Periodismo digital: ecosistemas, plataformas y contenidos (2024)

 

 

Título del Capítulo: «Fundamentos de la comunicación en internet»

Autoría: Dafne Calvo; Guillermo López García; Joaquín Aguar Torres

Cómo citar este Capítulo: Calvo, D.; López García, G.; Aguar Torres, J. (2024): «Fundamentos de la comunicación en internet». En Calvo, D.; López García, G.; Aguar Torres, J. (eds.), Periodismo digital: ecosistemas, plataformas y contenidos. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.
ISBN:978-84-10176-03-4

d.o.i.: https://doi.org/10.52495/c1.emcs.27.p110

 

 

 

 

Capítulo 1. Fundamentos de la comunicación en internet

 

 

1.1. Comunicación y cambio tecnológico

 

Vivimos inmersos en múltiples manifestaciones y formas comunicativas que están tecnológicamente mediadas. La definición que profirió hace sesenta años Marshall McLuhan [1964] (1996), que denominó a los medios de comunicación «las extensiones del ser humano», nunca ha sido más real que ahora. La comunicación nos rodea y nos invade por todas partes. Es tan habitual, tan cotidiano, estar continuamente comunicándonos, que parece impensable no hacerlo. Por eso, cuando no lo hacemos hablamos de desconexión (Kaun; Treré, 2020), un proceso que implica alejarse de algo adictivo y omnipresente. Estamos conectados. ¿Qué significa esto?

La comunicación cambia, pero lo hace cada vez más rápidamente. Estas transformaciones vienen dándose desde hace más años de lo que cabría suponer. También en Internet, pues, aunque siga pareciendo un medio muy reciente, tiene ya casi sesenta años de antigüedad; más de treinta, como sistema de comunicación totalmente abierto al público. Los dispositivos tecnológicos, y los contenidos que éstos albergan, evolucionan a gran velocidad (Pérez et al., 2023). La comunicación en Internet fue fundamentalmente escrita en su primera década; ahora es predominantemente audiovisual. A través de páginas estáticas, inicialmente, y luego dinámicas; ahora, directamente derivada del manejo de perfiles o identidades en las redes sociales.

Estos cambios en la comunicación están vinculados con dos revoluciones a su vez entrelazadas. Por un lado, es imposible entender el ecosistema comunicativo digital sin atender a los cambios que se han producido previamente en el campo de la informática, cuyos dispositivos son los que albergan todos los contenidos digitales. En efecto, sin la invención del microprocesador, en 1971, o del primer ordenador personal (1975), más o menos por la misma época en la que surge Internet (1969), no se habría generalizado la existencia de un código, el digital, con sólo dos elementos (ceros y unos) a través de los cuales es posible codificar potencialmente cualquier forma expresiva.

De hecho, podemos considerar que dicho cambio tecnológico es producto de estas dos revoluciones, la informática y la digital, desarrolladas en paralelo. La revolución informática incrementa la capacidad y versatilidad de los ordenadores y además se introduce cada vez en más dispositivos comunicativos, que se convierten esencialmente en ordenadores adaptados para alguna función en concreto, como sucede con los teléfonos, la televisión, o los sistemas de navegación de vehículos, por citar solo tres ejemplos particularmente presentes. Y esto es posible porque todos estos dispositivos comparten no sólo un soporte informático de raíces comunes, sino un código —el digital— común.

Los cambios, en resumen, son continuos, y acelerados. Y se dan en todos los órdenes: el tecnológico, por supuesto, pero también en el regulatorio, en los hábitos de consumo, o en el contexto social. El análisis del cambio tecnológico en el sector de la comunicación ha de realizarse, por tanto, con una visión de conjunto, como la que nos aporta Manuel Castells en su ya clásico trabajo Comunicación y poder (2009). En él, Castells delinea cuatro grandes vectores de cambio en la comunicación contemporánea:

1.2. Funcionamiento de Internet

 

Aunque la red Internet es omnipresente y ha cambiado el mundo para siempre, sobre todo en lo que se refiere a la forma de comunicarnos, sus orígenes no son demasiado conocidos por parte del público. La red surge en un contexto muy diferente del actual, y sobre todo con propósitos distintos. Aparece en el escenario de la guerra fría, el enfrentamiento a todos los niveles entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, que competían por la supremacía. Dicha competición tenía muchas vertientes: tecnológica, cultural, social, económica, desde luego política. Pero el núcleo de su enfrentamiento, y especialmente del carácter «frío» del mismo, se encontraba nítidamente vinculado con la disuasión nuclear y el sistema de «destrucción mutua asegurada» (oportunamente resumido en las siglas M.A.D. en inglés, Mutually Assured Destruction), en virtud del cual ninguno de los dos contendientes tenía alicientes para atacar al otro con bombas nucleares, porque su respuesta también destruiría al atacante.

