Título del Capítulo: «Credibilidad y autenticidad en el periodismo contemporáneo: desafíos frente a la Inteligencia Artificial»
Autoría: Renato Essenfelder; João Carvalho
Cómo citar este Capítulo: Essenfelder, R.; Carvalho, J. (2025): «Credibilidad y autenticidad en el periodismo contemporáneo: desafíos frente a la Inteligencia Artificial». En Fieiras-Ceide, C.; Túñez-López, M.; Maroto-González, I. (eds.), Bots, Trols y PSM. Cómo la IA va a cambiar los medios públicos. Salamanca: Comunicación Social Ediciones y Publicaciones.
ISBN: 978-84-10176-14-0
d.o.i.: https://doi.org/10.52495/c11.emcs.40.p116
Capítulo 11. Credibilidad y autenticidad en el periodismo contemporáneo: desafíos frente a la Inteligencia Artificial
Renato Essenfelder1
Universidad Fernando Pessoa
João Carvalho2
Universidad Federal de Minas Gerais
La historia del periodismo en las sociedades democráticas es también la particular historia de su constitución como un campo dividido en dos grandes polos (Traquina, 2020): el económico y el ideológico. Mientras el polo económico sitúa al periodismo como un negocio, en el que la lógica empresarial y la búsqueda de lucro (a menudo recurriendo al sensacionalismo y a su versión más moderna, el click bait) orientan la producción y la circulación de noticias, el polo ideológico, por su parte, ve al periodismo esencialmente como un servicio público.
En el polo ideológico, la primacía es de los valores profesionales, principios y procesos fomentados y desarrollados a lo largo del siglo XIX, impulsados por los avances tecnológicos, la industrialización, el aumento de la alfabetización de las poblaciones urbanas y por las transformaciones sociales.
Este contexto de transformación estandarizó procesos, lenguaje y estética, anclando la credibilidad periodística en una visión íntimamente ligada al positivismo, exigiendo que la postura del periódico fuese un espejo de la realidad (Lage, 2001). Los ideales como la objetividad, imparcialidad y equilibrio se manifiestan en el intento de representar el mundo factual a través de la controversia y el diálogo entre versiones conflictivas o antagónicas (Karam, 1997). La elección de fuentes está orientada por criterios como autoridad y credibilidad, siendo que la preferencia recae sobre fuentes oficiales o institucionales, presumidas como más confiables.
De esta forma, estos valores fueron asociados a la búsqueda de la verdad factual y a la representación del mundo. No obstante, como recuerda Tuchman (1999), la objetividad en el periodismo debe entenderse menos como un compromiso real con la neutralidad y más como un «ritual estratégico»: un conjunto de procedimientos adoptados por los periodistas para protegerse de críticas, presiones institucionales y riesgos profesionales, legitimando su trabajo ante el público y sus superiores, incluso ante las limitaciones inherentes a la producción de la noticia.
En las últimas décadas, sin embargo, el campo periodístico ha sido profundamente impactado por la emergencia de nuevas tecnologías digitales y por la transformación de las formas de relacionamiento del público con «el acontecimiento» —y, con eso, con «la noticia». Internet, las redes sociales y, más recientemente, la Inteligencia Artificial han remodelado tanto los procesos de producción como de consumo de contenidos, alterando las rutinas profesionales, los criterios de noticiabilidad y las expectativas sociales en relación con el periodismo.
En este nuevo ecosistema, se observa una valorización creciente de la autenticidad y de la transparencia como valores centrales, especialmente entre públicos más jóvenes, que tienden a priorizar relatos personales, experiencias directas y la expresión de subjetividades en detrimento de la objetividad tradicionalmente defendida por el periodismo. Esta búsqueda de autenticidad presiona a los periodistas a adaptarse a dinámicas de comunicación más horizontales, interactivas e instantáneas.
Ante este escenario, proponemos la profundización del siguiente problema de investigación: ¿cómo la emergencia de nuevas tecnologías y de nuevas formas de relacionamiento del público con los acontecimientos sociales, que priorizan la autenticidad en detrimento de la objetividad, desafían al periodismo contemporáneo?
