Obsolescencia informativa programada. Incidencias de lo local a lo global (2025)

 

 

Título del Capítulo: «Prólogo. El enfoque difuminado: Informar para confundir»

Autoría: Carlos Lozano-Ascencio

Cómo citar este Capítulo: Lozano-Ascencio, C. (2025): «Prólogo. El enfoque difuminado: Informar para confundir». En Jurado-Martín, M.; López-Rico, C.M. (eds.y dirs.), Obsolescencia informativa programada. Incidencias de lo local a lo global. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones. .
ISBN: 978-84-10176-06-5

d.o.i.: https://doi.org/10.52495/prol.emcs.34.p113

 

 

 

Prólogo. El enfoque difuminado: Informar para confundir

 

 

Carlos Lozano-Ascencio

 

Hemos aprendido que el periodismo es un discurso socialmente hegemónico que implicaba fuentes muy reconocibles, rutinas y prácticas prestigiosas, información o datos certeros en los que se podían realizar comprobaciones. Sabíamos que los periodistas eran redactores profesionales. Sus receptores, públicos, lectores atentos y receptivos. El discurso periodístico imponía una agenda temática, es decir, un memorandum de asuntos importantes que competían mercantilmente con otros discursos periodísticos que circulaban por los espacios públicos. Eso es lo que más o menos aprendimos y seguimos aprendiendo de los manuales de periodismo.

La supremacía social del periodismo entró en declive debido a diferentes factores tecnológicos y sociales. En los primeros está esa cadena desbocada de las nuevas tecnologías, que en muy poco tiempo ha cambiado las formas de comunicarnos espaciotemporalmente. Continuamente, contamos con actualizaciones de instrumentos que nos permiten producir, enviar e interpretar datos con mucha más rapidez, sincronía y eficacia. Por lo tanto, los grandes temas sociales —política, economía, ciencia, cultura…— se diversifican en las formas de producir, enviar e interpretar estos datos. Dicha pluralidad informativa, por lo pronto, genera en los receptores enfoques difuminados, es decir, disonancias, esquemas desvanecidos, noticias interpretables de muchas maneras, desinformación y, sobre todo, confusión.

Parecería, en primera instancia, que para contrarrestar los enfoques difuminados de la comunicación social relacionados con la pluralidad informativa deberíamos apelar a la uniformidad o escasez informativa, pero no es el caso. ¿Por qué? Porque el control absoluto de lo que sucede en el acontecer social son prácticas más bien vinculadas a las dictaduras y a los totalitarismos. No nos dejemos llevar por ese lado, porque ya tenemos experiencias históricas ciertamente importantes y devastadoras. En democracia, en favor de la pluralidad informativa, tenemos que estar mucho más atentos.

¿Cómo se consigue que la gente esté ‘bien informada’? Entendiendo por esto que el público se debe exponer a fuentes profesionales que elaboran y contrastan mensajes con la suficiente fiabilidad. No vale exponerse a cualquier fuente, pero no es fácil que la gente esté bien informada, o que se muevan para alejarse o evitar las fuentes informativas a las que uno se expone de manera cotidiana.

Pongamos un caso real que cae en lo anecdótico pero que describe muy bien la situación. Sobre todo, porque los periodistas contamos los casos humanos como herramienta para explicar lo que acontece. La técnica del arranque humano basada en un caso real no es nueva y sigue siendo de interés por el enfoque humano que representa frente al relato de datos, estadísticas, fechas…

Me pasó recientemente con unos vecinos, a quienes les tenía mucha estima por su simpatía y amabilidad: se confesaron en la conversación abiertamente negacionistas. De pronto salió el tema del cambio climático y, por más que argumenté las consecuencias de los gases de efecto invernadero, el deshielo de los polos, de la elevación del nivel de los océanos, del incremento de los fenómenos meteorológicos extremos, de las prolongadas sequías, de la falta de agua para los cultivos y para las personas, no había manera de que lo aceptaran como una realidad.

Mis vecinos, mostraron una cara desconocida para mí, insistieron en que todo eso era una invención de quienes nos querían tener controlados, porque el CO2 es un gas que produce vida. Las plantas han producido CO2 desde siempre, me decían con vehemencia, porque hay muchos pájaros, que en realidad son drones construidos por el gobierno estadounidense para vigilarnos sin que nos demos cuenta. O que la nieve de Filomena en realidad era un combustible que nos había enviado Podemos. ¡Ostras! Es de risa. Y hace reflexionar: hay gente que camina por la calle, incluidos mis vecinos, creyendo en esas noticias, dando credibilidad a esas fuentes, organizando su mundo y sus decisiones en función de esos datos falsos para nosotros, pero muy reales para ellos.

Es importante tener cuidado, porque los bulos para unos son bulos, pero para otros no lo son. Aquí funciona un mecanismo muy parecido a lo que sucede con los rumores, porque la información circula no en función de la veracidad de los datos, sino en función de la credibilidad que le dan los usuarios. Y eso es lo que nos hace estar sujetos a dicha información.