Ahora bien, desde Estados Unidos se detecta una vulnerabilidad de su sistema de respuesta a un hipotético ataque desde la URSS: su carácter centralizado. La posibilidad de que un ataque soviético pudiera tener éxito pasaba por la destrucción de la cúspide de dicho sistema, que impidiese que la información pudiese llegar a los silos de misiles y a los aviones que sobrevolaban el espacio aéreo colindante con la Unión Soviética, siempre dispuestos a cumplir su misión de arrojar bombas atómicas al enemigo. Eso es lo que puede suceder con los sistemas jerárquicos: dependen de un centro, que concentra toda la información y la toma de decisiones. Si desapareciera el centro, podría inutilizarse la capacidad de respuesta y, en definitiva, permitir que un ataque nuclear tuviera éxito. Una perspectiva aterradora, porque supondría un aliciente para comenzar una guerra con armas nucleares.

Internet surge, en definitiva, para dar respuesta a ese problema: para crear una red que compartiera toda la información relevante (la de las secuencias de lanzamiento para garantizar que los misiles nucleares alcanzasen sus objetivos), sin que ningún nodo de la red tuviera más relevancia que los demás, es decir: una red sin centro.

Se trataba de un concepto revolucionario por varios motivos, pero fundamentalmente por tres razones: por un lado, por la capacidad de transmitir datos a través de cables (y, más adelante, también de forma inalámbrica), datos convenientemente codificados como cadenas de unos y ceros (esto es: datos digitales); por otro, por hacerlo siguiendo criterios de redundancia, según los cuales se enviaba la misma información por diversas vías, lo que garantizaría que la información en todo caso llegaría a su destino; y por último, porque al tratarse de una red sin centro, era una red invulnerable. Para apagarla, no bastaba con destruir un ordenador, un nodo, específico: había que destruirlos (casi) todos.

Parece historia antigua, pero sus consecuencias siguen muy vigentes. Internet, inicialmente una red restringida al uso militar, comienza su andadura en 1969. A pesar de esta circunstancia, ha sido construida con el concurso de la comunidad científica estadounidense. Bien pronto, los científicos se percatan de que tienen ante ellos una herramienta de potencial inmenso. Que Internet puede servir para transmitir todo tipo de datos entre todo tipo de ordenadores. Y así, poco a poco, junto con la red militar surgen, se desarrollan y (cada vez más a menudo) se incorporan todo tipo de redes de ordenadores, con propósitos diversos. Redes de universidades, de centros tecnológicos, pero también redes financieras, de instituciones públicas como el servicio postal, etcétera. Redes que, con el tiempo, no solo son estadounidenses, pues también las redes de otros países se suman a Internet. Siempre con el mismo propósito: acceder a la información que circula por la red y a los servicios derivados de la misma.

Este proceso se da en paralelo con el ya mencionado desarrollo en el campo de la informática, que a lo largo de los años 70 y 80 permite desarrollar ordenadores personales cada vez más potentes y baratos, generalizando su uso entre la población y, particularmente, entre instituciones y empresas. De manera que los alicientes para que un sistema de comunicación tan novedoso y con tantas posibilidades como Internet se difundiese entre la población eran máximos. A ello se une una última innovación, de gran importancia: el desarrollo, en 1990, del código html y de la World Wide Web, una aplicación que funciona con dicho código. El html es un código muy sencillo, que en esencia asigna propiedades a determinados contenidos (por ejemplo, especificando el tipo y el tamaño de letra de un texto, o las dimensiones y la disposición de una imagen), que organiza en documentos complejos (páginas web), de manera que la información se vuelve mucho más accesible para el público. Y más aún si tenemos en cuenta que la organización de los documentos en la www está estructurada mediante el uso del hipertexto, es decir, mediante vínculos (links) que nos permiten navegar de un contenido a otro de forma intuitiva y sencilla.

Todo este proceso, en el que se combinan instituciones, gobiernos, avances tecnológicos y aplicaciones específicas, tiene un mismo objetivo: facilitar al público el acceso a Internet y su uso para propósitos diversos. Reconociendo esta evidencia, así como la diversidad y dimensión cada vez mayores de Internet, en 1995 ésta se desvincula del gobierno de los Estados Unidos, que hasta entonces seguía ostentando la propiedad de la Red, y se abre al uso comercial.