Existe un discurso social (Gomes, 2009) sobre el periodismo que busca legitimar (y autolegitimar) la acción y la existencia periodística. Según esta perspectiva, el discurso periodístico es aquel que circula socialmente, con diversas autorías, formas y formatos, y que justifica, divulga y da razón de ser al periodismo en la sociedad. Es un discurso históricamente constituido que expresa contornos y parámetros para el campo, ya que a través de él el periodismo se presenta como «necesario» para que el conjunto de actores de la sociedad ejerza relaciones políticas, económicas, sociales y culturales.
En contextos democráticos, el discurso sobre el periodismo le asigna un papel de mediador confiable. Para lograr esto, se crea una «dinámica de credibilidad» que opera en la relación entre función, valores y técnica. Es dentro de los parámetros de los mecanismos de credibilidad donde también se manifiesta la crisis del periodismo contemporáneo (Cagé, 2015).
En este sentido, antes de avanzar, proponemos profundizar en la discusión sobre el discurso social que se ha establecido históricamente sobre el periodismo y sus dinámicas de credibilidad a partir de tres dimensiones: función, valores (o principios) y saber hacer. La hipótesis propuesta es que actualmente surge una nueva lógica de credibilidad que desafía el modus operandi de las empresas periodísticas y de sus profesionales —y la propia identidad del periodista, ante el nuevo contexto de la plataformización del mundo (Van Dijck, 2013).
Cuando observamos las funciones descritas en el discurso social sobre el periodismo, los productos periodísticos tienen el objetivo de «servir» a diversos actores: sean estos ciudadanos comunes, instituciones, autoridades políticas, empresas u organizaciones civiles. Lo que se entrega son informaciones supuestamente «necesarias» para vivir y circular política y económicamente en las sociedades democráticas. Lo que se publica sería la emergencia de aquello que debe interesar a un colectivo amplio dentro de los parámetros de la ciudadanía (Gomes, 2019). Desde esta perspectiva, algunos teóricos denominan el periodismo como el «cuarto poder» (Pena, 2008; Sousa, 2000; Traquina, 2020). Otra función derivada de esta compleja relación con la democracia es la de espacio para el debate público de opiniones.
Para cumplir estas funciones, el periodismo necesita ser, o parecer ser, un mediador desinteresado. Son justamente los valores del campo los que asegurarían que los intereses de los periodistas sean trascendentes a los de los demás actores mediados, moldeando una ética periodística.
Entre los más básicos de esos valores, que ancla una serie de actitudes y conceptos, está la verdad. Ella puede aparecer en el discurso sobre el periodismo de diversas formas, como «verdad factual» (Dines, 2009), «verdad intersubjetiva» (Sodré, 2009), «verdad de los hechos» (Genro Filho, 1987) o simplemente «verdad» (Gomes, 2009), y es aquello que une el texto periodístico al mundo externo y garantiza la noticia como experiencia consensualmente compartible del mundo.
Además de la verdad, la objetividad también aparece como valor, aunque cuestionable académicamente. La objetividad aparece siempre con doble sentido: es un valor y una técnica. Como valor, habla sobre el alejamiento de las subjetividades de los sujetos —sus sentimientos, conceptos o visión de mundo— en relación con los hechos narrados. Otros valores consonantes con la objetividad son la independencia y la imparcialidad, que también surgen como cualidades que buscan borrar las particularidades de los sujetos e instituciones periodísticas de su historicidad, perspectiva partidaria, política y dimensiones socioculturales.
La función y los valores resultan, en la lógica del discurso social sobre periodismo, en un saber hacer, muchas veces delineado como técnica, que posee una serie de procedimientos asociados, como «escuchar los varios lados» de una cuestión, hacer verificación de informaciones con diversas fuentes (de tipos y accesos distintos), jerarquizar informaciones y redactar el texto de forma objetiva, separar opinión de hecho en la escritura, escribir de forma clara y directa, etc. (Pena, 2008; Sousa, 2000).
