopolítica de los movimientos globales del Sur surgidos en la última década. En este sentido, cabe tomar en cuenta, en el estado de excepción permanente que vivimos con la distopía tecnológica las siguientes dimensiones:

1. El estado-de-derecho como forma de Estado. El derecho ya no es una herramienta para limitar el poder del Estado sobre los ciudadanos, sino una prerrogativa del Estado para defenderse de los ciudadanos, de las Culturas Cívicas y los Movimientos Sociales Globales, criminalizados (Lawfare), a través del ejercicio del derecho.

A finales de los noventa del pasado siglo, Boaventura de Sousa Santos (1998) caracterizó el surgimiento de las nuevas formas de Estado como una conjunción de flujos y redes (novíssimo movimento social ). Hoy, los flujos y redes están animados por algoritmos y drones, estableciendo poderes verticales, incluso sobre nuestra intimidad (Chamayou, 2013; Jobim; Koppe Pereira; Sierra Caballero; Sabariego, 2022), de los que el Lawfare, la guerra asimétrica, es la forma específica y visible de control y mantenimiento de los flujos y redes de leyes según la versión dominante de mantenimiento del statu quo.

2. La libertad. El concepto fetiche del régimen o estado de excepción es paradójicamente la libertad, siempre entendida, claro está, como libertad de competencia en el llamado libre mercado. En un mundo bajo la égida de las prácticas monopolísticas y la concentración de medios en unas pocas compañías tecnológicas, agrupadas bajo el acrónimo GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), ni siquiera es posible el principio de free flow information. Antes bien lo que se observa es que prolifera el discurso securitario y el reforzamiento de la seguridad tal y como dejó escrito Foucault en L’idéologie sécuritaire (1978). En los últimos tiempos, incluso la teoría social da cuenta de la tensión entre expectativas y riesgos, que añaden inseguridad creciente a la población, estableciendo una subjetividad del miedo y la incertidumbre en un régimen de posverdad (Harvey, 2011; Laval; Dardot, 2015) posdemocrático, que erosiona la esfera y opinión publicas fragmentándolas y capturándolas en las cámaras eco de opacos ecosistemas digitales corporativos. La prevalencia de la seguridad, y por ende la propiedad, y la propaganda del miedo ha sido una constante en la historia. De hecho, podemos establecer un paralelismo con los enclosures de la Inglaterra de la Revolución Industrial. Hoy esta neurótica búsqueda de la seguridad es la que justifica lo que denominamos e-nclosures, una metáfora digital de los cercamientos de tierras comunales y la apropiación que delineó un nuevo límite, la exterioridad, la nueva frontera extractiva, para la generación de excedente destinado a la inversión en la máquina de la revolución industrial, así como la precarización de las sociedades comunales y su éxodo al hacinamiento de las ciudades industriales, bajo los mecanismos de la acumulación originaria (Marx, 2004: 895-917; Durand, 2021). Hablamos de un modelo de relaciones sociales virtuales caracterizado por la clausura (McChesney, 2013) y que despliega dispositivos y aplicaciones con las que organizar, ordenadamente, nuestra vida cotidiana bajo el signo de la vigilancia (Zuboff, 2020), la nueva exterioridad del capitalismo con la que es posible extraer valor, plusvalía.

3. La crisis como forma de gobierno. La excepción que se convierte en regla es necesaria para la subsistencia del capitalismo. Resulta, de hecho, una de sus propiedades características desde su origen, al tiempo que un poderoso dispositivo de semiosis social que valida la condición precaria de la vida como forma ciudadana hegemónica (Butler, 2015). Hoy de hecho es posible hablar de todo sujeto político como una suerte de ciudadano negado, como Denyzens.

Nuestro paisaje ya es un pasado rodeado por alambradas, también virtuales, en la mentira de la gran fábrica neoliberal, cuya principal producción es la muerte de todo lo que vive, como han señalado Giorgio Agamben (2015) o Achille Mbembe (2022). La Biopolítica se ha tornado Tanatopolítica, tecnotanatopolítica, podríamos decir. Esta nueva frontera, cerca digitalmente nuestro sueño, apelando a nuestra productividad y atención constantes (Wu, 2020). Apenas soñamos, el capitalismo cognitivo nos requiere constantemente —24/7—, en una suerte de bondage sadomaso por el que nuestros pobres sueños reproducen el tiempo sin tiempo (Berardi, 2020) que vivimos durante las horas de vigilia, fragmentados como las historias sin destino que pueblan las redes sociales de Internet o como los personajes de Wenders en Hasta el fin del mundo.