Ya sabemos de dónde surge Internet, pero convendría decir algo más sobre su funcionamiento, que sigue siendo el mismo que en los años 80. Cabría decir que Internet es lo que parece: parece una red de ordenadores conectados entre sí, y en efecto así es. Estos ordenadores se conectan a Internet a través de una dirección IP específica, que podríamos considerar que constituye la identidad de cada ordenador conectado a Internet, de una manera similar a cómo funcionan las asignaciones de números de teléfono a cada terminal. Además, cada usuario dispone de un determinado ancho de banda o capacidad de transferencia de datos, mediante diversos mecanismos de conexión (tales como el cable, inalámbrica/wifi, o la 3G, 4G y 5G…).

La transferencia de datos también es sencilla. Los ordenadores conectados a Internet pueden tanto recibir como enviar información. La gran mayoría de estos dispositivos, pertenecientes a usuarios individuales, fundamentalmente reciben información (aunque también la envían, por ejemplo, cuando publican archivos o texto en las redes sociales en las que participan). Pero también hay ordenadores cuyo propósito fundamental es enviar información a los usuarios; por ejemplo, los ordenadores que albergan los contenidos de un medio de comunicación, o la página web de una empresa que quiere promocionar y vender sus productos. Estos ordenadores, denominados servidores de Internet, envían una copia de sus contenidos a los usuarios que así lo solicitan. Y la solicitud es un procedimiento tan sencillo como pinchar o teclear una dirección web, que no es sino el conjunto de indicaciones específicas que permiten concretar a qué servidor web queremos conectarnos y para adquirir qué contenidos.

Ahora bien, el proceso de publicación y distribución de contenidos en la web también ha experimentado grandes cambios, que han simplificado el proceso de publicación y acceso a los contenidos. En sus inicios, una vez instaurada la www y el código html, publicar en Internet era un proceso que seguía requiriendo de un grado de especialización significativo en el manejo de tres componentes:

La www inicial, la denominada después Web 1.0, funcionaba según estos parámetros. Pronto aparecieron programas que permitían simplificar el proceso, fundamentalmente editores web a través de los cuales editar las páginas web de una forma intuitiva y eludiendo —total o parcialmente— el código html. Estos programas, denominados WYSIWYG (What You See Is What You Get), prometían al usuario exactamente eso: que lo que iban viendo en la página del editor web como producto de sus esfuerzos es lo que luego se vería en la www una vez publicadas las páginas web.

Sin embargo, a pesar de los programas WYSIWYG y de la relativa sencillez del hipertexto y del código html, la publicación de contenidos en Internet seguía siendo un proceso limitado a unos pocos, personas que se molestaban en adquirir conocimientos en estos procesos y cuyos resultados, las páginas web que publicaban, a menudo eran irregulares. El gran cambio se dio con el paso a lo que se denominó la «Web 2.0», encarnada por el empleo de los sistemas de gestión de contenidos (Content Management Systems, CMS), bases de datos que básicamente permitían disociar la creación de contenidos en sí de todo lo demás, esto es: diseño, edición y publicación:

Todo ello automatizó y simplificó considerablemente todo el proceso de creación de contenidos en Internet, que pasó a ser a partir de entonces mucho más accesible para los usuarios. No cabe extrañar que los CMS se considerasen la clave de arco del paso de la web primigenia, la 1.0, basada en html e hipervínculos, a la 2.0, fundamentada en bases de datos que le ahorraban al usuario casi todo el proceso de diseño, edición y publicación de contenidos, «enmascarando» eficazmente, a sus ojos, tanto el código html como los hipervínculos generados entre los diversos documentos del sitio web (véase la imagen 2).

La gran mayoría de los contenidos disponibles hoy en día en Internet se basan en sistemas de gestión de contenidos: desde los foros de debate, blogs y wikis, o los buscadores de internet, todos ellos desarrollados a finales de los años noventa o con el cambio de siglo, hasta las diversas redes sociales y los contenedores de contenidos audiovisuales: todos ellos se estructuran y se alimentan de la misma lógica de generación, distribución y publicación de contenidos.