No compete aquí discutir los límites y posibilidades de la técnica, sino señalar cómo, en el discurso social sobre el periodismo, ella es fundamental para la conquista de la credibilidad. Ella establece un patrón de acción, comportamiento y de estar en el mundo que crea un «horizonte de expectativas» (Groth, 2006) que determina la relación de los sujetos sociales con el periodismo.
Esta «dinámica de la credibilidad» operó con éxito en un contexto social en el que el cientificismo y el tecnicismo eran valores centrales en la sociedad. Por un lado, estableció las expectativas a lo largo del siglo XX que parametrizaron el periodismo y la relación con él, pero también estableció un horizonte de difícil alcance, lo que llevó a los consumidores del periodismo a experiencias frustrantes que fueron minando la credibilidad del campo. Parte de la crisis actual del periodismo reside en su pérdida como principal mediador legítimo del acontecimiento social, ante otros actores que no necesariamente validan su credibilidad por los mismos criterios exigidos a los periodistas.
Hoy, ante la desconfianza generalizada en instituciones formales, cobra fuerza la «cultura de la autenticidad» (Lipovetsky, 2024), que se propone como ordenadora de subjetividades y expectativas en las relaciones sociales. En los viajes buscamos experiencias de productos más artesanales o locales que emanan autenticidad; en las relaciones, la búsqueda es por personas «auténticas», que sean «únicas»; las marcas deben actuar con la transparencia de su autenticidad; y la comida debe oler y tener sabor «verdadero», es decir, «auténtico». Incluso para las noticias periodísticas, la autenticidad pasa a ser un valor que afecta a su credibilidad. Pero, a pesar de este culto a la autenticidad, ella no es debidamente problematizada, en especial en los estudios sobre el periodismo.
Gilles Lipovetsky argumenta que la valorización de la «ética de la autenticidad» no es nueva, sino que toma un nuevo formato, nuevas aplicaciones y nuevos espacios en la cultura y sociedades contemporáneas. La autenticidad como un valor —moral y simbólico— ocurre a partir de la modernidad, cuando se pasa a argumentar el derecho de «vivir en consonancia consigo mismo, mostrarse tal como se es, sin máscaras o disimulación» (Lipovetsky, 2024: 29).
Si la Ilustración establece el «derecho» de ser auténtico, a partir del siglo XX la autenticidad pasa a simbolizar la necesidad de romper con la decadencia de la sociedad burguesa, su estandarización y superficialidad. Este período es lo que Lipovetsky denomina la «primera era» de la autenticidad, en la que ser auténtico es un acto heroico, reivindicado por intelectuales y artistas. El gesto es de ruptura con el ser comunitario y valorización de la individualidad liberal.
En la segunda era, la autenticidad pasa de un gesto individual de intelectuales y artistas a un movimiento social de jóvenes. El ideal se amplía a una disputa generacional, con movimientos de contracultura desafiando los conceptos de familia, trabajo, sexualidad, género, etc. Proyectos utópicos de vida en comunidades alternativas, lejos de las imposiciones de la vida burguesa de las grandes ciudades y de la sociedad de masas, cobran fuerza.
En la tercera fase, la contemporánea, la ética de la autenticidad se generaliza. Todos reivindican su uso, y ella es absorbida como mediadora de valor en diversos aspectos de la vida. Ser auténtico es un objetivo admirado y deseado, constituyéndose en un importante activo simbólico para la mayoría de los individuos.
Aunque el modelo actual de credibilidad periodística anclado en la impersonalidad no esté totalmente sustituido (Newman et al., 2024), se nota una creciente tensión con la cultura de la autenticidad, principalmente para las generaciones más jóvenes.
Si en la ética del periodismo tradicional la verdad está anclada en la forma en que accedemos a la realidad, en la ética de la autenticidad la verdad reside en la forma «auténtica», transparente en sus intenciones e intereses, de narrar. Es a partir de esta lógica que el mercado de los influencers digitales es operacionalizado. El influencer vende su estilo de vida auténtico, su opinión sincera sobre productos desde su perspectiva, su experiencia específica —aunque todo esto sea una performance meramente estética.