La crisis como «máquina de guerra» (Deleuze; Guattari, 1994), la dronificación del poder (Chamayou, 2013), los algoritarismos (Sabariego; Jobim; Salles, 2022), nos transforman en apéndices de esa máquina. Los fragmentos semióticos que circulan viralmente en la red funcionan como significante de esta hybris digital. Como muestra, la contaminación, el ruido y la toxicidad que esta genera se ha trasladado en los días de pandemia de los confinamientos globales, de la pantalla a la ventana y los balcones y viceversa, mostrando la profunda subsunción de lo público, lo político, a la esfera online permanente.

Esos fragmentos, esas miríadas de constelaciones formadas por memes, audios, vídeos, hashtags, comentarios o enlaces interminables quedan huérfanos sin una historia que consiga amalgamarlos, ni siquiera en tiempos pandémicos, salvo la promesa de un nuevo mensaje, un nuevo like o la seguridad de la propia conexión permanente. Mientras tanto, en el incierto pasillo dromo-político (Virilio, 1999), el imperio de la vigilancia promueve el ascenso de la extrema derecha, aupada por el flujo constante de los fragmentos, la ausencia de mímesis y la crisis de la narrativa histórica del régimen de posverdad.

4. La concentración de poder. La ruptura del contrato social tiene lugar hoy como la máxima expresión de la desactivación de la democracia y la fragmentación (Berardi, 2017) de la sociedad y los discursos (tecnopopulismo) con los que se refuerzan las formas de dominación que la extrema concentración de poder económico nos impone. Las capacidades de resistencia persisten. Las rebeliones globales experimentadas a lo largo de las dos últimas décadas muestran la resistencia radicalmente humana frente a la máquina (McChesney, 2013), la voluntad de soñar, tramar, desobedecer. Ciertamente, el horizonte de la máquina es un devenir más perfecto que la propia Humanidad, la premisa de partida de su diseño inteligente de la vida en común que no se conseguiría con una humanidad fallida. Por lo mismo la razón-mundo neoliberal (Laval; Dardot, 2017) procura persistentemente la perfección y transformar a los seres humanos en unas máquinas competitivas y eficientes. En unos años, los robots pueden adquirir la condición jurídica de persona. Nada sorprendente si pensamos que la etimología de persona significa máscara, interfaz. No es su condición física, antropomórfica o no, lo que se reclama, es su condición jurídica la que conlleva derechos, ya que los humanos les hemos encomendado el cumplimiento de innumerables deberes —cada vez más, así como la capacidad de controlar y modelar, evaluar y definir nuestra humanidad, para sancionarla por sus errores, por su falibilidad, poblando nuestra vida cotidiana de algoritmos que cierran nuestras posibilidades de expandir el paisaje, en un bucle constante.

La incógnita detrás de la ecuación falaz, el equilibrio entre una libertad y dignidad abstractas, nunca materialmente expresadas, y una seguridad inmune, concreta y cristalizada en el diseño de algoritmos de aplicaciones de control tecnobiopsicopolítico, no puede resolverse sin tener en cuenta cuestiones como la distribución neuronal, cognitiva y afectiva de recursos de todo tipo, cuya carencia y/o ausencia recorren nuestro cuerpo y nuestra mente, configurando nuestro deseo. Es sobre las nuevas cartografías que se circunscriben al cuerpo donde deben desplegarse las insurrecciones por venir, pues sitúan la vida, las interacciones y las intra-acciones, concepto de Karen Barad (2007), en todos los sistemas vivos, descentrados, como el medio de subsistencia y sostenibilidad de las ecologías culturales que habitamos, estableciendo nuevas mediaciones ante este capitalismo-desastre y sus consecuencias.