 

1.3. Características de la comunicación en Red

 

El modelo de comunicación derivado del proceso de digitalización ha supuesto un cambio de alcance en la naturaleza misma de la comunicación, en sus características y su alcance. En líneas generales, y para empezar, la comunicación y los sistemas de comunicación están mucho más presentes como parte de cualquier tipo de actividad desarrollada por las personas. Los individuos están conectados, entre sí y con diversas fuentes de contenidos. Continuamente emiten y reciben todo tipo de mensajes. Sus actividades cotidianas, como pasear, ir en coche, hacer la compra, viajar, trabajar, disfrutar de momentos de ocio, etcétera, están indisolublemente ligadas con determinados procesos de comunicación. La profecía que hace sesenta años elaboró Marshall McLuhan [1964] (1996) en Understanding Media, como ya hemos indicado, se ha hecho realidad: los medios son las extensiones del ser humano. La vida de las personas está cada vez más mediatizada.

En todo ello tiene mucho que ver el proceso de digitalización, que ha convertido todo tipo de dispositivos que antes seguían lógicas diferentes o paralelas en, esencialmente, dispositivos polifuncionales capaces de desarrollar diversos procesos comunicativos (Pérez et al., 2023). Por poner un ejemplo claro, la distancia que encontrábamos en los años 90 entre dos dispositivos tan relevantes como el teléfono (sistema de comunicación interpersonal que servía para transmitir sonidos) y la televisión (servía para transmitir imágenes y sonidos mediante difusión y sin interacción con el público) ahora está muy difuminada, pues tanto teléfonos móviles como televisiones son, en esencia, lo mismo: ordenadores, adaptados para determinadas funciones, que a veces confluyen.

En efecto, la comunicación digital se caracteriza (1) por su disociación respecto de un soporte específico, así como por su capacidad para integrar en sí diversos formatos expresivos que, combinados, dan lugar (2) a una comunicación multimedia. Además, esta comunicación digital transcurre a través de la red Internet, que permite transmitir contenidos de todo tipo a toda clase de terminales a las que se conectan las personas. Esto determina que la comunicación digital es también una comunicación en red, que aporta otras características distintivas. Por un lado, (3) la ya mencionada hipertextualidad, es decir, la organización de la información mediante hipervínculos que conectan unos documentos con otros. Por otro lado, la superación, al menos parcial, de (4) las limitaciones espacio-temporales propias de los medios analógicos; y finalmente, la comunicación en red, por su multidireccionalidad y su capacidad para conectar a ella a todo tipo de dispositivos, supone un incremento enorme de (5) la interactividad entre los usuarios que participan de la misma.

No se trata, en ningún caso, de características radicalmente novedosas, sino que han sido repetidamente observadas por parte de la comunidad académica desde hace tiempo, bien sea adaptándolas a contenidos culturales (Manovich, 2001; Jenkins, 2008; Zallo, 2016) o centrándose en el ámbito periodístico (Díaz Noci; Salaverría, 2003; López García, 2015). Veamos más detenidamente cada una de estas características.

 

1.3.1. Disociación del soporte

 

Los contenidos analógicos, es decir, los periódicos, la radio, la televisión, el cine o los libros, estaban y están ligados con algún soporte específico, tanto para su almacenamiento como para su reproducción. De hecho, el soporte predeterminaba en gran medida las características del contenido.

Este estado de las cosas se correspondía con un sector, el de los contenidos, fuertemente jerarquizado y dominado por las industrias culturales, porque sólo con una inversión económica y tecnológica considerable era posible crear y sobre todo distribuir contenidos entre la población. Para hacer un periódico de papel, o para editar un libro, no sólo hacía falta grandes cantidades de papel y una imprenta para generar el producto cultural (esto es, para imprimir en el papel los contenidos escritos y las imágenes del libro o el periódico), sino también una red de distribución y de puntos de venta que permitieran hacer llegar el producto a los ciudadanos. Para emitir contenidos sonoros a través de la radio era necesario contar con una frecuencia específica (o usurparla) y que los usuarios tuvieran el dispositivo adecuado (un transistor); exactamente igual que en el caso de la televisión. Tanto la radio como la televisión, si se buscaba almacenar contenidos específicos de entre los emitidos, requerían también de dispositivos de almacenaje ad hoc (cintas de cassette o de vídeo).

Este panorama cambia totalmente cuando llega la codificación digital. Una característica distintiva de la comunicación digital es que, al tratarse de un contenido que siempre mantiene la misma codificación, con independencia de su forma expresiva (texto, audio, vídeo, etc.), potencialmente cualquier dispositivo digital puede almacenar, reproducir y (si está conectado a la Red) distribuir entre el público cualquier tipo de contenido. El único límite real para esta versatilidad de contenidos y dispositivos es de capacidad: que el dispositivo disponga de suficiente capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos, así como de la aplicación específica, para reproducir un determinado contenido digital.