En el campo de las noticias, los llamados «newsinfluencers» utilizan el lenguaje, la lógica y la estética de la autenticidad para producir contenido relacionado con noticias periodísticas. Salla-Rosa Leinonen (2022) señala una diversidad de tipos: existen los influencers periodistas y los no periodistas, especializados en un tema o generalistas. De modo general, sin embargo, ellos no producen noticias, solo reproducen la información de otras fuentes, remezclando sus estéticas y significados (Vernallis, 2013). Por esto, la preocupación de estos influencers no es necesariamente con la verdad factual de la información transmitida, sino con su aparente veracidad.
La consecuencia es que muchas veces no existe responsabilidad (ni rendición de cuentas) de los influencers por aquello que ellos mismos remezclan (a partir de la noticia original). Lo que vincula esta verdad es la performance del «yo auténtico», como un patrón de «composición textual» (Freitas, 2017), y, por lo tanto, estético, que se adecúa a los algoritmos y a aquellos que se identifican con este tipo de «yo».
La performance de la estética de la autenticidad es moldeada por las redes y por su lógica de personalización. La estética y el lenguaje periodístico que pretende alcanzar a todos —y representar a todos—, escenario, parece alcanzar cada vez menos público en las redes. Pero contra este declive quizás no baste, como sugiere Salla-Rosa Leinonen (2022), que empresas periodísticas tradicionales adopten el lenguaje y la estética de las redes, como lo hacen The Washington Post y Bloomberg Línea en TikTok, por ejemplo, pues parece haber una contradicción inherente entre lo que el discurso social del periodismo dice ser su función, sus principios y su saber hacer, con este nuevo ambiente. La cuestión es más profunda y toca los valores fundamentales del campo. Cabe reflexionar si el periodismo que se adscribe a la ética y a la estética individualista de la autenticidad está, en el fondo, admitiendo la imposibilidad de mantener el interés público como horizonte de acción.
Asistimos en este momento a múltiples experimentos en este sentido, mientras los periodistas intentan afirmarse como narradores «auténticos», frecuentemente incentivados por las propias empresas de comunicación, que comienzan a ver el potencial de esta reconfiguración —el ejemplo más notorio quizás sea el éxito de Fox News estadounidense, con sus presentadores histriónicos y «auténticos»—. El movimiento, sin embargo, está repleto de tumultos y percances. Los periodistas, de modo general, no están entrenados para colocarse en el centro de atención, sino para funcionar como mediadores entre los hechos y el público. En la práctica, esto significa que los periodistas tradicionales pueden tener dificultad en competir con la estética de autenticidad que los «newsinfluencers» consiguen evocar con naturalidad.
Por otro lado, si permanecen aferrados a una postura excesivamente impersonal, los profesionales del campo corren el riesgo de parecer distantes y desconectados de sus públicos, especialmente de los más jóvenes, que valoran la «transparencia emocional» de los influencers (Abidin, 2018). El desafío es que el periodista alcance la autenticidad sin minar su propia identidad profesional, sin confundir sus responsabilidades éticas. ¿Será posible?
La cuestión que se plantea es si los medios tradicionales deben intentar imitar esa estética de autenticidad o si, por el contrario, deben redoblar la apuesta en su propia tradición de imparcialidad y verificación rigurosa de los hechos —o incluso cultivar nuevas formas de autenticidad, una nueva ética que concilie al sujeto «auténtico» con la ideología del periodismo como servicio público.
La discusión se vuelve aún más compleja cuando le agregamos un nuevo y disruptivo factor: el auge y la popularización de nuevas herramientas de inteligencia artificial, en especial la llamada «IA Generativa», dentro y fuera de las redacciones periodísticas.
Primero, conviene notar que la llamada inteligencia artificial no es (solo) un instrumento técnico, sino sobre todo un complejo industrial y agente de transformación epistemológica cuyos efectos contribuirán a tensionar algunos de los principales pilares del periodismo, como «verdad», «autoría», «credibilidad» y la propia «autenticidad», ahora en discusión.