5. La datacracia. Los datos son el nuevo credo acelerado por la pandemia. Vivimos en la sociedad de los datos, la sociedad gobernada por los datos, impulsada por los datos, la Datacracia. A finales del pasado milenio, algunos oráculos se atrevieron a vaticinar el fin de la teoría, de las ciencias sociales, de las Humanidades, con la llegada del Big data, como hizo Francis Fukuyama con la Historia. Pero en el apogeo de la sociedad extractivista impulsada por el Big data (Data-driven society) y sus ecos thatcherianos de gobernanza digital de corazones y mentes, la pandemia ha demostrado su incapacidad para revelar verdad alguna a través de ellos, más allá de su propio uso instrumental, ya que los oficiantes de este culto parecen hablar todavía, en muchos casos, la vernácula lengua cuantificadora del ábaco, que nos muestra qué, pero está incapacitada para decirnos cómo, dada su nula capacidad metafórica. Siempre que uno esté dispuesto a desafiar la dictadura de los números e ir más allá, atravesando el engorroso bosque cuantitativo, surge una tecnonecropolítica nada sutil de los errores de cálculo en torno al manejo de la información testada en tiempos de crisis. En definitiva, la minería positivista, el Big data minning siempre nos va a mostrar el qué, pero no nos dice cómo ni nos da la razón o sentido para comprender lo que acontece. Quedarnos en la enumeración nos incapacita para pensar socialmente, nos atomiza y segrega, nos desorienta entre los vaivenes de la historia en proceso, tensiona nuestra capacidad de respuesta colectiva, nos mata, social y políticamente, ahogados por los números. La Datacracia allana nuestras salvajes anomalías, afinando nuestras diferencias para reducirnos a una mera tendencia a explotar económicamente, y políticamente. De ahí la necesidad de ser rastreados, controlados, reescritos y programados, desalojados de nuestro propio código, tras el despojo, en disputa por nuestros últimos bienes comunes, por nosotros mismos, a fin de transformar nuestros propios cuerpos deseantes en capital. La información, y los datos, es poder y este está concentrado en una nueva clase vectorialista, en términos de McEnzie Wark (2021), que basa su poder en el control de las formas documentadas de previsión social.

6. La intimidad. En el capitalismo cultural que vivimos hablar de privacidad es hablar de poder. La performatividad de nuestros cuerpos deseantes con la minería de datos es también el dominio público que nos es expropiado comenzando por nuestra propia intimidad y su propia denegación. Por ello, como expone Carissa Vélez en La privacidad es poder. Datos, vigilancia y libertad en la era digital (2020) es importante confrontar el frente cultural de protección de nuestros propios datos:

No olvidemos, en este sentido, que la geopolítica de los datos contribuye al desarrollo de los cerramientos (e-nclosures), en un mundo en el que muros, concertinas y alambres de púas crecen por doquier, y en el que millones de personas se aglomeran ante esto, con la esperanza de cruzar a un otro lado que no se conoce, pero cada vez más, se percibe no como una tierra prometida, sino simplemente como una posibilidad de escapar de una muerte segura, huyendo de la violencia estructural que genera el capitalismo, ya sea en forma de guerras, calamidades ambientales o violencia política, frente a las que los datos muestran su incapacidad.

7. La meritocracia. La enunciación de la competencia (la lógica pura del capitalismo ligada a la acumulación) como sistema disciplinario, comandado por los expertos constituye otro frente cultural estratégico de impugnación en el Capitalismo Cognitivo. Los algoritmos nos odian porque somos adictos a nuestra propia serotonina. Eso les obliga a trabajar en las recompensas, a aprender de sí mismos, a esforzarse por inventar constantemente el patrón de aleatoriedad. No necesitan aprender de nosotros; solo hacernos predecibles. Lo que es probable para uno, se convierte en un promedio, una tendencia, cuando sumamos unos cientos, unos miles, millones. Esa seguridad que nos ofrece la digitalización para convertirnos en tendencia y abandonar por unos instantes la incertidumbre de este mundo globalizado y precario, para hacernos sentir parte del plan de negocios, nos exige formación y evaluación constante, optimización.

En ese sentido, podemos apreciar cómo actuamos como un reflejo de la propia tecnología que subsume nuestras experiencias y las proyecta hacia fines que la constituyen como una esfera autónoma de la política de lo cotidiano, transformando el mundo y la acción común, la comunicación, por ende, en una carrera en la que cada uno es un obstáculo para el otro, pero sobre todo, para sí mismo, pese a la voluntad entusiasta que anima el movimiento.

8. La deudocracia. Finalmente, y no por ello menos importante, una crítica teórica de la tecnopolítica pasa por pensar la naturaleza del nuevo capitalismo financiero. Pues hoy nuestro mundo es gobernado por el poder soberano de los fondos de inversión. Vivimos en una época en la que la razón-mundo neoliberal se apropia de infraestructuras sociales inclusivas (Klinenberg, 2021) a nivel comunitario, desmantelando el sustrato material para el desarrollo de las Culturas Cívicas, otra forma de e-ncerramiento (e-nclosure), algo especialmente duro para los jóvenes, personas mayores, minorías, o colectivos vulnerables en contextos de creciente precariedad. Históricamente, la infraestructura social ha servido en la modernidad como barrera protectora de la democracia y como motor del crecimiento económico. La imposición de Internet como principal y a veces exclusiva y excluyente infraestructura civil es un problema si pensamos el control que ejerce el capital financiero en las empresas de Silicon Valley. En este escenario, la deuda puede verse también como una de las principales armas del régimen de guerra justificado por la crisis y de la constitución del Estado de excepción como Estado de Derecho permanente, un elemento estratégico de la máquina de guerra tecnopolítica que domina el actual régimen de información.