Los contenidos digitales, en este contexto, quedan disociados de un soporte físico en particular. Son datos procesados por dispositivos también digitales, preparados para trabajar con ese tipo de contenidos. Pueden vincularse con algún tipo de soporte físico (como un CD, un disco duro extraíble, un ordenador); pero no es imprescindible que así sea, ni tampoco que sea siempre un tipo concreto de soporte para una clase específica de contenido.

Esto supuso una ruptura de primer orden con lo hasta entonces habitual: la asociación de cada tipo de contenido con un soporte físico específico. Cada tipo de contenido disponía de un soporte específico para el almacenaje, y generalmente otros dispositivos que servían para grabar o para reproducir dichos contenidos. Todo esto cambia desde el momento en el que surgen los contenidos digitales. Inicialmente, estos contenidos también se organizan de manera similar a los analógicos, con dispositivos específicos para cada función: un mp3 para reproducir música, un DVD para reproducir vídeo. Sin embargo, aunque los dispositivos tengan una función primigenia, o primordial, nada les impide extender sus capacidades a otras áreas, dado que todas ellas, conviene insistir, comparten el mismo código.

Esto tiene enormes consecuencias para la industria de los contenidos, hasta entonces muy acostumbrada a regir un sistema en el que los contenidos llegaban al público tras recorrer una estructura fuertemente jerarquizada y controlada en casi todos los órdenes por la propia industria. Un sistema en el que la piratería, las alternativas a los circuitos comerciales, tenían poco recorrido. Las copias de los libros, música o películas tenían una calidad sensiblemente peor que el original, y se deterioraban mucho antes. Lo cual también afectaba a la distribución de los contenidos piratas, que necesariamente tenía que darse a muy pequeña escala.

No deja de ser paradójico que el cambio de un escenario a otro provenga de una serie de decisiones inicialmente alentadas por la industria de los contenidos, con la esperanza de aumentar el margen de beneficios. El ejemplo del CD, rápidamente comercializado en los 90 en sustitución (más que como alternativa) del vinilo, es paradigmático. Con el CD y con la codificación digital de los contenidos que antes tenían un soporte análógico, la industria contribuye, más que ninguna otra instancia, a descentralizar y desjerarquizar el sistema.

Por supuesto, no es que los contenidos digitales no tuvieran (de hecho, siguen teniendo) enormes ventajas para la industria o para cualquiera que decida crearlos: son mucho más baratos en su producción que los analógicos, entre otros factores porque no cuesta más dinero hacer más copias, si estas se distribuyen online, y cuesta mucho menos hacer copias digitales (en CD o equivalente) que analógicas, si son físicas. Tienen mayor calidad, o al menos tienen menos imperfecciones que los contenidos analógicos, que pueden deteriorarse por efecto del paso del tiempo; y su distribución es mucho más sencilla, rápida y barata, en particular si para distribuir los productos utilizamos la venta online.

El problema para la industria cultural, y de ahí la crisis que continúa afectando a dicha industria, es que esas características de los contenidos digitales también los convierten en incontrolables: cualquiera puede hacer copias, que no se deterioran nunca, y cualquiera puede distribuirlos con suma eficacia y con independencia de los circuitos controlados por la industria. El acceso a todo tipo de contenidos, antaño tan precario para los usuarios, ahora es casi abrumador y, sobre todo, muy sencillo. El aliciente para acceder a los contenidos por la vía tradicional (la controlada por la industria cultural) es mucho menor. Y no sólo por una cuestión económica, sino de eficacia en el acceso a los contenidos, que a menudo llegan antes al usuario si se los descarga por su cuenta (Zallo, 2016). Como ocurre, por ejemplo, con películas de estreno o series de televisión.

 

1.3.2. Contenidos multimedia

 

Como hemos visto, la comunicación digital permite disociar los contenidos de un soporte específico. Esa lógica de asociación comportaba también la vinculación de una forma expresiva concreta con un soporte, y con un mecanismo discursivo. Por ejemplo, el texto escrito con los libros; el sonido con la radio y la música; la imagen con la televisión y el cine. La mayoría de los medios canalizaban sólo una forma expresiva (como la radio) o potenciaban una de ellas a expensas de las demás (la televisión, la prensa).