En el siglo XXI, el desarrollo tecnológico acelerado ha colocado al periodismo en una especie de estado de cambio permanente —siempre intentando seguir el ritmo de los tiempos, como corresponde a una institución que vive de la actualidad. Paralelamente, sin embargo, la pérdida de fuentes de ingresos tradicionales ligadas a la publicidad ha llevado a recortes de costes radicales y a subsiguientes intentos de crear modelos de negocio que promuevan la sostenibilidad de la industria periodística. En este sentido, no es difícil entender cómo el periodismo ha pasado las últimas dos décadas haciendo grandes apuestas en las nuevas tecnologías digitales, especialmente las relacionadas con dispositivos móviles (Essenfelder et al., 2019).
La adopción de nuevas tecnologías, sin embargo, raramente vino acompañada de una estrategia consistente. Parecía que el periodismo, en especial a partir de la década de 2010 en adelante, vivía de crisis en crisis, sin encontrar salidas efectivas para reinventarse y asegurar su papel en el nuevo milenio. Conforme también observa Posetti (2018), la mayoría de las empresas periodísticas fueron seducidas, en los últimos años, por expresiones como inteligencia artificial, realidad virtual y blockchain, pero invirtieron en esas tecnologías sin una estrategia de innovación consistente, y con eso se distanciaron de sus públicos.
Y es justamente en ese contexto de «fatiga de innovación», tras inversiones poco eficaces en nuevas tecnologías, que la IA Generativa llegó al gran público.
No cabe duda de que el gran responsable de la popularización de esta tecnología fue el modelo de lenguaje ChatGPT, desarrollado por la estadounidense OpenAI. ChatGPT (sigla para «Generative Pre-trained Transformer») es un algoritmo de generación de textos en lenguaje natural basado en la arquitectura de redes neuronales Transformers, desarrollada años antes por investigadores de Google (Essenfelder, 2024). En términos de usuarios activos, el éxito de ChatGPT es notable. En apenas una semana, esta plataforma alcanzó un millón de usuarios —un récord absoluto en el mundo digital. En febrero de 2025, OpenAI divulgó tener 400 millones de usuarios activos semanalmente, y que la dirección chatgpt.com era visitada más de 5,2 mil millones de veces al mes, colocándolo en la lista de los 10 sitios web más accedidos globalmente en aquel momento.
Estos números no sirven solo para ilustrar el éxito de la compañía en captar usuarios —más que eso—, evocan su potencial para transformar, en conjunto con competidores como Gemini, Claude, Copilot y Perplexity, entre muchos otros, paradigmas que juzgábamos relativamente estabilizados, como el de propiedad intelectual, autoría y, en lo que toca a esta investigación, nociones de «verdad» y de «autenticidad».
Para comprender de forma más profunda cómo la transformación tecno-social promovida por la IA Generativa puede impactar al periodismo, es fundamental analizar cómo esta tecnología resignifica la relación entre técnica, ética y producción de sentido, tensionando dinámicas de credibilidad y desafiando los parámetros de la cultura de la autenticidad. La definición del Parlamento Europeo (2020) para inteligencia artificial, como sistemas capaces de emular capacidades cognitivas humanas por medio de patrones estadísticos, evidencia el núcleo de esta paradoja: mientras el periodismo tradicional ancla su búsqueda de la verdad en métodos intersubjetivos —como la verificación rigurosa y la pluralidad de fuentes—, la IA opera por algoritmos que priorizan correlaciones estadísticas en detrimento del análisis de causalidades y del razonamiento abductivo, inferido a partir de poca información y altamente dependiente de creatividad, intuición, contexto cultural y sensibilidad a matices, cualidades aún esencialmente humanas. Esta disyunción epistemológica inaugura una crisis hermenéutica, pues la factualidad periodística, históricamente edificada sobre la «verdad de los hechos», entra en colisión con una «verdad algorítmica» basada en probabilidades y patrones.
Así, en el plano simbólico, la cultura de la autenticidad, marcada por la valorización de la experiencia subjetiva y de la transparencia, es tensionada por el ascenso de sistemas que producen sentidos a partir de lógicas estadísticas, casi siempre opacas al público y a los propios periodistas. En este escenario, el periodismo es provocado a reinventar sus pactos de credibilidad, articulando técnica, ética y autenticidad para resistir al asedio de la simulación algorítmica y sostener su relevancia social.
