Título del Capítulo: «Iluminar, reusar, reformar»
Autoría: María del Mar Bernal
Cómo citar este Capítulo: Bernal, María del Mar (2024): «Iluminar, reusar, reformar». En Bernal, María del Mar, La Estampación [como proceso creativo]. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.
ISBN: 978-84-10176-00-3
d.o.i.: https://doi.org/10.52495/c19.emcs.29.art2
La estampación puede extenderse más allá del momento de la transferencia reutilizando las pruebas de estado, de ensayo o las de la propia edición convirtiendo lo múltiple en único. Para el estudiante supone un ejercicio creativo y le ayuda a comprender que las «pruebas» —si son tratadas como obras finales— consiguen tener una segunda vida. Este reciclaje usa el grabado para convertirlo en otra creación distinta: se trata de iluminar, coser, montar y desmontar, alterar y construir elementos distintos con las estampas desechadas. Usaré tres ejemplos.
El primero parte del concepto histórico de iluminación. En los inicios, una vez obtenida la estampa normalmente en negro, se le iban dando toques básicos de color para conferirle un aspecto más atractivo. Estos toques se podían repetir con gran rapidez, de forma que en ningún momento era un proceso elaborado o se perdía la estabilidad de la edición. Lo hacían profesionales, entintadores y trabajadores anónimos, de los cuales se conoce poco. La primera traducción germana de Bosse tiene un apéndice al respecto, y el tratado de acuarela de Ter Brugghen (1616) incluye un apartado con instrucciones para los aguafuertes y el estampado de planchas que luego iban a ser coloreadas por los maestros iluminadores. Hoy en día esta práctica toma una nueva dimensión y se convierte en una de las técnicas más versátiles del grabador contemporáneo.
El segundo parte de la realización de collages, ya que las posibilidades plásticas son ricas e integran a la perfección el concepto de reciclaje. Además, si algo caracteriza al collage, es su condición ecléctica, lo que multiplica la naturaleza de los recortes, soportes y técnicas que puedan intervenir. Es raro el grabador que no haya unido, al menos una vez, la cola y las tijeras con el punzón y la gubia usando sus estampas finalizadas.
Uno de los grandes atractivos del collage son los saltos semánticos que producen una imagen y la contigua. Derivado del cubismo y encumbrado por el surrealismo, se convierte en una gran apuesta que rompe con la estampa ventana. Es un proceso de reconstrucción que modifica una materia prima para elaborar otra realidad en la que ni la cantidad ni el orden de los elementos están establecidos.
Obra cumbre de este tipo de trabajo es Une semaine de bonté, de Max Ernst: 182 collages creados en 1933 durante el verano que estuvo en Vigoleno (Italia). Allí pasó largas horas recortando los grabados de decenas de novelas folletinescas del siglo XIX. Gracias a la compleja estrategia del collage, Ernst consiguió transmitir poderosamente el ímpetu de vivir: seleccionó y combinó estas imágenes de tal manera que transformó su realismo técnico e iconográfico en creaciones cargadas de erotismo, sentido del humor y sorpresa. Las novelas que en un principio mostraron el crimen y el vicio para castigarlo, crean ahora nuevos crímenes, nuevos animales, nuevos deseos. El autor diría a Roland Penrose: «Los elementos del collage —reproducciones triviales de libros viejos— sufren una transformación. Los pájaros se convierten en seres humanos, y los seres humanos en pájaros. Las catástrofes se vuelven ridículas. Todo resulta sorprendente, desgarrador y posible (…) somos un fragmento en un mundo de fragmentos.»1
El montaje de los componentes sobre la superficie se vive como un juego que provoca variadas sensaciones a la hora de revisarlo. Sobre la mesa los recortes, o «los pegotes», según diría Lafuente Ferrari, van, vienen y se detienen procedentes de universos grabados dispares. El tamaño y afilado de las herramientas, la habilidad en el recorte y el gramaje de los papeles son fundamentales a la hora de la precisión. También una adecuada elección del adhesivo afín al material, que no manche y esté libre de ácido.
Otro modo es el collage tridimensional, elegido por muchos artistas que encuentran en él la intensidad expresiva que no alcanzan con las dos dimensiones. Componen obras con series antiguas o recientes. Objetos naturales y grabados serían los componentes básicos de estas construcciones: copiar, estructurar, cortar y ensamblar (cosiendo, enlazando, pegando, fijando) son las acciones fundamentales.
El origen del ensamblaje data de los años cincuenta del siglo XX cuando Dubuffet creó una serie de collages con alas de mariposa y unas litografías que denominó Assemblages d’empreintes, pero hay que acudir a Duchamp o Picasso como precursores de ese tipo de trabajos.
La tercera posibilidad que comento para reformar estas pruebas es utilizar adornos y aplicaciones, coserlas o bordarlas. Lo deseable es que el artista aplique sin restricciones sus conocimientos a la estampación y la expanda en todas direcciones.
Honoré Daumier, «Lo que la burguesía llama una ligera distracción», de la serie Les Bons Bourgeois, Sátira, nº 14, publicada en Le Charivari, 1846. Litografía coloreada a mano por Édouard Bouvenne para ser utilizado como plantilla para los coloristas. British Museum, Londres
Simón Arrebola Parras, «Escenografía para el rey Lear», de la serie Ilustrando la tragedia, 2011. Aguafuerte y aguatinta (derecha); estampa iluminada con acuarela (izquierda), 24,5 × 34,5 cm.
Max Ernst, «Le lion de Belfort 17» 1933. Collage. | Max Ernst, «Le lion de Belfort 4». Ambas de la serie Une semaine de bonté, 1933. Collage, 27 × 20,5 cm cada página.
Hortensia González Longo, Vacíos III, (serie La intersección en la y griega), 2022. Serigrafía y bordado con hilo de algodón, 43 × 70 cm. | Hortensia González Longo, Cartografía III, (serie La intersección en la Y griega), 2022. Serigrafia y bordado con hilo de algodón, Prueba Única P/U (variante de edición).
Tomás Alejandro Candeas Martín, La Casa, 2017. Linóleo sobre tela bordado en oro. 98 × 75 cm.