Pero, desde el momento en que la comunicación digital permite generar todo tipo de contenidos a partir de un mismo código, y puede distribuirlos, almacenarlos y reproducirlos en múltiples dispositivos, esta división en compartimentos estanco deja de tener objeto. Y, por esa razón, los contenidos digitales pueden ser también, en muchos casos, contenidos multimedia. Es decir: contenidos que permitan integrar en un único discurso diversas formas expresivas, algunas preexistentes (texto, sonido, imágenes fijas o en movimiento) y otras nacidas ya en el contexto de lo digital, como las animaciones por ordenador.

Hay que decir que el multimedia, en gran medida, es más un desideratum que una realidad. Por supuesto, a cierto nivel la inmensa mayoría de los contenidos digitales son multimedia. Pero lo son en la misma medida en que es multimedia un periódico con fotografías, o una película (que integra sonido, imágenes y a veces también texto escrito): un multimedia por yuxtaposición (Salaverría, 2005), es decir, por acumulación de diversas formas expresivas.

Mucho menos habitual es encontrarnos contenidos multimedia por integración (Salaverría, 2005), en los cuales se da una verdadera combinación de códigos para dar lugar a un mensaje único, que participa de todos ellos y propone un nuevo discurso. Existen dos problemas para que esta segunda forma de multimedia sea más común. El primero es económico (obviamente, supone una mayor inversión, en todos los órdenes, generar este tipo de contenidos); el segundo, cultural: la mayoría del público sigue sin estar acostumbrado, o no recibe con la misma facilidad, este tipo de propuestas. Un escenario que posiblemente cambie conforme la generación de «nacidos digitales» (Palfrey; Gassler, 2008), que ya está alfabetizada desde su nacimiento en la lógica de la comunicación digital, sea una mayoría sólida de usuarios (y los que no lo son, mientras tanto, también hayan mejorado sus prestaciones, y se haya reducido la brecha digital, que es, en cierta medida, cultural).

 

1.3.3. Ruptura del tiempo / espacio

 

Hasta ahora, hemos hablado fundamentalmente de comunicación y contenidos digitales. A partir de ahora, hemos de hablar, más bien, de «comunicación en red», es decir: comunicación desarrollada a través de una red de dispositivos interconectados, por la que circulan medios, contenidos y usuarios. La combinación de los contenidos digitales con su articulación y disposición a través de la red Internet genera (o, como mínimo, potencia significativamente) otros cambios respecto del ecosistema comunicativo anterior.

El primero de ellos, la ruptura de las coordenadas espaciotemporales a las que están sujetos los medios analógicos, es en realidad un compendio de características vinculadas a la superación de dichas limitaciones. En concreto:

Podemos recorrer todas estas características si pensamos en la versión digital de un periódico impreso. El periódico impreso tiene una edición diaria (normalmente), que tarda horas en distribuirse. Una vez distribuida, es muy complicado dar marcha atrás y sustituir los contenidos ya publicados por otros. Como mucho, se puede publicar una edición especial, algo muy costoso y (en comparación con la publicación de contenidos digitales) muy poco eficaz.

El periódico impreso se distribuye en una comunidad espacialmente localizada: lo normal es que sea el área metropolitana de una ciudad, o una región. En algunos casos (los menos), la distribución alcanza a un país en su conjunto. Rara vez hablamos de medios impresos de alcance auténticamente internacional.

Naturalmente, cuando compramos un periódico impreso sólo compramos la edición del día de ese periódico, los contenidos que lleva con él, y no lo publicado en días anteriores, o lo que pueda incorporar ese periódico en otras ediciones distintas de la nuestra.

En cambio, un periódico digital puede consultarse desde cualquier parte. Puede editarse y modificarse en cualquier momento y con enorme velocidad. El lector puede acceder a los contenidos del día, pero también a lo publicado en días anteriores (y también meses y años, según la longevidad del medio). Todo son ventajas… para el lector, si bien no tanto para el medio ni los periodistas, como veremos más adelante.

 

1.3.4. Hipertextualidad

 

Internet se desarrolla en los años 60 y nace en 1969. Pero no es hasta 1995 cuando se abre al uso de la mayoría de la población. En ese lapso de tiempo, se han producido una serie de aplicaciones, programas y avances tecnológicos que potencian sus posibilidades y su facilidad de uso para los usuarios. Una de las más importantes es la ya mencionada World Wide Web (www), un navegador/editor creado por Tim Berners-Lee en 1990. Berners-Lee, un físico inglés del CERN de 35 años, idea un código muy sencillo que permite integrar distintos tipos de contenidos en un mismo documento, y además asociar unos documentos con otros, para que el público pueda «navegar» por ellos. El código es el html, y el sistema de vinculación de unos documentos con otros es el hipertexto.