No es que la generación de texto por máquinas no tenga sus fallas y problemas. Canavilhas (2024) demuestra cómo herramientas como ChatGPT generan textos pretensamente (o estéticamente) «periodísticos» en segundos, replicando estructuras lógicas bien conocidas en el campo, pero desprovistas de intencionalidad ética —no pueden ejercer juicio crítico sobre las fuentes, evaluar creativamente la información o percibir el valor social de un acontecimiento. Además, un problema identificado desde la primera versión de estos modelos de lenguaje persiste y se revela más difícil de combatir de lo imaginado: las llamadas alucinaciones, cuando el sistema inventa la información de la que no dispone en su base de datos —algo impensable para cualquier periodista.
Aun así, los casos de uso de IA en el periodismo, en diversas partes del mundo, se multiplican —la razón, casi siempre, económica, «para sustituir la falta de periodistas en las redacciones, manteniendo así el flujo informativo», dice Canavilhas (2024: 191).
La popularización del contenido sintético debe tensionar aún más el impasse entre una credibilidad pautada por la impersonalidad, por los valores tecnocientíficos de equilibrio, neutralidad, objetividad y factualidad, y una «nueva credibilidad» que extrae su fuerza justamente de la autenticidad y que propone, ante la desconfianza en las instituciones, otra forma de relación de confianza con el ciudadano, basada en espontaneidad, carisma y «verdad». La cultura de la autenticidad, vinculada a la búsqueda del «yo genuino», coloca al periodismo en esta encrucijada existencial, cuya solución quizás resida en la creación de estrategias radicales que reconcilien ética y tecnología.
En este sentido, creemos que la inteligencia artificial no anuncia el fin del periodismo, sino que lo fuerza a posicionarse, una vez más, como práctica ontológicamente política. Al desafiar incluso nociones arraigadas de «verdad», la IA fuerza una reevaluación de lo que significa «informar» hoy. La solución, como sugiere Sodré (2009), quizás esté en abandonar la pretensión de neutralidad y abrazar el periodismo como «narrativa crítica situada» —un espacio en el que humanos y algoritmos coexisten, no como rivales, sino como constructores de realidades complejas. El pacto de credibilidad, otrora sostenido por la ilusión de objetividad, necesita ser reinventado: la verdad liberal-periodística «flota como una moneda sin lastre en oro», exigiendo que el periodismo busque una nueva legitimidad basada en la articulación entre técnica, ética y autenticidad.
Esta perspectiva exige reconocer el carácter narrativo del periodismo. Como destaca Teixeira (2016), la fuerza del periodismo reside menos en su supuesta objetividad y más en la capacidad de mediar relaciones éticas y temporales entre los acontecimientos y la sociedad.
Por lo tanto, el periodismo en la era de la IA no puede apoyarse más en la creencia de que refleja la realidad de modo neutro. Al contrario, su legitimidad pasa a depender de la transparencia sobre los procesos de construcción narrativa y del reconocimiento de que toda noticia es, en alguna medida, una síntesis situada de múltiples voces e intereses. En este nuevo contrato social informativo, la credibilidad emerge de la capacidad del periodismo de asumir su dimensión constructiva, ética y crítica, dialogando con el público sobre las condiciones de producción de la propia noticia y sobre los límites entre hecho y ficción. El «periodista auténtico» en este sentido no es aquel que mimetiza la estética de los influencers, sino aquel que asume un compromiso radical con la sociedad: el compromiso de explicitar los criterios de selección, jerarquización e interpretación de los hechos, reconociendo las mediaciones técnicas y humanas involucradas en cada etapa del proceso informativo.
La relación entre autenticidad y periodismo sintetiza algunas de las tensiones más profundas de la contemporaneidad digital. Gilles Lipovetsky, al analizar la era del hiperconsumo y de la personalización de las experiencias, observa que vivimos un tiempo en que la autenticidad se ha convertido no solo en un valor moral, sino también en una commodity cultural. En este contexto, la autenticidad no es solo una cuestión de «ser» verdadero, sino de «parecer» verdadero, de representar una sinceridad convincente en medio de la cacofonía digital.