En el siguiente cuadro, resumimos el marco teórico para pensar esta realidad ya no incipiente, sino dominante, para una crítica del orden reinante. Las lecturas y líneas de intervención que apunta son provocaciones y sugerencias para pensar en común y una invitación al diálogo, fuera de pantallas, o entre medios. Hay elementos materiales para ello y —confiamos— intuiciones y lecturas que consideramos válidas para una comunicación otra, como indicamos en la introducción.

 

1 Nota de los autores: Hemos privilegiado el idioma original en las citas donde ha sido posible.
2 Vid. https://cordis.europa.eu/project/id/897796/es, último acceso en 01/02/2022.

3 Como hemos visto, dependiendo del contexto de su enunciación teórica, también podría ser traducido como participación, así podría colegirse de algunos planteamientos teóricos sobre el tema, e. g. Milan, 2010; Balasubramiam, 2017; Kelty, 2019, entre otros).

4 No sólo como medio, sino como un elemento estratégico abductor, organizador y jerarquizador de esta comunicación, caracterizado por la extracción masiva de datos por parte de corporaciones privadas, en lo que se refiere a las redes sociales y los servicios y apps de mensajería. (Cf. Gillespie, 2018; Benkler; Faris; Roberts, 2018).

5 Entendemos aquí el Sur como una categoría epistémica, condición de una nueva cultura cívica cosmopolita, expresada tecnopolíticamente a través de la praxis de los recientes movimientos sociales globales (Sierra; Gravante, 2018; Aguiló; Sabariego, 2019; Milan; Treré, 2019).

6 Para una caracterización de los elementos reactivos —plasmáticos— de estas movilizaciones y sus diferencias con las configuraciones políticas en torno a los conceptos de masa y multitud, vid. Moreno (2022: 223-231).
7 Cf. la entrada sobre la democracia en Our World in Data <https://ourworldindata.org/democracy>, último acceso el 2/03/2022.
8 Como elemento de la arquitectura funeraria de las necrópolis de la antigua Grecia, principalmente en la arquitectura micénica entre los siglos XIV-XI a.n.e., el dromos era el pasadizo que conducía a una tumba (siglo XIV-XI a.C.) (e.g. Tesoro de Atreo). Cf. (Lajo Pérez, 1990: 65-6).

9 Cf. Alter, 2018; Frenkel; Kahn, 2021; Paniagua, 2021, entre otros, ya que ha devenido un tema fundamental en nuestro tiempo, el de la denominada Economía de la atención (Peirano, 2020; Wu, 2020; Williams, 2021).

 

El impacto de la Tecnopolítica sobre la democracia:

Culturas cívicas y movimientos sociales globales

Erosión de la democracia

Constitucionalización del Estado de excepción: Expansión del poder punitivo

Concepción del Derecho como prerrogativa del Estado ante la ciudadanía (Lawfare).

Constitucionalización del Derecho Privado como Derecho Fundamental: jerarquización y subordinación de derechos (Demarquía).

Libertad de concurrencia que exige el refuerzo de la ideología de la seguridad (Flexi-seguridad).

El derecho privado (propiedad) y la libertad de concurrencia devienen vectores fundamentales en la relación entre derechos.

Tensiones: Igualdad/Libertad y Riesgos/Expectativas.

Crecimiento exponencial de los dispositivos legales.

Nuevo régimen de subjetividad expresado mediante dispositivos digitales.

Concepción absolutista del Derecho y la política (institucional).

Excepcionalidad que deviene forma de gobierno.

Concepción excluyente de la ciudadanía (ligada sólo a la vinculación laboral-mercantil y la residenciciudadaníaa legal).

Ruptura del contrato social y concentración del poder en los actores más fuertes (Fragmentación).

La ley como fin y no como medio (Nomoarquía).

Polarización de la sociedad (Tecnopopulismo).

La crisis como máquina de guerra (Drones y algoritmos).

Meritocracia: La competición como régimen disciplinario.

Deudocracia.