La estructura informativa hipertextual y el concepto de hipertexto no son nuevos. Fueron formulados por Vannevar Bush en los años 40. Lo que sí es nuevo es adaptar esta forma de organizar la información a Internet. En palabras de Berners-Lee (2000: 208), hipertexto es: «una información legible por los seres humanos vinculada entre sí de manera no obligatoria».

La clave está en el final de la definición, la no obligatoriedad. Hasta ese momento, las estructuras discursivas a las que el público está acostumbrado son secuenciales. Tienen un principio y un final, una forma lógica de comenzar el consumo de los contenidos y de terminarlo. Por supuesto, existen mecanismos alternativos de lectura (comenzar un libro por el final, o por la página 55; hojear un periódico; ver sólo una parte del informativo de televisión), pero no suponen la norma, y además se establecen sólo dentro de unos márgenes preexistentes (el informativo, el periódico, el libro).

Todo esto cambia con el hipertexto (López García, 2005):

Aunque es indudable que el modelo hipertextual de estructuración de la información tiene un enorme peso sobre el consumo de información que hace el público, así como sobre la propia fisonomía de los contenidos, también conviene precisar que, como ocurriera con el multimedia, a menudo encontramos estructuras hipertextuales simples, o un uso escaso de los hipervínculos para ofrecer más información al lector, por contraste con la pervivencia del tradicional modelo de lectura secuencial: se trata, nuevamente, de una cuestión cultural. De ofrecer al público los contenidos en la manera en que una parte de él, en absoluto desdeñable, está acostumbrado a consumirlos.

 

1.3.5. Interactividad

 

Finalmente, la comunicación en red permite un enorme desarrollo de la interactividad en sus diversas formas: interactividad del público con la información (que puede consultar, adaptar y organizar según sus gustos e intereses); interactividad con los emisores de la información (el medio de comunicación y sus periodistas), a los que es posible interpelar directamente con mucha más facilidad que lo que era común en los medios convencionales; e interactividad con otros usuarios.

El público fundamentalmente pasivo, propio de la era de la comunicación de masas, da paso a un público mucho más activo, que puede hacerse visible, puede tomar decisiones mucho más específicas sobre qué contenidos consumir y cuáles no (y también sobre dónde y cuándo acceder a ellos). Puede establecer múltiples asociaciones con otros usuarios y puede, incluso, constituirse en emisor de contenidos vía Internet. Como veremos más adelante, todos estos cambios implican, a su vez, una evolución fundamental en el ecosistema comunicativo en su conjunto, y particularmente en cómo circulan los flujos de información en dicho ecosistema entre los medios y el público. Pero, además, existe una clara evolución, incluso dentro de Internet, desde un modelo de comunicación más pasivo hacia otro mucho más activo, que permite (y, en ocasiones, también exige) una implicación mayor por parte de los usuarios.

 

1.4. Comunicación de masas y comunicación en red

 

Tradicionalmente, la comunicación se ha estructurado siguiendo un esquema de dos niveles diferenciados:

En el esquema propio de la comunicación de masas, no es habitual que se produzca comunicación desde la base hacia la cúspide, es decir: desde el público hacia los medios de comunicación. Se trata de un modelo de comunicación fuertemente jerarquizado y sustancialmente unidireccional: los medios envían unos mensajes determinados, que el público consume. La comunicación interpersonal se da casi siempre a muy pequeña escala, sin visibilidad social; o con una visibilidad limitada, justamente, por su presencia en los medios.

Un sistema tan jerarquizado propicia una enorme influencia de los medios de comunicación sobre el público. Una influencia que puede darse de muy diversas maneras, pero que resume bien el paradigma de la agenda setting y sus dos niveles de análisis (McCombs, 2006): en el primero, los medios de comunicación son poderosos porque le dicen al público qué temas son relevantes. En el segundo nivel, además, que a menudo se confunde (o vincula) con los análisis del framing o encuadres noticiosos, muestra que los medios también tienen capacidad para determinar la perspectiva con la que el público evalúa las noticias.

Es decir, los medios marcan la agenda, los temas relevantes, y también el enfoque sobre dichos temas. Parafraseando el famoso axioma de Bernard Cohen (1963), los medios le dicen al público sobre qué pensar y también qué pensar.