Este fenómeno no se limita a las redes sociales o a los influencers digitales, sino que afecta directamente al periodismo, que siempre se ha apoyado en valores como credibilidad y objetividad para justificar su papel en la esfera pública democrática. A los desafíos impuestos por la popularización de redes sociales e influencers sin compromiso ético, sin embargo, se suma ahora un nuevo actor: la Inteligencia Artificial Generativa. Si, por un lado, los algoritmos de IA Generativa consiguen replicar con impresionante precisión la estética del periodismo y la estética de la autenticidad, por otro, tropiezan con una limitación fundamental: la ausencia de intencionalidad y de experiencia vivida.
Un modelo de lenguaje como ChatGPT puede imitar el estilo de un reportaje, pero no puede replicar la experiencia subjetiva del reportero que estuvo presente en una zona de conflicto o que entrevistó personalmente a una fuente emocionalmente afectada. Quizás por eso la autenticidad en la comunicación contemporánea se trata menos de una precisión factual detallista y extensiva y más sobre la creación de narrativas que resuenen emocionalmente con el público. En este sentido, existe una tensión evidente entre la autenticidad performativa de newsinfluencers y del contenido generado por IA y la autenticidad experiencial que caracteriza al periodismo de calidad.
El retorno a la experiencia, por lo tanto, nos parece fundamental. Es la experiencia del reportero in loco la que podrá ofrecer los subsidios para una ética de la autenticidad que también esté pautada por una ética de responsabilidad social. Mientras la lógica de los algoritmos privilegia la repetición de patrones exitosos y el refuerzo de sesgos confirmatorios, la ética de una autenticidad experiencial se ancla en la apertura a lo imprevisto, en la escucha sensible al contexto y en la disposición para el diálogo con la alteridad. El reportero, al vivenciar directamente los acontecimientos e interactuar con múltiples actores sociales, es capaz de captar matices, contradicciones y sentidos que escapan al análisis puramente estadístico de los datos. Esta dimensión experiencial del periodismo, lejos de ser un vestigio romántico, constituye un antídoto necesario contra la homogeneización informacional promovida por las lógicas algorítmicas.
Además, la ética de una autenticidad experiencial y responsable implica el reconocimiento de los propios límites de la mirada periodística y la disposición para explicitar las condiciones de producción de la noticia. Se trata de asumir, con transparencia, las elecciones, dilemas y mediaciones que permean la práctica periodística, promoviendo una relación de confianza con el público basada no en la infalibilidad, tampoco en la infantilización del público, sino en la honestidad intelectual y en el compromiso con los derechos humanos. Este periodismo, más que sobrevivir a las nuevas tecnologías, contribuye a la renovación del pacto de confianza entre prensa y sociedad. En un escenario marcado por la proliferación de narrativas automatizadas y por la búsqueda de autenticidad, la presencia del periodista como mediador atento, ético y reflexivo se vuelve aún más imprescindible para la construcción de sentidos plurales y para la defensa de una esfera pública democrática.
Dines, A. (2009). O papel do jornal: uma releitura (4. ed. ampl. e atual.). Summus.
Ltda
Karam, F.J.C. (2009). Retórica, Grécia e Roma Antigas: vestígios da futura linguagem jornalística. Alceu: Revista de Comunicação, Cultura e Política, 10(19), 109-117.
Lage, N. (2001). A reportagem: teoria e técnica de entrevista e pesquisa jornalística. Record.
Leinonen, S.R. (2022). Can journalists be influencers? How to engage hard-to-reach audiences on social media. London School of Economics.
Parlamento Europeo (2020, 27 de agosto). O que é a Inteligência Artificial e como funciona? https://www.europarl.europa.eu/topics/pt/article/20200827STO85804/o-que-e-a-inteligencia-artificial-e-como-funciona
Sodré, M. (2009). A narração do fato: notas para uma teoria do acontecimento. Petrópolis: Vozes.
Van Dijck, J. (2013). The culture of connectivity: A critical history of social media. Oxford University Press.
11.