¿Estamos bien informados en función de lo que cada uno cree que es estar bien informado? En la teoría no, pero en la práctica sí, porque es más importante lo que el sujeto cree que es verdad que lo que el sujeto sabe de verdad. Por poner un ejemplo: ¿cuánto tiempo ha tardado la humanidad en representarse —imaginarse— el planeta como una esfera? Milenios. Es más, todavía hoy hay gente, los terraplanistas, que niegan la esfericidad de la Tierra. ¿Cómo solemos imaginar el sistema solar? Un sol grandote, una pelota grandota. Y los planetas ahí alrededor, unos más grandes, otros más pequeños.

Los avances científicos son los verdaderos responsables de que la verdad, la certeza y el rigor se vaya extendiendo por muchos ámbitos y que los discursos se empapen de dichas verdades. En un primer momento el discurso científico es inaccesible, complicado. Pero, poco a poco, va formando parte de nuestras vidas, aunque no siempre somos conscientes de ello. ¿El periodismo se hace eco de la ciencia? Sí. Pero, ¿eso es garantía de que la gente entienda la ciencia? ¿Nosotros como periodistas tenemos que tener fuentes científicas? Sí. Pero, ¿eso es garantía de que nosotros ampliemos nuestro conocimiento en la ciencia?

En la actualidad hay temas destacados, los del memorandum o agenda setting, entre los que se encuentra el cambio climático, y es un buen ejemplo para darnos cuenta de que, aunque el periodismo realice buenas coberturas, sea riguroso con las fuentes, utilice cada vez más la participación de expertos —porque eso es verdad, cada vez hay más científicos en los telediarios hablando sobre diferentes temas—, ni frenamos el cambio climático, ni existe consenso en hacer o dejar de hacer acciones que ayuden a mitigarlo.

Es decir, aunque es muy probable que ya existan discursos periodísticos muy pertinentes y fiables sobre un tema, no toda la gente se expone a esos discursos porque no está de acuerdo. Tarea complicada entonces para resolver.

La ciencia avanza, como los informes anuales del IPCC y nos va alertando de posibles causas, impactos y consecuencias. Nos propone soluciones, mitigaciones y adaptaciones. A veces el periodismo, no todas las fuentes, claro está, hace buenas coberturas sobre estos temas y presenta asuntos relevantes como la sequía, nuevas legislaciones, incendios forestales, calentamiento de la temperatura de los océanos, olas de calor, etc., pero aun estando advertidos y siendo conscientes de la situación, el entorno circundante y concerniente cambian muy rápido.

¿Los enfoques difuminados son catastrofistas? El pesimismo y las malas intenciones no son buenos consejeros. Diferenciemos entre información catastrófica, la de las exageraciones y bulos. Con respecto a la información de catástrofes, se trata de una especialización informativa en la que los mediadores sociales tratan con solvencia los datos y hacen una cobertura periodística que aboga por el objetivo de informar rápido y bien. Los enfoques difuminados, ¿son antiperiodísticos? Sin lugar a duda. Aquí hay que decir que existen muchas fuentes periodísticas que no hacen periodismo; también abundan las fuentes claramente no periodísticas que se atreven con cualquier tema. El profesional de la información lo tiene muy difícil, pero ahora más que nunca se hace mucho más necesario su buen hacer informativo y su participación decidida en este escenario donde abundan los farsantes y los embusteros.

Hace un tiempo salió una campaña avalada por la Universidad de Navarra, la Unión de Televisiones Comerciales en Abierto (UTECA), la Asociación Española de Radio Comercial (AERC) y la Asociación de Medios de Información (AMI) en la que afirman que 7 de cada 10 personas se han creído alguna vez un mensaje o vídeo que resultó ser falso. Probablemente, muchos de vosotros también hayáis caído en una situación similar. Dice la campaña: «Para lo importante, confía en los profesionales. Para informarte, confía en los periodistas». ¿En qué momento estamos para que una campaña diga: ¡por favor, confía en los profesionales y confía en los periodistas cuando tengas que informarte!»

Es interesante esa reflexión. ¿Quién tiene la culpa de los enfoques difuminados? Todos tenemos parte de culpa: los medios de comunicación, los profesionales, los profesores de la carrera, los planes de estudio, los estudiantes de periodismo, sus padres… Y aquí no se salva nadie. Todos tenemos parte de culpa, parte de responsabilidad. Estamos hablando de educación, de solidaridad, de generosidad, de otros valores que favorecen la convivencia y nos hacen mejores personas.

El libro que el lector tiene en sus manos trata sobre la obsolescencia informativa programada, es decir, el tiempo de interés que tiene una noticia para los medios de comunicación. La información con fecha de caducidad termina por confundir al público porque se le difuminan los contenidos relevantes. Y no solo eso, al público se le obliga a perfilar con trazo grueso aquello que se le apunta brevemente en un contexto de vida acelerada. Aquí, en esta parte del proceso, los no profesionales del periodismo aprovechan la confusión para rellenar los huecos con noticias falsas, cargas ideológicas totalitaristas, poniendo en boca de los periodistas profesionales lo que nunca dijeron, cuestionando así la profesión en su conjunto. Los periodistas falsos, los que no contrastan los datos, son los que se dedican a informar, precisamente, para hacer desaparecer lo importante.

No me quiero poner moralista o sentimental. Ante los enfoques difuminados, no nos queda otro camino que buscar y encontrar la claridad, la transparencia, la honestidad, la certeza, la verificación y aprender a compartir el esfuerzo, la libertad…