Este escenario funciona en un contexto en el que hay:

Esta explicación, que muestra (de manera muy simplificada) las claves del éxito del sistema de comunicación de masas a lo largo de décadas, ha de integrar ahora los cambios provocados, en el conjunto del ecosistema mediático, por la irrupción de Internet y los contenidos digitales. Unos cambios en absoluto menores, que Manuel Castells sintetiza añadiendo una tercera dimensión comunicativa a las dos mencionadas con anterioridad: «Es comunicación de masas porque potencialmente puede llegar a una audiencia global (…) Al mismo tiempo, es autocomunicación porque uno mismo genera el mensaje, define los posibles receptores y selecciona los mensajes concretos o los contenidos de la web y de las redes de comunicación electrónica que quiere recuperar» (Castells, 2009: 87-88).

Lo que Castells denomina autocomunicación de masas, y que aquí consideramos comunicación en red (López García, 2005), abre un escenario diferente, caracterizado por:

Sin embargo, a la diversificación de la oferta le corresponde también una especialización y decantación temática mucho más precisa y pulida por parte del público. No es sólo que ahora disponga de miles de medios de comunicación para seleccionar. Es que, además, ahora el público tiene mucha más capacidad que antes para efectuar dicha selección según sus preferencias.

Finalmente, los medios digitales propician un enorme desarrollo de la comunicación interpersonal a todos los niveles. Permiten que la audiencia pase de ser heterogénea y pasiva a fragmentada y activa. El público puede seleccionar sus medios y fuentes favoritos, pero también puede recomendarlos, distribuirlos, comentarlos con otros usuarios y generar sus propios contenidos. Es decir, y como ya vimos, la interactividad, en sus diversas formas, determina una relación diferente entre los medios y su público. Una relación en la que el público es más exigente, menos cautivo, y menos fácil de impresionar.

Hablamos, en esencia, de reparto del poder. Del poder de los medios para imponer al público unos determinados contenidos, y unas determinadas reglas de consumo y acceso. El escenario de comunicación perfilado implica una considerable pérdida de poder de los medios y una mayor capacidad del público para decidir a qué contenidos acceder y, por lo tanto, cómo configurar su propia visión de la realidad. También se trata de un ecosistema comunicativo caracterizado, justamente, por la explosión de todo tipo de medios y sistemas de comunicación asociados con el individuo, más allá de la oferta de medios de comunicación a la que éste acceda. El modelo social que se está generando propicia que el público esté cada vez más interconectado y que esté consumiendo constantemente todo tipo de contenidos en cada vez más dispositivos: el ordenador, la televisión, la tableta, el libro electrónico y, por supuesto, el teléfono móvil.

Contrariamente a lo que quizás pudiera parecer hasta el momento, no cabe catalogar todas las consecuencias de estos cambios como inequívocamente positivas. Veremos, en los próximos capítulos de este libro, los problemas ligados con la fragmentación de las audiencias o el consumo continuo de todo tipo de mensajes. Sin embargo, ahora no nos interesa tanto profundizar en ello, sino responder a la cuestión implícita que motiva este epígrafe: si el ecosistema comunicativo está cambiando hacia un público más activo y una mayor fragmentación mediática… ¿implica esto que los medios de comunicación dejen de tener poder? ¿Que el poder de los medios para configurar la realidad e influir sobre el público quede diluido y se vea, al menos parcialmente, sustituido por otras instancias, como los líderes de opinión?

Es posible que, en alguna medida, esté ocurriendo eso. Pero es muy pronto para dar por enterrados a los medios. Es pronto, y es falaz, si observamos la realidad circundante. Una realidad en la que los medios, sin ninguna duda, no pasan por su mejor momento en términos económicos. En que la precariedad laboral es cada vez mayor, y en donde el público, sobre todo el público más joven, cada vez se dirige más a otro tipo de referentes. Pero una realidad, también, en la que las noticias, para adquirir visibilidad, casi siempre han de pasar por los medios, aunque lleguen al público por vías diferentes. En este contexto, la información continúa siendo generada por parte de periodistas y medios de comunicación (pues son los que más y mejores recursos tienen para cumplir esa función).

El flujo de la comunicación es mucho más caótico y ya no es, definitivamente, unidireccional. Pero los medios continúan en el centro del sistema, como interlocutores privilegiados del poder y de los ciudadanos. Vuelven, en cierto sentido, a su papel primigenio de intermediarios, al encargarse de certificar qué es importante y qué no, aunque ya no tengan toda la capacidad de decisión sobre ese proceso, sino que han de atender —y cada vez más— al pálpito de los asuntos y tendencias que en cada momento suscitan mayor interés del público, ahora estructurado en redes cada vez más densas y visibles (Palau; López-García, 2022).

Imagen 1. Portada del diario El País.

Imagen 2. La misma portada, en código html.

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